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Rusia y su transición en Oriente Medio

Mauricio Jaramillo

Rusia y su transición en Oriente Medio

Mauricio Jaramillo Jassir[1]

Durante las últimas semanas, se ha insistido en varios medios acerca del momento crucial que atraviesa el gobierno de la Federación Rusa, al mando de Vladimir Putin. Esto como consecuencia de los bombardeos de ese país en territorio sirio, y que tendrían como propósito contribuir a que ese país incline la balanza hacia su favor en la guerra que, desde hace tres años, libra contra una insurgencia variopinta. Lo cual hace pensar en una Rusia con un margen de manobra internacional importante y que va abandonando una condición periférica, como la que tuvo que aceptar en los albores de la Globalización. No obstante, se debe recordar que se trata apenas del comienzo de una transición que puede posicionar a Moscú como una potencia en la región  de Oriente Medio. Aún es prematuro determinar si finalmente ese gobierno alcanzará ese objetivo, pues el escenario sirio es apenas uno de varios que son clave para la zona.


Después de la desintegración de la Unión Soviética, la imagen de Rusia quedó arruinada.  La entonces superpotencia alcanzó varias conquistas que se fueron desdibujando, mientras la imagen de la represión de sus líderes se fue imponiendo. Ello sembró la idea de un fracaso del comunismo soviético, fácilmente rebatible a la luz de las circunstancias que enfrentan hoy millones de personas víctimas de la inclemencia de la economía de mercado, en países donde el socialismo real había logrado avances materiales.

Se desconoció, por ejemplo, que Rusia pasó de ser uno de los Estados más pobres del mundo a una superpotencia con incidencia mayor en la escena internacional; sin mencionar siquiera las conquistas sociales que permitieron a millones salir de la pobreza.
¿Es esa la Rusia que pretende rescatar Putin? Difícilmente, aunque en Europa Central y  Oriental la nostalgia del socialismo revive, al compás en que se precariza la vida por el dogma de los ajustes fiscales que se preconiza desde la llamada troika (FMI, Banco Central Europeo y Comisión Europea).

Esta versión de Rusia no solo es más pragmática, como resulta apenas obvio, sino que revive su reputación en uno de los peores momentos para la diplomacia estadounidense, francesa y británica. Algo que se suma a la compleja coyuntura y favorece a Moscú, pasa por un renovado discurso iraní, y su retorno a la escena internacional por haber conseguido, en los últimos años, una meta que con George W Bush y Mahmoud Ahmadinejad parecía imposible: un principio de acuerdo que puede significar el fin de años de tensión y desconfianza entre Irán y Occidente (exceptuando la percepción israelí).

Para Rusia, esto ha significado llegar a una zona donde en el pasado la presencia Soviética no fue exitosa. El fracaso de la incursión en Afganistán marcó, en definitiva, su posición en Asia Central; y Moscú jamás ha sido determinante en el proceso de paz inconstante entre Israel y Palestina.

Ahora el panorama parece otro. La imposibilidad de Occidente para enfrentar al Daesh o Estado Islámico, ha comprobado la urgencia por recrear alianzas regionales y extrarregionales para detener lo que podría ser la peor amenaza contra la libertad en el siglo XXI. Los vejámenes a los que son sometidos las víctimas de esa organización y la imposibilidad de negociación implican una redefinición total de los del terrorismo.

La postura saudí, que con la complicidad de Occidente debilitó al eje chií en la zona, alteró definitivamente la correlación de fuerzas entre moderados y extremistas, y entre las dos grandes versiones del Islam. Yemen, Siria e Irak sufren crudamente esas consecuencias.


A grandes rasgos, ese sería el escenario complejo al que se enfrenta Moscú, que podría alcanzar un prestigio sin precedentes, en caso de lograr contener el avance del Estado Islámico. No obstante, dos temas quedan pendientes y significarán los retos de mayor envergadura para Vladimir Putin en esa nueva apuesta rusa en Oriente Medio.

El primero pasa por la paz entre Israel y Palestina, en la que Rusia no parece involucrada, salvo por el cuarteto (Estados Unidos, Naciones Unidas, Unión Europea y Rusia), cuya misión parece cada vez menos realizable y más difusa. Recortarles terreno a estadounidenses, británicos y franceses no sería tarea fácil. Se trata de medio siglo de ventaja y desventajas que se desprenden de la ocupación, cuando aún existía el proyecto colonizador.

El segundo consiste en hallar varios equilibrios para la región entre moderados y nacionalistas, chiitas y sunnitas, e israelíes y palestinos. ¿Cómo hacerlo cuando existen tantas rivalidades zonales? ¿Le interesa a Rusia tal apuesta? ¿Qué alianzas deberá construir para generar dichos equilibrios?

Se trata de preguntas esenciales para medir hasta dónde puede llegar esta nueva Rusia en su avance en la región de Oriente Medio.