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Julio César Lucena

Facultad de Creación

El mayor logro de un profesor es el éxito de sus alumnos.

Cuéntenos, ¿quién es Julio César Lucena?

Soy un enamorado del arte y de la vida. Nací en Colombia y viví los primeros años de mi vida en Venezuela, una muy distinta, una que disfrutaba de toda su riqueza. El tema de la danza llegó por inspiración repentina, no fue algo puntual lo que me llamó a ser artista.

Mi formación en educación básica la tomé aquí en Colombia y siempre me llamó la atención los temas creativos, filosóficos, artísticos, teóricos, intelectuales y literarios. A los 12 años me encaminé por el arte empezando por el baile deportivo y luego por el ballet clásico, este último fue una necesidad porque se dice que es la técnica fundamental para desarrollar cualquier tipo de baile.

Tomé clases con Priscilla Welton y Kirill Matveev, quienes ya fallecieron, pero fueron los primeros mentores que tuve. Todo esto me llevó a creer que desenvolverse en lo artístico y lo creativo es una búsqueda constante de responder a esa pregunta de quién soy.

A los 17 años me fui a vivir a México y allí estudié Relaciones Internacionales, donde empecé a explorar la danza contemporánea, neoclásica, jazz para musicales y urbana, al tiempo que tomaba mis clases y exploraba disciplinas como el yoga y el taichí, todo aquello que tenía que ver con el cuerpo.

Soy un enamorado del arte y de la vida.

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¿Qué significa para usted ser profesor de la Universidad del Rosario?

 

Estoy en mi etapa de enamoramiento absoluto con la docencia, no había estado en contacto absoluto con universidades en el país y este es mi primer encuentro. Considero que es un privilegio, me siento bendecido.

Hago parte del programa de Teatro Musical que fue una apuesta de la Universidad muy distinta, eso es algo muy bonito porque denota que fue inequívoca y decidida, ya que siento a diario el apoyo y el acompañamiento por parte de la Universidad, lo que permea a todos los integrantes del equipo de maestros y esto hace que la pasión esté a flor de piel.


En términos generales la docencia me ha dado grandes amigos en la vida, ha trascendido a lo humano. Podría escribir una novela llena de anécdotas y retos que he tenido en mi paso por la danza, en particular por la docencia.


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¿Cómo ha sido su experiencia como docente en el Rosario?

 

Siento tanto humanismo en todo lo que pasa en la Universidad, es increíble. Con el inicio de la Facultad de Creación hay una constante reinvención y un llamado constante a hacer propuestas. Todo esto lo resumo como una bendición y un privilegio en la vida.

De las clases podría hablar bastante porque he tenido experiencias muy agradables, como una electiva que dicté el semestre pasado: Rumba. Se trata de una asignatura abierta a todos los programas y de verdad fue una experiencia en la que conocí el espíritu rosarista, uno formado en valores. Nunca tuve problemas de inasistencia o por falta de interés, todo el ambiente fue maravilloso y los estudiantes siempre estuvieron atentos a mis indicaciones a pesar de la distancia que las clases virtuales puede crear.


Cuando algo nuevo nace, es la oportunidad de intentar una manera diferente de hacer las cosas y mejorar.


¿Qué aspectos han marcado su trayectoria como profesor en la UR?

Uno de mis puntos de quiebre fue unos años antes de dedicarme a la docencia cuando tuve que someterme a una cirugía en uno de mis pies. En ese momento pensé que iba a acabar mi carrera antes de empezarla. Durante el año que no pude danzar pasé por una depresión porque durante ocho meses estuve totalmente quieto, en casa; luego entendí que en la quietud uno sigue danzando, durante ese tiempo se generaron los sueños que potenciaron todo lo que hoy soy.

Algo que aprendí es que ser bailarín es algo mucho más profundo que el cuerpo y que es necesario formarse en tu pensamiento. Los grandes bailarines son profundos pensadores.

Considero que en el mundo estamos cayendo en un narcicismo que nos está volviendo individuales y egoístas, entonces para mí es importante enseñarles a compartir en mis clases. Tal vez muchos de mis estudiantes en talleres de niños no se dediquen profesionalmente a la danza, pero esa formación en valores es algo que va a ser importante en su vida.

Finalmente, siempre comparto en clase la idea que no existe mejor forma de entender algo que enseñándolo a los demás, de eso se tratan mis clases, de dar y compartir.

Hay una danza mucho más trascendente e importante y es la que se mueve en tu interior.

¿Cuáles son los logros que considera relevantes en su vida académica?

Para mí el éxito se resume en los logros de mis estudiantes y por eso considero que dar una clase es un acto de generosidad, es decir, tengo una serie de conocimientos, muchos de los cuales vamos a construir en el diálogo junto a ellos y así es como construyo cada una de las clase.

Esa satisfacción es el mayor reconocimiento para mí, cuando una persona que ingresa a mi clase, como dicen por ahí “con dos pies izquierdos” y luego verlo al final del semestre en otro nivel es algo satisfactorio. Mi mayor compromiso es formar mejores seres humanos, por eso siempre les digo que estoy para ayudarles y para convertir sus oportunidades de mejora en fortalezas.

Mi mayor logro es ver que un estudiante alcance a controlar su eje, equilibrio, fortaleza, inteligencia espacial y musical, elasticidad y lateralidad, y así, generar un movimiento en armonía con un ritmo; mi mayor logro es ver que uno de mis alumnos puede dominarlos, ver su desarrollo y evolución desde el día uno cuando no lo podía hacer y el resultado final.


No existe mejor forma de entender algo que enseñándolo a los demás.


¿Qué lo inspira a enseñar?

 

Mis maestros. Siempre he considerado que uno debe convertirse en el maestro que uno quisiera tener. Tomé lo mejor de cada profesor que tuve para crear mi propio estilo de docencia y de danza.

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