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Cuentos y cantos sobre el patrimono. El caso de unas custodias

Elkin Saboyá

portada

Rafael Escalona (1927-2009) es uno de los grandes valores de la música vallenata. Lo saben sus paisanos y lo supo el país cuando Carlos Vives encarnó al compositor y difundió sus cantos.

Una de sus composiciones narra el caso curioso de un cambiazo, ocurrido en el pueblo de Badillo, que "se ha puesto de malas". Al compositor le contaron que la custodia, "reliquia del pueblo, tipo colonial", la habían cambiado por una de menor valor. Parece que no hubo tal, sino que el cáliz (que por licencia métrica terminó en "custodia") fue enviado a Bogotá para restauración. En todo caso, Escalona dejó mal parados al inspector del pueblo (quien "tuvo miedo, mucho miedo en este caso para proceder") y al cura, recomendando requisarlo después de misa.

Cosas que pasaban en el Caribe, guardadas para la posteridad por el arte de grandes compositores. A la custodia de La Bordadita casi le pasa lo mismo, sin que contáramos con un Escalona para contar el cuento.

Casi se pierde...

Pues bien, la custodia del Colegio es republicana, trabajada por Juan Correa, en Santa Fe de Antioquia y en 1827. En la capilla sirvió tranquilamente hasta que la guerra de 1861 convirtió el claustro en prisión, por lo cual los “paramentos y alhajas” quedaron en poder del capellán Agustín Rodríguez. Aquí se enreda la cosa, como si se tratara de un paseo de Escalona, pues en 1866 el rector del Rosario, que lo era el Dr. Francisco Eustaquio Álvarez, solicita del arzobispo su intervención para la devolución de ornamentos y alhajas. Ello porque el capellán había expresado que el arzobispo conocía el paradero de dichos artículos. Siguen las comunicaciones, por las que sabemos que el capellán había dejado el puesto y el país, por la vecina Venezuela. No es muy claro cuándo volvió el objeto de culto, pero figura en el inventario de 1880; con la precisión de que pesaba 213 castellanos y se avaluaba en 1500 pesos (1886).

Ciérrase pues el primer capítulo de la custodia de La Bordadita, con ella a salvo e inventariada juiciosamente. Mas aquí la paz no dura y una nueva alteración del orden público significó peligro para el ornamento. En la emergencia del 9 de abril de 1948, los estudiantes decidieron esconderla bajo el piso de la sacristía. Poco después llega a puerto más seguro, en las bóvedas del Banco de la República. Ese traslado seguro se facilitó porque el Dr. Luis Ángel Arango, gerente del Banco desde 1947, había terminado la secundaria en este claustro y era su reciente consiliario.

Desde su consignación en la bóveda, se volvió casi ritual la ida de las autoridades del colegio a inspeccionarla, en intervalos cercanos a la década.

Con la exposición actual del Banco de la República acaba el sueño de siete décadas de la custodia. Ornamento que estuvo a punto de perderse, pero se salvó. Otro tanto le ocurrió a La Lechuga, la mamá de las custodias nacionales, que después de centenaria errancia vino a parar en las manos del mismo Banco.

No pueden decir los habitantes del pueblo de Badillo, según la crónica vallenata de Rafael Escalona.

Más información sobre nuestra custodia, aquí. El cuento de la custodia de Badillo, aquí.