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El Bicentenario

Luis Enrique Nieto Arango

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La conmemoración, durante este segundo semestre, del Bicentenario de la Batalla de Boyacá amerita una reflexión desde esta revista, decana de las publicaciones universitarias de Colombia, más que justificada si se tiene en cuenta la condición de Cuna de la República que se le ha atribuido a este Colegio Mayor del Rosario, en razón del protagonismo de sus hijos en el proceso de Emancipación.

La existencia de tres fechas de festividades patrias relacionadas con la formación de la República ya aporta cierta complejidad a la comprensión de lo que se celebra.

El 20 de julio de 1810, el 11 de noviembre de 1811 y el 7 de agosto de 1819 son eslabones de una misma cadena, eventos coyunturales relacionados con fenómenos de mayor proyección en el tiempo como son la llamada Gran Revolución de Occidente, la Revolución Industrial en Inglaterra, la Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica y la Revolución Francesa, por citar unos cuantos.

Dentro de ese panorama debe incluirse la decadencia del Imperio Español, iniciada al final del siglo XVI y que va a culminar en 1898, con la pérdida de las ultimas posesiones de la Península en ultramar: Cuba, Puerto Rico, las Filipinas y Guam.

Dentro de esos eventos los movimientos producidos en la América Española a partir de 1810 son puntos de inflexión de esa caída de un imperio que, paradójicamente, inicia su derrumbe durante el Siglo de Oro, en el cual brillan en forma excepcional todas las artes.

Los otros sucesos del siglo XVII, tales como el de los Comuneros o el de los Pasquines en la Nueva Granada y el de Túpac Amaru en el Perú, pueden verse como unos antecedentes constitutivos de un ambiente propicio a la rebelión y, por lo mismo, al establecimiento de un nuevo estado de cosas.

Esta mirada hacia el pasado, con motivo de estas festividades patrias, debe servir para preguntar sobre el presente y el futuro de nuestro país: ¿Cuánto hemos avanzado, en estos 200 años, en la creación de una patria en la cual esa consigna de la Revolución Francesa: Libertad, Igualdad y Fraternidad, sin dejar de ser una utopía, se acerque a la realidad de una gran mayoría de colombianos que dejaron de ser súbditos de un poderoso imperio para alcanzar el autogobierno, bajo la forma de una república democrática?.

Este interrogante nos llevaría a precisar en qué medida han tenido cabal resolución los grandes problemas planteados por la Independencia: la organización político-administrativa del territorio, la economía, la sociedad y la educación. 

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En estos cuatros campos, durante los siglos anteriores, nos hemos estado debatiendo para conformar el destino nacional. Al principio, en medio de la injustamente llamada, Patria Boba, nos polarizamos entre el federalismo y el centralismo, sistemas que siguieron gravitando hasta el final del siglo XIX.

Luego, las relaciones entre las regiones y el poder central, en un país fragmentado por una difícil geografía, han sido causa de enfrentamientos, con distintas soluciones imperfectas, que hacen de este tema de la regionalización una asignatura pendiente.

La economía, con la inicial divergencia de proteccionistas y librecambistas y la opción entre la extracción de productos naturales no renovables y el desarrollo de la industria manufacturera, es materia de una agenda que no ha sido del todo desarrollada.

La evolución de una sociedad de castas, rígidamente jerarquizada, a una compuesta por ciudadanos libres de todos los colores ha recorrido un camino lento, pues el ideal de la inclusión, de la igualdad y del respeto por la diferencia todavía deja mucho que desear.

Por último, la educación y, particularmente, el desarrollo de una ética civil, aceptada y practicada por todos, continúa siendo motivo de disputa y de desunión entre los colombianos.

Esta incompleta lista de asuntos por resolver, de logros por consolidar y que, necesariamente, parecerían ser la clave de la paz tan anhelada, son los temas en los cuales hay que perseverar para asegurar que este país, nacido en algún momento de los principios del siglo XIX, tenga una viabilidad en el futuro.

Por eso creemos que este Bicentenario, lejos de significar la conmemoración de un final deber ser el de un comienzo que marca la inserción de nuestro territorio en el camino de la constitución de una Nación, definida a sí misma como un Estado social de derecho, organizado en forma de República unitaria, descentralizada, con autonomía de sus entidades territoriales, democrática, participativa y pluralista, fundada en el respeto de la dignidad humana, en el trabajo y la solidaridad de las personas que la integran y en la prevalencia del interés general.

La anterior definición procede textualmente del Artículo 1 de nuestra carta fundamental, expedida en 1991 por una Asamblea Constituyente cuya convocatoria, debemos recordar, en buena parte se logró por la Séptima Papeleta, impulsada por los estudiantes de nuestras aulas universitarias y señala, para las nuevas generaciones, el derrotero a seguir en una tarea que, sin duda, será siempre inacabada.