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Covid-19, democracia y autoritarismo. Un mito por deshacer

Mauricio Jaramillo Jassir

Rosario Argentina

Con la aparición de la pandemia del covid 19, se ha especulado sobre la forma en que se puedan ver afectadas algunas garantías individuales.  

Una variedad cada vez más amplia de analistas políticos e intelectuales advierten sobre los graves riesgos de autoritarismo que pueden surgir en medio de la emergencia sanitaria, con la excusa perfecta para la retoma del control estricto sacrificando principios constitutivos de la democracia. ¿Significa esta emergencia la amenaza real de una deriva autoritaria? ¿Estamos en presencia de un cambio abrupto de los sistemas políticos? ¿Es posible que se restrinjan de forma permanente algunas libertades en nombre de la sanidad? A pesar de las denuncias y de los vaticinios que apuntan a una inevitable catástrofe democrática, es poco probable que el covid-19 cambie de forma sustancial el curso de los sistemas que actualmente se comportan según criterios democráticos o autoritarios.
 
Las restricciones a la movilidad que se han dado en la mayoría de los países del mundo no corresponden a decisiones arbitrarias para perseguir a disidentes políticos, sino que demuestran que, incluso al margen de las diferencias culturales de los regímenes políticos, los derechos individuales son relativos y pueden limitarse siempre y cuando se esté privilegiando con ello el interés general, como ocurre actualmente con la pandemia.  Un hecho que se puede constatar con relativa facilidad es la manera como en Europa se han preservados las garantías democráticas, muy a pesar del efecto devastador de la enfermedad, eso sí, con la excepción notoria de Hungría. No debería pasar desapercibido que en la peor tragedia sanitaria que sacude a Europa después de la Segunda Guerra Mundial, las amenazas al Estado de derecho sean la excepción y aún en medio de la emergencia, dichas manifestaciones contrarias a la democracia sean duramente criticadas. Los casos de Francia, España y Reino Unido particularmente afectados demuestran que, en incluso en semejante urgencia, la democracia sigue su curso. En el escenario español se ha visto una oposición muy activa en el control político al gobierno que no puede dar por descontadas las ampliaciones al estado de excepción. Al margen de quien tenga la razón, bien sea el PSOE o el PP, habla bien de la democracia española que sus diferencias ideológicas no den tregua en medio de la crisis. En ninguno de estos países se observa a gobiernos que escondidos en la crisis sanitaria persigan a la oposición, silencien a los medios de comunicación o reprueben de alguna forma las distintas manifestaciones de la libertad de expresión.

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Como resulta apenas obvio, aquellos sistemas políticos que se tienden a catalogar como autoritarios, han fortalecido los mecanismos de vigilancia y control sobre sus ciudadanos. No obstante, saltar de esa circunstancia a la conclusión de que el coronavirus ha favorecido el autoritarismo, parece una sobredimensión de sus efectos. Hungría y China que han sobresalido en ese aspecto venían de una larga senda de control y recortes de garantías que no se han modificado esencialmente al compás de la coyuntura. Basta recordar que antes de la aparición del covid-19, llovían las críticas sobre China por el manejo de las protestas en Hong Kong. La prueba irrefutable de la sobredimensión del covid en el sistema chino, consiste en que entre más se acerca el país a la “normalidad”, empiezan de nuevo los brotes de violencia en Hong Kong, con lo cual se observa que la pandemia no cambió ni para bien ni para mal, la mecánica de la política comunista china. 
 
Para el caso de Hungría, las tensiones con la Unión Europea se habían venido acrecentando a propósito de lo que Bruselas considera limitaciones a algunos grupos religiosos y étnicos y por un discurso migratorio difícilmente compatible con la liberalidad que ha marcado la ideología del bloque.   
 
Comentario aparte merecen los casos de Brasil y Estados Unidos, donde lo más sobresaliente no ha sido el autoritarismo, sino una inexplicable distancia con la ciencia, en momentos donde buena parte de las respuestas en política pública residen en ella (buena parte ¡no todas!). Jair Bolsonaro ha adelantado reformas de claro corte autoritario, pero que en nada tienen que ver con la pandemia, como el cambio de una de las jefaturas de la policía clave en la administración de justicia y que derivó en la renuncia de su antiguo aliado y polémico ministro de justicia Sérgio Moro.  La principal pista de autoritarismo en Brasil, han sido las posturas antiliberales de Bolsonaro frente a mujeres, afros, indígenas y población LGBTI, pero todas estas antipatías constituyen una tendencia muy presente en su mandato, pero para nada adjudicables a la crisis sanitaria. Resto por saber si en Brasil tendrá más peso el presidente o las instituciones y, si estas serán capaces de defender la democracia de una amenaza que se viene gestando desde que se posesionó el actual mandatario. Y, en Estados Unidos, la situación es similar, con una notable diferencia pues el sistema democrático ha estado por encima del mandatario y tanto la rama judicial que le ha puesto coto a su política migratoria, como el Congreso, han definido márgenes para algunas de las propuestas más polémicas de Donald Trump.

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En el caso de Colombia cabe una reflexión similar. Si bien la pandemia augura una situación económica muy delicada y agudiza la crisis humanitaria en algunas de las zonas golpeadas por la violencia, es difícil pensar en una degradación de la democracia. Seguramente la pandemia tendrá efectos coyunturales sobre esta violencia, pero sigue dependiendo del gobierno si desestima o avanza en un proceso de paz con el ELN. La pandemia no agrava ni resuelve la falta de garantías para la vida de líderes sociales, la independencia de poderes o la intimidación a la prensa.  Se trata en todos los casos de factores estructurales que no se alterarán con el coronavirus. Los efectos más revolucionarios de esta coyuntura seguramente aparecerán en el sistema socioeconómico por décadas sostenido en profundos desequilibrios.