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El debate sobre la raza en Colombia hace cien años

Dalín Miranda Salcedo

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“Nuestro país presenta signos indudables de degeneración colectiva; degeneración física, intelectual y moral”.

Así hablaba Miguel Jiménez López, un reconocido médico y político boyacense, al grupo de médicos que asistió al Tercer Congreso Médico Nacional realizado en Cartagena entre el 16 y 22 de enero de 1918. Dos años después, el 20 de mayo de 1920, a raíz de las anteriores aseveraciones, un grupo de estudiantes de la Universidad Nacional de Colombia, entre quienes figuraba Germán Arciniegas, invitó al doctor Jiménez López a discutir, junto con otros intelectuales del país, sus tesis sobre la degeneración de la sociedad colombiana.
 
En ese entonces, cada siete días, y hasta fines de julio del mismo año, asistieron al Teatro Nacional de Bogotá renombrados intelectuales de la vida cultural y política nacional: Simón Araujo, Jorge Bejarano, Luis López de Mesa, Calixto Torres Umaña, Lucas Caballero, Rafael Escallón y el jesuita Carlos Alberto Lleras Acosta. Cada uno de ellos, desde su campo de estudio, cuestionaban las tesis del médico Jiménez López. Estas disertaciones, al final, fueron publicadas el 12 de octubre del mismo año, con ocasión del día de la raza, bajo el título Los problemas de la raza en Colombia. Por razones desconocidas, las conferencias de Rafel Escallón y Lleras Acosta no aparecieron en esa compilación.
 
Pero ¿qué significado tenía el término raza, y argumentar que “éramos una raza debilitada”? ¿Y por qué transitábamos por los terrenos peligrosos de la “degeneración”? En estas narrativas el término raza adolecía de una ambigüedad con matices biológicos y sociológicos. Según Jiménez López, las causas de esta desgracia nacional estaban en el clima, la miseria, y algunas enfermedades “sociales” como el alcoholismo, la sífilis y la tuberculosis. El trópico, según sus convicciones, resultaba impropio a cualquier proyecto civilizatorio, debido a la “acción enervante de los climas”. Todo ello, según el médico boyacense, desafiaba con severo peligro a nuestra sociedad como proyecto nacional.
 

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Para Jiménez López, la degeneración presentaba una dimensión física y otra psíquica, y los “estigmas” englobaban aspectos insólitos, desde una tuberculosis, una insuficiencia de glóbulos rojos hasta prácticas sociales como la baja nupcialidad y altas tasas de natalidad. De las mujeres urbanas, por ejemplo, afirmaba que padecían el síndrome de la “esteatopigia”, o desarrollo adiposo excesivo de la región glútea.
 
Algo más audaz expuso Jiménez López en la conferencia: “los intelectuales y dirigentes del país eran seres inferiores”; además, que el exceso de funcionamiento cerebral conducía al vicio por la literatura y la política. Y apuntillaba que “mientras las repúblicas de América se afanaban por una regeneración social y étnica mediante buenas razas europeas, nosotros seguimos fieles al absurdo español”. Aquí, Jiménez López asumía una clara posición en favor de la raza blanca y del proyecto panamericanista eugenésico impulsado por Estados Unidos desde finales del siglo XIX.
 
Por el contrario, Jorge Bejarano y Simón Araujo replicaban la tesis del clima como factor de decadencia racial, y aducían que la ciencia y la higiene podrían ayudar a transformar cualquier condición adversa que debilite a la raza. Otros, como Calixto Torres Umaña, señalaban que la decadencia fisiológica de nuestros pueblos obedecía más que cualquier otra cosa a factores socioeconómicos traducidos en mala nutrición. Después de todo, cada uno de los conferenciantes poseía nociones jerárquicas de la sociedad, y cada uno de sus enunciados estaban completamente racializados. Esta discusión, como dijo la profesora Sandra Pedraza, concentraba el problema de la modernidad en Colombia.  
 
Lejos estaban de ser diatribas improvisadas. En el discurso de Miguel Jiménez López, en todo caso, se observaba la influencia de la teoría de la degeneración de Benedict August Morel (1809-1873). Este autor, en su Tratado de degeneración de la especie humana (1857), expuso sistemáticamente los postulados de una teoría de la desigualdad y las jerarquías sociales, donde el medio ambiente y las contaminaciones patológicas incidían en la desviación morbosa del tipo normal de humanidad.  
 
¿Pero había alguna salida para esta tragedia racial? Sí. Miguel Jiménez López, se movió entre la eugenesia negativa y la positiva. Existían, según él, salidas profilácticas para detener la decadencia: el blanqueamiento de la sociedad con inmigración europea y el impulso de la educación física como dispositivo de disciplinamiento corporal. Estas convicciones se convirtieron, posteriormente, en actos de gobierno, cuando en 1922 entró en vigencia la ley 114 sobre inmigración y colonias agrícolas y, en 1936, comenzó a funcionar el Instituto Nacional de Educación Física, que tenía como misión la construcción del cuerpo de la patria.