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Cambio de enfoque

Manuel Guzmán Hennessey

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Ante los resultados del Informe 1.5 del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, cuyo diagnóstico obliga a la humanidad a replantearse lo que debe emprender, antes de 2030, para detener la catástrofe global...

cabe preguntarse si lo que ha fracasado es el método mediante el cual, el Sistema de las Naciones Unidas, ha intentado, desde 1997 (Protocolo de Kioto), encontrar una solución al problema.

Este método se orienta hacia la posibilidad de lograr acuerdos entre países sobre el tipo de soluciones que deberían adoptarse para detener el avance del problema; el método se apoya en las evidencias que sobre la índole del problema, ha presentado la ciencia (representada en la UNFCC, por el IPCC).

Tal esquema no debería tener objeción, si el punto de partida de los análisis de la ciencia, incorporara todas las variables que conforman el problema. Pero si se acude, como en efecto sucede, a un tipo de racionalidad simple, que deja de lado factores esenciales del problema (las raíces, las causas últimas e integrales), y el análisis se concentra tan sólo en aquellos puntos iceberg del mismo, vale decir: en las consecuencias visibles del problema, el esquema de los acuerdos internacionales parece condenado al fracaso, más por la falencia del método, que por la voluntad de los negociadores.

El anterior es el primer escollo que enfrenta el Acuerdo de París (2015). A partir del método racionalista simple que lo sustenta: su exclusivo enfoque sobre lo visible, pretende solucionar una realidad de índole compleja. Pero la adopción de tal método no es una escogencia original del Acuerdo (que, por supuesto viene desde el Protocolo de Kioto) sino la consecuencia del modo de pensamiento imperante en la civilización de Occidente desde que escogimos al positivismo lógico, como modo de pensamiento dominante. Este modo de pensamiento determinó también, el estilo de vida predominante. Y ese es el paradigma que está en la base del problema.

El segundo problema surge como consecuencia del primero, y es la mecánica del método, que parte de otro supuesto erróneo: la reducción del problema a las emisiones de dióxido de carbono (o de GEI) a la atmósfera. Como consecuencia de lo anterior, el Protocolo de Kioto se estructuró sobre un componente fuerte y otro débil; el primero es la mitigación (países anexo I), y el segundo, la adaptación (países no anexo I, principalmente: los más vulnerables). El primero incurrió en una falta aún mayor: considerar que un grupo de países, agrupados de una manera más o menos arbitraria, como países altamente desarrollados (el Anexo I), podía, fácilmente, reducir sus emisiones de carbono a la atmósfera, con base en sus niveles de emisiones de 1990. El año base de la reducción, también fue más o menos arbitrario. Y la cuota mundial de reducciones (5.2% entre 2008 y 2012) también lo fue.

Otro grupo de países, entre los que se contaban, para aquel entonces, las llamadas economías emergentes (como China, India y Brasil, entre otros), pero también los países en vías de desarrollo, fueron agrupados, de una manera —aquí sí arbitraria— como países del No anexo I. Estos países no tuvieron, durante un largo periodo de tiempo, compromisos de reducción de emisiones, a pesar de que el total de las emisiones de China, India y Brasil, superaba ya, con creces, al mayor emisor de carbono de aquellos años: Estados Unidos, y también a muchos países sumados del llamado anexo I.

Quizás como una forma de remediar la falla antes citada, el Protocolo puso una cuña perversa: los mecanismos de flexibilización del mercado de los créditos de carbono, según los cuales, los países con compromisos de reducción de emisiones pueden comprar a otros, que no los tienen, su derecho a seguir emitiendo carbono a la atmósfera.  Como la realidad geopolítica del mundo se movió entre 1997 y 2005, año que entró en vigor el Protocolo, fue necesario armar una madeja de clasificación aún más artificial de grupos de países, compuesta por: países anexo B, países anexo II, y países con economías en transición.
Todo esto fracasó en Copenhague (2009). Como un castillo de naipes se fueron viniendo abajo las esperanzas de la humanidad, representadas allí por una sociedad civil deliberante y vivaz, que llevó a cabo una cumbre paralela, el klimaforum 09, y marchó hasta el Bella Center, congregando a más de ciento cincuenta mil manifestantes que tuvieron el propósito de entregar a los líderes del mundo el llamado Manifiesto por el clima, documento concertado por más de quinientas organizaciones de la sociedad civil de todo el mundo. Se insistió allí en la necesidad de cambiar el sistema para poder cambiar el clima. No se tuvo en cuenta.

El mundo miró con esperanza la cumbre de Copenhague del año 2009. Se esperaba que los gobernantes del mundo atendieran el llamado de los científicos. No sucedió así. Y de este fracaso histórico se deriva el aumento de la crisis que hoy vivimos, diez años después. Lo que se puso en evidencia entonces fue el divorcio entre la ciencia y los gobernantes. Basta mirar para Estados Unidos para comprobar que, en aquel país de ciencia, hay un gobernante que niega el cambio climático. Pero cuando la ciencia produce documentos como el Informe 1.5, la sociedad entera debe reaccionar frente a los gobernantes, para que actúen conforme a la ciencia y no a la anticiencia.

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Permítanme recordar la esperanza de Copenhague a que me referí al principio de esta nota. Un grupo de organizaciones no gubernamentales, acogiendo el Cuarto Informe de Evaluación del IPCC (2007) escribieron el Tratado Climático de Copenhague con el fin de que sirviera de insumo para aquella Cumbre de 192 países. No fue considerado, a pesar de que el informe del IPCC en que se sustentaba había sido recientemente redactado por más de 500 autores principales y 2.000 revisores expertos, entre científicos, economistas y políticos pertenecientes a unos 120 países. Aquel documento reconocía que el cambio climático no es únicamente una tragedia humana sino que cambia las bases de la supervivencia en este planeta. Pues bien, en el Informe 1.5 se puede leer que 0.5ºC, es decir la diferencia que habría entre no pasar de 2ºC o no pasar de 1.5ºC, es la diferencia que hay entre la vida y la muerte. El límite de tiempo para que no suceda lo segundo, y siga siendo posible la vida, es el año 2050. Pero el límite para una respuesta global, que el informe describe como “cambios de gran alcance y sin precedentes en todos los aspectos de la sociedad” debe darse antes de 2030.

¿Y a qué se refieren los científicos cuando escriben “cambios de gran alcance y sin precedentes”? Básicamente a medidas de reducción de emisiones de carbono. Esto escribe el informe: “para limitar el calentamiento global a 1,5 °C en lugar de 2 °C como se establece en el Acuerdo de París las emisiones netas globales de carbono (CO2) deben disminuir en 2030 alrededor de un 45% respecto de los niveles de 2010, hasta alcanzar el "cero neto" para 2050”. Ya lo había dicho el Tratado Climático de Copenhague. Transcribo el dato: Sabemos que nuestras oportunidades para limitar el cambio climático se están agotando y, por consiguiente, son necesarios una cooperación y un compromiso internacionales sin precedentes”.

¿Qué sugieren estos nuevos datos del informe 1.5? A mi juicio, que el Acuerdo de París no es suficiente. ¿Por qué? Porque el Acuerdo de París se propuso “mantener el aumento de la temperatura promedio de la Tierra muy por debajo de 2 ℃, haciendo los mejores esfuerzos para limitar el aumento por debajo de 1.5 ℃". El objetivo a lograr (antes de 2030) es claro: 2ºC y no 1.5ºC. Pero hay algo más: en el texto del se reconoce que con los compromisos que hicieron los Estados, en 2015, llegaremos a un aumento de 2,4ºC antes de 2050.

¿Cuáles son las metas promedio de reducción de emisiones de carbono de los países que firmaron el Acuerdo de París? Entre 20 y 28%. Pasar de estos números a 45% que es lo que pide el informe 1.5 no es, evidentemente, factible antes de 2030, especialmente si los resultados de las pocas evaluaciones que hoy existen sobre los avances del cumplimiento de este Acuerdo, indican que estamos muy lejos de cumplir sus metas. Pero quiero volver al Tratado Climático de Copenhague para argumentar por qué desde 2009 se empezó a incubar esta crisis, y no desde 2015.

Esto pedía el Tratado: “ una transición del mundo hacia una economía con cero emisiones de carbono a lo largo de las próximas décadas, que incluya una reducción global de las emisiones de al menos el 80% en 2050 respecto a los niveles de 1990”. En 2009 se modificó el Protocolo de Kyoto que en 1997 se había propuesto una meta global irrisoria: 5.2%. La modificación de Copenhague consistió en que los países voluntariamente debían decir hasta que metas de reducciones se podían comprometer… es posible y necesario progresar mucho más rápido, encaminando al mundo hacia una trayectoria de desarrollo, ambiciosa, efectiva y justa, baja en emisiones de carbono, y que garantice que el derecho a la supervivencia de los más vulnerables no sea sacrificado”.

Es necesario cambiar el enfoque de los acuerdos: ir a las raíces del problema. Entender que para lograr una economía sin carbono antes de 2050 es necesario afectar los estilos de vida.

@GuzmanHennessey