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Narcoestética, la capa superficial de un problema complejo

Por:Alejandro Ramírez Peña

Foto:123RF

El decano de la nueva facultad de Creación de la Universidad del Rosario rastreó toda la cadena y la estructura del flagelo del narcotráfico en Colombia y México para conocer más de este bajo mundo. Analizó, por ejemplo, los espacios geográficos y las características de los territorios en los que se mueven los ‘narcos’.

El flagelo del narcotráfico ha marcado a países como Colombia y México, tal vez mucho más que a cualquier otro de América Latina o del mundo.

Sus efectos, en términos de violencia, inseguridad en las calles y atentados, sumados a los impactos económicos, sociales y culturales, han dejado una huella muy difícil de borrar en las personas, comunidades, ciudades y naciones que tuvieron y tienen que seguir lidiando con una problemática que se resiste a desaparecer, y menos cuando la demanda de drogas en el ámbito mundial continúa siendo muy alta.

Juan Pablo Aschner, decano de la facultad de Creación de la Universidad del Rosario, quiso abordar este tema desde hace unos años, pero con una mirada diferente, relacionada con el espacio en el que se desarrolla esta modalidad ilícita.

Por eso, con la ayuda de un estudiante de Arquitectura comenzó la investigación Narchitecture and drug depredation of rural and urban space in Colombia (Narcoarquitectura y depredación de drogas en el espacio rural y urbano en Colombia). Siendo profesor en la Universidad de los Andes participó en un foro en la Universidad de Yale (Estados Unidos) sobre el crimen y el espacio, en el que tuvo la oportunidad de presentar un análisis de los expedientes de incautaciones realizadas por la Dirección Nacional de Estupefacientes (DNE), una entidad que ya no existe y cuya función era administrar y poner a rentar los bienes expropiados o recibidos de los narcotraficantes y testaferros. A partir de ese inventario de bienes se propuso sacar algunas conclusiones.

Según Aschner, de ese estudio se desprendieron cosas muy alarmantes en cuanto a la cantidad de inmuebles que tenían los narcotraficantes, la ubicación, la naturaleza (eran apartamentos, bodegas, comercios, infraestructura hotelera) y lo que estos podrían revelar sobre el comportamiento ilegal de este grupo.

 
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Juan Pablo Aschner, decano de la facultad de Creación de la Universidad del Rosario, explica que las actividades criminales de los dos países están interconectadas alrededor del narcotráfico y son, de alguna manera, codependientes, algo que también pudieron identificar en las espacialidades.

“Es decir, lo que detectamos con ayuda de Luis Guillermo Rodríguez, estudiante con quien trabajé en ese instante, es que había una correlación entre el lavado y el manejo de esos bienes, e inclusive en la apariencia de legalidad de estos, y en todo el comportamiento ilegal y delictivo de los narcotraficantes. Entonces esa fue la primera instancia en la que trabajé unos años atrás y en un momento en el que también en Colombia se estaba hablando de la narcoarquitectura. En esa época tenía la intuición de que esa narcoarquitectura era un fenómeno estético, sobre todo, un fenómeno digamos que cultural, pero con el tiempo me di cuenta de que no era tan así”, manifiesta Aschner.

Allí comprendió que la narcoestética o la narcoarquitectura era solamente una capa muy superficial de un problema mucho más complejo. Entonces decidió averiguarlo y se presentó a una convocatoria del Centro de Seguridad y Drogas de la Universidad de los Andes, junto con el profesor de Ciencia Política del Tecnológico de Monterrey (en México) Juan Carlos Montero.

“Con él presentamos una propuesta para poder mirar el problema de una manera más integral, si se quiere más sistémica y más holística, articulada con el fenómeno en general. Ya ahí se nos amplió la investigación, por lo que contamos con la colaboración de dos estudiantes, Sioli Rodríguez y Ómar Campos, que nos ayudaron a hacer todo un inventario del trabajo, un poco más profundo de lo que realmente es el espacio y la geografía del narcotráfico en Colombia y México. Así que podríamos decir que habría dos etapas de estos antecedentes: una en la cual miramos estadísticas de las incautaciones en Colombia, específicamente, y esta segunda en la que ampliamos el panorama a México y que nos tardó un par de años. En el primero, hicimos toda la investigación, titulada: Architectures, spaces, and territories of illicit drug trafficking in Colombia and Mexico (Arquitecturas, espacios y territorios del tráfico ilícito de drogas en Colombia y México); en el segundo año hicimos la redacción y presentamos el trabajo a la revista científica Crime, Media, Culture, que finalmente publicó el artículo este año”, relata Aschner.

En este trabajo, el profesor considera que el principal aporte que él y su equipo realizaron como autores es el haber conciliado el tema del espacio, la arquitectura y la geografía con el fenómeno social y económico del narcotráfico, ya que generalmente se ven esos dos aspectos por separado. Y los conciliaron porque creen que desde el espacio se puede también entender el tema social, lo que puede derivar en política pública, pero además en otras aproximaciones de investigación.

Así mismo, resalta que rastrearon toda la cadena y la estructura del flagelo del narcotráfico, es decir, comenzaron con los cultivos y pasaron a analizar los distintos espacios geográficos y las características de estos territorios tanto en Colombia como en México.

En este sentido, destaca que el trabajo de Juan Carlos Montero fue muy importante para poder entender todo lo que tiene que ver con el comportamiento de los opiáceos en México, en los cultivos; mientras que del lado colombiano trabajaron el tema de la planta de coca, identificaron algunas características de esas geografías, por qué esos cultivos se estaban dando en determinados territorios, qué hacía que se ubicaran allí y no en otros lugares del país o de los países y qué características espaciales estaban en juego en esos cultivos.

Luego observaron otra parte muy interesante relacionada con los laboratorios, de los que evidenciaron que tienen ciertas particularidades que son tácticas, es decir, espacialidades donde prima el ocultamiento y la articulación de esos espacios con el funcionamiento del procesamiento de las drogas.

Identificaron cómo eran esos laboratorios y sus tipologías, e incluso con la ayuda de Ómar Campos hicieron el levantamiento tridimensional de estos. Después, entraron a mirar todo lo que es el tráfico como tal, cómo se mueven esas drogas ilegales por el mundo y qué mecanismos espaciales y arquitectónicos se emplean. Analizaron los narcosubmarinarnos y los narcotúneles en la frontera entre México y Estados Unidos, unas estructuras que son diseñadas de manera muy táctica para poder movilizar la droga e hicieron cuadros en los que lograron identificar todos los escenarios espaciales en los que esa droga se está moviendo.

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“Aquí lo que podíamos ver era una red muy compleja, más transnacional, en la que el espacio jugaba un papel muy importante. Había una lectura táctica y una espacial del territorio. Luego entramos también a mirar dónde estaba ocurriendo el tráfico, en esa fase de distribución, y empezamos a ver espacios de lavado de activos, los narcocampamentos y a analizar los espacios de violencia e incluso las viviendas de los narcotraficantes. Cómo esos sitios tenían un estudio muy táctico detrás, cómo cuando un narcotraficante compra un inmueble y lo modifica, no lo está haciendo de manera arbitraria o ingenua, sino que, todo lo contrario, está pensando muy bien cómo va eventualmente a escapar de ese bien o, por ejemplo, cómo va a poder controlar desde allí ciertas áreas del territorio. Entonces, lo que hicimos fue seguir todo el comportamiento espacial a lo largo del fenómeno del narcotráfico”, explica el decano de la facultad de Creación de la Universidad del Rosario.

De esa manera, no solamente encontraron similitudes entre Colombia y México, sino que hallaron lo que podría denominarse una simbiosis o una sinergia, es decir, lo que pasa en Colombia afecta lo que ocurre en México y viceversa. En este momento, añade, las actividades criminales de los dos países están interconectadas alrededor del narcotráfico y son, de alguna manera, codependientes, algo que también pudieron identificar en las espacialidades.

Economía muy eficiente

Frente a los descubrimientos que impactaron al equipo durante este trabajo, Aschner señala que lo primero es lo impresionantemente eficiente que es esta economía ilegal. Afirma que el hecho de que esta economía sea atomizada en diferentes fragmentos que trabajan juntos, la hace además tremendamente eficaz. Si se compara este modelo con una economía legal, esta depende mucho de sus unidades. Y cuando una de ellas deja de funcionar, de alguna manera genera problemas en toda la cadena, mientras que, si esto sucede en las economías ilegales, la unidad que falla muy rápidamente es sustituida por otra.

“Entonces lo que vemos es una economía ilegal altamente eficiente, además tremendamente táctica, que está siempre reaccionando a la persecución y adaptándose a aquellas estructuras legales que pretenden combatirla. Es una economía muy difícil de controlar, puesto que continuamente se está adecuando y acomodando a las circunstancias. Eso es aterrador y hace mucho más difícil su persecución. El segundo aprendizaje que me deja esta investigación es desmitificar esa idea de la narcoestética por la narcoestructura; creo que ya eso está de lejos superado, ese periodo en el caso colombiano, en los años ochenta y noventa donde veíamos arquitecturas grandilocuentes. Eso ya no es así, sino que estamos frente a un fenómeno subrepticio, poco visible, que está permeando toda la sociedad y que, en términos de arquitectura, se comporta de una manera casi que anodina”, precisa.

Por eso, indica que lo que tenemos hoy son estructuras arquitectónicas, estructuras espaciales y geográficas totalmente inmersas dentro de las economías legales (que operan en paralelo con las ilegales) y que son muy difíciles de detectar. Ahora, por ejemplo, hay laboratorios subterráneos, narcosubmarinos operando por las aguas transnacionales, túneles atravesando las fronteras, todo tipo de caletas, inventos y artefactos, narcotraficantes viviendo en apartamentos de muy bajo perfil y narcocampamentos que pasan desapercibidos en las selvas de los países.

El investigador sostiene que los planes para perseguir el narcotráfico no cesan y que, por supuesto, la intensidad de esas persecuciones corresponde con el ímpetu del fenómeno en sí mismo. Pero, mientras haya una evidente demanda no va a cesar esa oferta, por lo que afirma que este es un fenómeno latente y determinante para los dos países, el que más afecta a Colombia y a México y que no va a dejar de ser así hasta tanto no se haga algo frente al control de la demanda.

“Mientras eso no se haga, seguiremos viendo el desastre que esto ha representado en términos sociales, económicos y culturales para nuestros países, luego no es un tema menor. Tampoco estoy de acuerdo con aquellas personas que pretenden vetarlo, que quieren decir ‘no hablemos de esto, no más telenovelas, no más programas ni más cine’; no comparto esa postura, lo que tenemos es que aceptar que es una realidad y más bien tratar de entenderla para poder enfrentarla. Eso es lo que nosotros queríamos hacer con esta investigación y era tratar de entender una realidad, no porque consideremos que es un tema de moda, sino porque es el flagelo más preocupante de nuestros dos países”, finaliza.

“Lo que tenemos hoy son estructuras arquitectónicas, estructuras espaciales y geográficas totalmente inmersas dentro de las economías legales y que son muy difíciles de detectar. Ahora, por ejemplo, hay laboratorios subterráneos, narcosubmarinos operando por las aguas transnacionales, túneles atravesando las fronteras, todo tipo de caletas, inventos y artefactos, narcotraficantes viviendo en apartamentos de muy bajo perfil y narcocampamentos que pasan desapercibidos en las selvas de los países”.




Creación, la nueva facultad en sintonía con ámbitos creativos

Juan Pablo Aschner es el decano de la nueva Facultad de Creación de la Universidad del Rosario, que empezó con el programa de Teatro Musical y, a partir de 2021, contará con otros más: Artes, Arquitectura y Diseño. “Son programas que interactúan entre sí y en los que los estudiantes arman los estudios a su medida. En ellos se enfatiza el aprendizaje a través del hacer (aprendizaje activo) experimentando de manera directa y permanente conceptos, técnicas y materiales. Adicionalmente, y gracias a un convenio con Artesanías de Colombia, los estudiantes conocerán a profundidad los saberes ancestrales que hacen tan ricas y diversas las expresiones culturales de todas las regiones de Colombia”, señala el decano.

La idea es que con el tiempo esta facultad cubra todo el espectro de la creatividad, por lo que tendrá programas en todas las áreas creativas como teatro, música, danza, audiovisuales, narrativas, arquitectura, artes y diseño. “Es una facultad nueva, diferente a la oferta local, pero está en sintonía con prácticas internacionales relativas a estos ámbitos creativos”, agrega.