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¿Glifosato controversial? bioquímica, toxicología, epistemología y una salud versus seudociencia

Ricardo Andrés Roa-Castellanos

Glifosato controversial

La arena de las cuestiones públicas es compleja.

 

A pesar de que la academia suele estudiar la realidad de forma separada, fragmentada o especializada, es la interrelación de los campos estudiados y sus interfases, lo que produce el resultado total que termina por ser entendido de una determinada manera, y consecuentemente, vivido -para bien o para mal-. El todo supera la suma de las partes. El efecto pasa a ser causa de nuevos procesos.
 
Y en el desenvolvimiento de estos sistemas, hay que cuidarse.
 
La Sentencia T-236/2017 de la Corte Constitucional, ratificadora del veto a las aspersiones de glifosato en el control antinarcóticos, es una muestra de lo dicho que ligó la meridiana claridad de un tema técnico-científico a una urdimbre prohibitiva de procedimientos jurídicos como el principio de precaución (en sentido inverso a la evidencia), la licencia ambiental y la consulta previa, por una justificación de “riesgo” de toxicidad que al tenor literal encontrado en la misma sentencia, resultó “no al glifosato, sino al surfactante Cosmo Flux 411-F” usado para algunas aspersiones. En adición, el subsiguiente capítulo 5.4.2.6. “Seguimiento a las denuncias en salud” -la razón más argumentada para cancelar las aspersiones- apenas si compone un párrafo[1], párrafo frustrado ante la falta de evidencia y especulativo en compensación a lo poco objetivo.
 
Por tal razón debe acudirse, preferiblemente, a un abordaje transdisciplinar (TD) para establecer conclusiones en esta clase de problemas complejos y trasversales (Wickson et al., 2006). Y deben integrarse en el análisis TD, como manda esta perspectiva-base del modelo Una Salud, las informaciones fácticas procedentes de noticias, realizaciones académicas, científicas, y aquellas subjetivas o tradicionales que, aunque trascienden y pueden no estar bajo los límites disciplinarios formales, brindan conocimiento relevante para obtener soluciones al problema enfrentado (Zinsstag et al., 2015).
 
EL MARCO SOCIETAL
 
En la era de las paranoias ideológicas, de las veloces comunicaciones virtuales, la demagogia emotivista, las prensas tan parcializadas como anti-éticas, el auge de las sectas que ni siquiera son identificadas como tal, el remplazo de la virtud por el vicio, y la insuficiencia de la educación formal que ha conducido al Analfabetismo funcional[2] (imposibilidad de resolver problemas, de discernir con eficiencia la realidad de las ideas colectivistas, o de ligar conocimientos entre frentes de realidad -tema a profundizar en otro artículo-), una “idea”, así sea incorrecta, puede ser un camino de pólvora que cunde hasta volverse pilar cultural, o un explosivo paradigma que puede escalar fácil, ajeno al resultado nocivo para muchos.
 
En este caos multifactorial creciente, caracterizado por la merma de la racionalidad, las decisiones NO basadas en la evidencia experimental, el desprecio a la autoridad, y la desaparición de los escrúpulos, se encuentra un magnífico ejemplo sociológico, fenomenológico y de estudio ético en la tormenta de opiniones avivada con el tema del glifosato.
 
Pese a ser una sustancia empleada contra las malezas, de uso rutinario en la agricultura mundial desde los años 70’s, el glifosato pasó a ser materia de escándalo público. Por ello debe acudirse a piezas de información bien claras para los agrónomos, químicos y toxicólogos que son desconocidas para la opinión pública si se quiere tomar un punto de vista más sensato y estructurado.
 
Al escribir este artículo el 17 de Julio de 2019, la corte debía proferir un concepto sobre la sentencia enunciada. Espero que las siguientes observaciones, sin conflicto de interés alguno, pues no devengo dinero, ni tengo actividades relacionadas con los distintos grupos de interés incriminados, ayuden a contribuir en la comprensión y el drama derivado de esta tormenta pseudointelectual desatada cuyos efectos se miden en muertes e incremento de sufrimiento para un notable número de personas, familias y sociedades.
 
ANTECEDENTES
 
El químico John E. Franz descubrió este organofosforado (de tipo fosfonato) como herbicida en 1970. Los fosfonatos son ésteres del ácido fosfórico y tienen la fórmula general RP(=O)(O)2. Los fosfonatos tienen gran variedad de aplicaciones técnicas. Con la fórmula (HO)2P(O)CH2NHCH2CO2H, este derivado de la glicina, como bien señaló la periodista María Isabel Rueda[3], es uno de los herbicidas más utilizados.
 
En la naturaleza se encuentran formas semejantes de fosfonatos con la misma potencialidad biodegradable del glifosato, que contienen enlaces Fósforo-Carbono (P-C) como la Fosfatidilcolina (o Lecitina, un fosfolípido de membrana celular indispensable para el funcionamiento sanguíneo, preventivo de la colitis ulcerosa y que contribuye al funcionamiento del sistema nervioso de animales y humanos al permitir la liberación de Colina, a su vez, un precursor del neurotransmisor Acetilcolina). La ausencia de Fosfatidilcolina ha sido ligada a demencias que en animales de laboratorio han podido corregirse con dieta al poseer el huevo notables niveles bioquímicos de esta sustancia (Chung et al.,1995; Valenzuela et al., 2005; Amenta & Tayebati, 2008)
 
Industrialmente, los ésteres fosfóricos son sintetizados por alcoholisis del oxicloruro de fósforo. También se conoce una variedad de derivados mixtos amido-alcoxo. Por ejemplo, está la Ciclofosfamida que es un medicamento de importancia médica contra el cáncer.
 
En 1974 el uso del glifosato ya estaba globalizado en la agricultura alimentaria. No obstante, fue sintetizado años antes (1950) por primera vez por el suizo Henry Martin para la compañía farmacéutica Cilag AG. En 1964, el compuesto había sido patentado como quelante dada su propiedad de remoción de minerales como el calcio, magnesio, zinc, etc. (Dill et al., 2010; Benbrook, 2016; Zhan et al., 2018).
 
Fue así como desde principios de los años 80, el glifosato era ya el herbicida más empleado en Colombia al tratar, sin queja o hallazgo negativo alguno para la salud humana, a millones de cultivos legales de maíz, papa/patata, café, plátano, arroz e incluso pastos y forrajes para ganadería. Ello ha estado en armonía con los estudios científicos toxicológicos serios y neutrales.
 
Por ejemplo, de 1974 a 2016 se encontraron con el buscador WOS (Web of Science) cerca de 8174 artículos científicos que desde el 2000 toman un cariz de “politización de la ciencia” al querer centrarse varios de estos estudios en la búsqueda de efectos negativos o tóxicos de la molécula sobre la salud y el ambiente, teniendo por líderes productores de literatura científica al laboratorio Monsanto y la Universidad de Buenos Aires (UBA) (Sosa et al., 2019).
 
Instituciones científicas experimentales de EE. UU. y Europa han coincidido en los resultados de valoración toxicológica por especie. El glifosato tiene una relativa baja toxicidad aguda oral y dérmica. No es tóxico por inhalación, ya que no es volátil (Environmental Protection Agency -EPA-, 1993). No existen efectos de toxicidad crónica o carcinogenicidad en ratas, ratones y perros Beagle a altas dosis ingeridas o inyectadas. En junio de 1991, la EPA clasificó al glifosato como Grupo E Oncógeno, o sea de no carcinogenicidad para humanos–(EPA, 1993).
 
Las revisiones de las agencias reguladoras gubernamentales en varios países, las organizaciones internacionales (como Health Canada, U.S. EPA, FAO y WHO) y otras instituciones científicas, aplicando procedimientos en toxicología aceptados, han diferido con los laxos pero mediáticos estudios NO experimentales (meta-analíticos, susceptibles a la escogencia sesgada) de la IARC en sentido contrario, comunicados en 2015 (Tarazona et al., 2017).
 
Mucha gente todavía no lo sabe, pero el glifosato es la molécula del famoso herbicida RoundUp ® cuya bioseguridad para personas y animales es muy alta[4]. Según el Ministerio de Agricultura, de los casi 10 millones de litros de glifosato utilizados en Colombia en 2013, solo 450.000 se destinaron a las aspersiones contra los sembrados ilícitos, una cifra que ilustra de forma comparativa la importancia y seguridad de la sustancia[5].
 
Valga decir, la esperanza de vida colombiana -en paralelo- durante los últimos 40 años en vez de bajar, se ha incrementado notablemente (1990-2012) según las estadísticas del Banco de la República[6]. El glifosato es un veneno específico para vegetales al inhibir la enzima 5-enolpiruvil-shikimato-3-fosfato sintasa (EPSP o EPSPS) lo cual bloquea la ruta metabólica exclusiva vegetal del shikimato y por consiguiente la producción de aminoácidos aromáticos cruciales en las formaciones estructurales de las plantas susceptibles[7].
 
La aspersión aérea antinarcóticos de glifosato se realiza en Colombia a partir de 1992 con cultivos de amapola y desde 1994 sobre los cultivos de coca. En el período de 1994 a 2000 se asperjó un promedio anual de 50.000 hectáreas de coca y se incrementó, con el auge de grupos insurgentes alimentados de esta lucrativa industria delictiva, a un promedio de 126.000 hectáreas entre 2001 y 2005, de acuerdo con el Observatorio de Drogas de Colombia (ODC)[8].
 
En comparación con los monocultivos agrícolas de soja/soya transgénica, la aspersión para cultivos ilícitos no representa exposiciones crónicas al elemento, ello debido a su carácter itinerante, perseguido e impermanente de cultivo ilícito.
 
Su normatividad relacionada, la proporción (concentración) y frecuencia para esta indicación antinarcótica ha estado reglada por las Resoluciones 1065 del 26 de noviembre de 2001 y 0099 de 2003. Respectivamente, las mezclas empleadas fueron de 8 a 10,4 Litros por Hectárea (L/Ha) del fosfonato en cuestión, para un máximo total de cuatro (4) aplicaciones en un lapso de seis (6) meses al cabo de los cuales no hay necesidad de nuevas utilizaciones[9].
 
En comparación con el arroz, para este alimento -también asperjado por vía aérea-, son realizadas en promedio tres aplicaciones del herbicida, antes de cada cultivo, en una dosis de 4 L/Ha, dos veces al año para un total de 6 aplicaciones anuales[10], iterativas-estables (crónicas) de donde no hay riesgo por residuos del glifosato en alimentos, tal y como halló el estudio de riesgo ambiental por el uso de glifosato, encontrando bajo riesgo ambiental agudo para el ecosistema hipogeo (bajo tierra), riesgo ambiental moderado para cultivos permanentes (crónico) en este mismo ecosistema, al igual que el riesgo ambiental agudo en ecosistema epigeo-acuático (Bustos, 2012). Quiere esto decir que es más riesgoso el cultivo de arroz…
 
Los estudios de la Agencia Europea de Químicos (2017) sobre Valoración de Riesgo (Risk Assesment) que periódicamente corren pruebas de verificación sobre la baja toxicidad del glifosato, confirmaron lo que se ha sabido desde los años 70’s en lo relativo al sistema de Regulación en Clasificación, Empaquetamiento y Etiquetado (CPL Regulation Standard, por su sigla en inglés), es decir:
 
Causa Daño ocular 1 por contacto directo con la sustancia en estado puro (Código H318) y Toxicidad para la vida acuática 2 (Código H411) por lo cual se advierte esto para el etiquetado, su manejo y aplicación, prohibiéndose su aspersión cercana a cuerpos de agua para el cuidado de la fauna piscícola, reptil y anfibia que suelen presentar sintomatología neuro-respiratoria[11]. Estos últimos hallazgos fueron corroborados, para mi concepto bioético innecesariamente, incluso por el Grupo de Investigación en Toxicología Acuática y Ambiental (Aquatica) de la Universidad Nacional de Colombia, que notó ese efecto en especímenes tales como el yamú, el pez fantasma, el bocachico y la cachama blanca.
 
OBSERVACIONES CONTEXTUALES (PRAXIS DEL CONOCIMIENTO TEÓRICO)
 
Atrás parece haber quedado el escrúpulo ético de no improvisar, o mucho menos, experimentar, con decisiones que inciden las dinámicas de vida y muerte para las poblaciones humanas. Y ese es el quid de este asunto como veremos.
 
La afectación a gran escala de grupos humanos es posible hoy con enorme facilidad, por medio de una blanda, pero efectiva técnica discursiva y comunicacional regida por los artificios de la mercadotecnia y otro tipo de manipulaciones técnicas sobre la opinión pública[12]. El sofisma formal que implica la seudociencia o constructos premeditados llenos de verdades a medias, de convincente jerga técnica, y la combinación arbitraria de cifras, sesgos ideológicos, e informaciones efectistas, es una amenaza civilizatoria de múltiples cabezas que antes era más fácil de reconocer como perjudicial charlatanería. Ahora esta herramienta de daño masivo se ha sofisticado dada la múltiple ignorancia que suele surgir de campos no trabajados ni integrados para bien de la vida cotidiana.
 
La supervivencia grupal así ha quedado en estado de vulnerabilidad a estos vaivenes, que han calado en las universidades y por transitividad en las demás instituciones, donde priman en los debates recientes la dictatorial y subjetiva opinión sobre el más objetivo conocimiento científicoLa ética es hoy una patente de corzo, que, manipulada, justifica la gran mayoría de subjetividades ideológicas, al negar la quintaesencia de su estudio como ciencia analítica de la conveniencia de elecciones basada en la VERDAD de los hechos.
 
Al tiempo, la sociedad oye en los medios de comunicación masiva a abogados, politólogos, periodistas, u opinadores no-idóneos, súbitamente convertidos en toxicólogos, oncólogos, farmacólogos, químicos, ingenieros agrónomos o “científicos” que imponen sus percepciones a sus congéneres sin prudencia alguna, pero si con altivez y vanagloria.
 
Estas “inofensivas” licencias personales, o casi suplantaciones profesionales (si se quiere ser estrictobasadas en los vicios del orgullo, la prepotencia o la soberbia, han propiciado -queriendo o sin querer-, la expansión de los cultivos ilícitos a extensiones superiores a 209.000 hectáreas[13], asimismo, el aumento exponencial del crimen organizado e informal, y el ascenso en la tasa de homicidios directamente ligado a estas actividades hasta en un 55%, según la Fiscalía de Colombia para 2017[14].
 
¿Qué puede relacionarse con esta nociva dinámica?
 
UNA SERIE DE MALENTENDIDOS
 
Como puede observarse en la Figura 1, haber depuesto gradualmente, desde 2015 y 2016, el uso sobre los cultivos ilícitos de la aspersión del glifosato (N-fosfonometilglicina, C3H8NO5P, CAS 1071-83-6) por argumentaciones políticas, ligadas a los Acuerdos de Paz en su Capítulo 4º, coincide con una ampliación de la superficie de tales cultivos que continúa con la misma inercia hasta 2018 para el rastreo satelital de la Oficina de la Política Nacional para el Control de Drogas de Estados Unidos de la Casa Blanca que contrastó un diferencial importante en los datos comparados con las cifras suministradas por las instituciones nacionales del anterior gobierno[15].

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Figura 1. Serie de tiempo sobre la sincronía entre expansión de los cultivos de coca y las dos principales estrategias de control (Periodo 2010-2017). Fuente: ODC.

Figura 1. Serie de tiempo sobre la sincronía entre expansión de los cultivos de coca y las dos principales estrategias de control (Periodo 2010-2017). Fuente: ODC.
 
El peligro de los discursos falsos o falacias, desde los tiempos de Platón, suele ser que dichas guías perversas en política que engañan para persuadir y justificar acciones terminan causando los daños que dicen evitar.
 
En el caso particular, el Ministro de Salud de entonces (un titulado Ingeniero Civil, doctorado en economía, quien entregó el sector salud en quiebra tras 6 años en esta cartera[16]) alabó la eficacia de la fumigación terrestre y remoción manual de cultivos y denigró al glifosato por los “probables” efectos en la salud poblacional de la aspersión aérea[17].
 
Para la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), en un informe de junio de 2016, el área dedicada a cultivos de hoja de coca pasó de 69.000 hectáreas en 2014 a 96.000 a final de 2015, justo el año en el que el Consejo Nacional de Estupefacientes suspendió́ las fumigaciones aéreas con glifosato por las razones argumentadas de Salud Pública-sin casuística probatoria local- aludiendo en paradoja de Munchaüssen que la guerra contra las drogas era un fracaso y que la respuesta adecuada suponía la sustitución voluntaria de cultivos, en combinación con la erradicación manual, como quedase consignado en el referido Capítulo 4 del Acuerdo de Paz[18].
 
De los hipotéticos daños citados a la salud poblacional, según la Fundación Ideas para la Paz (2019)[19], la realidad de muertos e injuriados en especial por Minas Antipersona demostró (Figura 2) un inusitado ascenso de heridos y muertos, además de un notorio grado de ineficacia para combatir el problema:
 
“En la última década (2009-2018), según los registros de la Policía Antinarcóticos, 126 miembros de la Fuerza Pública y civiles han muerto en labores de erradicación y 664 han resultado heridos, con graves lesiones.” 

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Figura 2. Efectos en Morbi-mortalidad de la Erradicación Terrestre. Fuente: FIP.

En el año 2015, la Organización Mundial de la Salud (OMS) por medio de la citada IARC (por la sigla en inglés para su Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer) y un funcionario controversial, Kurt Straif[20], profiere un boletín donde clasifica la sustancia bajo el acápite conocido como grupo 2A, es decir, enmarcando al glifosato en la nebulosa categoría que lo define como “Probablemente carcinógeno para humanos”.
 
Con base en este comunicado, dentro de un contexto de ataque ideológico por medio de propaganda negra contra la casa matriz Monsanto, líder en los desarrollos científicos de los Organismos Genéticamente Modificados (cultivos transgénicos), el glifosato comienza a ser objeto de un polémico cuestionamiento en la lucha contra las drogas.
 
En verdad, las ventas mundiales del glifosato en su mayoría (56-72%) van dirigidas al cultivo de la Soja/Soya transgénica para cultivos RounpUp Ready®, seguidas de otros cultivos industriales y/o alimentarios (Benbrook, 2016). El uso contra cultivos ilícitos es mínimo y bien caracterizado en sus protocolos.
 
Desde hace muchos años, los análisis de toxicidad indican que la aspersión no debe realizarse ante fuentes de agua, ni exponer los ojos a sus aerosoles. Está contraindicado y advertido. Eso ha sido claro.
 
Docentes ligados y comprometidos a difusión ideológica específica, que puede llegar a leerse desde la ética como un Conflicto de interés, agitaron con vigor en 2015, el rio revuelto para Latinoamérica basados en este pronunciamiento[21]. Pese a ligarse según sus propias fuentes científicas (Paganelli et al., 2010) a efectos “teratógenos” (inductor de malformaciones en fetos) o de alteración de ADN, es decir, afectaciones NO MORTALES o ligadas a cáncer, algunos medios con claro sesgo ideológico titularon con sensacionalismo las notas relativas en 2015 con las palabras “Glifosato asesino silencioso”[22][23].
 
El marketing, las técnicas de trabajo social, la comunicación, la política o ramas como la neurolingüística reposan ya en técnicas efectistas, consabidamente repetitivas, que poco dejan a la improvisación.
 
De hecho, en el momento presente, puede llegar a estar más regulado el intervenir experimentalmente otras especies de seres vivos en comparación con los manejos sociales aplicados a seres humanos. Con tan inescrupulosa y profusa invención tecno-ideológica, que empezó en el siglo XIX hasta causar dos guerras mundiales, las subjetividades u opiniones nos han retrotraído a etapas de la Evolución Social, paradójicamente, bastante primitivas, regresivas, y que habían sido ya superadas. Es decir, surge el cuestionamiento de sí la sociedad no se está protegiendo a sí misma en términos de supervivencia.
 
Tales retrocesos suelen implicar, de forma disyuntiva, aquel famoso camino para tomar impulso o, por el contrario, un camino a la involución, es decir, un cambio negativo a un estado peor, o de perdición.
 
Hasta la primera década del nuevo milenio, Colombia era un país asociado a la producción de narcóticos. No era consumidor… Hoy los males se conjugan. Las incrementadas personas co-dependientes o adictas igual hacen parte de las estadísticas de la doblemente descuidada salud mental ¿Y dónde quedó la argumentada defensa de la Salud Pública?
 
El problema es peor al considerar, precisamente, el post-conflicto. La resultante población víctima del conflicto armado, censada en clave epidemiológica, revela muy altos grados de consumo de sustancias psicotrópicas. Una paradoja de los enfoques discursivos de “paz” y género al notar al sexo femenino como el sector de población más afectado por co-dependencias y psicopatías (Castaño et al., 2018) producto esto de un horror catapultado socio-económicamente por el narcotráfico, las vejaciones bélicas y el estrés postraumático.
 
NOVA ET VETERA (LO NUEVO Y LO ANTIGUO)
 
Después de décadas del azote que significó la entrada de los cultivos ilícitos a naciones-víctima de las negligencias sociales o políticas, el ascenso de la corrupción, el pronto apogeo del narcoterrorismo, la secuencia de magnicidios en la política y la justicia, la expansión violenta de grupos alzados en armas contra la sociedad y el Estado, que comenzaron a alimentarse con este combustible económico -contando, o no, con ideologías justificantes de derecha e izquierda- daban a la opinión pública suficiente información para detestar lo relacionado con este sector de la economía negra ligado al crimen ordinario y organizado. El narcotráfico era notado como un enemigo público destructor de la sociedad en varios ámbitos.
 
Nadie hubiese imaginado entonces que ad-portas de la llegada al año 2020, la industria montada a partir de la producción y comercialización de sustancias alucinógenas, en Colombia y en el mundo, se hallaría revitalizada y respaldada por defensores culturales de este vicio, con una insidiosa -pero franca- construcción de “Narcocultura” por medio de películas, series, novelas, videos y canciones globalizadas, frivolizando por demás el consumo hasta normalizarlo para el imaginario público, en gran medida, debido a un argumento inesperado: su frívola promoción de usos “saludables” que, a fuerza de repetición en portales apócrifos, comentarios en RR. SS, opiniones de supuestos “expertos”, o constantes usos de las falacias ad baculum (donde personajes afamados convencen sobre ideas espurias, los “figurines” han jalonado la opinión en dicho sentido) y gran parte del público empezó a bajar la guardia sobre el tráfico y consumo de alucinógenos.
 
Las campañas nacionales de prevención sobre consumo de drogas, prácticamente, desaparecieron.
 
Lo anterior rememora las narraciones de Acemoglu y Robinson (2013) en su libro “Por qué fracasan las naciones” el cual reseña como el colonialismo belga y anglosajón limitó el desarrollo económico de las naciones expoliadas. Con los casos indio y chino de la época victoriana, la premeditación gubernamental inglesa era destruir simultáneamente las robustecidas economías de estos países por medio del achís, los cultivos de amapola, la heroína y el enviciamiento premeditado de sus poblaciones. Fue evidente que la fría competencia en términos de Economía política involucraba el destruir a priori a posibles competidores involucrando poblaciones nacionales. No por casualidad el padre de la Economía Política fue Robert Malthus, el problematizador de la población por excelencia.
 
En el caso iberoamericano actual, un bienintencionado, aunque inesperado agente internacional, heredero de esa perspectiva misántropa europea, ha estado detrás del cabildeo en pro de la marihuana, la coca y la inducida inestabilidad sociopolítica en diversos países.
 
SOROS, EL ADALID DE LOS CULTIVOS DE COCA Y MARIHUANA
 
En 2013, la Open Society Foundations (OSF), en la práctica un banco de segundo piso para ONGs de izquierda progresista, que ha invertido 32 billones de dólares sólo en organizaciones europeas de este tipo[24], según la BBC fue el motor que alineó expresidentes latinoamericanos con miras a respaldar al mandatario José Mujica en su proceso de legalización de la Marihuana[25]. Es una pena que el nombre de Karl Popper, filosofo de la investigación científica, sea instrumentalizado para almibarados fines al tenor de hoy, pro-delictivos.
 
Tan sólo 5 años después, para 2018, los efectos en Uruguay no corresponden a las promesas idílicas de la campaña pro-legalización de la marihuana.
 
Todo lo contrario: la tasa de homicidios se disparó, año tras año, en la otrora pacifica nación uruguaya[26]. En adición, el índice de consumo lesivo en la juventud ascendió[27], a tal grado, que la demanda desbordó la oferta legal[28].
 
A causa de una sincronizada atenuación de penas en Uruguay, los asesinatos ligados a bandas criminales de reincidentes crecieron un 45,8% en 2018. Al menos 414 personas fueron asesinadas el año pasado en el pequeño país austral, de apenas 3,5 millones de habitantes. ‘Per cápita’, la cifra supuso duplicar los homicidios de Argentina, y el triplicar aquellos de Chile. El 60% de asesinatos se produjo en el contexto de conflictos entre bandas criminales ligadas al narcotráfico, según el Ministerio del Interior uruguayo[29].
 
Acorde con ello, la legalización no acaba el problema del crimen. De hecho, comparativamente se nota que la medida es un sofisma de distracción. De aplicar un criterio similar para el homicidio (legalizarle para acabar con tal delito, desmontar su punibilidad para acabar con el problema), se puede intuir que tal despropósito en vez de disminuir aumentaría la comisión de este tipo de delitos al no haber mecanismos disuasivos por ley.
 
Estos efectos, no obstante, no han significado el más mínimo atisbo hacia la prudencia.
 
Michigan, la Canadá del también socialista Trudeau, Grecia o España, han promovido movimientos legislativos similares de la mano de otros políticos de izquierda radical como el ministro que quiebra a Grecia, Yanis Varoufakis (comunista), o Baltazar Garzón (socialista)[30].
 
Detrás de la actual legalización de la coca en Colombia, la OPF del magnate Soros vuelve a encontrarse como promotora del proceso con el argumento de la paz y la industrialización de la coca[31].
 
La influyente ONG colombiana “De Justicia”, a la par que recibe una cuantiosa financiación de millones de dólares, por parte de la Open Society[32], ha volcado su accionar político contra las medidas de control punitivo y guerra contra las drogas[33].
 
En 2019, De Justicia, con su respetado directivo Rodrigo Uprimny a la cabeza, comienza una férrea campaña pública contra el glifosato[34] , [35]. Uprimny, abogado de profesión, también se vale de la muy cuestionable IARC al decir: “Ese instituto (IARC) concluyó, a partir de un panel de 17 expertos que revisaron los estudios publicados sobre el tema (unos 1.000), que el glifosato era “probablemente cancerígeno para humanos”.
 
Es de destacar la cándida coherencia de Uprimny al ser defensor público del tribunal Justicia Especial para la Paz (JEP) y del líder social, ahora prófugo, el congresista Jesús Santrich[36].
 
También es de destacar, que a nivel ético y de justicia, la ONG criolla estaría incurriendo presuntamente en un colosal “Conflicto de Interés” que ha repercutido en la pérdida de vidas de más de un centenar de personas inocentes y varios cientos de mutilados, dada la infundada tozudez leguleya de insistir en la erradicación manual, bajo campos que se saben pueden estar minados o con personal armado que quiere impedir la realización de estos procedimientos y en claro desmedro del orden público y la seguridad nacional.
 
Las relaciones internacionales igual peligrarían en vista del riesgo de ser descertificados por rehusarse a practicar el control antinarcóticos por razones seudocientíficas. 

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Figura 3. Campaña publicitaria de finales de los años 80 sobre el consumo de drogas.

Al tiempo que se realizó la dispendiosa campaña de cabildeo político internacional de la OSF con Expresidentes de naciones azotados por el narcotráfico a la cabeza, y otros políticos de distintas calidades, en pro de la “legalización”, y pese a los efectos sociales y sanitarios, los esfuerzos por prevenir -cada vez- vienen siendo menores, a la par que mayor el uso y la producción de drogas. Casi que la única campaña, muy efectiva, y aún recordada era la que estuvo vigente para la época del Cartel de Medellín y de Cali (Figura 3).
 
Si hubiese sido por el sutil sofisma de distracción “desmontemos la lucha anti-drogas, pues sigue habiendo cultivos” (pese a haber sido reducidos exitosamente en 2012 y 2013 hasta 48.000 Hectáreas, tras la mano dura de los gobiernos Uribe -Ver barras Figura 4-), la humanidad tendría que haber echado a la basura todo el Derecho Penal, y de otras especializaciones, por cuanto homicidios, robos, comportamientos delictivos, irresponsables, injustos, o corruptos, continúan cometiéndose a lo largo de la historia universal a pesar de las leyes que los regulan y disuaden.
 
Ese es el punto: siempre se puede estar mucho mejor o peor.
 
El anterior contexto, sin embargo, posibilitó que la opinión pública acogiera las ideológicas diatribas sesgadas con ánimo prohibitivo contra el Glifosato. Aunque hoy gran parte de los opinadores sociales crean tener el problema muy bien entendido, lo cierto es que el criterio médico-científico de Una Salud reivindica los buenos resultados del enfoque clásico. 

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Figura 4. Series de tiempo sincrónicas de la superficie de cultivos de coca en conjunción con el predominio de la aspersión aérea de glifosato y la erradicación manual. Fuente: ODC.

PERTINENCIA TOXICOLÓGICA Y FORENSE
 
La Toxicología y la Medicina Legal comparten un mismo padre fundacional. El español de la Isla Balear de Menorca, Mateo José Buenaventura Orfila i Roger, produce sendos tratados pioneros sobre estas materias en 1814 y 1821. Su logro a nivel de la teoría del conocimiento no es de poca importancia:
 
Al unir campos del conocimiento disciplinar hasta entonces separados (Medicina, Química, Física y Biología en el primer caso; Derecho y Medicina en el segundo), las conclusiones de estos campos de estudio ahora integrados ya no eran las mismas. Las nuevas aproximaciones a los problemas inter-ligaban, de donde viene la palabra inteligencia, y se basaban en la fáctica evidencia científica. No se quedaban los nuevos dispositivos integrativos científicos en los histriónicos discursos de los perpetradores de crímenes.
 
Para la química, la sustancia (un elemento, una molécula, un compuesto) puede representar unas características y efectos. En la triangulación con la medicina y biología, la toxicología nota que los efectos dependen de las dosis de esas sustancias. Es importante sí llega la dosis a no tener efecto, a ser efectiva (DE) como en los fármacos, letal (DL), o mortal (DM), y esto está dado de acuerdo con la cantidad y el grado de exposición en el tiempo, en función de la especie o incluso raza, que ha estado en contacto con dicha sustancia.
 
Los distintos biotipos modifican los efectos y la vulnerabilidad tóxica a las sustancias. Un perro, por ejemplo, puede intoxicarse mortalmente con bajas dosis del inocuo fármaco humano Ibuprofeno. Las razas caninas Collie (Pastor, Border, etc) pueden morir con las dosis convencionales del antiparasitario Ivermectina para el resto de perros por una mutación en el gen MDR1 que regula medicamentos por medio de una glicoproteína P. Los buitres mueren envenenados con una mínima ingesta de Diclofenaco (Voltaren ®) incluso a una dosis tan baja que puede darse la muerte a partir de carroña de animales semovientes que hubiesen sido tratados farmacológicamente con este antinflamatorio (Plumlee, 2003).
 
En contraste, un compendio toxicológico sobre la baja toxicidad del glifosato para mamíferos, aves, otros animales y plantas, sin la presión y sesgos políticos de los últimos años puede encontrarse en Smith & Oehme (1992).
 
Similarmente, el enjundioso estudio, con la participación de grandes autoridades científicas de la Toxicología y la Salud Pública internacional (Solomon, Anadón, Cerdeira y Carrasquilla, 2007) sobre los efectos toxicológicos del glifosato en el hombre y la fauna, incluyendo vertebrados, abejas y lombrices de tierra, llegó a describir que hasta a muy altas dosis del compuesto en fumigación contra la Amapola (Papaver somniferum), precursor de la heroína, y la Coca (Erythroxylum coca), materia prima para la cocaína, no se llegaban a causar intoxicaciones, ni sintomatologías comprometedoras bajo el estándar de aspersión utilizado por ley en Colombia (10,4 L/Ha) para Coca y (2,5 L/Ha) para la amapola. Para ocasionarlas, las dosis tienen que ser exageradamente altas per os, tópicas, inyectadas intra-abdominales o subcutáneas. El glifosato, se comprueba así también, es bastante seguro.
 
Se recomendó según el estándar, la revisión científica periódica de la aplicación por sus riesgos y presencias residuales en tejidos o el medio. Esto se hace aquí y en los países desarrollados. Es claro, que los mecanismos naturales de biodegradación comentados al inicio son rápidos, por vía AMPA o de la Sarcocina activadas ambas por bacterias ubicuas (Zhan et al., 2018), sin encontrarse huella alguna del compuesto un año después.
 
Más recientemente, uno de los investigadores (Martínez et al., 2018) ya en el polémico contexto sesgado actual que se ha visto, comprueba que, aunque hay presencias residuales del glifosato en Líquido Cefalorraquídeo y 6 partes del cerebro, la neurotoxicidad en ratas y ratones se da ante dosis orales significativas, sin efecto dependiente de las dosis diferenciales (35, 75, 150 and 800 mg/kg peso corporal/día), durante 6 días consecutivos, esto por susceptibilidad idiopática (sin afectar a la totalidad de la población experimental) del sistema monoaminergíco del Sistema Nervioso Central (5-HT, DA and NE).
 
Cantidades traza (mínimas) de glifosato han sido halladas en presentaciones de comida sólida como pasta italiana, o bebidas como la cerveza, la leche y el vino en países desarrollados, sin que estos consumos impliquen toxicológicamente hallazgos patológicos, riesgos, peligros o deterioro de la salud humana, animal o pública al estudiar la evidencia mensurable (Zoller et al., 2018; Steinborn et al., 2016; Cook, 2019).
 
La dosis, el tiempo, la circunstancia y la vía de exposición al agente toxico, según características orgánicas propias, estructura la Toxicología.
 
Finalmente, digamos que las sonadas 3 penalizaciones legales e indemnizaciones millonarias por el glifosato en cortes de justicia oral en EE. UU otorgadas por jurados no especialmente preparados en estos temas, se han caracterizado 1) por no contar con formación científica y 2) ser sometidos a argumentaciones emotivistas por la parte acusadora en el contexto paranoico que ha vendido a los laboratorios agroquímicos y farmacéuticos como monstruos en las RR. SS.
 
Aquí una lectura médica que se ha pasado por alto ante ese hecho: Las tres personas que demandaron pertenecían a la tercera edad con más de 70 años, los 3 viven, como los jurados, en el progresista (demócrata o de izquierda política) estado de California, los tres argumentaban las mismas razones paranoicas de propaganda negra izquierdista contra los laboratorios [37], los tres tenían el mismo tipo de cáncer: un linfoma no-Hodgking cuyo pico de presentación por edad suele, mayoritariamente, darse precisamente hacia los 60-75 años, (Figura 5).
 
Bien sea en la India (Devi et al., 2017), Pittsburg[38], Wisconsin[39], o Bucaramanga donde también se “encontró predominio de este tipo de linfoma en la 6ª y 7ª década de vida. Con una distribución por género semejante a la caracterización científica de la enfermedad, es decir, fue mayor en hombres con 61,26% que en mujeres 45,6%” (Ramírez et al., 2011).
 
Esto sugeriría que se le está achacando infundadamente una culpa discursiva que el glifosato no tiene y que podía dar al traste con Bayer-Monsanto, hasta ahora dada la racionalidad emanada del modelo Una Salud. 

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Figura 5. Edad al diagnóstico de los Linfomas de Hodgkin (línea amarilla) versus No-Hodgkin (azulada con puntos rojos). Fuente: Seer Database - Facultad de Medicina, Universidad de Wisconsin.

REFERENCIAS

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