Entre todas las del mundo, a mí me correspondió el español como lengua materna. Eso quiere decir que aprendí a nombrar todo lo que me rodeaba en este idioma y, aunque con el tiempo también me he apasionado por viajar al interior de algunas lenguas extranjeras, sigue siendo la más importante en mi vida, en mi corazón y en mis labores cotidianas. La lectura me descubrió mundos insospechados y muy plácidas horas en las que los únicos límites posibles eran los de mi imaginación, que cada día se ensanchaba más y más.
A lo largo de estos años, he sido testigo de cómo los jóvenes en formación en la Universidad olvidan con frecuencia que la escritura y la lectura, así como el razonamiento lógico y matemático, son la base de cualquier pensamiento estructurado y verdaderamente crítico. Eso conduce a una marcada indiferencia ante el estudio de la lengua, así como a un descuido evidente en su uso y en su apropiación creativa. Creo que ahí radican los grandes retos actuales en la enseñanza del español, hay que devolverle su verdadero lugar al placer de la lengua y fomentar el amor hacia las letras y las palabras con las que crecimos como seres humanos y nos divertimos cuando éramos niños.