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Jean Valjean y el Tao Te Ching

Sergio Ortíz

Jean Valjean y el Tao Te Ching

En el mundo de hoy hay un patente acercamiento entre oriente y occidente: nosotros, occidentales, introducimos cada vez más prácticas de origen oriental, como el yoga o la meditación, en nuestra vida y así intentamos comprender de otra manera nuestra relación con el mundo.

 

En oriente vemos una tendencia cada vez mayor al consumismo, a la tecnificación y al desarrollo de la ciencia matemática como fundamento de la relación con el entorno, productos todos de occidente. Esta fusión puede hacernos olvidar en qué consiste esencialmente la diferencia entre estas tradiciones, pero tenerla presente nos sirve para valorar en su justa medida cada una. Creo que lareacción de un personaje literario y algunas enseñanzas de origen oriental nos puede ayudar a aclararla.

En el tercer capítulo del libro séptimo de la primera parte de Los Miserables, de Victor Hugo, nos encontramos con la encrucijada moral de Jean Valjean, el expresidiario que a fuerza de trabajo ha recuperado una vida de libertad para sí: en alguna ciudad han acusado a un hombre por un robo y han creído que ese hombre es Jean Valjean; el hombre va a ser condenado, lo que liberaría completamente al verdadero Jean Valjean de toda persecución y le permitiría seguir viviendo una vida libre y de ayuda a los desposeídos, especialmente ahora que ha contraído un compromiso con la moribunda Fantine y con su hija Cosette. Debe decidir entonces si va a aclarar la situación para liberar al hombre que están confundiendo con él, lo que lo llevaría de nuevo a prisión, esta vez de por vida, o si se quedará callado para continuar con su libertad, rescatar a Cosette y así salvar a Fantine (Los Miserables, I, VII, III).

En este dilema vemos concretada una concepción esencial de occidente: Jean Valjean sabe que cualquier opción que escoja lo llevará al dolor y que inevitablemente va a sufrir una agonía: “la agonía de su felicidad o la agonía de su virtud”. Esta es la tensión permanente de la mentalidad que enseña que el bienestar y el placer son pecaminosos y que el dolor es la virtud. “¡Permanecer en el paraíso y ser un demonio! ¡Volver al infierno y ser un ángel!”, esta es la encrucijada de Jean Valjean. En sus reflexiones febriles de ese momento de angustia encontramos la contraposición fundamental de la identidad occidental: a Jean Valjean lo acosan y persiguen dos ideas enfrentadas, “una decía: el prójimo, y la otra decía: yo; una procedía de la luz y la otra de las tinieblas” (Los Miserables, I, VII, III).

Por lo demás, esta contraposición recrudece su asfixia interior, porque decidirse por salvar al hombre que confundían con él y condenarse al sufrimiento de la prisión para obtener la paz de su conciencia aún le deja el asunto de Fantine y Cosette, que dependen de él. Salvarse moralmente significa no solo su dolor, sino el de esos dos seres desamparados, lo que lo convierte de nuevo en un ser moralmente reprochable. En esta encrucijada no hay escapatoria al sufrimiento; este parece ser una condena que debemos cargar por el hecho de ser humanos. Esa condena se basa en la tajante separación que en occidente se ha establecido entre lo subjetivo y lo objetivo, el mundo y el individuo, el “prójimo” y el “yo”, entidades que no pueden reconciliarse. Si “yo” no sufro, el “prójimo” sufrirá; si “yo” sufro, seré virtuoso, pero algún “prójimo” inevitablemente también sufrirá.

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¿Qué pasaría en la interioridad de Jean Valjean si su conciencia hubiera sido educada en alguna tradición oriental?

En el Tao Te Ching, donde se cifra una visión que ha determinado al oriente en muchas de sus expresiones culturales, encontramos enseñanzas sorprendentes. Por ejemplo, se nos dice:
El hombre bueno hace algo; / sin embargo, algo queda por hacer. / El hombre justo hace algo, / y deja mucho sin hacer. / El hombre moral hace algo, / y si la gente no responde, / se remanga y emplea la fuerza.
Cuando el Tao se pierde, aparece la bondad. / Cuando la bondad se pierde, aparece la moralidad. / Cuando la moralidad se pierde, aparece el ritual. / El ritual es la cáscara de la fe auténtica y el comienzo del caos (Tao Te Ching, 38).

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Para esta visión filosófica lo fundamental, lo que determina la virtud máxima de una persona, no es ser bueno, justo o moral, ni las creencias religiosas que sostiene, porque todo esto es incompleto y existe cuando se pierde el contacto con el Tao, que es la totalidad de lo existente. Además, esta totalidad no puede ser nombrada y por eso no puede ser pensada: “lo eternamente real es innombrable. / El nombre es el origen de todas las cosas particulares” (Tao Te Ching, 1). Quien, como Jean Valjean, se deja llevar por el pensamiento y el deseo, de bienestar o de virtud, se condena inevitablemente al sufrimiento, porque el pensamiento va de un lado a otro, del prójimo al yo y del yo al próximo, sin encontrar paz. Solo en la totalidad que contiene esas contradicciones y que por eso no es afectada por ellas se encuentra la verdadera virtud, que es la paz. Esta descansa más allá del movimiento del pensamiento, esta es la virtud del. Tao: “vacía tu mente de todo pensamiento. / Que tu corazón esté en paz” (Tao Te Ching, 16). “El Tao es inasible. / ¿Cómo puede [la mente del sabio] ser una con él? / Porque no se aferra a idea alguna” (Tao Te Ching, 21).

En contraste, en el desasosiego de su pensamiento Jean Valjean se siente asustado: “no conseguía ver con claridad. Los vagos aspectos de todos los razonamientos que se sucedían en el delirio temblaban y se disipaban, sucesivamente, convirtiéndose en humo” (Los Miserables, I, VII, III). Victor Hugo describe con claridad ese estado de la mente que parlotea sin cansancio y que agota al individuo: “se dice, se habla, se exclama en la interioridad, sin que sea roto el silencio exterior. Hay un gran tumulto; todo habla en nosotros, excepto la boca” (Los Miserables, I, VII, III). Frente a esto, el Tao cuestiona: “¿Puedes disuadir tu mente de su vagabundeo / y permanecer en la unidad original? [...]

¿Puedes  afrontar  los  asuntos  más  vitales  /  dejando  que  los  eventos  sigan  su  curso? /
¿Puedes distanciarte de tu propia mente para así comprenderlo todo?” (Tao Te Ching, 10).

Como Jean Valjean asume que su yo está separado de su prójimo y del mundo, siente que es responsable por ellos y sufre alternativamente por el remordimiento o por el miedo: “si yo desaparezco, ¿qué sucederá? La madre morirá. La niña, sabe Dios qué será de ella. Esto es lo que sucederá si yo me denuncio. ¿Y si no me denuncio? ¿Qué sucederá si no me denuncio?” (Los Miserables, I, VII, III). El Tao le enseña en cambio que “la esperanza y el miedo son fantasmas /que surgen de pensar en el yo. / Cuando dejamos de vernos como un yo, / ¿qué hay que temer?” (Tao Te Ching, 13).

¿Significa esto que si Jean Valjean fuera taoísta debería sentarse y no hacer nada y que todo siga su curso? No; esta enseñanza lo que sostiene es que la virtud consiste en actuar desde la serenidad de la totalidad y no desde el desasosiego del pensamiento que fragmenta la realidad. Desde la paz, la acción debe llevarse a cabo: “ábrete al Tao, / después confía en tus respuestas naturales / y todo encajará en su sitio” (Tao Te Ching, 23). Con una actitud oriental Jean Valjean hubiera hecho lo mismo, decir la verdad y salvar al hombre condenado injustamente; pero su acción no habría tenido tanto innecesario sufrimiento, pues “aquel que está centrado en el Tao / puede ir donde quiera sin peligro. / Percibe la armonía universal / incluso en medio de un gran dolor, / pues ha hallado la paz en su propio corazón” (Tao Te Ching, 35).

La tradición de oriente enseña a buscar una totalidad que abarca el movimiento del pensar, mientras que el occidental se asume como inevitablemente sometido a esa marea del pensamiento: “querer prohibir a la imaginación que vuelva sobre una idea es lo mismo que querer impedir al mar que vuelva a la playa. Para el marinero, este fenómeno se llama marea; para el culpable, se llama remordimiento. Dios agita las almas lo mismo que el océano” (Los Miserables, I, VII, III). Por eso en occidente el razonamiento y su incesante movimiento tiene un valor superlativo en la búsqueda de la sabiduría y la virtud: “los diamantes se encuentran solo en las tinieblas de la tierra; las verdades se encuentran solo en las profundidades del pensamiento” (Los Miserables, I, VII, III).

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Intuimos pues la fundamental diferencia entre oriente y occidente: la tradición de Roma, del cristianismo y de los pueblos germánicos supone que la verdad se descubrirá en el incesante movimiento del pensamiento, de la ciencia, de la filosofía, de la moral. Para la filosofía del Tao la verdad no se encuentra nunca en el pensamiento, sino en la claridad de la totalidad que trasciende a aquel. Así, el Tao enseña que “cuando no hay deseo / todo está en paz” (Tao Te Ching, 37).

¿Puede esta ser una clave de lectura que nos permita orientarnos cuando abordamos obras orientales y que nos permita también reconocer los rasgos propios de occidente en la literatura de nuestra tradición? Al menos puede resultar fecundo este rasgo como criterio de comparación.
 
Referencias
Lao Tse (2011). Tao Te Ching (Versión de Stephen Mitchell, trad. Jorge Viñes Roig). Madrid: Alianza.
Hugo, V. (1979). Los Miserables (Trad. Aurora Alemany). Barcelona: Bruguera.