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¿Dónde está la Praga de Kafka?

Felipe Cardona

¿Dónde está la Praga de Kafka?

La Praga que conoció Franz Kafka no dista mucho de la actual. Es más, parece que el tiempo hubiese desistido de toda idea de intromisión.

A pesar de los inagotables asedios por parte de enviados divinos o tropas agrestes en once siglos de historia, la capital de la República Checa exhibe con regocijo un semblante que no renuncia a la vivacidad de la época medieval.

Como antesala nos encontramos con el rigor de piedra de las calles, una severidad que busca su equilibrio con los tonos apastelados de los edificios. Luego vienen los castillos, esas inmensas moles que parecen moradas de gigantes y las iglesias del gótico que dominan el horizonte como testimonio del poderío ya extinto del Sacro Imperio Romano Germánico. Todo en Praga está ideado para el deleite, basta una mirada para quedar esclavo de un encanto tan particular que no se replica en ninguna otra ciudad del planeta.

Pese a esta favorable condición, Kafka nunca habla del esplendor de esta ciudad que lo acogió durante los cuarenta y un años de su atropellada existencia. Sí se hace una lectura meticulosa de sus textos echaremos de menos esa referencia explícita, esa acotación contundente que nos lleve a una parte específica de Praga.
Sin embargo está omisión no responde a una actitud desinteresada, por el contrario, está controvertida decisión del escritor nos invita a un acercamiento mucho más  genuino hacia su enigmática figura. Kafka es un autor silencioso y su obra adquiere un carácter más revelador cuando no hay ninguna declaración, parece contradictorio pero la magia de su obra está en lo que parece decirnos sin el uso de las palabras.

El escritor checo juega al ocultamiento, prefiere una circulación entre la sombras , es como si quisiera pasar inadvertido. Su prosa evita entonces cualquier signo de familiaridad y no ofrece huellas biográficas. Sus historias transcurren en escenarios imaginarios y sus personajes llevan existencias en mundos paralelos.  Esta es la manera en que Kafka se propone ser universal, quiere llegar a todos sin que nadie sepa de él.

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Está actitud incluso lo llevó a renunciar a su propia obra. Kafka quiso llegar al anonimato, borrar la estela de su paso por el mundo. En el anecdotario literario es muy difundida la historia del escritor, que en su larga agonía debido a una tuberculosis, solicitó  a su amigo Max Brod la destrucción de sus manuscritos una vez la enfermedad hubiera cumplido con su cometido.  Una tarea que su entrañable compañero no cumplió una vez Kafka abandonó este mundo. No sabemos que hubiera sido del mundo sin esta deslealtad, al respecto el escritor argentino Jorge Luis Borges opina con ironía: "Fue el acto de desobediencia más agradecido en la historia humana".

Ahora bien, la ausencia de Praga en la obra kafkiana  expone a un autor de acento irregular que quiere desvincularse de toda tradición. Kafka propone una nueva forma de abordar el mundo circundante, apuesta por un giro contundente respecto a la literatura que se estaba haciendo en Europa en los primeros veinte años del siglo veinte. Para él es importante se refleja en el interior de los individuos. Esta posición se clarifica en una de sus cartas cuando manifiesta : “la fortuna de comprender que el suelo sobre el que permanecer no puede ser más grande que los dos pies que lo cubren”.

Para Kafka las ciudades no tienen entonces una relevancia particular, al escritor le interesan los espacios pero sólo en relación conflictiva con los individuos. Si hacemos un inventario encontramos que los distintos escenarios de su obra representan una carga para sus personajes: la habitación de Gregorio, el castillo de K y los tribunales de Josef K.  Es posible entonces que su ciudad natal también representara una carga para él, no tanto por el espacio geográfico sino por la hostilidad que el autor sentía  hacía la vida cotidiana, una existencia anclada en el tedio de una vida esclavizada a la conformidad.

Praga es pues una joya que pasa inadvertida en los textos kafkianos. Pese a que muchos estudiosos de su obra crean reconocer algunos espacios de la ciudad, sobre todo en la novela póstuma El Castillo, el escritor, muy a su estilo, expone sus textos para que cada quien lo interprete a su manera, y precisamente es allí donde logra su cercanía con el lector, que en cualquier lugar del mundo, sabe que el día de mañana puede amanecer convertido en un insecto en la habitación de su propia casa.