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El crecimiento económico va en detrimento de la biodiversidad

By: Nicolás Bustamante Hernández | Noviembre 2021

Un estudio, publicado en la revista Conservation Letters, explora las diferentes alternativas para que los países alcancen un estado de prosperidad con un menor deterioro del medioambiente...

Un estudio, publicado en la revista Conservation Letters, explora las diferentes alternativas para que los países alcancen un estado de prosperidad con un menor deterioro del medioambiente. Se plantean, incluso, escenarios de crecimiento cero y en los que el humano puede tener impactos positivos.

 

El uso creciente de recursos naturales, producto del desarrollo económico desbordado, está generando una pérdida de biodiversidad a escala global a un ritmo tal que, si no se toman medidas inmediatas, las consecuencias pueden ser irrevocables para nuestro planeta.

Esta es una de las conclusiones de un estudio publicado en la revista Conservation Letters, en el cual se hace un llamado urgente para que los tomadores de decisiones políticas en materia ambiental consideren este problema dentro de sus agendas de una manera mucho más contundente.

La investigación, titulada Política de biodiversidad más allá del crecimiento económico, insta a organizaciones como el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) y a los partidos y acuerdos internacionales como la Convención sobre la Biodiversidad (CBD) para que se comprometan a promover una discusión sobre la sostenibilidad del crecimiento económico basada en la evidencia.

Así, los autores del estudio, miembros de una colaboración internacional conformada por diferentes instituciones académicas, recomiendan a la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES, por sus siglas en inglés) para que incluya en sus Evaluaciones Mundiales una nueva Trayectoria Socioeconómica Compartida (SSP, por sus siglas en inglés) que examine la alternativa de crecimiento económico nula.

Lo anterior quiere decir que se debería considerar la compatibilidad de escenarios cuyo objetivo sea el mantenimiento y recuperación de la biodiversidad de nuestro planeta y, al mismo tiempo, el bienestar humano y ecológico.

 

“Nuestra preocupación es que las políticas públicas a nivel planetario, ni siquiera, se están haciendo las preguntas fundamentales sobre el impacto del crecimiento económico en la pérdida de la biodiversidad. Estas preguntas pasan no solo por la cuestión sobre cuánto crecer, sino sobre las razones del crecimiento de las economías”, asegura Katharine Nora Farrell, una de las autoras del estudio.

Farrell, profesora de la Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad del Rosario, indica que el crecimiento, per se, no es el culpable. El problema, afirma, surge cuando los países buscan que su Producto Interno Bruto (PIB) crezca solo por el simple hecho de crecer, de manera desbordada.

“Este problema, de impactos ecológicos negativos asociados con el crecimiento económico, así como con la falta de una consideración contundente de sus implicaciones, lo evidenciamos, de manera robusta y a partir de documentos de referencia científica, de políticas públicas y de estudios empíricos”, asevera la experta.


““El mensaje es que el crecimiento económico tiene su precio. Sin embargo, y a pesar de la realidad innegable de la relación entre crecimiento económico y pérdida de biodiversidad, el tema no tiene casi ninguna atención y cabida en las discusiones a nivel planetario sobre cómo responder a los impactos antropogénicos en el clima y la biodiversidad”, agrega Farrell.

Para llegar a estas conclusiones, los investigadores analizaron artículos que correlacionan el aumento en el PIB de los países con la pérdida de biodiversidad a partir de causas como el uso de recursos, los cambios en el uso del suelo, el aumento de emisiones de gases causantes del efecto invernadero (que ocasionan el cambio climático) y la introducción de especies invasoras, consideradas responsables significativas de la pérdida de biodiversidad.

Sobre este punto en particular el estudio asegura, citando a la Evaluación Mundial 2019 del IPBES, que “la introducción y propagación de especies provocada por el ser humano en regiones que antes estaban fuera del alcance de la colonización natural se ha convertido en una característica definitoria de la pérdida de biodiversidad mundial”.

“Las especies exóticas —añaden— son la segunda amenaza más común asociada con la extinción de plantas, anfibios, reptiles, aves y mamíferos”.

 

Cuatro décadas de silencio

Durante la elaboración del estudio, los investigadores analizaron, entre otros documentos, las menciones que se ha hecho a la relación entre crecimiento económico y biodiversidad en 28 declaraciones y acuerdos de discusión sobre la pérdida y conservación de la biodiversidad, desde 1972.

Los autores rastrearon si la mención existía, si se planteaba un posible ‘desacople’ entre las dos dinámicas, y si esta posibilidad era vista como desafiante o alcanzable. El desacople, explican los investigadores, es un término teórico que considera que el aumento en la eficiencia en el uso de los recursos podría permitir un crecimiento económico al tiempo que se reducen los impactos ambientales causantes de pérdida de biodiversidad.


El equipo encontró que solo en seis de los 28 documentos se asumió la relación entre crecimiento económico y pérdida de biodiversidad como problemática, mientras que, en cinco, fue tratada como no problemática y, en quince, de una manera ambigua. Por su parte, doce de los documentos hicieron mención al desacople, pero, de estos, solo siete plantearon el problema como desafiante.

“Estos resultados nos muestran que la problemática no se ha tomado en serio en cuarenta años. Y es una situación preocupante, porque no vivimos en un mundo con recursos naturales ilimitados. Nuestra visión es que es posible que todo el mundo viva bien, lo inviable es que todo el mundo pretenda vivir como rico. Ese es el problema, que vivimos en una sociedad que busca tener más de lo que necesita”, reflexiona Farrell, quien agrega que parte de la dificultad para solucionar el escollo pasa por lo inconveniente que resultaría desacelerar la economía para preservar el medioambiente.

Para explicar el dilema, la profesora Farrell expone como metáfora del crecimiento económico al ciclista colombiano Nairo Quintana: “Si Nairo va montado sobre su bicicleta muy rápido, su movimiento lo hace muy estable. En cambio, cuando se desacelera, será más difícil mantener la bicicleta en posición vertical, así Nairo tiene que prestar más atención a las relaciones entre conductor, bicicleta y alrededores. Y si se va muy lento, puede que pierda el control y hasta se caiga. Lo mismo pasará con la economía. El primer paso es reconocer que desacelerar la bicicleta económica llevará a que esta pierda estabilidad, por lo que se deberá conducir de otra manera, con más atención en las relaciones entre conductor, economía y alrededores”, ilustra Farrell.

“Lo que nosotros proponemos es que los humanos del mundo industrializado tenemos que empezar a pensar y actuar como adultos, tomando responsabilidad por nuestros impactos ecológicos. Esto implica reflexionar sobre la necesidad del crecimiento desbordado más allá de la prosperidad, entendida esta palabra como nuestra capacidad para sobrevivir con lo necesario, no con más, no con menos”, asegura la académica.

Por su parte, Alexander Rincón, profesor asociado de la Facultad de Ciencias Económicas y coordinador del Grupo de Investigación en Economía, Ambiente y Alternativas al Desarrollo de la Universidad Nacional de Colombia, opina que lo más importante en el artículo es la propuesta de nuevos escenarios globales, incluyendo un no crecimiento, considerando, incluso, posibilidades de crecimiento bajo, cero o negativo, y que a su vez sean compatibles con objetivos de bienestar.

“Esto hasta ahora no se ha hecho, pues generalmente se consideran tasas de crecimiento económico positivas como el único camino a mayores niveles de bienestar; es como si otro tipo de escenario se viera imposible”, dice Rincón. Según el académico, en este orden de ideas, cabe preguntarse dónde radica esta imposibilidad.

 

“Quizás esta se asocie más a la existencia de grandes asimetrías de poder, en las cuales se juega el mantenimiento de un orden excluyente que quieren mantener a toda costa, negando la posibilidad de otras transiciones, unas que claramente se basen en otro tipo de brújulas, unas que verdaderamente nos lleven a un cambio de rumbo y no simplemente caminar más lento, pero igualmente al abismo”, reflexiona Rincón.

Evolución más que revolución

Katharine Nora Farrell inició su formación académica estudiando bioquímica en la Universidad de Rutgers, en Nueva Jersey (Estados Unidos), pero cuando iba en la mitad de la carrera se cambió a ciencia políticas, en la misma institución, donde se graduó con honores.

Luego, hizo una maestría en gestión urbana en la New School for Social Research de Nueva York, (de donde se graduó también con honores). Allí

conoció el trabajo de Hannah Arendt y de toda la escuela Fránkfort y, poco a poco, se fue interesando en la economía ambiental. Fue así como hizo una segunda maestría, en ingeniería ambiental, en el Trinity College de Dublín (Irlanda). Su doctorado en economía política ecológica lo desarrolló en la Queen’s University de Belfast.

Posteriormente, Farrell trabajó en Alemania, donde, reconoce, empezó formalmente su vida como académica. La científica llegó a Colombia en 2017 para estudiar los impactos ecológico-económicos de las economías de la Ciénaga Grande de Santa Marta y, específicamente, en los manglares, ecosistemas fundamentales para el equilibrio ambiental de las regiones costeras y para su producción pesquera.

Farrell entró a la Universidad del Rosario en noviembre de 2018, y el artículo en Conservation Letters es el producto del trabajo de cuatros años. Un esfuerzo que, dice, busca generar una visión más evolucionaria que revolucionaria sobre la relación entre economía y medioambiente.

“Estoy enfocada en estudiar los retos para lograr la sobrevivencia y el florecimiento del ser humano y de nuestra humanidad, que son palabras que no significan lo mismo, porque, tristemente, hay seres humanos que han perdido su humanidad”, reflexiona Farrell, quien se describe a sí misma como una científica del Antropoceno, (una interpretación actual de la geología que afirma que vivimos en una nueva era definida por el impacto del ser humano en el medioambiente)”.

Es en este escenario que surge el informe publicado en Conservation Letters. Sobre este estudio Farrell dice que una de las mayores dificultades con las que se encontraron los autores es que la pérdida de biodiversidad, a diferencia de otras catástrofes ambientales, no es fácilmente observable.

“Mientras la relación entre el crecimiento económico y el cambio climático es más sencilla de describir, porque se puede documentar a partir de la acumulación de gases en la atmósfera como un producto de las actividades industriales y de la generación de energía a partir del carbono, la pérdida de biodiversidad es el resultado de una acumulación de factores difusos, y es más difícil destacar este tipo de causalidad directa. Sin embargo, es necesario tener en cuenta que el cambio climático también está relacionado con la pérdida de resiliencia de los sistemas natrales y su biodiversidad”, dice Farrell.

Según Farrell, un buen ejemplo de esta complejidad es lo que ocurre con la pérdida de bosque tropical, en ecosistemas como la Amazonia, donde las alteraciones meteorológicas que está sufriendo todo el bioma son, al mismo tiempo, causa y consecuencia del cambio:

“La deforestación constituye, en primera instancia, pérdida de hábitat, con implicaciones directas para la biodiversidad. Pero esta pérdida masiva de bosque tropical que estamos experimentando en el Antropoceno contribuye también al cambio climático, lo cual, por sí mismo, también genera pérdidas de biodiversidad, cuando se cambia, por ejemplo, el alcance geográfico de un depredador o parasito”, asegura Farrell.

La solución, reitera Farrell, pasa por una revisión sistemática de los modelos de producción que incluya escenarios en los que el impacto de los humanos puede ser positivo.

“Ya lo hemos visto a escala local, por ejemplo, cuando los humanos abren caños en el bosque manglar, tal como lo hacen los caimanes. Esto tiene un impacto positivo para ellos y para el medioambiente. El reto es contemplar estas transformaciones a una escala global”, apunta la científica.

 

 

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