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Diaz-Canel. Una nueva era en Cuba

Mauricio Jaramillo Jassir

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Con la llegada de Miguel Díaz-Canel a la presidencia del Consejo de Estado, máximo órgano del poder ejecutivo, se abre en Cuba paso a una era inédita en la política de ese país al menos por tres razones.

En primer lugar, porque nunca antes un dirigente nacido después del triunfo de la Revolución en 1959, alcanzó un estatus similar. Díaz-Canel por tanto, representa a toda una generación nueva que, aunque no participó de los sucesos de la Sierra Maestra, se criaron en medio del proceso y se unieron genuinamente al mismo. Esto desmonta la idea largamente expandida y aceptada de que una vez se agotarán generacionalmente los revolucionarios de los 50 y 60 la revolución se estancaría y se abriría paso a un vacío de poder. A diferencia de otros procesos revolucionarios donde la salida del máximo líder deja un caos y desconcierto, desde 2006 Cuba preparó la salida del máximo comandante y figura más importante de la Revolución Cubana. Cuando en julio de ese año, Fidel anunció su retiro al mando de tal Consejo, pocos confiaron en que verdaderamente se estuviese haciendo a un lado. Se vaticinó torpemente que el líder histórico seguiría gobernando detrás de la fachada. No obstante, su aislamiento de la estructura formal fue sincero, por más de que como en cualquier sistema político, tratara de influir a través de otros medios, especialmente la prensa en manos del poderoso Partido Comunista Cubano (PCC).

En segundo lugar, con la llegada de Diaz-Canel y como ya venía ocurriendo la política en Cuba se despersonaliza aún más. La salida de los Castro del poder, significa que el poder se gestionará de forma mucho más colegiada, y adquirirá mayor sentido el equilibrio entre la Fuerzas Armadas Revolucionarias y el Partido Comunista. La primera ha sido históricamente la que se ha encargado de sectores clave de la economía y ha hecho presión por que haya una apertura que dinamice el sistema, mientras que el segundo ha sido fundamental para mantener el acento socialista en cuanto a lo político. A pesar de que el sistema económico se haya transformado profundamente y de manera paulatina desde la década de los 90 (en el período especial en tiempos de paz tras la caída de la Unión Soviética), el sistema político se ha mantenido y a pesar de las especulaciones sobre una posible transición por la presión externa, su esencia se ha mantenido.

Y en tercer lugar, este será un gobierno distinto pues el ambiente regional se ha modificado drásticamente en el último tiempo. La región pasó de la euforia de los gobiernos progresistas en la denominada “nueva izquierda” a regímenes conservadores y pragmáticos que poco se interesan por la política regional. Esto paradójicamente favorece a Cuba, pues ningún gobierno de la zona está dispuesto a ejercer presión sobre las autoridades de La Habana por lograr una transición hacia un modelo liberal. Queda por supuesto el duro reto que supone lidiar con el gobernó de Donald Trump, luego del avance fundamental logrado en el gobierno de Barack Obama y que derivó en la normalización de relaciones diplomáticas. No obstante, el conjunto de sanciones no se levantaron y con el actual mandatario en la Casa Blanca existen pocas chances de que eso ocurra. Ahora bien, desde la apertura de embajadas en ambas capitales se han producido sorpresas en los dos regímenes. En Estados Unidos, sorprendió que tal avance quedase suspendido por cuenta de la postura conservadora de Trump y del senador cubano-americano Marco Rubio, muy poderoso en el comité de relaciones exteriores del Senado. En el lado cubano, causó extrañeza que luego del VII congreso del Partido Comunista no se anunciaran cambios en el sistema político como producto del gesto de Obama. Con esto, Cuba confirmó que la influencia de EEUU en la isla se ha sobredimensionado, al menos en el plano político.

Este es el panorama que le espera al Diaz-Canel quien seguramente continuará con el curso de la Revolución abandonando definitivamente la idea de una tránsito hacia una democracia liberal con varios partidos políticos, una Asamblea que funciones como los parlamentos en occidente, y con alternación de autoridades. EN Cuba el modelo seguirá siendo el de democracia popular. Esto obliga a que se reformulen las etiquetas en la prensa y en la literatura especializada para empezar a comprender mejor tal régimen y no reducir todo al simplismo de “dictadura”.

En cuanto al terreno económico, depende cada vez menos de la sola voluntad de la cabeza del Consejo de Estado. Los cambios vienen empujados por dos factores coyunturales. La ya mencionada transición cuando desapareció la Unión Soviética que obligó al régimen a aceptar signos de apertura como la iniciativa de privados, el cuentapropismo, una circulación menos controlada del dólar, y el rubro más importante de todos hasta hoy : la apertura de canales para la llegada de inversión extranjera. Esta especia de microtransición, cuenta hoy con una inercia histórica difícilmente abandonable. Por eso en Cuba se da la paradoja de apertura en el sistema económico, pero continuidad en el político. El otro aspecto del cual depende la economía es de Venezuela. Los acuerdos firmados en 2000 con el gobierno de Hugo Chávez permitieron un alivio a años de recortes energéticos y penurias. Desde ese entonces, la dependencia es dramática y La Habana sigue de cerca todo lo que ocurra en un país que vive al borde del colapso desde hace al menos año y medio.

Todo ello da para pensar en una nueva era en Cuba, en la que importará menos la figura del presidente y donde de manera definitiva se impondrá un régimen colegiado, de difíciles equilibrios (entre partidarios de volver a la esencia de la Revolución y quienes piden apertura) y cada vez menos impactante para el mundo. En medio de esa intrascendencia Diaz-Canel dirigirá una nueva transición que confirma el carácter irreversible del socialismo en Cuba.