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La levedad

Daniel Casas

El grito

Pasados los días, irrumpió la nada trayendo consigo una sensación de vacío abismal, luego de desaparecer el fragor de la batalla y haber librado tantas de ellas con y sin miedo.

Quedaba ahora enfrentar el estruendoso silencio que dejaron los hechos, un mundo donde regresaba la quietud, una mente cansada por el ejercicio de la razón y un cuerpo embestido por las ráfagas del mal.
Detener el odio en una espesa niebla de duda, dejar salir el juicio a flote, aceptar que la venganza se aloje en el alma como un acto de liberación cuando explota, entender el miedo que mutila la voluntad y es también rasero del peligro.

Desenterrar el rencor para darle cristiana sepultura, tener fe en que nada es para siempre y que hasta lo malo pasa, saber que para la verdad está el tiempo y que de la justicia se encarga Dios, una frase tomada de alguien que ahora habita en el olvido.

El éxito está en poder, en tener, en vivir de acuerdo con los significados elegidos por los escrutinios de la unanimidad, la dictadura conceptual de las mayorías, las imposturas filosóficas de la felicidad, la educación emocional que pone la gloria como un lugar común al alcance de todos y que censura la resignación.

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La literatura del escándalo, las miserias humanas como tendencia, las redes sociales y sus discursos virales de falsa indignación, la consistencia de opiniones y sentimientos desechables que mueren por cuenta de sí mismos a través de la brutal sobreexposición que los asfixia.

El ausentismo de los escenarios de carne y hueso, la condena al anonimato, el crimen y castigo de pensar, el autoengaño de la realidad virtual, la soledad en la que viven los libros exiliados en las estanterías, el mentiroso progreso y  la devoción a la tecnología como solución a la tristeza y a la falta de autoestima.

Sociedades que deciden su destino deportivamente, hombres y mujeres que oscilan de una posición a otra, víctimas perfectas de una secta de “influenciadores”, mercenarios de la opinión que captan adeptos con facilidad y crean un artificial hábitat de cohesión.

Seudopensadores, los fundadores de un metalenguaje que aconducta y anula el criterio propio y hasta el derecho a pensar, dramática transferencia de doctrina consentida y celebrada por un público ligero y complaciente.

El espectáculo mediático, la vida gobernada por la tiranía del tiempo, la libertad de hacer sin saber qué hacer con la libertad, la nostalgia que produce el pasado, el despertar del presente y el vértigo del futuro. La memoria a veces más intensa que otras, sus luces sobre las tinieblas, cuando se encierra el pensamiento en la estrechez.

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La imaginación el salvavidas de la razón y a su falta de ella, tiempos de matoneo y cultura light, extinción del debate e inflamación de ánimos ávidos de destrucción y división, civilización de nativos digitales y de primates del lenguaje, inmediatismo y avalanchas de titulares que viajan por caudales de hastío, rebosantes de reciclaje informativo, de publicidad escatológica, y que atrofian el discernimiento.

Era de dispositivos inteligentes, aplicaciones, servicios en línea, sucursales móviles y plataformas. De Facebook, Twiter, Instagram, Tinder. De usuarios, cuentas y grupos. De aceptar, seguir, etiquetar, postiartwitear, retwitear, match e interacciones…del ABC de la comunicación.

Realidad virtual, cordura y locura, muerte silenciosa de las emociones, desencuentro con el mundo que existe afuera, colonización de espacios inexistentes.

Vertederos de opinión, combustible de ridículos conflictos, el imperio del desvarío al servicio de la estadística, la pauperización de la dignidad,  el patético intento por existir y demostrarlo.

El acceso directo al colapso de la razón,  ventanas de corazones rotos, personalidades amputadas y políticamente correctas, destilerías de odio y tinglados cobardes, pusilánimes voces que incendian e invitan al perdón.

Fábricas de perdón devaluado, maquinarias de filantropía egocéntrica, producción en serie de tecnócratas que venden recetas de bienestar, seres anónimos que no se reconocen a sí mismos, suscriptores del pragmatismo que sufren pero se prohíben el dolor, transacciones de todo y restricciones de nada.

Todo es tanto que sabe a tan poco o nada. La nada en forma de todo que llena el vacío que trae la vida.
La levedad de nada.