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La clase de Química y la "explosión" del laboratorio

portada

Olga Villa de Arcila, primera abogada rosarista, estuvo en el Archivo recordando sus años de estudio. Nos dejó, además un librito misceláneo, una de cuyas piezas tiene que ver con este Colegio. A mediados del siglo XIX, el Rosario contaba con anfiteatro y laboratorio de química, este último traído al país en la primera administración Mosquera (1845-9) y ocasión de otro capítulo de crónica rosarista.
 

Donación de Olga Villa, E63N098.

En 1851, se desató una polémica entre la clase de Química, en cabeza del catedrático Antonio Vargas, y el rector del Rosario, que lo era Rafael Rivas Mejía (1813-97; rectorado: 1-11-1850 - 22-6-1851). La cuestión, por supuesto, alcanzó las páginas periódicas. El problema tenía que ver con las horas en que podía usarse el laboratorio de química: el rector mandaba una cosa y la clase se lo pasaba por la faja, colándose por las ventanas del recinto. El rector decidió incomunicar el laboratorio del resto del edificio, de manera que solo se pudiera ingresar por la puerta principal. A lo que Vargas respondió "propalando la especie infundada" de que el laboratorio no tenía seguridad. Metiendo un tercero en disputa, acudió al juez Echeverri para que mandara poner sellos judiciales a las puertas del salón. Aquí fue Troya, pues Rivas, ante semejante intervención en sus dominios, no vaciló en romper los dichos sellos, valiéndose de su bastón. Paso en falso, que aprovechó el juez para ponerlo en prisión por irrespeto a la autoridad. Cuando se presentaron los gendarmes, hallaron que el capellán, los colegiales y un largo cortejo iba a acompañar al rector a su destino. El grupo, que subía a setenta personas, fue alojado por el alcaide de la prisión en las piezas altas del recinto. No por mucho espacio, pues más se demoró el gobernador de Bogotá en conocer el hecho que en deshacerlo. Así pues, la comunidad rosarista, en cabeza de su rector, volvió al Colegio vencedora "en la incruenta batalla"*. Paradójicamente, cuando Rivas era catedrático de Filosofía en 1836, tuvo un disgusto con el rector por dar la clase en horario distinto al convenido. En carta que transcribe Guillén (460), renuncia el empleo sin dejar de notar que tal es un uso caprichoso de la autoridad. Por ahí se ve que una cosa piensa uno de catedrático y otra de rector.

Este intercambio, junto con comunicaciones oficiales, es lo que trae El Colejio del Rosario i la clase de química (E63N098).

E63N098.


La otra parte de la polémica está publicada por la Biblioteca Virtual de la Luis Ángel Arango, Contestación documentada al Cuaderno titulado El Colejio del Rosario i la clase de química, por Antonio Vargas Reyes. El autor tenía sus antecedentes rosaristas: estudió aquí Latín y Castellano; luego fue nombrado inspector y catedrático.
 

Rafael Rivas Mejía, anónimo. Museo de la Universidad del Rosario.

Para el contexto y la figura de Antonio Vargas, dos obras de Roberto de Zubiría:

Biografía del DrAntonio Vargas Reyes, uno de los fundadores de la Facultad. Rev. Fac. Med., Volumen 36, Número 1-4, p. 55-66, 1968.

Antonio Vargas Reyes y la medicina del siglo XIX en Colombia, por Academia Nacional de Medicina, 2002.

*Todo el cuento, mejor contado, en las Reminiscencias de Cordovez Moure. Madrid: Aguilar, 1962; pp. 1384-6.

 

Retrato del Dr. Vargas, en el Papel Periódico Ilustrado.