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Muertos vivientes vikingos

Juan Pablo Quintero

Muertos vivientes vikingos

En algún recóndito paraje entre las laderas de la región montañosa de Thórmork, al sur de Islandia, yace el cuerpo de Thorolf el Cojo, enterrado hace aproximadamente 1000 años. Su epíteto se lo debe a Ulfar el Magnífico, quien antes de morir en un duelo defendiendo sus tierras alcanzó a herirlo en una pierna. La Saga de la gente de Eyr describe a Thorolf como un hombre injusto y despiadado y que aterrorizó a la población aun después de su muerte. Su hijo Arnkel incluso construyó una pared de piedra alrededor de su tumba para evitar que se siguiera saliendo. En vano. Las ovejas se seguían desapareciendo y algunos pastores morían aplastados por su mano. Thorolf era un draugr, un cadáver animado, un no-muerto, un muerto viviente del periodo Vikingo.

La primera referencia a los draugr se le puede atribuir al escaldo Bragi Braddson (IX d.C.), famoso por sus poemas dedicados al rey sueco Ragnar Lodbrok. Braddson los describe sin muchos detalles como cuerpos de guerreros que merodeaban ocasionalmente entre los vivos. En las sagas islandesas y noruegas (entre los siglos XII y XIV d.C.) se explora más a fondo su naturaleza. A veces son descritos como aptgangr, aquellos que caminan después de la muerte. Se dice que incluso durante los rituales funerarios ya daban señales de inquietud. El cuerpo se estremecía camino a la tumba y pesaba más de lo normal, al punto que debían levantarlo entre varios hombres o con palancas, como en el caso de Thorolf. En ocasiones se les denominaba haugbui, literalmente habitantes de los montículos. Eran muertos vivientes que no salían de sus tumbas, o no se alejaban de ellas, sino que las custodiaban.

A pesar de las variadas descripciones, en general el draugr aparece como un cuerpo, de color negro azuloso, claramente muerto pero incorrupto. Ojos brillantes, garras en lugar de manos, de estatura superior a la que tuvo en vida y con una fuerza extraordinaria. Algunos podían nadar entre las piedras, como Hrapp el Asesino en la Saga de Laxdoela, y otros podían cambiar de forma, como Thrain en la Saga de Hromund Gripsson.

De tal modo, enfrentarse a un no-muerto vikingo implicaba una lucha desigual. Y aun así se les podía derrotar. Cuenta Saxo Grammatico que el hechicero Mithotyn, muerto por haber intentado hacerse pasar por Odín, una vez reencarnado en un draugr fue vencido finalmente cuando lo decapitaron y le atravesaron una estaca en el pecho. Luego, en algunos casos los restos se quemaban para deshacerse del todo del muerto viviente; en otros se los enterraba con la cabeza dispuesta entre las nalgas, de lo que lastimosamente no hay evidencia arqueológica.

Al parecer los draugr volvían al mundo de los vivos porque de algún modo les hacía falta. Finalmente dejaban la comodidad del hall por la tumba. A veces lo familiares simplemente se los encontraban en la casa bajo una manta calentándose junto al fuego, como es el caso de Vigdis, la esposa de Hrapp el Asesino. Tenían además un hambre insaciable, como le ocurre a Aran, que después de haber devorado todos los animales dispuestos en su tumba, trata de engullirse las orejas de Armund, su hermano, en la saga de Gautrek.

El draugr también se aparecía en sueños. Cuenta Snorri Sturluson que su ancestro Egil Skallagrimsson se le aparecía a sus familiares mientras dormían, para advertirles sobre lo mal que Snorri estaba cuidando el prestigio familiar. Sin embargo, el draugr no era tenido como una simple ensoñación o un fantasma incorpóreo. Su existencia estaba atada indudablemente a la dimensión física y sus acciones en el mundo de los sueños tenían relevancia material. Cuando un draugr le entrega una espada a Thorkell Geirason en la Saga Reykdaela, éste la encuentra al otro día junto a su cama.

Las sagas hacen constantes referencias a los montículos funerarios a los cuales estaban vinculados los draugr. Durante el periodo Vikingo, buena parte de las tradiciones mortuorias implicaba la construcción de túmulos artificiales con tierra y escombros. Sin embargo la adopción del cristianismo cambió progresivamente esta práctica y los montículos quedaron como reminiscencias que permitieron a los escandinavos conectarse con su pasado. Es probable que algunas de las historias sirvieran para proteger del saqueo las tumbas de sus antepasados.

Es probable también que los paisajes de montículos crearan imaginarios fantásticos demonizados por las narrativas cristianas de los siglos XIII y XIV. O incluso es probable que los muertos se levantaran de sus tumbas como un reclamo de los ancestros entrando en conflicto con las nuevas prácticas de culto, como se relata en la saga de Bárðar Snæfellsáss, bastante tardía, en la que el draugr Barðr se le aparece a su hijo que había adoptado el cristianismo y lo deja ciego tocándole los ojos.

Referencias:

  • Kelchner, Georgia Dunham (1935) Dreams in Old Norse Literature and their Affinities in Folklore. Cambridge University Press (2013)

  • Roderick, Hilda (1968) The Road to Hel: A Study of the Conception of the Dead in Old Norse Literature. New York. Greenwood Press. 

Laderas de la región montañosa de Thórmork, sur de Islandia, donde fue enterrado Thorolf el Cojo. Tomado de: wikipedia