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Recuerdo del Dr. Luis Enrique Nieto Arango (1947-2020)

portada

Haciendo el listado de los diez símbolos del Colegio del Rosario*, afirmaba monseñor Germán Pinilla que el símbolo condensa y estimula la identidad, con la propiedad de sugerir y expresar la totalidad, de modo más rico, profundo y poético. Esto es cierto, pero acaso puede completarse añadiendo que hace falta una lista semejante de personajes que viven y le dan vida a una institución.

 

El joven Luis Enrique Nieto, en la época de su grado,

siendo rector el Dr. Antonio Rocha Alvira (izq).

 

El Dr. Luis Enrique Nieto Arango fue un caso de la mencionada condensación de una identidad en cierto individuo. Tan antigua y profunda fue su vinculación al Claustro que puede afirmarse, y se creerá sin esfuerzo, que hizo suyas la candidez de los muros, la constancia de los arcos y la claridad de las placas. Y le quedaríamos debiendo, pues no hay en lo material del edificio algo que pueda compararse con el don de conversar con gracia, chispa y buen humor.

La vida rosarista del Dr. Nieto puede recorrerse en los álbumes que conserva el Archivo Histórico, donde lo vemos apenas graduándose, en las épocas del Dr. Rocha. Otra imagen lo muestra desempeñando la Secretaría General del Rosario, dando un discurso o contestándolo. Otra lo pone de orador en el Aula Máxima, su tribuna natural junto con los largos pasillos del Claustro, donde no era difícil verlo detenido en alguna conversación. Su huella también ha quedado en los artículos que publicó en la Revista del Rosario, que asimismo estuvo bajo su dirección. Al Archivo Histórico siempre iba a plantearnos alguna consulta, a confirmar algún dato o aclarar cierta biografía. Todas estas investigaciones han sido la materia que ha nutrido las publicaciones de nuestro blog. Con la disposición de siempre, acudió varias veces a colaborar en el programa Radiophonium, en la emisora institucional, donde también realizaba su propio espacio. 

 

El Dr. Nieto en el Archivo Histórico,

siendo rector el Dr. Mario Suárez Melo (centro).

 

Todo lo dicho explica que haya terminado su carrera rosarista como director de la Unidad de Patrimonio Cultural e Histórico, un cargo a la medida de quien fuera el más entusiasta difusor del patrimonio de la Universidad del Rosario, donde le correspondió ver realizado el proyecto del Museo institucional.

Acaso la clave de la persistencia centenaria del Rosario está en los personajes que le comunican toda su vitalidad a la institución, en quienes condensa la totalidad, como en los símbolos de monseñor Pinilla.

 

El recuerdo del Dr. Nieto está asociado necesariamente

al uso de la palabra, en todos los escenarios.

 

Coda: en una sesión del Proyecto Recordari del Archivo Histórico (2017), el Dr. Nieto nos compartió una historia y un cuento.

*Pinilla, G. (1991). Diez símbolos del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Revista del Rosario, (55), 71-76.

Doctor Luis Enrique Nieto Arango
(1947 – 2020)
 
Decir algunas palabras sobre alguien que acaba de fallecer es un compromiso delicado y difícil en la mayoría de los casos. Porque la sensibilidad adolorida puede empañar y desdibujar lo que realmente deberíamos o quisiéramos decir. Porque el tópico habitual tiende a llevarnos a los panegíricos y a los elogios desmedidos; o porque las instancias institucionales suelen generan obligaciones y compromisos… Nuestra realidad social y política abunda en ejemplos de este proceder, con frecuencia servidor de las apariencias, pero no de la verdad. Es claro que la preocupación por los elogios póstumos solo está poniendo en evidencia los vacíos reales que se quiere ocultar en el elogiado.

Pero esta dificultad, para fortuna nuestra, no se da en todos los casos. Hay personas -como el “Doctor Nieto”- cuya vida misma se convierte en la repuesta y antídoto para todos esos riesgos y peligros. Por eso, nuestra actitud ante su reciente fallecimiento debe ser -en primer lugar- de profundo y respetuoso silencio. Silencio ante una vida que merece todo nuestro respeto. Silencio ante este “paso” que acaba de darse en su existencia, culminando una tarea honestamente desarrollada a lo largo de muchos años. Silencio para alejarnos de la crítica barata y del juicio irreflexivo de quienes se consideran muy actuales y modernos, siempre poseedores de la verdad. Silencio para ver, contemplar y admirar los valores de su vida y de su ejemplo; silencio para ver con objetividad sus limitaciones, sin convertirlas en peldaños de nuestras aspiraciones. Silencio para sentir y llorar su ausencia, sin caer en aspavientos. Silencio para digerir lo que hay de perenne enseñanza en su vida y en su ejemplo. Silencio para que -quienes somos creyentes- pongamos su vida en las manos misericordiosas de Dios. Cuando una persona ha fallecido, la primera palabra que merece es nuestro silencio.

¿Qué nos han dicho estas horas de silencio, a unos días escasos de su muerte?

En primer lugar, quisiera hacer referencia al MAESTRO. Hoy lo reconocen abundantemente quienes fueron sus alumnos. El “Doctor Nieto” supo aunar el saber académico con la sabiduría que establece diferencia entre el profesor que imparte contenidos y el maestro que es facilitador en la construcción de la vida. Hay personas, como él, que siguió siendo maestro, aunque estaba ya alejado de la cátedra. Porque el ser maestro no lo dan los contenidos o los diplomas o las funciones; lo aporta la persona. Hace unos meses, cuando recorría con paso apresurado -y ya algo cansino- las dependencias del Claustro, cuando ya no estaba “en clase” y cuando los años empezaban a pesarle, seguía enseñando a quienes sabían entender su lección de dedicación infatigable, de servicio, de colaboración.

También en estos primeros días de su ausencia, me he reencontrado con el “Doctor Nieto” SERVIDOR. Sin mencionar las diferentes tareas cumplidas por él antes de esta segunda vinculación con la Universidad del Rosario, me doy cuenta de que, en su caso, no es necesario apelar al largo historial de su vinculación. Ya que la sola duración prolongada de un contrato no convierte al funcionario en servidor ni transforma el puesto en un servicio… Se daba en él, ese plus personal, que enriquecía y transformaba la acción de cada día. Entendió a cabalidad y nos mostraba en su quehacer de cada día que la autoridad solo tiene sentido cuando se ejerce como servicio a la comunidad. Podía servir y servirnos porque era un hombre sencillo y humilde.

Me atrevo a entrar, sigilosamente y de puntillas, en su intimidad personal, en búsqueda del corazón y motor de su ser y de actuar. Omito las actividades realizadas anteriormente por él en otras instituciones: de ellas podrán hablar quienes allí lo conocieron. Al mirar estos últimos lustros rosaristas, se pone en evidencia una realidad innegable: el “Doctor Nieto” era un hombre EMPAPADO EN EL AMOR A LA UNIVERSIDAD. En ocasiones como esta, es oportuno recordar el aforismo de los antiguos romanos: “No se puede amar lo que no se conoce”. Y, al mismo tiempo, traer a colación cómo otro maestro de la Universidad Salmantina -Don Miguel de Unamuno- dio vuelta a dicho aforismo, ampliando y redondeando su significado: solo se puede conocer aquello que se ama. Precisamente porque era un profundo conocedor del Colegio Mayor (historia, personajes, acontecimientos, funcionarios, riquezas artísticas, anécdotas…), tenía razones sobradas para amar su Universidad. Y porque la amaba en forma entrañable, estaba capacitado para conocerla cada vez mejor. En él, este conocimiento y el amor a la Universidad fueron inseparables. Por eso, hasta algunos mínimos detalles, cobraban para él un especial valor; lo que para muchos de nosotros era trivial, para él se convertían en datos “importantísimos”.

Y como la boca habla de lo que abunda en el corazón, le faltaban ocasiones para compartir con quien se encontrara a su paso esos conocimientos y ese amor. Es este, a mi modo de ver, el marco justo para encuadrar sus historias, sus cuentos y anécdotas; a veces, reiterativos, largos y archisabidos.

Y porque en él se daba este amor, todos los planos de su existencia diaria entre nosotros, estaban marcados por la cercanía, por el calor humano, la sencillez, la capacidad de oír y de comprender. Ni sus trayectorias anteriores, ni sus logros, ni las funciones desempeñadas, ni las distinciones recibidas lo alejaron de los demás. Lo que nos lleva a destacar su profunda HUMANIDAD, significando con este término cómo confluían en él una serie de riquezas (valores) que convierten a una persona en ícono y paradigma.

Reconstruyendo estos doce últimos años de mi contacto con él, quisiera referirme al “Doctor Nieto” como un HOMBRE DE SU TIEMPO. Esta condición es, a no dudarlo, un elogio para cualquier persona. Representa el equilibrio entre el visionario que no se ocupa sino de futuros posibles y el retrógrado que absolutiza -como mejor- todo lo pasado. Como en el mundo que nos tocó vivir se acelera la velocidad de los cambios, lo “futuro”, lo “nuevo”, lo “actual” se abalanzan sobre todos. Por lo cual no es fácil para todos responder con la misma celeridad a los cambios e innovaciones. Y me refiero a esto, porque en este aspecto radican algunas de las críticas que se le hicieron. Las fechas de nacimiento no indican ni antigüedad (y retraso) ni modernidad (y actualidad). Pensar así es ignorar datos elementales como es la construcción de la propia humanidad a través del tiempo. La constatación de su edad no puede convertirse en una descalificación. Los modernos deben tener en cuenta que la única manera de levantar con rigor las nuevas estructuras es apoyándose en las ya existentes: “No se puede amar lo que no se conoce”.

Cierro estas palabras con un abrazo entrañable. El que no le pude dar físicamente, a causa de esta dolencia que nos encierra y nos separa. Si no volvemos a verlo por los corredores del Claustro, se deberá a nuestra limitación visual, pues su espíritu seguirá orientando y enseñando. ¡Que descanse en Paz!

Jaime Restrepo Zapata, 23 de octubre de 2020.