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Los rosaristas en el concilio provincial de 1774

portada

Varios de los retratos de la pinacoteca del Rosario exhiben el distintivo de alto rango en la jerarquía eclesiástica: la mitra, digna de obispos y arzobispos (fray Cristóbal, en dos retratos, no la usa). A propósito del concilio provincial de 1774-75[1] en Nueva Granada, hemos ubicado allí a los rosaristas que a él asistieron.

 

El Concilio provincial se celebró por iniciativa real, según declara en su Relación de mando el virrey Messía de la Cerda (1761-73), para “la reforma de las costumbres, arreglo del clero (...), pues creo que no faltan muchos defectos y abusos que remediar”.

 

El arzobispo Camacho, pues, convocó el concilio en agosto de 1773, con apertura el 27 de mayo de 1774. El quórum, sin embargo, iba mermando: el obispo de Popayán se excusó por enfermedad; el de Santa Marta, murió; solo asistió, en fin, el de Cartagena, Agustín Alvarado y Castillo. Mas la racha seguía con la muerte del propio Camacho, el 13 de abril de 1774. La sustracción de materia episcopal ponía en aprietos jurídicos el concilio, pues eran necesarios al menos dos mitrados para abrirlo.



Caicedo y Flórez fue posterior al concilio,
pero es el primer arzobispo republicano. 

 

A pesar de ello, el clero diocesano se reunió en mayo para nombrar sus representantes, entre quienes salieron Miguel Vélez, cura de Gachancipá y rector de San Bartolomé, y José Celestino Mutis, quien luego hizo de notario. Antonio de Guzmán y Monasterio (catedrático y rector del Rosario, 1748-50) representó al cabildo de Santa Marta. La secretaría del concilio recayó en Miguel Masústegui, canónigo doctoral de Santafé (rector del Rosario en los periodos 1763-66; 1769-73 y 1778-80); entre los teólogos consultores se contaron Manuel Caicedo (comisario del Santo Oficio y rector del Rosario, 1772-75) y Joaquín León (rector del Rosario, 1759-63). Entre los consultores juristas figuraron Bartolomé Ramírez Maldonado (rector del Rosario, 1766-69; natural de Mérida) y Agustín Manuel Alarcón (rector del Rosario, 1780-82 y 1783-90).

 

El 27, por fin, se iniciaron las sesiones en la Catedral, con asistencia del virrey Guirior, la Audiencia y el Cabildo secular. Las actas del concilio se redactarían en castellano, cuya traducción latina se enviaría a Europa. Los puntos tratados fueron, entre otros: la conservación de la fe y el combate de la idolatría; así como el culto debido a las reliquias de los santos y el culto de las imágenes. Se prohibió disputar sobre el dogma de la Inmaculada Concepción de María, así como defender las proposiciones jansenistas condenadas por los papas. En adelante, los temas de conclusiones públicas de Filosofía y Teología debían ser aprobados por el obispo, a tiempo que se urgió la obediencia al papa y al rey.
 

Detalles de mitras de la pinacoteca del
Museo de la Universidad del Rosario.

 

 

El descuido del obispo de Popayán en nombrar representante se juzgó como rebeldía. Por ello, al fin nombró al ya citado Manuel Caicedo. Entre las disposiciones del concilio, se mandó redactar un catecismo “con la pura y sana doctrina de la Iglesia” a un equipo en que estaba el Dr. Alarcón. Para la formación del clero, se establecieron conferencias de Teología en la iglesia de San Carlos.

 

Las sesiones avanzaron hasta el 21 de enero, sin volver a reunirse, al parecer porque el rey citó a un nuevo concilio, debido a la invalidez con que arrancó.  Las actas del concilio de 1774-75, se quemaron durante el 9 de Abril.

 

[1] Toda la información fue tomada (algo completada) de la interesante obra del padre Juan Manuel Pacheco, Historia extensa de Colombia. Volumen XIII. Historia eclesiástica. Tomo 4. La Iglesia bajo el regalismo de los Borbones. Siglo XVIII. Libro segundo: la Ilustración. Bogotá: Lerner, 1986.