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365 años

Luis Enrique Nieto Arango

portada

Este segundo semestre de 2018 se celebran 365 años de la fundación del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, hoy más conocido como Universidad del Rosario.
 

 

Para una nación aún en formación, como es Colombia, resulta un caso singular, único y acaso milagroso, la existencia de una institución civil que alcance casi cuatro siglos de existencia y, a la vez, de vigencia, perseverando en su actividad: la educación superior.

Cierto es que la precedieron, a finales del siglo XVI y principios del siglo XVII respectivamente, la Universidad de Santo Tomás, de la Orden de Predicadores y la Pontificia Universidad Javeriana, de la Compañía de Jesús.
Las vicisitudes de la política no les permitieron a estas dos Academias una continuidad como la que ha tenido el Rosario porque, a pesar de esas turbulencias, que igualmente la afectaron, y del furor adánico de algunos dirigentes, que descuidan todo lo existente para cada cierto tiempo intentar refundar la patria, desde 1653 está ahí, en el mismo lugar de su fundación, cumpliendo su tarea educativa.   

Ya de por si es bastante insólito que el Claustro Rosarista, en su fábrica material, construido en la margen izquierda del Río Vicachá con los bloques de adobe y las tejas de barro del chircal de Las Nieves, de propiedad del fundador Fray Cristóbal de Torres, se encuentre aún en pie, desafiando el tiempo, remozado y en excelente estado, acogiendo todos los días miles de estudiantes.

Esta edificación, en su diseño y volumetría es idéntica a la diseñada por el Arzobispo de la Nueva Granada y descrita con detalle en las Constituciones por él dictadas.  Pero no es la misma: 7 terremotos, por lo menos, la han derribado; 3 ocupaciones militares la han afectado, con el consecuente vandalismo y saqueos; crecientes del cauce vecino, tormentas eléctricas, incendios y la incuria del tiempo también la han castigado y, sin embargo, ahí permanece, comprobando lo afirmado por el fundador de esta Revista en 1905, el Rector Rafael María Carrasquilla, al señalar que el Claustro Rosarista «no es mecanismo que reciba movimiento de causas extrínsecas, sino organismo vivo que posee en sí mismo el origen de su acción, cada día más vigorosa, …».
Si lo anterior puede decirse de la materialidad de nuestra institución, hoy acrecentada con muchas otras instalaciones -23 en la actualidad- ¿Qué no podrá afirmarse de su labor de docencia, investigación y extensión, acreditada nacional e internacionalmente?.

La historia del Rosario, que en buena parte, también lo decía el doctor Carrasquilla, se confunde con la de la Nación, constituye una verdadera lección para el país que, podría ilustrar muchas de las reflexiones que conviene hacerse en el momento actual para asegurar a las nuevas generaciones una vida mejor, más digna, equitativa y pacífica como hasta ahora no lo han tenido.   

No fue nada fácil para Fray Cristóbal vencer la oposición de Jesuitas y Dominicos para obtener, luego de diez años de engorrosos trámites, la licencia para su colegio de parte del Monarca Español Felipe IV.
Tampoco fue cómodo luchar contra sus hermanos de la Orden de Predicadores para asegurar la autonomía de su fundación, la cual no vio ratificada por el mismo Felipe IV sino diez años después de su muerte gracias a la Cédula Real del 12 de julio de 1664, que confirmó las Constituciones por él dictadas, hasta hoy, en pleno siglo XXI, vigentes y que establecen el gobierno del Claustro en cabeza de sus Colegiales.  

Mucho menos fácil fue soportar las penurias y carencias de esta aislada y pobre villa de Santafé que no permitían mantener regularmente las cátedras, especialmente las de Medicina, a pesar de las sabias previsiones del Señor de Torres que dejó abundantes bienes de su propio peculio para el sostenimiento de su institución, los cuales vinieron a menos, según lo relatan las Constituciones Nuevas, por «Las revoluciones políticas que han agitado a esta República, leyes contrarias al derecho de propiedad que en épocas anteriores se expidieron a disposiciones inconsultas sobre la venta de algunas fincas raíces…».

Igualmente los enfrentamientos entre los tradicionalistas peripatos y los progresistas novatores enturbiaron la vida estudiantil y se exacerbaron con la llegada, en 1762, del joven médico José Celestino Mutis que escandalizó, con su lección de matemáticas y sus explicaciones sobre las teorías de Newton, a una población alejada de la modernidad.

Más violenta aún para el Claustro y sus discípulos fue la ocupación por las tropas de Morillo durante la Restauración Monárquica de 1816, conocida como la Época del Terror, que entre muchos desastres produjo el ajusticiamiento de 23 egresados.

Luego durante buena parte del siglo XIX, los enfrentamientos, entre radicales benthamistas y conservadores católicos mantuvieron candentes las relaciones entre los mismos hijos del Colegio, las autoridades eclesiásticas y civiles, las directivas y profesores que,  a pesar de las diferencias, alternaban sus acciones y enseñanzas alrededor del Claustro hasta, para citar un solo ejemplo, lograr que en un momento dado regentaran al mismo tiempo cátedras en el Rosario personajes tan opuestos ideológicamente como Miguel Antonio Caro y Ezequiel Rojas.   

La desamortización de bienes de manos muertas, en 1860 se dejó caer sobre el Claustro y en 1861 las tropas de Mosquera lo ocuparon y expoliaron, para convertirlo luego en una escuela militar, génesis de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional.

Con la fundación de esta última en 1867, el Rosario contribuyó con sus cátedras de Medicina y de Jurisprudencia a la consolidación de la educación pública, pero perdió su autonomía y se convirtió en un modesto liceo para menores de quince años, cuyas directivas eran designadas por el gobierno de la Regeneración, contrariando las disposiciones establecidas por el Fundador en sus Constituciones, basadas en los modelos Salmantino y Boloñés.
 
Más adelante, al principiar el siglo XX, el General Rafael Reyes, en su intento de Pacificación luego de los horribles Mil Días de la guerra civil, restauró la autonomía del Rosario, concediendo amplios auxilios que permitieron construir el Claustro Nuevo y restablecer, en 1906, la Facultad de Jurisprudencia.
A todas estas, y durante todos esos azarosos tiempos, el Rosario, bien que mal, continuaba su labor de todos los tiempos de reunir en sus aulas, en sus dormitorios, en el refectorio, en el patio central, a colombianos provenientes de todas las regiones, representantes de distintas ideologías y, gracias a las becas, pertenecientes a todas las clases sociales de un país que luchaba por salir de la indigencia.

Más adelante en 1930, al terminar la hegemonía conservadora, que coincide con la muerte de Monseñor Carrasquilla, se restaura el sistema electivo y se elige, con los votos de Colegiales y Consiliarios, como Rector a Monseñor José Vicente Castro Silva, vinculado como catedrático desde 1909.

Lo demás, aunque parezca lejano a nuestros actuales estudiantes, ya es historia reciente: el Rosario hoy cuenta con 25 programas académicos de pregrado, 38 especialidades médico quirúrgicas, 19 maestrías y 5 doctorados, 44 especializaciones presenciales y 2 virtuales, 22 especializaciones en extensión y 3 maestrías en extensión, 43 grupos de investigación y una red de hospitales en la capital, además de un mariposario para estudios de genética evolutiva en el municipio de La Vega.       
 
Toda esta historia, así deshilvanada, y mucho más, puede confluir en la estatua del Fundador que, fundida en Barcelona, transportada por mar, por río y finalmente, por un camino de herradura a lomo de mula, fue erigida en 1909, gracias a una suscripción hecha entre los hijos del Colegio, con el apoyo decisivo del gobierno del General Reyes.

Esa estatua simboliza precisamente la unión fraternal -en torno a un proyecto de siglos y del hombre que lo concibió- de los colombianos enfrentados en innumerables guerras que dejaron miles de muertos, de viudas, huérfanos y desplazados y quienes finalmente se dieron la mano, olvidando rencores y diferencias de partido, para iniciar una nueva vida que permitiera consolidar esa República de Fray Cristóbal, vocablo que en el siglo XVII expresaba el bien común, el interés general que debe siempre primar por encima de todos los intereses particulares.   

Hoy, merced al corsi e ricorsi de la historia, parecería que ese sueño de hace 365 años sigue siendo eso: un sueño.
Veamos entonces si nuestra Universidad del Rosario que continúa adelante en pos de la excelencia -víctima de tantas desventuras y que bajo su lema Nova et Vetera ha resurgido tantas veces de las ruinas- puede ser un faro que ilumine la República.

Por todos estos 365 años de nuestro Claustro, siempre antiguo y siempre nuevo, todos los que conformamos esta inefable Comunidad Rosarista nos debemos a la causa de una Colombia en paz, diversa, respetuosa y orgullosa de las diferencias, en la cual la equidad y la justicia aseguren un espacio para todos.