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La transición Carrasquilla-Castro Silva en el Rosario

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Cuando el 18 de marzo de 1930 dejó de existir Rafael María Carrasquilla, quedó encargado de la rectoría del Colegio, interinamente, el vicerrector Jenaro Jiménez. A fin de mes le ponía un telegrama a monseñor Castro Silva, a la sazón residente en París, comunicándole su elección para dirigir el Claustro. El designado aceptó, si el arzobispo de Bogotá no era de otro parecer. El arzobispo, Ismael Perdomo, que había dado la extremaunción a monseñor Carrasquilla, despachó el asunto lacónicamente: “Acepte Bendígolo”.

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Cabe notar que el patrono, el día 14, no se había pronunciado sobre la elección. AHUR: caja 922, carpeta 9 f.4.

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AHUR: caja 922, carpeta 9 f.5.

Para llenar la vacante, el Colegio volvía a practicar el sistema electivo. La cuestión de la elección de rector aparece en El Tiempo de 14 de junio de 1930, donde se anuncia que hay conflicto, entre consiliarios y estudiantes, respecto de los candidatos. Los estudiantes pedían, de entrada, al Dr. Bermúdez en la terna; de lo contrario, prometían huelga, asegurando contar con el apoyo de la Federación Nacional de Estudiantes.

El Tiempo, 14-6-1930.
El Tiempo, 14-6-1930.

Los consiliarios y colegiales sostenían la candidatura de Castro Silva. El 14 era día de elección, consecutivo a tres de consultas previas. José Alejandro Bermúdez (1886-1938), clasificado cuarto, quedó por fuera de la terna que se envió al presidente de la República, señor Abadía Méndez (entonces catedrático de Constitucional).

Don bandos.

Según la prensa, la cosa estaba muy pareja entre los colegiales: cuatro eran partidarios de Bermúdez y los seis restantes de Castro. A este lo apoyaban asimismo los consiliarios Montalvo, Ferrero y Goenaga. Los estudiantes, por su parte, habían nombrado voceros a los profesores Carlos Lozano y Eduardo Zuleta. La Consiliatura parecía intransigente.
Tales eran los antecedentes de la elección que había de verificarse a las diez de la mañana de ese sábado 14.

Ferrero

La elección.

Ese día dirigió la sesión el rector interino. Luego del Ave María, procedió a leer apartes de las Constituciones relativos al asunto. De parte de la Consiliatura, Ferrero recomendó acatar el fallo; a lo cual los estudiantes presentes respondieron con un murmullo de protesta. La elección se verificó entre los seis candidatos que habían figurado en el debate, a saber: Castro, Jiménez, Bermúdez, Gómez Restrepo, González Valencia y Goenaga. El escrutinio fue, respectivamente: 14, 11, 9, 4, 3, 3. Bermúdez, entonces, quedó por fuera; a lo que se siguió el desconcierto y desorden del auditorio. La prensa reveló el nombre de los colegiales bermudistas: Antonio Escobar, Belisario Latorre, Alejandro Domínguez y Braulio Galvis.

Los candidatos enfrentados eran colegas y amigos.
Los candidatos enfrentados eran colegas y amigos.

Por una bandera.

A juicio de los estudiantes, el procedimiento no era democrático y la Consiliatura imponía su voluntad. Carlos Lozano, invocando la memoria de Carrasquilla, pidió respeto a las tradiciones del Colegio; censuraba, no obstante, la actitud de la Consiliatura. Lo que siguió es increíble: el rector Jimenéz disputó a los estudiantes la bandera del Colegio, sustraída de la sacristía de la capilla. El rector ganó la seda bordada, los estudiantes se quedaron con el asta.
Tomados los balcones del café Riviere, los estudiantes emplearon toda su oratoria contra el Dr. José Antonio Montalvo, presunto culpable de la derrota del candidato estudiantil, a quien achacaban servirse “de medidas ocultas y veladas”, para “burlar la opinión” del estudiantado. Razones suficientes para declararlo “persona no grata” al Colegio y exigirle su renuncia, en comunicado del día 14.
Siguiéronse los discursos, solicitando la reforma de las Constituciones y, luego, el apoyo de la Federación, entonces presidida por Diego Luis Córdoba. Por este lado, ofrecían apoyo irrestricto al movimiento rosarista. Materialmente, la Federación garantizó alojamiento por tres días, en la Casa del Estudiante, a los internos rosaristas. Gesto semejante tuvieron con ellos los estudiantes de otras facultades, acogiéndolos por cuenta propia. Debe de ser la primera vez que el término “compañerismo” sale en la prensa.

“Según Dios y su conciencia”.

El Dr. Montalvo. Revista Cromos, No. 2880, abril 2 de 1973 (fuente: Colarte).
El Dr. Montalvo. Revista Cromos, n. 2880, abril 2 de 1973 (fuente: Colarte).

Interrogado por los periodistas, Montalvo simplemente dijo que había elegido “según Dios y su conciencia”, conforme había jurado ante los Evangelios. Consideraba, pues, inadmisible toda influencia ajena. Añadió que de antes tenía pensado renunciar la cátedra de Derecho penal, pero que separarse de la Consiliatura le era imposible. Bermúdez, por su parte, evitó comentar el incidente, por consideración a su amigo, el Dr. Castro Silva. En todo caso, no se consideraba serio candidato para el puesto y prefería quedarse al margen de los hechos.

En los despachos.

A pesar de ser la elección rectoral asunto de la Consiliatura, los voceros estudiantiles, Lozano y Zuleta, fueron a conferenciar con el ministro de Educación, Dr. Eliseo Arango, quien de todos modos ofreció colaborar. Con el mismo fin, los voceros citaron un consejo de profesores, para examinar la situación. Los profesores, al parecer identificados con los estudiantes, iban a reunirse con el Dr. Abadía,  a ver qué solucionaba. Mientras tanto, los rosaristas solicitaron a los ternados su renuncia, con el fin de proceder a repetir la elección. Se decía, incluso, que esperarían la posesión del nuevo presidente, Dr. Olaya Herrera, de quien esperaban resolviera favorablemente.
Quien sí se manifestó públicamente en favor del movimiento fue el rector de la Universidad Libre, Jorge Soto del Corral. Lamentaba en su comunicado que se rompiera “la armonía indispensable entre profesores y estudiantes (…) que no deben tener otra norma que la cooperación”. De paso les ofrecía las puertas de su institución, mientras durara la situación anómala.
Otro tanto hizo el rector interino, en comunicado que desmentía los rumores de su renuncia. El mismo día 14, El Tiempo reproduce un comunicado del Centro Departamental de Estudiantes en que, además de solidarizarse con la huelga, aducen un presunto desconocimiento de los derechos de los estudiantes. El fondo del asunto, indica, es “la reforma de los estudios, tanto de segunda enseñanza como de Derecho y Filosofía y letras”. En resumen: reformas al pénsum y al sistema electivo, cambios sustanciales habida cuenta del “herrete medioeval de sus constituciones oligárquicas”. Pasando de los considerandos a las resoluciones, declara la huelga del Colegio, excita a los estudiantes universitarios y de segunda enseñanza a solidarizarse con los rosaristas y, finalmente, manifiesta su indignación ante “la actitud claudicante de los colegiales de número que traicionaron la voluntad manifiesta de sus compañeros de aulas”.

15-6-1930.
Extenso cubrimiento periodístico. 15-6-1930.

El domingo 15, la comisión de profesores se entrevistó con el ministro de Educación, Dr. Eliseo Arango. El funcionario manifestó la intención de “prestar su contingente en cuanto pudiera ser útil”, recordando de paso que el Colegio es “un establecimiento particular que se rige íntegramente por normas propias, con entera autonomía e independencia del ministerio”. De las deliberaciones también participó el Comité Ejecutivo, nombrado por los estudiantes para dirigir el movimiento. La reunión produjo un proyecto de acuerdo para levantar la huelga, dirigido al presidente de la República. El complicado expediente, según se filtró a la prensa, consistía en lo siguiente, más o menos: como los dos primeros de la terna, Castro y Gómez, se hallaban en el exterior, el presidente debía elegir a González Valencia, “quien enterado de la verdad de la situación, renunciaría”. Así las cosas, quedaba el presidente en capacidad de nombrar rector interino, con prescindencia de la Consiliatura. Al efecto, los estudiantes sugerían el nombre del Dr. Esteban Jaramillo, entre otros. Una vez nombrado, el rector procedería a nombrar nueva Consiliatura, a lo cual se seguirían las renuncias del vicerrector Jiménez y de los colegiales contrarios al movimiento. En tal estado de cosas, se aceptaba la elección del primero de los ternados, de quien se esperaba obtener la reforma constitucional. Reforma que pondría al Colegio en el contexto “de la reforma universitaria general que el gremio estudiantil de la República está persiguiendo pacientemente hace tanto tiempo”.

Hasta la reina simpatizaba con el movimiento...
Posiciones radicales. Hasta la reina simpatizaba con el movimiento...

La comisión de profesores se presentó ante el Dr. Abadía, quien les dijo casi lo mismo que el ministro: que él no podía menos de “acoger, acatar y aprobar aquella elección, que le imponía nombrar como rector al primero de los candidatos que figuran en dicha terna”. Mucho menos cuando él mismo había renunciado la facultad de elección directa de rector, a fin de devolverle al Colegio el régimen electivo.

La marcha de los colchones.

Por la tarde fueron los comisionados estudiantiles a dar parte del mal éxito de las conferencias del Palacio de la Carrera. En la Casa del Estudiante, el rosarista Héctor Martínez Guerra ocupó la tribuna para exhortar a los presentes a acudir al Colegio para sacar los colchones de los dormitorios, acto seguido marchar con ellos por las calles como pública protesta. Que tuvo como punto culminante un discurso, con la particularidad de que se verificó sobre una tribuna de colchones y tendidos de cama. El orador de la insólita tribuna fue Juan de Dios Jaramillo. Luego de la respuesta de un camarada anónimo de la Libre, unos ochenta estudiantes, con sus fardos, emprendieron la marcha por la Calle Real, que los condujo predeciblemente a la Plaza de Bolívar, para ir a dar al Palacio de la Carrera, donde se sumó a la protesta público general. Los abajos de la multitud se distribuyeron equitativamente entre el presidente y el Dr. Montalvo.
La marcha desembocó en la Casa del Estudiante, donde se comenzó a atender a los huelguistas. Se esperaba que el Dr. Lozano hablara desde el Capitolio, mas parece que su plan era ir a convencer al vicerrector Jiménez de su renuncia. Entre tanto, el movimiento contemplaba la posibilidad de perder los quince días que faltaban de clase, entrar en vacaciones y esperar una actitud distinta de la nueva administración. Seguro no esperaba la renuncia de la postulación hecha por el Dr. Bermúdez, no queriendo “que su nombre, un simple accidente, sea motivo de estos conflictos y de que los estudiantes puedan sufrir quebrantos por él”.

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Peleas por banderas, marchas de colchones y otros rasgos insólitos de agitación. Revista Cromos, 22-3-1930.

Se arrienda el Colegio.

Sacado el último colchón (unos 120, según el cronista), se estableció una guardia en la puerta del Colegio, adornada con la leyenda de “se arrienda: háblese con Abadía”; otro letrero ponía la parodia “estos, Fabio, ay dolor, que ves ahora, fueron un tiempo claustros del Rosario”. La huelga era, pues, un hecho. El viejo portero del edificio, apodado “fray Cristóbal”, al parecer estaba del lado de los muchachos.
A la hora de la comida, llegó a reunirse con los estudiantes la reina María Teresa. Los rosaristas la recibieron con murga. Hubo luego alocución de la soberana a las madres de los huelguistas, solidarizándose con “los estudiantes que siempre han formado en las filas de las avanzadas renovadoras y progresistas” y censurando a “quienes en esta hora todavía se sinceran de ideas anticuadas y métodos en un todo apartados de la revolución educacionista”.

Rosario reina

El lunes 15, El Tiempo publica una nota de los estudiantes de Derecho penal, en que piden la renuncia del catedrático, Dr. Montalvo. Texto breve pero bastante para ilustrar el ánimo de una “juventud noble y generosa, aun para con quienes, quizá debido a su temperamento, han querido traicionarla”. De parte de la Facultad de Derecho de la Universidad Libre, Luis E. Lozano comunica el apoyo decidido al movimiento rosarista “en la consecución de los fines que se proponen alcanzar para que sus deseos no sean burlados y supeditados por el antiquísimo principio de autoridad, que debe despojarse totalmente de los centros educacionistas”. Insistía en un punto que sonaba en varios comunicados de esos días: se sentía que el sistema de elección contaba a los estudiantes “como un accidente dentro del claustro y no como una fuerza integrante de las disciplinas docentes”. Al Dr. Bermúdez, en cambio, se le tenía por “alto exponente de las letras colombianas y verdadero conductor de las ideas renovadoras que encauzan el espíritu de la juventud independiente”.
Para el martes 17, la prensa comunicaba que la Consiliatura no había acudido a la cita con el ministro; al paso que los estudiantes sí lo habían hecho, dejándole en el despacho un proyecto de reforma, consistente en dicinueve puntos, más la solicitud de que renunciara íntegra la Consiliatura. Se comprometían a aceptar el nombramiento del Dr. Castro Silva para rector, confiados en que este renunciaría la designación, como los dos compañeros de terna, por carecer de respaldo estudiantil. Lo cierto era que el presbítero se había embarcado para Colombia en San Nazario.
En las calles, los rosaristas rindieron homenaje de gratitud a doña María Teresa, quien nombró, para contestar los elogios que se le tributaron, al Dr. Jorge E. Gaitán.
El miércoles 18, El Tiempo informaba que los profesores habían llegado a un plan de transacción, sometido a la Consiliatura a través del rector. Aparte, los consiliarios habían acudido a la cita con el ministro, de donde quedaron comprometidos a estudiar los puntos de los huelguistas.

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Los titulares del jueves 19 eran francamente alarmantes: huelga decretada en toda Cundinamarca; la Consiliatura no accede; el profesorado renunció en masa. Tan alarmantes que el Editorial del periódico llama a concentrar el movimiento al Colegio del Rosario, en vista de la posibilidad de que a la huelga estudiantil se siguiera una obrera. Se advertía de la agitación que ello acarrearía, de manera que se exhortaba a que “los estudiantes, conscientes de las necesidades públicas, impidan todo, absolutamente todo lo que pueda ocasionar desórdenes que podrían ser fácilmente explotados por elementos inciertos”. La Consiliatura había respondido la víspera, al ministro, que no podía proceder a la elección de nuevo cuerpo directivo, “con prescindencia de su opinión [del nuevo rector] y de su voto”. Como tampoco estaba de acuerdo en la amnistía general, lo que redundaría “en perjuicio de la moral del Colegio”. Conocida la respuesta en la propia sede del movimiento, el Dr. Lozano renunció su cátedra, excitando a sus colegas a hacer lo propio. La proposición fue aprobada unánimemente. Aclara el diario que, durante la protesta, en la Casa del Estudiante ha habido clases; que el Dr. Enrique Becerra ha ofrecido su despacho para lo mismo y que el Dr. Lozano recibe en su cátedra de Penal, en la Universidad Libre, a los exalumnos del Dr. Montalvo.

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Como detalle histórico y curioso, cabe mencionar que los estudiantes del Rosario, siguiendo la tradición, asistieron uniformados y en comunidad a la procesión de Corpus.

Para el viernes 20 estaba programada una manifestación estudiantil ante el ministro de Educación, en que llevaría la palabra el ya mencionado estudiante de Derecho, Diego Luis Córdoba. La manifestación, reunida en el parque de Santander, tomó rumbo al Capitolio. Al pasar frente a la oficina del Dr. Gaitán, se le pidió al penalista un discurso. Su intervención se centró en exaltar el movimiento y su espíritu reformador. Ya ante el Capitolio, habló Córdoba y respondió el ministro, quien se comprometió a llevar al parlamento un proyecto de reforma instruccionista. A pedido de la multitud, habló luego Silvio Villegas. Su enérgica intervención atacó al Dr. Abadía por doble concepto: como catedrático y como presidente.
Reproduce el diario una curiosa adhesión: la del presbítero Pedro Gómez Silva, “hijo espiritual de monseñor Rafael María Carrasquilla”.

Murcia Riaño estaba en la procesión y luego arengando a los estudiantes.
Murcia Riaño estaba en la procesión y luego arengando a los estudiantes.

Fin del conflicto.

Llegados al punto de la huelga, respaldada por sectores políticos, el mismo viernes hubo consejo de ministros en que se resolvió la intervención del Gobierno. Procedía el presidente, en un solo decreto, a nombrar para rector al Dr. Castro Silva y a renovar íntegra la Consiliatura. Los candidatos patrocinados por el movimiento eran los doctores Lozano, Jaramillo, Zuleta y Murcia Riaño, en remplazo de Montalvo, Ferrero, Rengifo y Jiménez.
El sábado 21 se terminó la huelga general; los rosaristas esperarían la elección de la nueva Consiliatura. En los balcones del Ambassador hubo intercambio de discursos: por los estudiantes, Felipe Lleras y José Mar; contestó el Dr. Goenaga, por los profesores. Dijo Lleras, entre otras cosas, que “el principio de autoridad no puede interpretarse como un elemento esclavizante, sino como la interpretación auténtica de la voluntad popular de donde ella dimana”. No dejaba de notar que el movimiento rosarista era parte del problema educativo, ya que “las instituciones universitarias están cuarteadas y amenazan ruinas”. El Dr. Goenaga, abundando en las mismas opiniones, no entendía la autoridad “como un postulado inflexible”, sino como un principio “lo suficientemente dúctil y de amplia contextura, capaz para recibir y contener la savia de la vida nueva que traen los tiempos”. Siendo la autoridad “un atributo que otorga la colectividad sobre la cual se ejerce, nunca ella puede ejercitarse sino para procurar el bien de la colectividad que delega ese atributo en manos expertas y comprensivas”. Habló en seguida el Dr. Lozano, con palabras de aliento a la juventud. Luego intervino José Mar, cuyo discurso reconocía el patriotismo de monseñor Carrasquilla, a tiempo que notaba su oposición a tratar el problema social. Alejándose del problema escolar, se centró en el compromiso de las nuevas generaciones con la resolución de las demandas de la clase campesina. Cerró la manifestación el Dr. Murcia Riaño animando el movimiento y recordando la actuación de los estudiantes en los hechos recientes del ocho de junio, por lo que Bogotá les debe “gratitud que ahora debe retribuirles en apoyo a sus anhelos”.

Ambassador

El domingo 22 se publicó el decreto en que se nombraba rector, cuyo art. 2.mandaba “la elección de nuevos consiliarios, a fin de que la vuelta al régimen electivo se cumpla en toda su integridad”. Terminaba la semana con una huelga a medias, a la expectativa de la elección de Consiliatura.

Reparos constitucionales.

El lunes 23 la prensa expresaba inquietudes sobre la forma de la elección, sin saber a ciencia cierta si ella correspondía a consiliarios y colegiales, o solo a estos últimos. Mientras tanto, el ministro iba a reunirse con los colegiales. Parecía que los electores ya habían cablegrafiado al nuevo rector para conocer sus candidatos. Informa el diario que las clases se han mantenido durante la protesta, en sitios alternos.
No obstante que el diligente ministro había ido nuevamente a conferenciar con los consiliarios, con el fin de explicarles la intención del Gobierno, el martes 24 amanece con la nueva de que la Consiliatura no acepta el decreto presidencial, en lo relativo a la elección de consiliarios, habida cuenta de que el Colegio “es un instituto absolutamente autónomo en el cual el Gobierno no tiene sino muy limitada injerencia”. No se procederá a la elección hasta tanto se posesione el nuevo rector, quien parece no retornaba al país antes de fin de año. En conclusión, la Consiliatura mandaba cerrar el Colegio hasta agosto.
Se anunciaba, en dicho trance, nueva ronda de consejo de ministros. El expediente que se ofrecía era, derogando el decreto presidencial que volvía la elección rectoral al Colegio, nombrar un rector que verificara la elección de Consiliatura.
Informa ese día el diario que el número de huelguistas ascendía a 230; de los cuales 50 eran estudiantes de Derecho, los restantes de segunda enseñanza.

Cierre
El movimiento no había sido enteramente estéril: el proyecto de reforma instruccionista iba a pasar en la próxima legislatura. Otra parte de la atención del público estaba dirigida a la elección de la reina de los estudiantes.

El miércoles 25, el diario insertaba la nota de respuesta de la Consiliatura al ministro. Consideraba Jiménez, a nombre de dicho cuerpo, que la segunda disposición del decreto 987 del 21 de junio “va más allá de las atribuciones del excelentísimo señor patrono”; que la autonomía “no se compadece bien con una orden que implica la intervención directa de aquella alta autoridad oficial en el régimen del instituto”. La Consiliatura también entraba a jugar con la cercanía de las vacaciones, pensando que luego de ellas se habrían serenado los ánimos y se darían las condiciones para la elección. Confiaban en que el rector electo vendría para la segunda quincena de julio. Los estudios se reanudaban el 1.de agosto, según calendario.
La gravedad de la situación era clara para el editorialista, quien excitaba al Ejecutivo a “ejercer las facultades supremas que tiene para restablecer una normalidad en mala hora rota”.

"El Dr. Abadía y las tribus goajiras".

Así iban las cosas cuando el conflicto ya duraba más de diez días. La situación queda bien pintada con una frase de los estudiantes al señor Rueda Vargas: “La distancia entre esos señores [consiliarios] y nosotros era más grande que la existente entre el Dr. Abadía y las tribus goajiras”. La huelga dejaba de producir titulares de primera plana, remplazada por las celebraciones estudiantiles y por la figura del presidente electo, Dr. Olaya Herrera. Incluso se mezclan: anuncia el medio que se dará una función en el Olympia a beneficio de los rosaristas, con asistencia de las candidatas. Prometía asimismo batalla de flores, murgas estudiantiles y la cinta Zar y poeta, “genial producción”.
Mientras tanto, el movimiento había ganado el respaldo de excolegiales. El Dr. Jiménez ya no era rector, en vista de lo mandado por el decreto presidencial. El ministro había contestado a la Consiliatura y se esperaba su última respuesta. El Dr. Ferrero fue comisionado para transmitirla y anunciarle al ministro que ellos cedían en la clausura, pero reservándose el derecho de castigar a los instigadores del movimiento. El comité rosarista no aceptó. Con lo cual se esperaba que el Gobierno actuara enérgicamente, sumando a las medidas ya previstas, la destitución del rector interino y el nombramiento de otro en la misma calidad. A la barrera de la autonomía se oponía el hecho de que el Colegio, siendo instituto privado, prestaba un servicio público. En tal sentido, se veía la posibilidad de que la Cámara acusara al ministro si no intervenía.
Con el anuncio de la función en el Olympia cierra el periódico su cubrimiento de la noticia para el domingo 29.

La vida estudiantil seguía su curso, en pleno carnaval.
La vida estudiantil seguía su curso, en pleno carnaval.

¿El Colegio contra el presidente?

El lunes 30 se conoció un comunicado del Dr. Jiménez, en respuesta al ministro de Educación. Afirmaba que no se pretendía desconocer el patronato y sus prerrogativas. Repetía la excusa de esperar al nuevo rector para la elección de cuerpo directivo, a fin de “fomentar la completa armonía y unidad de miras” en el gobierno del Colegio. Prometía, por ello, consultar al Dr. Castro Silva sobre la pertinencia de adelantar la elección de Consiliatura. Insistía, por fin, en que los revolucionarios “han puesto en grave contingencia la vida misma del Colegio”, y que ni Dios mismo perdona al pecador obstinado.
Para el martes 1.o de julio, el redactor de El Tiempo, resumiendo las dos semanas de conflicto, señala que ya no se trata de una falta de inteligencia entre los estamentos del Colegio, sino de un enfrentamiento de la Consiliatura con el Gobierno. Informaba que la víspera se había celebrado uno reunión entre ellos, para hallar la fórmula de acuerdo.
El miércoles 2 se informa la renuncia del Dr. Jiménez, fórmula acordada para salir de la crisis. Para el paso, este nombraría al nuevo vicerrector interino, nombramiento que recayó en el Dr. Antonio María Barriga Villalba. Sobre los detalles de la elección, el redactor informa que, además del elegido, los estudiantes habían propuesto el nombre del Dr. Gerardo Arrubla y los ya citados Jaramillo, Suárez Murillo y Goenaga. El problema residía, otra vez, en la forma de la elección. En conferencia privada entre el Dr. Ferrero y el ministro, se pactó que Jiménez verificara la elección, antes de renunciar. Los estudiantes se declaraban satisfechos, a tiempo que el elegido afirmaba estar “animado de la mejor buena voluntad para realizar, desde el honroso cargo que se me ha confiado, una labor de conciliación absoluta”.
Solo faltaba que el nuevo rector se pusiera de acuerdo con la Consiliatura para que autorizara la convocatoria a elección de cuerpo directivo.

La "renuencia de los consiliarios" y la ausencia de los estudiantes.

Repentinamente, el sábado 5, informa el diario la renuncia del Dr. Barriga, debida a la “renuencia de los consiliarios a retirarse de los cargos que ocupan”. Entre tanto, los estudiantes solicitaban del ministro el traspaso de las becas que la nación tiene en el Rosario a las facultades nacionales. Había, pues, desbandada de estudiantes, renuncia de un rector que no se había posesionado y retirada de monseñor Jiménez “a Fontibón, donde están situadas algunas de sus propiedades particulares y reside su familia”.
El lunes 7, la situación era así: no había rector, el Colegio estaba prácticamente clausurado y se esperaba la decisión del ministro sobre las becas de la nación.
El martes 8 ocupaba la primera plana doña Anita Sáenz, elegida reina de los estudiantes con 51 888 votos. Al pie, leíase que el decreto ministerial era inminente, relativo a la “matrícula extraordinaria en la Facultad Nacional de Derecho para los estudiantes rosaristas de Jurisprudencia, y en la Escuela de Comercio para los alumnos de segunda enseñanza”; así como lo concerniente al traslado de becas.

Anita Sáenz
"En el argot de la tramollería electoral, el chocorazo es eso: tumbar a alguien que en un momento dado está siendo elegido, y durante el escrutinio de los votos meter a otro asignándole muchos más votos de los que tenía hasta hacía pocas horas". El entrañable "chocorazo".

Matar a palos…

El miércoles 9 no había signos de mejoría: la Consiliatura expulsaba a 14 estudiantes, a causa de “los hechos del día de ayer, en que un grupo de alumnos invadió violentamente el local del Colegio y la casa rectoral”. Denunciaban daños, “ultrajes de obra” y amenazas. Llama la atención que la resolución lleva fecha de 5, firmada por el rector Jiménez. Sobra decir que el movimiento se declaró en solidaridad con los afectados. El ministro, por su parte, seguía prometiendo los decretos pertinentes.
En la última página, aparece la insólita foto de un grupo de rosaristas expulsados, posando en el Claustro.

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El jueves 10, el editorial ponía “La tragedia del Rosario”, achacándosela al “concepto faraónico de la autoridad”. Era notorio que la responsabilidad de la catástrofe recaía en “el orgullo momificado de los señores consiliarios”. Insistir en el principio de autoridad ante la desbandada de los alumnos era, en fin, “una teoría tan alegre como la que consagrara para el padre el derecho de matar a palo a los hijos como demostración del concepto jerárquico”.
Así quedan las cosas. En las primeras planas, protagoniza el presidente electo, la transmisión del poder, la llegada de la Misión Kemmerer, la reforma educacionista. La inauguración del busto de Silva pasa en las páginas interiores. Al fin, el 13 de agosto, vuelve a informar el diario sobre la reanudación de labores en el Rosario. Hablaba el rector electo, recién vuelto al país, para desmentir los rumores de supuestas conferencias con consiliarios y profesores. Anunciaba reunirse con el presidente y patrono, además de verificar la apertura del Colegio esa misma semana. No resolvía, entonces, nada sobre nombramiento de vicerrector. El editorial del día volvía a lamentar el cierre del instituto, debido al “criterio hosco, diminuto y litigante para combatir los anhelos justos de la juventud”, muy distinta de la “autocracia paternal, inteligente” de Carrasquilla.

La fórmula Barriga no funcionó. Olaya parece que tampoco la tenía muy fácil.
La fórmula Barriga no funcionó. Olaya parece que tampoco la tenía muy fácil (nótese el régimen tradicional de "renunciar", sin preposición).

La era Castro Silva.

Por fin, el sábado 16 se anunciaba la reapertura del Colegio. Se daba cuenta, no obstante lo dicho, de varias conferencias del Dr. Castro Silva para informarse de la situación del paro, antes de aceptar el nombramiento. Incluso tuvo una con el nuevo ministro de Educación, Abel Carbonell, para estudiar las bases de reanudación de tareas. De dicho acuerdo provino la aceptación del cargo. Anunciábase, pues, elección de consiliarios y revisión de las Constituciones, que datan de la época del fundador.

Titular de 13-8-1930.
Titular de 13-8-1930.

El domingo 17, se informaba que el Dr. Castro se había posesionado la víspera, que el decreto de expulsión quedaba derogado, a tiempo que concedía amplia amnistía. El decreto de elección de consiliarios estaba para firma del presidente. Se esperaba reiniciar tareas el jueves, con retraso de quince días, pues los estudios debían principiar el día primero. Asimismo, el nuevo rector debía proceder a nombrar profesores, pues todos habían renunciado sus cátedras.
El viernes 22, la opinión pública conocía la composición dela nueva Consiliatura, consistente en el rector y los doctores Tomás Rueda Vargas, Marcelino Uribe Arango y José Vicente Huertas. Se esperaba que el presidente firmara el decreto. Nada se sabía del nombramiento de vicerrector, incluso se rumoraba la posibilidad del Dr. Jenaro Jiménez.
El domingo 24 se conocía que, por falta de firma del patrono, la nueva Consiliatura no podía posesionarse, luego no podía resolver el conflicto. La cuestión seguía, pues, dilatándose.
El martes 26, el redactor del diario saludaba la nueva actitud de la Consiliatura, la elección del rector, “saludable y oportuna”, animada de un “alto espíritu de conciliación que nada merma el decoro de su autoridad”. Aprobaba también la resolución de extinguir la Facultad de Derecho del Rosario, en favor de la enseñanza de las ciencias naturales y experimentales. Medida que significaba “un síntoma de la reacción nacional contra la industria del pleito y contra el despotismo del papel sellado”.
Así termina el cubrimiento periodístico de El Tiempo. La era Castro Silva abarcará varias décadas de la vida del Colegio. Pero esa es otra historia…

La otra voz.

En la Revista del Rosario (1930) se reproducen las actas de las sesiones electivas. De allí resaltamos lo siguiente: Castro Silva tenía unanimidad desde el principio (14 de 14), Bermúdez el segundo puesto, con 9 votos; José María González Valencia, tercero, con 5. En vista de ello, se debatió si era pertinente enviar al patrono el solo nombre de Castro o si la terna. Los estudiantes, desde la segunda sesión, ya sugerían el nombre de Bermúdez. Para la tercera, ya amenazaban huelga, si no conseguían la terna arriba citada, que era la misma que se desprendía de las consultas. En dicha sesión, Castro seguía con todos los votos (15 de 15), González subía al segundo (10), mientras el candidato de los estudiantes caía en el gusto de los electores (quinto, con 6). Para la famosa sesión pública del 14, Bermúdez estaba totalmente arruinado: cuarto, con 4.
¿Por qué dejó de agradarles a los electores?