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Maestra vida: cuando la salsa se vistió de ópera

Felipe Cardona

Rubén-Blades

Cuando Rubén Blades dibujó la última corchea en el pentagrama supo que había rebasado los márgenes.

La expresión hasta ahora más genuina de su inconformidad estaba lista para sacudir los cimientos de la música latina. Con la tinta aún fresca en la partitura que llevaba por título “Maestra Vida”, el músico salió extasiado de su apartamento para compartir su invención con el productor de su banda, la joven estrella del trombón, el neoyorquino Willie Colón.

Willie no salía de su asombro, a pesar de conocer a fondo las composiciones de su compañero nunca había visto algo similar: El joven cantante panameño traía entre manos nada más que una opera en ritmo de salsa. Era todo un desafío para los artistas, que con apenas unos años de carrera musical, tendrían que enfrentarse a un público ajeno a este tipo de formatos en la música latina.

De cualquier forma, el instinto musical de Willie Colón le hablaba de nuevo para impulsarlo a participar de esta nueva aventura de Blades. Tres años atrás, en 1977, el trombonista había decidido juntarse con aquel joven panameño que trabajaba como mensajero en la disquera Fania luego de leer sus composiciones y escuchar su voz en los pasillos. El primer lance había dado un resultado inesperado. El disco “Metiendo Mano” había logrado un impacto tan contundente que al poco tiempo se convirtió en un hito de la música latina.

Y es que el enfoque de Rubén fue desde sus inicios muy distinto al de los otros compositores, sus letras se inclinaban a desvestir la verdadera naturaleza humana, la esencia del hombre llena de contrariedades. Años más tarde Willie diría que la magia de su compañero estaba en su capacidad de pintar un cuadro a través de las palabras y eso lo había motivado a trabajar con él.

La opera de Blades se presentaba entonces como una nueva oportunidad para sacudir los criterios que abogaban por la tradición. Todo era nuevo y por eso ambos artistas pensaron en cada detalle del montaje. Conscientes de las limitaciones del vinilo, que no permitía más de veinticinco minutos en cada lado, idearon una manera para exponer la historia: Cada canción funcionaría como una especie de cuento corto con un argumento claro y contundente debido a la limitada exposición.

Fue así como el universo del cantante vio la luz a los pocos días.  Los susurros del pueblo panameño al fin tendrían eco bajo la regencia del sonero que poco a poco había forjado su reconocimiento gracias a sus letras cargadas de poesía. Y es que el artista tenía un propósito muy claro, crear una obra que escapara a la frivolidad evidente del medio musical neoyorquino que ponía todo el foco en el bailador y pasaba por alto el mensaje de las canciones.

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Fue así que en sintonía con William Faulkner y García Márquez, sus escritores de cabecera, Rubén Blades creo un universo mítico que representa el sentir del latinoamericano sin importar su nacionalidad.  A través de la salsa el ideario latino finalmente evadía los límites de la marginalidad para manifestarse por todo lo alto.

“Maestra Vida” conjugaba entonces las expresiones más auténticas del latino, la música como huella distintiva de expresión, el sincretismo religioso y la visión festiva de la vida hermanada con la sensualidad y el caos.
Muy a la usanza clásica la ópera de Blades plantea una obertura donde se evidencian las melodías musicales que se desarrollarán a lo largo de la pieza.  Lo llamativo de eta sesión introductoria es que expresa la diversidad musical de Latinoamérica, es una suerte de recorrido por los distintos géneros musicales del caribe.   El artista bosqueja aquí su profundo conocimiento musical y su intención de reivindicar no sólo la salsa sino toda la multiplicidad sonora de Hispanoamérica.

Después de esta cortesía la clave aparece con su enérgico patrón, ha llegado el tiempo de la salsa y los tambores se suman a la fila sonora.  La percusión “libertina” de los yorubas se adueña de toda la canción como un preámbulo a una voz omnisciente que introduce al espectador en la atmósfera de la historia.

La atmósfera no puede ser otra que el barrio latino, el escenario donde confluyen todos los personajes y sus historias se entrelazan. Es un espacio con alma propia donde todas las ilusiones son ventiladas y los secretos son revelados. Y no se trata de situaciones idílicas como en la ópera tradicional, aquí se expone la crudeza de la vida a través de personajes caudalosos y anécdotas dramáticas. Entonces aparece Manuela, la musa de la historia, la mujer desenfada que enloquece a los hombres con su temperamento indomable. Luego entra en escena Carmelo, el don juan, el hombre que todo lo puede y es atrevido e inteligente. La historia gira en torno al amor de estas dos figuras y como el barrio se involucra en esta epopeya amorosa marcada por la fiesta y los reveses familiares.

A través de la obra el espectador es testigo del movimiento de la vida desde el nacimiento hasta la muerte. Blades nos adentra entonces en las necesidades e intereses de las clases populares latinoamericanas en cada etapa de la existencia. Primero dibuja toda la lógica del galanteo, la experiencia festiva del cortejo y como se vive la experiencia del noviazgo. Luego nos habla de la experiencia del nacimiento cuando, fruto del amor entre Carmelo y Manuela, nace Ramiro. Hasta aquí todo es color de rosa, pero con el paso de los compases aparecen los contratiempos.

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La segunda parte de la opera se enfoca en las dificultades del padre por mantener a su familia en una situación adversa debido a la escasez y la hipocresía de la clase política. Es pues la faceta más política de la obra y la más controversial. Sin embargo, esta determinación no es gratuita, una revisión a todo el trabajo musical de Blades revela a un artista preocupado por las condiciones sociales de un pueblo empobrecido que se debate entre la esperanza y los ánimos defraudados.
 
Finalmente, la tercera parte de la ópera se enfoca en el aspecto más trágico de la existencia a través de la soledad, la muerte y la incomprensión. Sin embargo, aunque parece no haber redención Blades insiste en la maestría de la vida para mostrarnos el verdadero rostro de la existencia, un rostro bipolar, una cara que se debate entre la alegría y el dolor, una vida que nos quita y nos da.

Es pues esta obra el reflejo de nuestro modo de ser como latinoamericanos, vemos en el espejo de la música a esos seres que se debaten entre la miseria y la abundancia, entre la fiesta y el duelo. La crónica musical tiene entonces todos los colores y todos los caminos posibles. El juglar panameño nos ha revelado algo que sabemos pero que insistimos en ocultar. Quizá se deba a nuestro obstinado propósito de ocultar nuestras dimensiones más oscuras creyendo erróneamente que son cargas y no un conocimiento que nos lleva a liberarnos.