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El concepto de Historia y la protesta social en Colombia en el 2021

Harvey Murcia

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Introducción
Los tiempos en Colombia son vertiginosos y tensos, lo vital se está definiendo en las protestas; el abandono del Estado ha llegado a niveles inimaginables lo que, asociado a la pandemia por la Covid-19, ha detonado en un estallido social. Las condiciones de un proyecto de país se inventa en las calles, en las principales avenidas de ciudades o municipios. Y con ello, un derroche de creatividad, de arte y de imaginación desborda los ruidos políticos y la ausencia de un gobierno que no ha querido escuchar las voces de los jóvenes; performance que desafían la mirada disciplinar de la policía antidisturbios; cánticos que invitan a reflexionar sobre el futuro y sus promesas de bienestar; grafitis que engalanan avenidas, parques y plazoletas; batucadas que promueven ritmos para liberar el cuerpo, hacen parte del significante manifestación bajo el signo de la juventud.

Pero no todo es fiesta. Los compases temporales del día traen sus propios encuentros y des-encuentros poniendo de relieve una violencia que ha sido narrada por medios internacionales y nacionales; por redes sociales, por portales independientes y por el propio cuerpo, lo que desalienta el dialogo y una salida pacífica. Desde el 28 de abril de 2021 se ha asistido a una feroz asonada por parte de la fuerza pública y actores civiles (paramilitares), en el territorio nacional. Según las cifras oficiales el número de muertos asciende a 60; más de 800 heridos y un total de 471 desaparecidos.

La violencia ha sido una constante. Desde distintas aristas, la barbarie ha sabido capitalizar un sentido de moral que fluye en los discursos hegemónicos para garantizar lo que llaman “orden y viabilidad social”; claro, esto no es tema nuevo en la genealogía del país. El historiador Ricardo Arias (2011) expresa que en 1915 frente a una agitación social “los políticos, empresarios y el clero católico intentaban deslegitimar al obrero presentándolo ante la opinión pública como un sujeto potencialmente peligroso para el conjunto de la sociedad” (p. 33), lo que evidencia un proceso histórico que, a pesar de cambiar las figuras sociales, sigue presentando el mismo déficit de reconocimiento y legitimidad que demanda la ciudadanía colombiana hace más de cien años.

Así, la violencia ha encontrado en el océano semántico infinidad de sentidos para deslegitimar las voces fulgurantes que se agrupan en las calles y que demandan un mundo más justo; ha sabido apropiarse de prácticas que desconocen que “el modo y la manera en que la percepción sensorial se organiza no sólo están condicionados por la naturaleza sino por la historia” (Benjamin, 2004, p.98). Dialogar a través de y con Benjamin sobre el concepto de la historia a partir de las protestas sociales ocurridas en Colombia durante el 2021.

Noción de la historia.

Benjamin comprende que pensar la historia desde un lugar estable es un error metodológico pues se opone diametralmente a las formas como se habita socialmente, por lo que la clave está en reflexionarla desde la discontinuidad que como bien recuerda Jesús Martín Barbero (2003) a propósito de Benjamin, “la única trabazón está en la historia, en las redes de huellas que se entrelazan” (p.62), en distintos discursos y/o superficies que se hallan en los bordes o márgenes sociales. Así, la historia no puede ser comprendida como un continuum de circunstancias al estilo causa-efecto, sino que debe ser reflexionada a partir de las correlaciones y trayectos que se generan en vórtices opuestos, contradictorios e incluso inestables.

Si bien “las categorías de las construcciones teóricas de Benjamin tienen más de un significado y valor, lo que permite que entren en diferentes constelaciones conceptuales” (Buck-Morss, 2001 p. 84). La historia, entonces, debe entretejer los significados y sentidos sociales para permitir la germinación de destellos que iluminen zonas porosas de vínculos y conexiones insospechados o inimaginados; la historia así “es objeto de una construcción cuyo lugar no lo configura el tiempo homogéneo y vacío, sino el cargado por el tiempo-ahora” (Benjamin, 2018, p. 315).

Visto esto, la historia es una aceleración discontinua de acciones y representaciones que no necesariamente se encuentran en los discursos oficiales; sus apariciones pueden fijarse, a modo de indicios “en los folletos, anuncios, carteles y artículos periodísticos” (Buck-Morss, 2001 p. 34), que consiguen desenmascarar el sentido homogéneo y vacío del tiempo y lo ubican en una suerte de secretismo que conecta modos de producción artística-artesanal, informativa-literaria, plástico-política, etc., que hacen detonar cualquier rótulo causal de modo que “el materialista histórico no puede renunciar al concepto de un presente que no es transición, sino que lleva dentro el tiempo detenido, porque dicho concepto define precisamente el presente en el que este escribe historia para sí mismo” (Benjamin, 2018, p. 316).

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Archivo personal. Manifestación, mayo 2021


Si la historia termina siendo una constelación que dialoga o se conecta de múltiples maneras, bien sea con el presente o bien sea con el pasado, es porque el tiempo-ahora lo detona. El tiempo-ahora es un “juego” que comprendo como la eternidad propuesta por Benjamin a propósito de Proust, es decir, “un aire embriagador” que ilumina, que hace ver; la idea de eternidad no se empareja con aspectos ilimitados sino con el entrecruzamiento de experiencias, sentidos e interpretaciones del hombre situado y de la condición histórica en la que se encuentra; el tiempo-ahora es el relámpago revelador del instante que evanesce ante lo hegemónico, pero habita en los intersticios de lo establecido. De suerte que “no hay documento de cultura que no lo sea al tiempo de barbarie” (Benjamin, 2012, 190)

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Archivo personal. Manifestación, mayo 2021-I

Entonces la historia son trayectos de experiencias que se cruzan y se encuentran, dialogan entre sí; se excluyen y se niegan, pero habitan un momento temporal. Habitar es una experiencia, por lo que “para Benjamin, pensar la experiencia es el modo de acceder a lo que irrumpe en la historia con las masas y la técnica (Martín-Barbero, 2003, p. 62), implicando la idea de lo inacabado y extenso; como bien expresa Beatriz Sarlo (2007) sobre Benjamin:
“Todo trabajo supone una construcción en abismo, en la que cada pliegue remite a otro pliegue, y desplegar las hendiduras de un texto o un recuerdo conduce al encuentro de nuevas hendiduras; alisar una imagen, como le gustaba decir, es encontrar en la nueva superficie las líneas de la superficie anterior pero modificadas” (p.36)

Si pensar la historia es trabajar en el abismo, es la figura del materialismo histórico la que debe recobrase para sondear en los márgenes de la realidad la edificación de lo acontecido, lo que acontece y los modos de experienciar el acontecer; “el historicismo ofrece una imagen eterna del pasado; en cambio el materialista histórico plantea una experiencia con él que es única” (Benjamin, 2018, p. 316); la experiencia se convierte por tanto, en el eje que establece cómo el detalle en tanto huella, es una galaxia cultural y social que se agrupa de manera distinta, se hace y se deshace en cada narrativa para ampliar los sentidos mismos de la historia.

Entonces, ¿por dónde empezar a comprender la noción de historia? Por los detalles. Por las ruinas. Por lo que se invisibiliza. Por lo destructivo. Por lo alegórico. Estos conceptos benjaminianos los propongo a modo de constelaciones móviles donde se encuentran los sentidos que transitan o “rebotan de una dimensión a otra, modificando lecturas anteriores, operando sobre la historia” (Sarlo, 2007, p. 33), para reconstruir la realidad y de esta manera, comprender los modos en los que la verdad histórica surge “pues ella vive en los detalles, pero nunca se estabiliza en ellos, pasa de uno a otro y, sobre todo, emerge en sus contrastes” (Íbid, 2007, p. 37).

De suerte que pensar la historia desde estas constelaciones es reconocerlas como metodologías sociales, estéticas y filosóficas en el que pasado se manifiesta en el presente y la movilidad de la verdad histórica toma estatuto deconstructivo; lo que permite retornar a la función imperativa que debe tener en la contemporaneidad la figura del materialismo histórico; sólo en ella se encontrará una salida a la situación por la que atraviesa Colombia.

Tal vez la idea del coleccionista logra dar cuenta y razón de la imagen del materialista histórico por su función de estética, comunicativa y revolucionaria. Si “el mesías no viene solamente como Redentor, viene como vencedor del anticristo” (Benjamin, 2018, p. 310), el coleccionista, como materialista histórico, debe asumir el desafío de encontrar en las huellas, en la deconstrucción, en lo viejo en tanto ruina, los modos en los que su victoria fue alcanzada, y las repercusiones de esta victoria; es decir, los silencios que generó, la marginalidad que ocasionó, los dolores que provocó. Debe reconstruirse el relato del vencido para que la historia logre alcanzar la idea de “la doctrina filosófica que estriba justamente en la codificación histórica” (Benjamin, 2008, pag. 146).

Constelaciones y brújulas Benjaminianas.

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Archivo personal. Manifestación, mayo 2021

Si la historia no es un documento oficial, sino un palimpsesto polifónico que se escribe desde varias grafías y se silencia desde distintas acciones; pero persiste en acontecer, quisiera bajo las constelaciones expuestas anteriormente, hacer un acercamiento a los movimientos sociales que suceden en Colombia, no para explicarlos, sino para resaltar la falta de una mirada que logre encuadrar al materialista histórico como reconstructor de huellas y ruinas que alumbre lo borroso de la historia; que amplifique la voz que no encuentra resonancia en los lugares de reconocimiento y legitimidad política, pues como bien recuerda Benjamin (2018):
 “el historicismo… procede por adición: proporciona una masa de hechos para llenar con ellos el tiempo homogéneo y vacío. la historiografía materialista, por su parte, le subyace un principio constructivo. Ahí́, del pensamiento forman parte no sólo el movimiento de los pensamientos, sino ya también su detención” (p. 317)

Para iniciar esta aproximación hay que poner de manifiesta una lógica a saber: en Colombia los problemas sociales del pasado persisten en el presente porque no han sido resueltos del todo; retornan de manera distinta pero igual para seguir exigiendo lo que se manifiesta hace más de cien años: acceso a educación de la calidad para todos, un sistema de salud robusto, trabajo formal[1] y estable, tecnificación del agro y refrescar las miradas que se ciernen sobre la multiplicidad de subjetividades.

Lo anterior aunado al gran problema de un favoritismo político que distribuye la riqueza de manera inequitativa que profundiza la brecha de la desigualdad social y que ha organizado, distribuido e impuesto una noción de historia nacional gregaria, arribista y excluyente; marginal, transaccional, violenta y machista que sospecha de todo aquel que logra “romper el molde” social en el que se encuentra; “el que lee, el que piensa, el que espera, el que callejea, todos esos son tipos de iluminados” (Benjamin, 2018, 69), hoy perseguidos, violentados, aislados y olvidados por los discursos oficiales o que cuando se les reconoce los cataloga de “mamertos, comunistas, socialistas, gurrupitas, anormales, entre otros”[2] derivando en una estandarización del conocimiento social que moraliza la otredad y tiende, como expresó Bob Dylan (1966) en su novela Tarántula , a “Mantenlos a raya, Joe. Ponlos en su sitio” (p. 85), es decir, a negarles sus experiencias; a silenciarlos en y de la historia.

Bajo lo expuesto, presento a continuación algunos lugares para transitar sobre los sentidos que hacen historias y marcan la historia en los movimientos sociales colombianos encuadrados bajo las constelaciones y brújulas benjaminianas.

Escrituras de ciudad. El grafiti como imagen de la ausencia.

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Archivo personal. Manifestación, mayo 2021

El grafiti ha sido el contenido de las protestas sociales actuales. Los jóvenes no manifiestan una rebeldía momentánea en cada trazo u obra que plasman en las paredes; sus intenciones van encaminadas a expresar la carencia de una narrativa de futuro que la política no ha podido construir de forma democrática y plural; los grafitis son un indicio para contar una historia a partir de una práctica alegórica que subvierte el ethos contemporáneo. Son una forma de organizar el pesimismo “para expulsar fuera de la política la metáfora moral y descubrir en el ámbito de la acción política el ámbito de las imágenes” (Benjamin, 2018, p.70) que conecta sensaciones y emociones del devenir. De allí que este tipo de grafitis sean negados, clausurados y perseguidos. Hay legiones de “buena moral” que salen a borrarlos, con pintura blanca o negra.

Las “maricas” en primera línea. Las machas son cuestión de género

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Archivo Casa Editorial El Tiempo. Manifestación mayo, 2021

Con las manifestaciones sociales las violencias emergen de forma “natural” y con ello, surgen distintas subjetividades que desprecian la fuerza irracional del estado y reclaman reconocimiento y legitimidad. No son sólo indígenas, negritudes, raizales, campesinos, jóvenes, madres cabeza de familia; hoy, en las marchas la aparición inesperada de comunidad Lgbtiq+ demanda, a través de performances efímeros, una política que reconozca el discurso homofóbico como la imposibilidad de hacer una historia plural. En sus puestas en escena desafían el status quo, fisurando momentáneamente los binomios de género y recordándonos que en la invisibilidad también surge “el hombre histórico, el que ha crecido atravesando el cielo” (Benjamins, p. 12). Ell@ que se hacen denominar irónicamente “las maricas” son una imagen potente de una práctica alegórica que irrumpe en la singularidad del acontecimiento, en el sentido benjaminiano, de la contemporaneidad.

Los monumentos no son memoria. Constatación de la barbarie.

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Archivo Kien y Ke. Manifestación mayo, 2021

Como se ha manifestado “no hay documento de cultura que no lo sea al tiempo de barbarie” (Benjamin, 2012, 190), y los indígenas Misak lo comprendieron muy bien cuando derribaron algunos monumentos históricos en ciudades como Popayán, Bogotá y Neiva. Su acción no fue vandálico o terrorista como lo registraron algunos informativos; su acto exigía la reivindicación de su historia, aquella que no se ha contado. La existencia de los monumentos rememora al vencedor y excluye o niega la violencia que se cernió sobre los indígenas Misak. Ellos, derribando los monumentos, evidencian la ausencia de un diálogo profuso sobre la historia y la memoria, que requiere la presencia de la voz aislada y silenciada en los documentos oficiales que “priva de los conocimientos más profundos” (Ibíd., p.147).

Olla Comunitaria

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Archivo Kien y Ke. Manifestación mayo, 2021

“La verdad es un ser desprovisto de intención que se forma a partir de las ideas” (Benjamin, 1989, p. 152); esta noción del pensador alemán evoca cómo el trauerspiel se convierte en práctica alegórica que permite adentrarse en el mundo de la verdad; y la olla comunitaria aparece como práctica del pasado para vincular a la comunidad y reivindicar los lazos fraternos de lo común en el tiempo-hoy. En ella se cocina el sabor de una lejanía que se reivindica donde el fogón revolucionario la requiera cual constatación de la memoria que se resiste a desaparecer; irrumpe en las calles como figura humanista que trastoca momentáneamente las dinámicas capitalistas que aíslan al ser y lo hunden en una profunda soledad; es una infiltración en la que todo se agrupa y se dispersa permanentemente, es decir “lo que distingue por tanto[3] (al trauerspiel), no es en absoluto la inmovilidad, ni siquiera la lentitud de su proceso, sino el ritmo intermitente de una pausa constante, de un repentino cambiar de dirección para petrificarse nuevamente” (Ibíd., p. 274). La olla, como se le denomina coloquialmente, es la imagen dialéctica benjamiana que irrumpe como ruina.

Conclusión

Lo expuesto en este escrito permite vislumbrar la historia como un cúmulo de aceleraciones sociales discontinuas que se presenta de forma tan asombrosa que “la mala comprensión me transformaba el mundo, aunque de buena manera, ya que me señalaba el camino que conducía a su propia esencia y naturaleza” (Benjamin, 1892, p. 85), orientando las formas de dar sentido a la historia y a sus relatos; tal vez deformándola, sacándola de su pureza y linealidad; expandiéndola, cuestionándola y superponiéndola se encontrarán los vestigios de la brújula social que requiere Colombia para superar la crisis actual.

No se trata de políticas para superar la convulsionada transitoriedad social, sino la creación de cartografías sociales, estéticas, narrativas y culturales que acerquen al encuentro cara a cara con el carácter destructivo que “tiene la conciencia del hombre con sentido de la historia, cuyo sentimiento fundamental es una desconfianza invencible con respecto al curso de las cosas” (Benjamin, 2018, p. 92). Para así, reconocer en los vórtices de la historia en sus fragmentos y ruinas el rostro de aquellos que reclaman que su voz sea incluida conforme a sus propias experiencias y sentidos.

Bibliografía
Arias Trujillo, A. (2011). Historia de Colombia Contemporánea. Bogotá: Universidad de los Andes.
Benjamin, W. (1982). Infancia en Berlín hacia 1900. Madrid: Ediciones Alfaguara.
___________ (1989). Obras Libro I/Vol. 1. Obra completa de Walter Benjamin – 1.  Editor digital Titivillus
 
___________ (2004). Sobre la fotografía. España: Pre-Textos.
 
___________ (2012). Obras Libro I/Vol. 2.  Obra completa de Walter Benjamin – 2. Editor digital Titivillus
 
___________ (2018). Iluminaciones. Colombia: Taurus.
 
Buck-Morss, S. (2001). Dialéctica de la mirada. Walter Benjamin y el proyecto de los Pasajes. Londres: La balsa de la Medusa, 79.
 
Dylan, B. (1966). Tarántula. Barcelona: Malpaso Ediciones.
 
Martín-Barbero, J. (2003). De los medios a las mediaciones. Colombia: Convenio Andrés Bello.
 
Sarlo, B. (2007). Siete Ensayos sobre Walter Benjamin. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

 


[1] Colombia cuenta con un 42% de informalidad dentro de la masa de personas aptas para el trabajo

[2] Son algunos adjetivos con los que han sido calificados los iluminados por parte de políticos nacionales.

[3] Acá me permito referirme a la Olla Comunitaria