La esmeralda pasa de mano en mano, sin "putear la piedra", el que la mira ofrece y entre menos ofrezcan, más vale. El comerciante espera en la plaza, en la quebrada, en la mina, anhela el golpe de suerte del guaquero para conseguir piedras, algo para comprar y pasar a otras manos. Espera poder sacar su lupa, su gramera, mirar la esmeralda y verla brillar con la luz del sol, valorar su color, su pureza, su material y su peso para ofrecer menos de lo que vale y así ganar un poco en el negocio.