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Los muchachos del barrio: pandillas juveniles en Bucaramanga

Cristian Linares Gómez

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Las pandillas suelen ser consideradas como uno de los principales actores generadores de violencia en América Latina, una región reconocida como la más desigual y violenta del mundo1.

Famosas son las maras en Centroamérica y los jóvenes armados de las favelas en Brasil, así que gran parte de la atención mediática prestada al fenómeno se ha centrado en dichos lugares. Sin embargo, el pandillismo también se manifiesta en otros países latinoamericanos como Ecuador, México y Colombia.

En el caso colombiano, para el año 2017, un diagnóstico liderado por el Ministerio de Justicia estimaba la presencia de 1.700 pandillas en las ciudades de Bogotá, Cali, Medellín, Soledad, Puerto Tejada, Pereira y Cartagena; sumando unos 21.000 miembros en total. No obstante, resulta desafiante determinar el alcance cuantitativo del fenómeno, pues el término pandilla suele usarse comúnmente para referir un amplio abanico de colectivos juveniles que pueden ir desde simples grupos barriales hasta asociaciones con robustos portafolios delictivos. Se trata, en definitiva, de un fenómeno complejo que puede manifestarse de múltiples formas y variar de un contexto a otro, razón por la que no existen consensos claros sobre su definición y las características que podrían diferenciarlo de otras agrupaciones.

Ahora bien, es importante señalar que estos grupos no suelen surgir para fines meramente delictivos detrás de una recompensa económica, sino como asociaciones en las que los jóvenes pueden suplir necesidades de socialización, afecto e identidad. Luego, contrario a lo que suele pensarse, las pandillas no materializan un riesgo de seguridad ciudadana per se; el fenómeno se torna problemático cuando estas recurren al uso de la violencia, se inmiscuyen en actividades como el microtráfico o establecen nexos con el crimen organizado.

Consecuentemente, es necesario pensar en estrategias que, más allá de centrarse en la desarticulación, busquen mitigar y neutralizar aquellos factores que convierten a estos colectivos en un riesgo para la seguridad. Así pues, se requiere una mayor atención hacia estas asociaciones juveniles, cuya instrumentalización por parte de actores criminales bien estructurados puede conllevar a una agudización de la violencia en el país.

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1.“En este barrio lo único bonito que queda es el clima y la vista”.

Conocida como la Ciudad Bonita, Bucaramanga está ubicada hacia el nororiente del país, posee una población aproximada de 597.3162 habitantes y en los últimos años ha sido reconocida como una ciudad competitiva, con una economía pujante y creciente. Pese a ello, del otro lado de la moneda presenta altas concentraciones de pobreza multidimensional y necesidades básicas insatisfechas en algunos de sus barrios, ubicados principalmente en las comunas 1, 2, 4, 5 y 14.

El panorama se torna especialmente dramático hacia el extremo norte de la ciudad, en las comunas 1 – la más poblada de todas- y 2, en donde residen aproximadamente el 17% de los bumangueses. El mismo gobierno municipal ha reconocido que “en el norte se ha construido ciudad, pero no ciudadanía”, debido a que es una zona que presenta múltiples problemáticas sociales y económicas. Dentro de estas destacan el bajo logro educativo, alta informalidad laboral, rezago escolar, analfabetismo y barreras para el cuidado de la primera infancia.

En ese sentido, indicadores como el índice de Desarrollo Humano – ajustado por el Gini3 como sugiere Naciones Unidas- revelan que la zona norte presenta unos niveles de desarrollo que se asemejan a los de países como Haití, Senegal o Afganistán; estando muy por debajo del promedio nacional. De igual forma, al observar la pobreza a nivel de ingreso, se encuentra que el 57,2% de la población está por debajo de la línea de la pobreza, mientras que el 11,3% se encuentran en pobreza monetaria extrema. De este modo, el área se ha configurado como un territorio de extrema vulnerabilidad, propicio para el surgimiento de diversos parches- sinónimo de pandilla en la ciudad-.

Una líder comunal relata que el fenómeno ha escalado en el norte a causa de la incursión de algunos colectivos en el microtráfico. En el pasado, había presencia de múltiples ollas, aunque con el paso del tiempo -después de crudas disputas- una sola cabeza intentó adueñarse de la mayor parte de estas, valiéndose de los jóvenes para el funcionamiento del negocio. En pocas palabras, se visibiliza una instrumentalización de ellos por parte de agentes del crimen de mayor envergadura.

Por su parte, en la comuna 14 -conocida como Morrorico- también es posible evidenciar parches en barrios como Buenos Aires, Albania, Miraflores y los Sauces; algunos famosos son los llamados Carramanes y La Parada. Las causas que explican la aparición de estos grupos en la ciudad son múltiples. Aunque varias de ellas tienen que ver con problemáticas sociales, características de esas zonas urbanas marginadas, estas no constituyen las únicas explicaciones causales.

Un error muy común es considerar la condición de pobreza como el único factor que da cuenta del fenómeno pandilleril, cayendo en narrativas que criminalizan el hecho de ser pobre. Más allá de esta visión, es necesario entender que hay múltiples factores de riesgo asociados al fenómeno. Por ejemplo, la falta de oportunidades, la ausencia de tejido social comunitario, la prevalencia de prácticas violentas en algunas zonas, el maltrato y disfuncionalidad al interior del núcleo familiar; a lo que podría sumársele el consumo problemático de sustancias psicoactivas y la interrupción temprana de proyectos de vida4. De igual manera, se resalta la presencia de organizaciones delictivas en el barrio, conflictos por el control territorial, la existencia de fuertes patrones de agresividad a nivel barrial, así como la disponibilidad de armas.

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2.Mujeres y delincuencia

En los países latinoamericanos, el estudio de la mujer como actor activo dentro de la delincuencia es un asunto poco explorado, puesto que tiende a asumirse que el crimen es un asunto principalmente de hombres. Por la misma línea, es poco lo que se ha dicho en torno a la presencia y accionar de las mujeres al interior de las pandillas, típicamente relacionadas con lo varonil. Aun así, es importante destacar que, mayoritariamente, las mujeres pandilleras asumen roles relacionados con tareas de cuidado y acompañamiento, los cuales podrían considerarse secundarios para el quehacer cotidiano de estos grupos. La evidencia empírica señala que en los parches también se reflejan las desigualdades de género que operan a nivel social, en las que se relega a la mujer a determinadas tareas mientras los hombres asumen un mayor protagonismo.

 Sin embargo, el desarrollo del fenómeno en Bucaramanga parece transgredir, parcialmente, lo previamente señalado. La existencia de pandillas mixtas, e incluso exclusivamente femeninas, en donde las mujeres han tenido algún protagonismo, dota de cierta singularidad al caso bumangués. Una de las zonas en las que se manifiesta con más fuerza esta cara del pandillismo es Morrorico, en donde el surgimiento de las, ya extintas, Carramanas dio paso a la creación de otros grupos como la versión femenina de La Parada. Así, las mujeres adscritas a estos colectivos empezaron a replicar las lógicas de sus pandillas masculinas homólogas, tales como la defensa del territorio y las dinámicas de fronteras invisibles. Algunas de ellas narran cómo empezaron a portar cuchillos recurrentemente, siempre prestas a defender el territorio a toda costa y a través de los medios que fueran necesarios, inmiscuyéndose en los conflictos con la policía y otras agrupaciones.

Dicho lo anterior, a primera vista podría considerarse que la mujer inmersa en parches es un actor que subvierte arreglos de género, poniendo en entredicho aquella concepción de la mujer como un ser pasivo, maternal y pacífico. No obstante, estas mujeres terminan adoptando comportamientos de extrema violencia y formas de ser asociadas a lo que convencionalmente se considera masculino. En pocas otras palabras, emulando y exacerbando ciertas subjetividades que se relacionan con lo que culturalmente se esperaría de un varón. Algunas voces lo expresan así:

“Nosotras nos metíamos a defenderlos a ellos. Imagínese nosotras mujeres parándonos frente a esos policías. Eso nos cogían, nos mechoneaban, nos tiraban al piso… Eso era una recocha, una locura. Cuando no eran policías molestando, eran las dichosas liebres (enemigos). Llegaron las liebres, el que se alcanzó a esconder, escóndase, y el que no se escondió párese fuertemente y pelee.”

 En todo caso, es necesario seguir profundizando en la relación entre mujeres y criminalidad, explorando temas como sus motivaciones y móviles de acción, que no siempre son iguales a los de los hombres. Finalmente, a modo de conclusión, es fundamental que a nivel nacional se aumenten los esfuerzos por entender mejor al pandillismo, buscando la elaboración de respuestas integrales que partan desde la prevención y no se centren en el castigo como factor disuasor. La coyuntura actual de emergencia sanitaria y cuarentena prolongada incrementa, sin duda, los factores de riesgo y las posibilidades de instrumentalización de estos jóvenes por parte de estructuras delincuenciales que están rediseñando su accionar.

*Las reflexiones esbozadas en el presente texto se enmarcan en los hallazgos preliminares del proyecto de investigación titulado “Las pandillas juveniles en Bucaramanga: un universo social que requiere ser comprendido y atendido”, adelantado en la Facultad de Estudios Internaciones, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario; bajo la dirección de la profesora Karen Cerón.

 
1 Según la tasa de homicidios por cada 100.000 habitantes reportada por el Global Study on Homicide del año 2019.
2 De acuerdo con los datos del Plan de Desarrollo Municipal 2020-2023.
3 Indicador de la desigualdad a nivel de ingresos
4 A causa de embarazo adolescente o frente a la necesidad de brindar apoyo económico a sus familias