Pasar al contenido principal

Los ecos de la Primera Guerra Mundial en la Riviera del Paraná

Giovanni Algarra Garzón

Los ecos de la Primera Guerra Mundial en la Riviera del Paraná

Giovanni Algarra Garzón
 
Estábamos visitando las Barrancas de Empedrado, un lugar de la Provincia de Corrientes en la Argentina, a 54 Km de la capital provincial. Viajábamos en una lancha con tres pescadores, por un territorio selvático en donde se levantan barracas de color naranja, escarpadas, fruto de la erosión. Allí habitaban caracaras, que con rostro fiero observaban las inmediaciones y corrían de un lugar a otro, presos de una necesidad antigua de poseer todo el espacio. El río se abría perezoso en todo el paisaje y regalaba a los lugareños surubis y amarillos. En medio de ese territorio acuático observábamos las escenas bucólicas de vez en cuando rotas por las barracas o los numerosos afluentes que daban al paisaje un tinte feral.
 
Los pescadores hablaban en guaraní, una lengua imposible e indígena que está muy viva en Corrientes, y no atendían a nuestra presencia hasta que algo a lo lejos les llamó la atención. Los tres pescadores vieron a lontananza algo entre los árboles y ello despertó nuestra curiosidad.  A diferencia de ellos, nos era invisible el objeto que los arrobaba. Tras unos segundos de atención embelesada, hablaron entre ellos de nuevo en guaraní. Nosotros nos miramos reconociendo nuestra profunda ignorancia del espacio que nos rodeaba, del objeto indicado y de la lengua autóctona. Ellos en cambio tendían los puentes entre la marisma que persigue al Paraná, la lengua secreta y lo que estaba tras los árboles gracias a que dominaban el castellano. Uno de ellos se acercó y nos dijo que si nos gustaban las ruinas, las ruinas invencibles, las que nunca serán lo que fueron. Aún no me quedaba claro si había dejado de hablar en guaraní, pero aceptamos la invitación a ver lo que les asombraba. Añadieron que si nos lo decían, era porque nos consideraban aptos para desembarcar allá. Tenemos que admitir que eso nos hizo sentirnos privilegiados.
 
La balsa se dirigió a una zona cualquiera de Empedrado. Desembarcamos en el lugar más improbable y quedamos a la diestra de un nido de arañas enorme, como jamás lo encontraríamos en nuestra enredada memoria. Allí se sentían felices los pescadores. Nos hicieron tocar los hilos que se proyectaban del recinto de negras arañas. Eran tan duros como el nylon y de ellos pendían algunos escarabajos peloteros y avispas enormes y multicolores. La sola presencia del nido bastaba para no seguir más en el trayecto. Descontando los mosquitos atrevidos y ávidos de inyectarnos su dengue hemorrágico, su malaria, su fiebre amarilla o su paludismo; un coctel que en cualquiera de sus casos nos hubiera llevado a la cama o a la tumba de manera segura. Sin embargo no estábamos allí para amedrentarnos. Nos esperaba una revelación, una conexión con los sucesos que se desencadenaron en Europa, exactamente cien años antes del momento en que pisábamos esa playa. Si, cien años ni más ni menos, era el 4 de agosto del 2014 cuando los pescadores nos pusieron frente a esa playa imposible.
 
Después de subir dificultosamente por algunas pequeñas barracas de arena y selva, apoyándonos algunas veces en las manos unidas de un gallardo pescador, en donde poníamos el pie para saltar a un lugar elevado, llegamos a ¿Cómo decirlo? ¿Más selva? Pero esta tenía en su estómago enormes paredes y a sus pies basamentos y escalinatas. No sabíamos ante qué estábamos, ni qué importancia tenía. Era un lugar donde cien años de soledad habían demolido y descuajado un proyecto que debía ser histórico y sólo se le dio un año en la tierra para luego ser devorado por la marisma y la madre selva.
 
Desconcertados buscamos en la mirada de los pescadores una respuesta. Ellos deambulaban por el lugar alegremente a pesar de estar plagado de trampas en el suelo: antiguos hoyos excavados por saqueadores, piedras que se despeñaban y ramas con espinas. Uno que reconoció que era suficiente de mantenernos aturdidos, nos ilustró. Supimos que ese lugar que tenía por doquier árboles y maleza centenaria, había sido el Palacio de Invierno. Un megaproyecto en donde se creó un enorme hotel y un gran casino, que servirían para conectar Europa con el Paraná en los días invernales del viejo continente.
 
¿Ante qué estábamos el 4 de agosto del 2014 cuando bajamos en aquel lugar inhóspito?
 
Todo inició cuando Andrés Demarchi presentó a la legislatura provincial el proyecto de construir una ciudad invernal en algún lugar del río Paraná. Tal proyecto fue aprobado el 7 de agosto de 1909 y debía contar con “…salones de lectura, conferencias y bailes; muelles sobre el río e instalaciones para bañistas; un casino para todo juego similar a los que funcionan en Europa; “field” para practicar deportes; hipódromo; un teatro-salón para representaciones teatrales y una escuela capaz de albergar en sus aulas a cien niños y una parroquia”. Luego, Pedro Luro y 65 inversores porteños, se decidieron a hacer la Sociedad Anónima “Ciudad de Invierno” para hacer posible la propuesta. Lejos de imaginarse la compleja red de hechos que harían imposible su final feliz, en donde el mundo sufrió un remesón brutal a causa de la Gran Guerra, unieron sus esfuerzos para tratar de hacer de uno de los lugares más inhóspitos de Suramérica, el puerto de llegada de europeos acaudalados que fueran el combustible para poner en marcha los motores económicos que llevarían a la creación de una hermosa e imponente ciudad, La Ciudad de Invierno, la ciudad que nunca fue. Convertir ese lugar de cocodrilos y arañas en La Perla del Paraná, un polo de desarrollo y transformación regional y nacional. Así que en 1910 inician las obras y finalizan en Enero de 1913.
 
El paraíso fugaz que fue la Mansión de Invierno, fue el primer casino y hotel de Sudamérica, llegó a tener un lujo incomparable en esa región del globo: con una sala teatro para 100 personas, canchas de futbol, tenis y cricket, con capacidad para 150 personas, tenía cuatro pisos y dos subsuelos unidos, que conectaban al casino con el hotel por un largo pasillo de vitreaux. El espacio interior contaba con un invernáculo de especies exóticas y en la parte alta remataba con una cúpula de bronce emplazada sobre la sala mayor. El casino tenía 12 mesas de ruleta y bacará iluminadas por araña de 312 brazos de luces. El mobiliario se trajo de Francia, la cristalería de Murano, las porcelanas de Florencia, los vinos infaltables y cocineros a la altura de tal lujo. El lugar de Empedrado fue escogido porque tenía uno de los microclimas ideales para pasar el invierno europeo, pues tiene 16 grados de temperatura media invernal, comparado con Venecia 14o, el Cairo 18o, Niza 16o, San Remo 14o.  Así que se aseguraba un clima distendido en un entorno lleno de lujos.
 
La inauguración fue el 28 de junio de 1913. Llegaron allí los personajes de poder y los de la alta sociedad de la nación. Además el Principe de Gales, un Marajá y la actriz Sarah Bemhardt. No lo pudo describir mejor Emili Noya: “libreas doradas alfombrados y costosos gobelinos, brindaban adecuado marco a las agraciadas damas y elegantes caballeros ataviados de rigurosa etiqueta. Las bandas del regimiento 9 de policía de la provincia y la orquesta del maestro italiano Eneas Verardini, amenizaron el grato acontecimiento social hasta altas horas de la madrugada. […] Yates y embarcaciones de diversos calados, reflejando luces multicolores en las aguas, confiéranle un aspecto principesco al soberbio palacete. Dos automóviles Mercedes Benz –los primeros conocidos en Empedrado- atraían la curiosidad general, trasportando invitados desde la parada del ferrocarril Nord-Este Argentino”. Los diarios no fueron ajenos al acontecimiento, La Nación de Buenos Aires dice: “… por una combinación de las menos frecuentes, esta zona reúne todas las condiciones exigidas por el sabio profesor Kisch para ser considerado como una estación ideal de invierno”; Caras y Caretas escribe: “La ciudad de invierno es la residencia invernal más agradable de Sudamérica –salud, bienestar y temperatura ideal- La excelencia de los servicios del Hotel Continental está asegurada por la acción del director general del hotel, Mister SaintAndré, cuya competencia y dirección en el Regina Hotel de París lo han dotado de justo renombre, por un chef que ha sido 14 años el primer cocinero del Carlton Hotel de Londres bajo la dirección de Escofier. Por la de Otto, como maître d´hotel quien ha confirmado en el restaurante del Club de Mar del Plata, durante la última temporada la reputación con que llegó del Magestic Hotel de París”.
 
El mismo hecho de que la Mansión y el proyecto de la ciudad fueran concebidos como vinculados al devenir Europeo, los hizo vibrar con los mismos hechos históricos que en Europa acaecían. Cosa que no pasaba con el resto de lugares de la tranquila Provincia de Corrientes. Aquello que supuestamente garantizaría su éxito y su consolidación como una ciudad mundial, la puso en la ruina. Los hechos desatados en 1914 en Europa no dejaron duda de que el proyecto nunca se realizaría y que el Hotel y el Casino -La Mansión de Invierno- perderían su sentido y todo aquello que los haría perdurar en el tiempo.
 
El tsunami de la Primera Guerra Mundial no tardó en llegar a Empedrado, a pesar de lo recóndito de su ubicación. Ante la crisis europea todo el mobiliario fue rematado, la vajilla terminó en el Bristol Hotel de Mar del Plata. El gran Edificio fue demolido. El proyecto de convertir ese lugar en parte de una red selecta de ciudades de invierno y de querer otro destino histórico no tuvo lugar en el contexto que se les vino encima.
 
Algunos vestigios nos cierran el paso con algunas huellas de su dignidad arquitectónica y a pesar de ello nunca fue declarado patrimonio histórico, ni cultural ni arquitectónico. Los pescadores sonríen porque nos ven emocionados, en medio de ese pequeño lugar que es Empedrado al lado de esa enorme serpiente de agua que es el Paraná y viendo lo que quedaba de la Ciudad de invierno, algo menos que un hecho; ya casi nada prueba lo ocurrido, se vuelve muy rápidamente un mito.
 
Subimos a la balsa apesadumbrados y sorprendidos. Dejando a lo lejos ese espacio solitario donde las arañas han construido blancos palacios y las hormigas de fuego sus madrigueras lujosas. Pues estaba previsto que la Mansión y el proyecto de la ciudad de invierno serían arrasados por el viento de la historia europea y desterrados de la memoria de la gente y condenados a cien años de soledad sin una segunda oportunidad sobre la tierra.
 
Reseña

Giovanni Algarra Garzón
Doctorante del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM, México
Master oficial de la Universidad del País Vasco, San Sebastián, España
Maestro Universidad Nacional Autónoma de México, DF. México
Pregrado Universidad del Rosario, Bogotá Colombia