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Visita a la granada de Federico García Lorca

Felipe Cardona

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Lorca no podía morir de otra forma, Granada su ciudad natal, no lo hubiera permitido. Nada de ser ajeno en los últimos días, el poeta tenía que despedirse del mundo rodeado por la lúdica teatral de la ciudad, culminar su epopeya rodeado por el peso de la contrariedad, hundirse para siempre en un un espacio que es maravilla e intransigencia a la vez.

Y es que el poeta fallecido en plena Guerra Civil es la representación viva de la Granada de todos los tiempos, es el alma que se debate entre la tragedia y la magia.  La ciudad presenta un rasgo deliberado que parece un capricho divino:  las formas más altas de la cultura conviven en un mismo espacio con las formas más austeras de la violencia.  

Federico fue consciente desde siempre de este fundamento que se esconde en la ciudad. Detrás del paraíso, de la belleza sublime de las calles andaluzas se esconde un mundo marginal.  Una España que enseña su rostro más parco. Sus poemas cargan con toda esa revelación: están los gitanos agredidos hasta la muerte por la guardia civil, los moros aplastados por la caballería cristiana y las mujeres ultrajadas por los hombres que se abren la camisa para exhibir el pecho.

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El barrio Albaicín de Granada desde la Alhambra. Archivo personal del autor.



Las estampas que Lorca retrató en sus poemas aún se proyectan en las calles nazaríes. Es cierto que los tiempos ya no son tan crudos, pero la violencia sobrevive de forma más refinada. Hoy las espadas son las miradas de reproche y los fusiles son los rostros de indiferencia. 82 años han pasado desde que un guardia civil arrancara el alma a Federico y aunque muchas cosas cambiaron, Granada sigue siendo la patria de los marginados.

El barrio del Albaicín a un costado del majestuoso palacio de la Alhambra, es la expresión más evidente de la cultura árabe. Allí, entre lámparas variopintas y el aroma de condimentos inciertos, se escuchan las voces graves de los marroquíes. Este es el barrio de los herederos, de los que volvieron del destierro una vez se calmaron los bríos de la guerra entre moros y cristianos.
Allí están los defensores de Alá, en medio de algarabías que sólo ellos entienden, en una tierra que alguna vez les perteneció y donde ya nadie habla su lengua.  En su primer libro titulado Impresiones y Paisajes, García Lorca nos adentra en el Albaicín que le toco observar y que no dista mucho al que sobrevive en la actualidad: “Son las calles estrechas, dramáticas, escaleras rarísimas y desvencijadas, tentáculos ondulantes que se retuercen caprichosa y fatigadamente para conducir a pequeñas metas desde donde se divisan los tremendos lomos nevados de la sierra, o el acorde espléndido y definitivo de la vega.

Mas allá del Albaicín, subiendo la cuesta, se encuentran las cuevas del Sacromonte, enormes hendiduras en la montaña donde se agrupan las familias gitanas.  Si el Albaicín es extraño, el barrio de las cuevas es insólito. El número de turistas se reduce a medida que se trepa la montaña por entre las calles empedradas.  Esto se debe a que el barrio tiene mala fama entre los granadinos que siempre advierten al visitante: Es mejor no acercarse a las cuevas, son peligrosas porque hay muchos gitanos.  El que desatiende los consejos podrá encontrarse con un escenario rebosante de cultura y alegría, donde transpiran las tonalidades imposibles del Cante Jondo.

En el Romancero Gitano, uno de los libros más celebrados de García Lorca, el poeta expone una visión definitiva de esta cultura que exorciza sus nostalgias a través de la música. Es una presencia tan honda y tan evidente que es inevitable entender la obra lorquiana sin la presencia de los gitanos. Miles de páginas y partituras dan testimonio del deslumbramiento del escritor granadino por la parentela del Sacromonte. Sin embargo, cabe destacar el romance de la Guardia Civil Española, donde se muestran de forma contundente los vejámenes a los que eran sometidos los gitanos por parte de los soldados: “¡Oh, ciudad de los gitanos! /La Guardia Civil se aleja/por un túnel de silencio/mientras las llamas te cercan. Muchos estudiosos creen que este verso desembocaría en una aversión de la hueste castrense hacía al poeta, aversión que resultaría determinante para el desenlace trágico de Lorca a manos de los militares falangistas.

El último y quizá el más sublime de los espacios lorquianos de Granada es la casa de la Huerta de San Vicente en pleno corazón de Granada. El tiempo es leal con la casa que se encuentra en medio de un parque de los barrios modernos de la ciudad. A pesar de que se siente el murmullo de la modernidad y el canto de los pájaros se opaca por el ruido de las sirenas y bocinas citadinas, la casa mantiene su aspecto original. Como en los tiempos musulmanes, los cipreses merodean la casa, gesto que se entiende como un mensaje de bienvenida al forastero.

Adentro todo permanece intacto y las cosas en la misma ubicación como las dejó doña Vicenta, la madre del poeta. Isabel, la hermana más joven de Federico y la última sobreviviente del núcleo familiar del poeta, fue la encargada de organizar el espacio tal y como lo recordaba en su época de infancia. Lo primero a destacar es el piano de los García Lorca. Los conocedores de la obra lorquiana saben que es imposible referirse al poeta sin destacar su faceta musical. Es a través de la música y del piano en específico que Federico realizaba sus composiciones poéticas y teatrales. Por eso todos sus escritos destacan por su ritmo, su métrica y su cadencia musical.

 

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Habitación de Lorca en la Huerta de San Vicente. Archivo personal del autor.

 

En el segundo piso de la casa está el cuarto del poeta. La habitación es austera y tiene un temperamento apocado. Sin embargo, cada detalle está cuidado al máximo, destaca por ejemplo un interruptor de la época, un cuadro de promoción del teatro universitario de la Barraca que el poeta dirigía durante la etapa republicana y un cuadro de la virgen dolorosa coronando la pared sobre la cama.

Sin embargo, el elemento que más reluce y que nos remite al mundo lorquiano es el escritorio. Allí está el espacio mágico. La cantera sublime donde el poeta escribió gran parte de su obra. Allí germino la obra del poeta, el hijo mimado de Andalucía que tuvo la suerte de nacer y crecer en un sitio abundante, donde cada rincón es una excusa poética y cada espacio revela la mejor versión de la inventiva natural y humana.

Allí está el Lorca, transportándose a la infancia glorificada en los poemas de una adultez llena de enigmas. Allí está el poeta ofreciendo resistencia, buscando la forma de recuperar todas las formas posibles del hombre, allí el dramaturgo que nos enfrenta a los dramas cotidianos, allí el genio que, como Granada nos conmueve hasta llevarnos al deslumbramiento.