Recuerdo un día en el que fui a un parque de atracciones mecánicas y, ese mismo día, en el parque se organizó un concurso para quienes quisieran declamar una poesía, contar un cuento o cantar una canción. Yo tenía siete años y, con algo de aquella timidez propia de la edad, participé declamando un poema llamado “El gato Serafín” y gané. No lo podía creer. A veces a partir de pequeñas cosas como estas encuentras la inspiración para actuar. En mi caso, nunca más me desligué del lenguaje; lo estudiaba y me empezó a apasionar la lingüística y el análisis de textos de carácter persuasivo. Hoy en día, intento que mis estudiantes tomen como referencia temas de su interés y los aprovechen como inspiración para escribir. Esto ha demostrado ser un buen punto de partida y lo empleo a la hora de enseñar. Con actividades de este tipo se puede mejorar la relación que los estudiantes tienen con su lengua y evitar que la fuerza de lo efímero les haga olvidar su propio origen.