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Los papeles de Unamuno

Unamuno y los colombianos

Unamuno y los colombianos
 

La relación de don Miguel de Unamuno (1864-1936) con América podría decirse familiar, por cuanto su padre vivió una temporada en Méjico. De allí trajo una biblioteca, primer contacto del joven Unamuno con lo americano, según propia confesión: “Tradiciones mejicanas encendieron mi imaginación infantil”[1].

En el caso específico colombiano, su interés se explica por el ascenso en literatura del modernismo, tendencia que combatía siguiendo su misogalismo crónico. De José Asunción Silva, figura destacada del movimiento, tenía un concepto ambiguo: lo juzgaba poco castizo, pero muy musical e influyente en otros autores. Declaraba, en cambio, especial interés por lo antioqueño, más similar a lo tradicional hispánico.

Unamuno colaboró en El Nuevo Tiempo Literario, la Revista de las Indias y otras publicaciones nacionales.

Unamuno y los rosaristas.

Con Max Grillo (1868-1949), bachiller del Rosario y también escritor modernista, sostuvo larga correspondencia. De su primera entrevista, en Hendaya, recuerda la nostalgia del Unamuno desterrado por Primo de Rivera, dialogando con campesinos vascos, no de “arquitrabes filosóficos o de humanidades salmantinas sino de sus encinares y de sus rebaños”. En cuanto escritores, el salmantino halló profundas analogías entre su novela Paz en la guerra (1897) y las Emociones de la guerra (1903), en que Grillo relata su experiencia en la guerra civil de tres años (luego, de los Mil Días). En carta, le dice: “Crea usted que se hacen cosas más personales contando o cantando lo que uno ha vivido, que no inventando el asunto del canto o del cuento”. Otro punto de contacto literario fue la figura de José Asunción Silva. Tratando del prólogo que hiciera Unamuno a nuestro poeta, confiesa: “¡A través de sus versos se ve tanto en Silva que me pasó a mí! Y a mí me libró de su fin el haberme casado a tiempo. Además, ese Bogotá, tal y como a la distancia lo veo, se me parece algo como a mi Bilbao de hace treinta años, cuando yo tenía 24”.

Con Rafael Uribe Uribe (1859-1914), abogado rosarista, la correspondencia principió cuando Uribe se desempeñaba como ministro plenipotenciario ante los gobiernos de Chile, Argentina y Brasil (1905-9). Unamuno responde a una carta del Brasil, en términos fraternos y elogiosos (“amigo –todos los amantes de la libertad lo somos–”.). Añade que: “Colombia es una de las patrias americanas que mejor puede comprender un español. Se parece tanto lo de ahí a lo de aquí. Es la misma lucha”. Más abajo: “La patria hay que hacerla, con la libertad, es decir, con la conciencia de la ley. Y con la cultura, día a día”.

 

Los papeles de Unamuno.

Una faceta novedosa de Unamuno se relaciona con el papel también, pero plegado. En efecto, el humanista salmantino pasa por ser un gran divulgador, en el mundo iberoamericano, de la papiroflexia, origami o cocotología. Este último y cacofónico término es invención del propio Unamuno, a partir de la palabra francesa para designar las pajaritas. Sus Apuntes para un tratado de cocotología y la pajarita que se cuela en el retrato que le hiciera Gutiérrez Solana del polígrafo bilbaíno.


[1] Esta y las demás citas son de González Rodas, Publio. (1996). “Unamuno y Colombia”. En: Anales de Literatura Hispanoamericana, n. 25. Servicio de Publicaciones, UCM. Madrid p. 337.