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Todas las opiniones son respetables, pero esto no significa que todas las opiniones sean correctas.

Cristian David Molina Crúz- Filósofo y docente

portada

En la siguiente reflexión se pone en cuestión la idea según la cual como las opiniones son respetables, entonces dichas opiniones son correctas, a través de la distinción que hay entre que una opinión sea respetable y lo que significa que una opinión es correcta.

Abstract:

Finalmente, se aclara que para que una opinión sea correcta es necesario que se presente suficiente evidencia a su favor, pues de lo contrario la opinión en cuestión presumiblemente será falsa, incorrecta o sin sustento.
 
Vivimos en la tiranía de la estupidez. Padecemos la democratización de la tontería. Sufrimos la masificación de la intolerancia, el mal gusto y la frivolidad. Prejuicios tan arcaicos como nuestra especie, tan absurdos como suponer que puede existir un círculo cuadrado, se erigen como verdades irrefutables y abundan en la tortura cotidiana que supone la comunicación con otros. Hoy casi todos los seres humanos tienen voz y voto sobre casi cualquier asunto, desde el pedófilo, el indigente o el esquizofrénico hasta el sacerdote, el psicólogo o el político, pueden expresar lo que piensan, difundirlo, imponerlo y convertirlo en dogma. Vivimos en la tiranía de la opinión personal que se supone que, como es respetable, entonces es correcta, válida, verdadera, plausible, razonable o aceptable. Creo que hay algo terriblemente pernicioso y dañino en lo que acabo de describir, de ahí esta breve reflexión sobre el particular que, espero, pueda servir, al menos, para aclarar lo que significa adquirir, construir y aceptar una opinión sobre cualquier cuestión.

En primer lugar, una cosa es la opinión personal que alguien puede tener sobre alguna cuestión en particular que, para estar a tono con nuestra legislación, es respetable en el sentido de que nadie tiene derecho a discriminar a sus semejantes por los puntos de vista personales que alguno de los mismos expresan sobre diversas cuestiones, y otra muy diferente que dichas opiniones sean correctas, válidas, aceptables o plausibles. Esta perogrullada que cualquier ser humano con capacidad para pensar mínimamente podría descubrir mediante un básico análisis intelectual, hoy se encuentra gravemente amenazada merced al escaso filtro que reciben por parte de nosotros diferentes opiniones que son abiertamente falsas, implausibles, irracionales y que fomentan la ignorancia, la intolerancia, el odio y el resentimiento. Por ejemplo, gracias a la masificación de los medios de comunicación que prácticamente no tienen ninguna regulación, circulan cantidades astronómicas de información con escasa y/o muy dudosa evidencia a favor, piénsese en la famosa serie ‘Alienígenas Ancestrales’ en la cual se hacen afirmaciones cuya evidencia a favor es absolutamente insuficiente para asegurar que nuestro planeta ha sido habitado y/o visitado por seres de otras partes del universo, o pensemos en la cantidad no determinada de mitos que hacen las delicias en las redes sociales. Por otra parte, también es responsable del fenómeno referido la muy atractiva, aunque muy cuestionable idea, según la cual el respeto y la tolerancia para con quienes piensan y actúan de forma muy diferente a nosotros, implica que no podamos decirles, si es el caso, que, en efecto, están equivocados,  pensemos en la infame práctica de la ablación de clítoris de niñas recién nacidas que, entre otros pueblos indígenas del mundo, practican los embera chami, una comunidad humana que habita la zona limítrofe de los departamentos del Chocó y Risaralda. Dicha práctica es abiertamente incorrecta, puesto que pone en grave riesgo la vida de los infantes a quienes se les aplica y porque atenta contra la dignidad de las niñas que la padecen y no es aceptable afirmar que como para ellos es correcto amputar el órgano sexual en cuestión, entonces dicha práctica es aceptable y nadie puede decir lo contrario, so pena de estar imponiendo criterios de evaluación morales foráneos y, por tanto, inaplicables a los comportamientos de dicha comunidad.

Reflexionemos sobre la siguiente situación para ilustrar de mejor forma lo afirmado hasta este punto. La mayoría de quienes presiden la iglesia católica y con ello los seguidores afines a dicho culto religioso, sostienen la opinión según la cual el homosexualismo constituye una conducta antinatural, patológica, inmoral, indebida e incorrecta, a pesar del hecho de que no hay un solo estudio científico serio, ni hay argumentos lógicamente aceptables que apoyen semejante punto de vista. Sin embargo, cuando en nuestro idólatra país se debaten cuestiones tan delicadas e importantes como si los homosexuales pueden o no adoptar niños, la iglesia católica y su séquito de fanáticos salen a gritar a los cuatro vientos su letanía homofóbica. El problema aquí es que la opinión de la iglesia es compartida por una buena cantidad de aquellos elegidos para dirimir la discusión referida, hecho que considero absolutamente problemático, pues no se puede resolver una cuestión tan importante apelando a los prejuicios religiosos o a argumentos basados en dichos prejuicios, que aquellos que tienen la función de discutir racionalmente dicha cuestión sostienen sobre el particular. En este caso, los funcionarios públicos en cuestión deberían declararse impedidos para discutir qué decisión se va a tomar al respecto o comprometerse a no permitir que sus prejuicios y opiniones religiosas influyan en su decisión, algo que, de hecho, no ocurre. Pero un estado político que permite que sus representantes decidan sobre cuestiones de tal trascendencia con base en prejuicios y opiniones sin ningún sustento es un estado irresponsable. No se puede legislar sobre la base de opiniones que son abiertamente falsas como las que defiende la iglesia y sus fieles sobre la homosexualidad. Y esto no significa que se está operando una suerte de acto discriminatorio para con las personas católicas. Esto simplemente significa que la opinión de la iglesia católica sobre el particular es irrelevante para tomar decisiones políticas por carecer de fundamentos verdaderamente racionales. Una reflexión semejante aplica para el caso de los alienígenas ancestrales y para la ablación de clítoris, esto es, si quien sostiene que la tierra ha sido habitada por seres de otros lugares del universo no presenta evidencia suficiente a favor de su opinión, entonces dicha opinión debe ser, al menos, puesta en cuestión. Y si quienes afirman que la ablación del clítoris es una práctica correcta no pueden ofrecernos razones de peso a su favor, entonces tenemos derecho y estamos en la obligación de manifestar nuestras dudas al respecto.

En segundo lugar, adquirir, formar, recibir y aceptar opiniones de diversa índole de forma acrítica es un proceso casi autómata propio de nuestra naturaleza biológica. Durante los primeros años de vida el ser humano no tiene más opción que asentir y aceptar lo que los adultos le dicen. Y este proceso es indispensable para que el niño aprenda múltiples saberes que son fundamentales para poder sobrevivir, entre ellos, el lenguaje. Pero esta situación no tiene por qué extenderse a lo largo de la vida. Además de adquirir y construir opiniones, insisto, algo que hacemos casi instintivamente, es necesario someter nuestras opiniones al escrutinio de la razón, esto es, contrastar dichas opiniones con los hechos o estados de cosas a los que se refieren para determinar si coinciden con los mismos o no, o tratar de reunir razones legítimas que las apoyen, según sea el caso. Si dichas opiniones no pueden ser demostradas a través de la evidencia empírica o por medio de razones realmente legítimas, entonces dichas opiniones son falsas, infundadas, gratuitas, incorrectas o inaceptables. Y haríamos bien en abandonarlas, pues es más razonable poseer opiniones verdaderas o correctas que puntos de vista falsos o sin ningún apoyo. Dicho de otra manera y contrario a lo que muchos suponen es un truismo, en general, no es mejor una mentira confortable que una verdad incómoda. Por supuesto, hay circunstancias en las cuales lo contrario es el caso, pero dichas circunstancias constituyen una excepción a lo que, en general, es la regla. De lo anterior se sigue que debemos tratar de ser más responsables respecto a lo que pensamos y decimos. No es un hecho inofensivo poseer opiniones falsas y la historia es muy elocuente al respecto (piénsese en el nazismo, en la URSS, en la inquisición o en el ku klux clan y creo que la lista es desesperanzadoramente interminable). De ahí que ser responsables con respecto a nuestras opiniones suponga que no nos apresuremos a ratificar o a negar tal o cual opinión sin más. Antes debemos tratar de determinar si la opinión en cuestión puede ser debidamente justificada, si quien la profiere tiene verdadera autoridad para expresarla y si las consecuencias implicadas por dicha opinión son aceptables o no. Lo anterior constituye utilizar de forma correcta nuestra razón y con seguridad quien es capaz de llevar a cabo este penoso, aunque enriquecedor ejercicio, es mucho más autónomo y libre que aquellos que enceguecidos por falsedades deslumbrantes viven en la confortable dictadura de la mentira.