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El reto de ser mujer

Laura Elena Bautista Ramírez

Mujeres Medievales Cazando - Dominio Publico

Desde que tenía 4 años, mi mamá me decía que debía estudiar para ser independiente. Así no cometería el error de casarme y mantenerme en un matrimonio disfuncional por depender económicamente de mi pareja.
Mi mamá estudió toda la época de colegio, impulsada por una madre que había cargado con el remordimiento de no haber seguido estudiando. Después fue a la universidad y, una vez consiguió un trabajo estable como docente, se casó con mi papá a los 25 años. Más tarde realizó su maestría en orientación vocacional y siguió haciendo cursos para instruirse en su profesión.

Desde chiquita, me repite esas palabras al oído como si se tratara de un mantra. Ella es la primera y más importante feminista que conozco. Muchas de sus amigas se casaron a temprana edad deslumbradas por los regalos y dinero, pero más tarde se daban cuenta que no eran felices. Temían divorciarse por miedo a quedar en la calle, sin un peso y sin una carrera profesional que pudiera sostenerlas.

Cursando la primaria, empecé a darme cuenta de que los adultos mayores les echaban siempre la culpa a las mujeres. Me preguntaba: ¿Por qué siempre las villanas somos nosotras y no los hombres? ¿Tan malas somos para que nos acusen de ser brujas, celosas, histéricas, manipuladoras y traicioneras?

Hablaba anoche con una amiga y le conté cómo mi mamá me insistía en estudiar desde niña para ser autónoma y lo feliz que me siento de ser mujer. Ser mujer es tener dentro del alma una alta gama de emociones como colores tiene el arcoíris. Para mí, las mujeres somos dulces, versátiles, críticas, detallistas, creativas, perseverantes, ingeniosas, apasionadas, sensibles, fuertes y tenemos muchos más dones y virtudes que nos caracterizan. Las féminas tenemos la capacidad de realizar varias tareas al tiempo, solucionar más rápido los problemas, somos eficientes en cada una de las facetas en que nos desenvolvemos y somos líderes en nuestras casas o trabajos. Me siento agradecida de haber nacido mujer, porque eso caracteriza mucho mi forma de ser.

Cuando terminé de decirle esto a mi amiga, me dijo que le gustaba mucho como sonaba empoderada por mi género. Sin embargo, a ella le pasa lo contrario. No le gusta ser mujer porque, en su opinión, somos vulnerables y nos toca los tragos más amargos de la vida. Y es cierto. Por más que me sienta bendecida de mi género, duele ser mujer.

Todos los días cuando estoy en camino a la universidad, camino rápido para evitar las miradas morbosas de algunos hombres o para no escuchar todos esos “piropos” con los cuales no logran nada diferente sino molestarme. En la plazoleta, la mirada escrutadora de los hombres mayores a las retaguardias de las chicas que están por delante de mí me escandaliza y mi indignación crece cuando veo que murmullan entre ellos para luego reírse. Varias veces he escuchado testimonios de compañeras que las han tocado en los buses de Transmilenio o las han perseguido camino a la universidad, entre otras conductas descaradas por parte de los varones. Muchas veces no hacemos nada ni los regañamos por esas acciones, que sabemos que nos hacen sentir mal, por miedo a que tomen represalias contra nosotras por ponerlos en su lugar.

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Fabrica de mujeres trabajadoras 1940s - Dominio Público

Cuando les comentan esta situación a sus amigos, estos reaccionan con fastidio y les dicen que están exagerando, que no es nada grave y que no hagan escándalo ante esas pequeñeces. ¡Qué triste es que tengamos que estar acompañadas de alguien de género masculino para sentirnos seguras y tranquilas de que no nos van a decir cosas feas ni nos van a mirar indecentemente!

Últimamente, las noticias sobre la violencia contra la mujer abundan en los medios de comunicación como peces en el océano, pero no sorprenden (ya nada en este país lo logra). El machismo en Colombia es una de sus más graves enfermedades, siendo los frecuentes feminicidios y las usuales violaciones las más grandes pruebas de ello.

Muchas mujeres viven realidades muy duras y rápidamente se convierten en víctimas de miles de delitos que se cometen a diario en el país. Un informe desarrollado por la ONUMujeres en el 2018 señala que las mujeres están por debajo de los hombres en todos los indicadores de desarrollo sostenible habiendo más mujeres en situación de extrema pobreza que hombres y el 70% de la población que sufren hambre son de la población femenina.

La sociedad, la iglesia, el Estado y hasta las mismas mujeres nos imponemos límites y reglas: no debes comer mucho, no debes ser gorda, no se debes contradecir a los hombres porque eres irrespetuosa, no puedes ser masculina, no debes levantar mucho el tono de tu voz, no debes usar faldas cortas, no puedes llevar la contraria sino ser sumisa y callada. Solo hay prohibiciones. Mi madre me enseñó a ser líder, a ser directa y honesta en mis opiniones, a no dejar que nadie me limite ni me diga qué hacer, a luchar por mis sueños y perseverar en mis metas. Me gusta ser mujer gracias a mi mamá, pero el secreto que no le dije a mi amiga es que a mi mamá tampoco le gusta ser mujer. Cuando le pregunté a qué se debía su disgusto, me dijo: “la mujer siempre está en segundo plano en muchas cosas”. A la mujer no la toman en cuenta en las decisiones importantes, incluso para algunos, son solo un cero a la izquierda.

Hay muchos tipos de violencia que sufren las mujeres: violencia física, violencia sexual, violencia económica, violencia psicológica, acoso laboral, violencia doméstica, violencia obstétrica y violencia institucional. Hay mujeres que sufren del maltrato y del machismo por parte de sus propios familiares o parejas: papás, hermanos, tíos, abuelos, compañeros, esposos, primos o padrastros. O que viven este maltrato en donde estudian o trabajan: profesores, directivos, jefes o compañeros de trabajo. Muchas veces, cuando acuden a buscar ayuda, lo único que dicen es: “ella misma se lo busco”.

Las miradas morbosas, los golpes e insultos, el techo de cristal, los besos forzados, la desigualdad en las oportunidades de trabajo, las críticas, las manoseadas, las burlas y la brecha salarial son muestras claras (por más que los hombres las vean como insignificantes) de como la violencia está enmarcada en todas las situaciones que vivimos diariamente. El vernos como simples objetos sexuales, el pensar que solo somos buenas para tener bebés, opinar que somos brutas para conducir, considerar que debemos estar en casa atendiendo a los maridos o que simplemente importamos como meras consumidoras de productos estéticos. Si usted tiene alguna de estas percepciones, déjeme decirle que está siendo parte del problema, porque definitivamente las mujeres somos mucho más que eso.

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Marcha de mujeres por el voto NYC - Dominio Público

Los hombres casi nunca analizan si con sus actos están ofendiendo a las chicas y se escudan diciendo excusas como “eso es normal, eso lo hacen todos o así somos los hombres y no lo podemos evitar”. Si usted no sabe si un gesto con las damas es bueno o malo, pregúntese si le gustaría que se lo hicieran a su mamá, hija o hermana.

Se puede decir que he ido desarrollando mi búsqueda por la igualdad desde temprana edad. El feminismo, para mí es la unión de fuerzas para lograr que los derechos que tanto hemos luchado a lo largo de la historia no queden plasmados en el papel, sino que se materialicen en la realidad. Y es que el respeto hacia el género femenino debe vivirse en todos los espacios: en la casa, en la calle, en la discoteca, en la academia o en el lugar de trabajo.

Todas estas acciones que se presentan a diario solo reflejan que la “igualdad” que tanto soñamos aún está lejos de nuestro alcance, solo hemos rozado la meta con la punta de los dedos y aún falta trecho por caminar.

Debemos visibilizar en distintos escenarios las problemáticas que pasan como normales pero que irrespetan a la población femenina; seguir proponiendo políticas públicas que permitan una mejor condición de vida a todas aquellas víctimas de la violencia. Hay que perseverar y buscar que el gobierno y la sociedad nos brinde la seguridad necesaria para que podamos decir sin miedo: ¡ya no más!, ¡detente!, ¡no quiero!

No debemos desconcentrarnos ni dejarnos convencer de esas voces que dicen que estas luchas no sirven de nada. ¿Que qué más queremos si lo hemos conseguido todo? Queremos respeto: respeto a nuestras vidas, por nuestros cuerpos, hacia nuestros sentimientos, por nuestros pensamientos, por nuestro trabajo y esfuerzo, respeto por nuestra voz.

La finalidad de mis palabras es querer invitar a los lectores a cuestionar sus conductas y sus pensamientos para darse cuenta de si están cometiendo estos errores u otros y corrijan esas actuaciones. Y aunque consideren que no tienen nada que mejorar, se pregunten si están siendo pasivos o pasivas frente a los actos groseros de sus amigos y familiares cercanos, permitiendo que el machismo persista.