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Reaprender a enseñar: La Generación del Cambio Climático

Manuel Guzmán-Hennessey

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Un encuentro con el nombre de “Futurible” se ha empezado a convocar en el Gimnasio Moderno de Bogotá.

La centenaria institución educativa acoge así una idea de Diego Betancur que consiste, palabras más, en una exhortación intergeneracional que invita a quienes hoy tienen quince años, a pensar en el futuro con aliento de largo plazo. La crisis ambiental y climática que los designa como “La Generación del Cambio Climático” les deparará un mundo muy distinto del que vivieron sus abuelos. Un mundo al borde de un colapso global: el antropoceno.
Leí en un libro reciente de Edward Wilson una alusión de “Las Geórgicas”, que bien enmarca el sentido de este encuentro, en el que Julio Carrizosa, Ernesto Guhl, Margarita Marino de Botero, Paolo Lugari y Jorge Reynolds entregan a los jóvenes una especie de ‘pensamiento acumulado’ no exento de preocupación por el futuro. La cita de Virgilio es esta: “Pero ya he recorrido harto espacio, y es tiempo de desatar los humeantes cuellos de mis caballos”.

Haber devenido de “Homo sapiens” a homo hidrocarbonus, como asevera J. Grunevald, representa, evidentemente un signo de involución civilizatoria. No importa que entre todos compartamos la idea de que ‘algo está mal’ como escribe Tony Judt. Seguimos haciendo las cosas como lo indicaba el positivismo lógico y como hoy lo indica la economía de la globalización o lo que viene siendo lo mismo: la economía intensiva del carbono. Fue Isaiah Berlin quien señaló esta curiosa terquedad suicida que hoy nos caracteriza: ser civilizados hoy consiste en estar dispuestos, e incluso morir, por defender un catálogo de ideas y premisas en los que no creemos del todo. Tarde hemos venido a entender el cuadro que pintó Francisco de Goya y Lucientes en la alborada del siglo IXX: el sueño de la razón produce monstruos. Gómez Dávila también nos alertó en la mitad del siglo XX: “Los tres enemigos del hombre son el demonio, el Estado y la técnica”.

[1] Profesor titular de la cátedra de “Cambio Climático: nueva sociedad” de la Universidad del Rosario, Director General de la red KLN, columnista de opinión de varios medios y autor de numerosos libros y artículos sobre la crisis climática global. Contacto: director@laredkln.org

Y Marx y Engels, un poco después de Goya, escribieron: “Esta sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir tan potentes medios de producción y de cambio se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros” (Manifiesto comunista, Marx & Engels, 1860).

Ahora bien: ¿Estamos enseñando esta crisis? ¿Estamos abordando desde las diferentes disciplinas lo que significa esta amenaza contra la vida? Me he preguntado si lo que escribe Manfred Max Neef de la economía puede decirse también de todas las ciencias y de todas las técnicas: “No podemos aplicar en el siglo XXI, una disciplina, con los enfoques del siglo XIX”.

Hoy vivimos, según Paul Crutzen, una nueva era geológica: el antropoceno. El Holoceno acabó entre el siglo XIX y el siglo XX. Ambos siglos, en materia de ciencias, se consideran los siglos de las certezas, herederos del siglo de las luces, y determinados por la reina de todas las ciencias: la física. El siglo XXI nos sorprende con una realidad emergente: la crisis humanitaria global causada por el cambio climático. Norman Myers dijo en el Foro económico mundial de Praga del año 2005, que en el año 2050 habría más de doscientos millones de refugiados climáticos. Según sus cuentas, esto significaría que uno de cada cuarenta y cinco habitantes de la Tierra sería refugiado climático. Pero hace apenas un mes salió publicado el Global Report Internal Displacement (GRID, Norwegian refugee council, 2017) que revela que en 2100 podrá haber dos mil millones de refugiados climáticos en el mundo.

A los estudiantes de hoy día es preciso enseñarles que ellos ejercerán sus profesiones en este mundo. De manera que lo que debemos enseñarles es el mundo en que vivimos y no aquel mundo de las certezas del siglo XIX, ni tampoco el mundo de la opulencia del siglo XX, sino el mundo de las incertidumbres del siglo XXI. Según las proyecciones del Banco Mundial, a partir del año 2030, ingresarán cada año a la línea de pobreza extrema en el mundo, cien millones de personas (Shock waves managing the impacts of climate change on poverty, World Bank, 2015).


Si la enseñanza ignora o interpreta mal los nuevos procesos del mundo en que vivimos (los procesos del antropoceno) y omite su papel de puente entre las ciencias y la, y como consecuencia de ello, priva a los estudiantes de poner a prueba su papel innovador en la transformación de la tecnosfera ¿será porque se mantuvo aferrada a sus métodos del holoceno o porque la realidad le hace trampas?

La manera de enseñar de los griegos se basaba en la práctica del Kalos Kai Agathos: la unión virtuosa entre lo bello y lo bueno. La enseñanza en la era del antropoceno está a llamada a facilitar la unión entre todos los saberes y todas las artes de que habla Edward Wilson: la consiliencia. Las disciplinas en general deben volver por sus orígenes griegos: el carácter subsidiario de la crematística con respecto a la oikonómica. Esta última, según Aristóteles, se define como el cuidado de la casa, y eso es lo principal. De la casa común, como diría hoy el papa Francisco. Y la crematística, se refiere al mecanismo de comprar y vender, asunto siempre supeditado al del cuidado, que es lo primordial. Lo que tenemos hoy (todos lo saben) es justamente lo contrario: la primacía del mercado sobre el cuidado de la casa. La equivocación de que la economía es para el desarrollo, y desarrollo significa crecimiento (y nada más), cuando en realidad significa felicidad (y nada menos) es un asunto común a todas las disciplinas, que hoy se enseñan como saberes subsidiarios a la crematística, y no como saberes al servicio de la felicidad.

Por eso la economía del mundo está en una crisis inédita, porque es una crisis de su razón de ser. Por haber supeditado la oikonómica a la crematística, y no ser capaz de rectificar, tiene el mundo al borde de una crisis humanitaria como no ha habido otra en toda la historia humana. La actual economía intensiva en carbono está relacionada con 4.9 millones de muertes anuales en todo el mundo. Hoy se ha reducido la producción global en un 1.8% del PIB mundial. Algo así como 1.3 billones de dólares. Pero está previsto que las pérdidas aumenten: 6.9 millones de muertes cada año, y una reducción global neta media del PIB del 3,2% antes de 2030. Ahora bien, si ustedes les preguntan a los economistas si acaso la economía tiene alguna responsabilidad en la crisis climática que hoy vivimos, seguramente les dirán que, aunque la crisis existe, dos soluciones tenía prevista la economía para enfrentarla: la mano invisible de los mercados y la economía verde.

Mucho les convendría escuchar la voz de los científicos. Ellos han dicho que si el nivel de las actuales emisiones de carbono se mantiene (escenario RCP8.5, IPCC, Quinto Informe de Evaluación del cambio climático, IPCC, 2015) el promedio de las pérdidas globales puede superar el 10% del PIB global antes de final de siglo. Los impactos del cambio climático afectarán la disponibilidad de recursos, la producción de alimentos y el crecimiento económico. Las proyecciones indican que el aumento de eventos climáticos severos como las olas de calor, inundaciones, tormentas e incendios forestales serán los responsables de 700.000 muertes por año para el año 2030, convirtiéndose en el mayor desafío que ha enfrentado el mundo . Actualmente, las pérdidas económicas relacionadas con el cambio climático ascienden a $125 billones de dólares al año, cifra que aumentará a $600 billones de dólares para 2030.

La crisis climática es la crisis de la idea del progreso construida por la civilización del siglo XIX. Esta crisis afecta el sistema económico global y amenaza la vida. Las disciplinas técnicas construyeron la tecnosfera. El antropoceno se expresa en el colapso de la biosfera causado por esta tecnosfera que consolidó sus perfiles durante el siglo XX. Por eso, lo que la sociedad demanda hoy de la enseñanza (de la Universidad, muy especialmente) es su aporte pedagógico para la restauración del equilibrio entre la biosfera y la tecnosfera.

Todas las ciencias están en crisis, pero, ate todo, la Universidad está en crisis. Por no haber revisado a tiempo su razón de ser. Su papel es facilitar la oikonómica, el cuidado de la casa común. Pero sucede que esa casa común, que es el territorio, y que es la biosfera, cambió. La enseñanza necesita adaptarse a la crisis que hoy vive el mundo, y contribuir, mediante el uso del ingenio, la comunicación y la pedagogía, a que el mundo sea una entidad sostenible.

¿Pueden las universidades contribuir a la construcción de una tecnosfera sostenible? Sí, pero para ello necesitan, a mi juicio, hacer dos cosas: conocer el mundo en que vivimos e incorporar, en su razón de ser y modo de enseñar, la consiliencia y la complejidad, al mismo tiempo.

[1] Vidal, John. (2009). “Global Warming Causes 300,000 Deaths a Year, Says Kofi Annan Think tank.” The Guardian, Mayo 29, 2009, fecha de consulta: Noviembre 19, 2015. Disponible en línea en: http://www.theguardian.com/environment/2009/may/29/1

Para conocer el mundo en que vivimos es preciso examinar la índole de los cambios, ya irreversibles, que ha habido en el territorio, y los riesgos inherentes a la vulnerabilidad climática de los grandes centros urbanos y de los campos. Para hacer la consiliencia debemos asumir y compartir, desde todas las disciplinas, la urgencia global de unir los saberes y las artes en beneficio de un fin superior: construir un mundo verdaderamente sostenible. Para incorporar la complejidad a su razón y modo de ser es preciso abandonar las visiones simples y aquello que Scott Fitzgerald llamaba “ese limitadísimo especialista”.

El profesor Julio Carrizosa, propuso, en el encuentro ‘Futurible’ una guía para incorporar la complejidad: i) reconocer la complejidad de la realidad, incluyendo el enorme potencial de nuestras mentes. ii) reconocer la influencia en nuestras mentes del paradigma simplificador actual, y iii) admitir la posibilidad de manejar la complejidad de la realidad modificando las formas como miramos el mundo. No ha habido, en toda la historia humana, como sostuvo Alexander King, presidente del Club de Roma, una problemática de mayor complejidad que la actual crisis climática. Esa problemática es el mundo en que vivimos, y en ese escenario de múltiples interconexiones entre los riesgos que nos acechan, es que los jóvenes, que hoy empiezan a estudiar, tienen que hacer la oikonómica.