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Titivilo, diablillo notario

Titivilo, diablillo notario

Si hay un santo para cada ocasión, puede decirse también que hay un demonio al que achacarle nuestras cotidianas metidas de pata. Uno muy simpático era el que tenía por encargo recolectar los errores u omisiones de los religiosos a la hora de decir el oficio divino. La cosa era grave, pues quien no decía bien las Horas se atenía a la maldición divina y un demonio impertinente (daemon ineptus) llenaba diariamente muchos libros registrando los defectos de las Horas.

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Titinilo, en un grabado alemán del s. XVIII.

Quien así advertía era Guillermo, obispo de Magalona, en su Vetus admonitio ad Clerum de modo dicendi Horas (Antigua advertencia al clero sobre el modo de decir las Horas), obra de fines del siglo XI. Otra mención contemporánea, más extensa y en prosa, se debe a Jacobo de Vitry. Resulta que un sacerdote, en una importante ceremonia, vio un diablo extendiendo un pergamino con los dientes. Interrogado por el cura, respondió que registraba las palabras ociosas dichas en el oficio; en tal cantidad que no bastándole la cédula que había llevado, tenía que echar mano del pergamino. Así lo refirió el religioso al pueblo y, como este hiciera penitencia, el mismo diablo empezó a borrar lo que había escrito. En ambos casos, trátase de un exemplum, es decir, relato, fábula o leyenda que se insertaba en el sermón con fines moralizantes. Práctica tan común que había catálogos de exempla, como el Liber exemplorum ad usum praedicantium (Libro de ejemplos para el uso de los predicadores, recopilación irlandesa del s. XIII). Allí figura el personaje del diablillo notario, en las rúbricas “De la acedia” y “De las injurias a la Iglesia”. Ya con nombre propio aparece a fines del siglo XIII, en el Tractatus de penitentia, de Juan de Gales: Titivilo (latín Titivillus), deformación de Tintinilo (Tintinillus), como lo conocía Guillermo de Auvernia, en la primera mitad de dicho siglo. No está claro cuándo pasó Titivilo de su pasiva función notarial a la activa de provocador de errores entre los escribas y, luego, entre los tipógrafos. Si su lugar en la jerarquía infernal es despreciable, culturalmente le debemos la importante posición que ocupa la filología en la literatura, según observaron Bettini y Calabrese. Criatura que seguirá burlándose de nosotros y llevándonos la cuenta de los gazapos, sea que lo llamemos con los precitados nombres, o bien Tutivilo o Titivitilario, para no citar otra docena de apelaciones.

En español, lo más completo sobre el asunto pertenece a Julio González Montañés.