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El capital como amo reprimido de nuestra época

Tomas Molina

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La mayor parte de las sociedades que conocemos han tenido dominadores y dominados. A los primeros los podemos llamar ‘amos’ y a los segundos ‘esclavos’.

Los amos en un principio se imponen por medio de la violencia. El esclavo acepta su dominación porque no es capaz de arriesgar su vida para ser reconocido como amo. Sin embargo, los amos difícilmente sostienen su dominación mediante la fuerza bruta sola. El amo termina inventando justificaciones de su superioridad. Estas las podemos encontrar tanto en la filosofía como en el sentido común de los amos. Veamos una de las más famosas e influyentes: la de Aristóteles en el primer libro de la ‘Política’.

El filósofo griego nos dice que al esclavo natural le conviene ser dominado por el amo. Esto se debe a que el último posee la razón en un sentido superior al primero. Los amos son capaces de dar razones verdaderas, mientras que los esclavos solamente son susceptibles de tener opiniones verdaderas. Los amos, en otras palabras, viven en el mundo de la razón más alta y el conocimiento, mientras los esclavos solo viven en el ámbito de la persuasión y la opinión. En efecto, aquí los dominados tienen un uso muy limitado de la razón. Dado lo anterior, el amo puede ordenar la vida del esclavo mejor que el esclavo mismo. Liberar al esclavo sería hacerle un mal, porque se quedaría sin la guía de su amo. El esclavo, para ponerlo en términos psicoanalíticos, está castrado: le hace falta una parte de su humanidad: la razón plena. El amo, en cambio, es un ser completo.

Aunque los académicos han notado que la defensa de la esclavitud en Aristóteles está llena de contradicciones e imposibilidades (por ejemplo, prácticamente ningún ser humano sería susceptible de ser esclavo, porque rara vez encontramos gente cuya razón esté así de castrada), su argumento ha sido repetido una y otra vez con disfraces distintos por los amos de todas las épocas. Toda élite inventa una mitología sobre su propia superioridad, porque de algún modo hay que explicar la dominación sobre los otros. Como en el caso de Aristóteles, esas mitologías están llenas no solo de contradicciones sino de una supuesta neutralidad. Tanto la superioridad del amo como la ventaja del esclavo al ser dominado son presentadas como hechos perfectamente normales, claros, que para nada representan exclusivamente los intereses de los amos. En otras palabras, la subjetividad del amo se reprime para presentar su argumento como si fuera universal y neutral.

La teoría aristotélica muestra con claridad lo que Lacan llamaba el discurso de la universidad. Se trata de un discurso que justifica al amo desde una perspectiva aparentemente neutral. Presenta decisiones políticas basadas en el poder como si fueran una simple cuestión del ser de las cosas: “así es el mundo, estos son los hechos, etc.”. Es interesante, además, porque muestra la falsa lógica de la excepción que atraviesa siempre las justificaciones de los amos. Los muchos son incapaces de una razón plena, pero hay una minoría, una excepción, que sí es capaz de una razón cercana a la de los dioses. Para ponerlo en términos psicoanalíticos, la mayoría está castrada y por eso no sabe bien lo que quiere. Apenas puede ser persuadida de lo que debería hacer. Otro se lo tiene que decir. Ese ‘Otro’ no es más que la figura del padre, es decir, quien suponemos que no ha sido castrado, quien tiene el saber, la potencia y el goce. Si los amos no se atribuyen siempre la posición del padre, sí suelen atribuirse una cercanía a él: los amos son los más cercanos a los dioses, es decir, a los seres que tienen el saber y el goce pleno. El amo es el representante del padre (dios, el logos, etc.) en la tierra.
Lo anterior lo encontramos en Platón. Una de las preguntas que el filósofo ateniense nos plantea es si entre la población y la dirección existe una diferencia solamente gradual o una especifica. En el primer caso nos encontramos con la democracia: hay hombres un poco más inteligentes que otros, así como hay hombres más altos que otros, etc. Sin embargo, no hay nada sustancialmente diferente entre nosotros. Todos, por tanto, tenemos derecho al mando.

En el segundo caso, los hombres son tan profundamente diferentes que solamente quienes poseen la diferencia especifica que otorga el poder de gobernar (el conocimiento de la ciencia política) deberían hacerlo. Quien tenga verdadero conocimiento de causa (como los amos de Aristóteles) está más cerca de los dioses, porque justamente lo característico de los dioses es el de no estar castrados, es decir, el tener un pleno conocimiento de causa. Los dioses, para decirlo más claramente, tienen lo que Lacan llamaba el falo. Los humanos que sepan de algún modo participan de ese falo y pueden ser los que representan al dios en la tierra. Los amos pueden pastorear a los esclavos.

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Esta lógica ya no opera abiertamente. Los pastores parecen haber huido con los dioses. Todo eso es una ilusión producida por la represión del amo.  Tenemos un amo, pero actuamos como si no lo tuviéramos. Creemos que vivimos en el fin de la historia, es decir, en la situación donde la dialéctica del amo y el esclavo ha sido superada: ya somos todos iguales. La diferencia entre un rico y un pobre es ahora de grado, no especifica. El rico, según el discurso oficial, se esforzó más. Eso es todo. Pero una mirada más atenta nos revela varios amos que se atribuyen diferencias específicas. El tecnócrata decide sobre el destino de la gente—ya lo había visto Gómez Dávila—con un despotismo que hace palidecer a los monarcas del pasado. A pesar de que pueda negar creer que tiene una diferencia especifica, se comporta como si la tuviera. También encontramos empresarios cuyo poder supera por mucho al de la mayoría del a humanidad, debido a su influencia política y a su capacidad de invertir recursos económicos.

Pero, por raro que parezca, el tecnócrata y el billonario no son más que amos menores. El amo más poderoso, que gobierna sobre tecnócratas, políticos y billonarios, es el capital. En efecto, ya Kojéve había visto con Hegel que el amo puede ser sublimado, es decir, no tiene que ser una persona. Puede ser una idea o un sistema politico y económico. Aunque el liberal niegue que haya amos, al mismo tiempo nos pone al servicio del capital. Todo debe estar en función del capital. Nuestro trabajo tiene que servir al capital, tiene que ser compatible con el capital, tiene que reproducir al capital. El deseo nuestro es el deseo del amo, es decir, del capital. El capital ocupa la posición del amo, porque nuestra vida y trabajo tienen que servirlo. El capital tiene la diferencia específica: quien esté cerca de él de algún modo siente que estará menos castrado, que estará más completo. El goce hoy está asociado al capital. Los esclavos están dispuestos a inmolarse y a inmolar a otros para satisfacerlo.

La ilusión de que el amo ha sido eliminado proviene de un hecho único en la historia. En el pasado, el esclavo preparaba lo que el amo consumía sin poder consumirlo él mismo. Las más grandes glorias de las civilizaciones pasadas fueron construidas por esclavos que no podían disfrutarlas. El esclavo estaba, por tanto, excluido del goce del consumo. Ser esclavo era producir para no poder consumir. En el presente, en cambio, el esclavo también consume lo que hace. El capital es un amo extraño porque no solo permite que sus esclavos consuman, sino que necesita que sus esclavos consuman, que gocen. El goce es el imperativo superyoico del capital. Por supuesto, el esclavo no consume todo lo que produce, porque la mayor parte de su producción va para el amo. Y sin embargo, el capitalismo es tan abrumadoramente productivo que el amo puede permitirle al esclavo el goce de parte de su producción—al menos si el esclavo lucha para conseguirlo. Por esta razón, queda la idea de que ya no hay amo que se apropie del trabajo del esclavo. Como sugiere Fukuyama, aparentemente ya no hay conflicto entre capital y trabajo.

El amo, como lo venía diciendo, está reprimido. Por eso, el capital es visto como una herramienta, no como un fin. Pero ya el psicoanálisis había notado que el inconsciente no solo se manifiesta en el lenguaje, en los deslices, sino también en los actos. Dicen que es una mera herramienta, pero se comportan como si fuera el fin último de la humanidad. No importa cuántos deban morir, siempre y cuando el capital se reproduzca. El que sea mostrado como mera herramienta es parte del discurso de la universidad: se presenta como un hecho neutral, apolítico. Así son las cosas y así deben ser las cosas. A pesar de la represión, el capital también se presenta desde el discurso aristotélico sobre la esclavitud: nos conviene ser dominados por el amo. Entre más sometidos estemos al capital, mejor para nosotros. Esto se debe a que el capital de algún modo ordena nuestra vida de una manera mucho más racional que la que podríamos tener fuera de él. Liberarnos del amo, entonces, nos hace un mal: nos quedamos sin su guía. Pero antes de que queramos liberarnos es preciso hacernos una pregunta: ¿acaso es posible vivir sin amos? Si nuestro deseo es siempre el deseo del amo, ¿cómo podemos vivir sin él?