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Ciencia versus Pseudociencia: El Mortal Mito de la Sobrepoblación

Ricardo Andrés Roa Castellanos

Ciencia versus Pseudociencia: El Mortal Mito de la Sobrepoblación

Introducción

La población, según el DRAE, es el conjunto de personas que habitan la Tierra o cualquier división geográfica de esta. Biológicamente, la acepción se amplía a los seres vivos que cumplen una específica delimitación espacio-temporal. La sobrepoblación, en consecuencia, es el exceso indeseable/inconveniente en el número de individuos para estas comunidades vivas.

¿Pero y qué si el diagnóstico es erróneo, o si allí donde se ve el problema está la solución?
En vista de las actuales magnitudes de la población humana, los problemas ambientales, el desempleo e inseguridad asociada rampante, en conjunto con el estado de la ciencia y técnica ¿No sería lo más conveniente que justamente haya 7000 millones de habitantes de potenciales reparadores eco-amigables de su medio en vez de considerarse a estos como una plaga?

Quizás este matiz pueda entenderse, institucionalizarse y dicho cambio paradigmático pueda guiarse hacia la recuperación de la virtud de la esperanza y de un obrar NO EXTRACTIVISTA SINO REPOSITOR, como eficientes bio-regeneradores productivos de la superficie terráquea en el escenario crucial del cambio climático. Pero primero tenemos que acabar de destruir el inconveniente mito engendrado en los miedos de la ilustración con el ilustrado pastor protestante Thomas Malthus como su gestor.

Análisis Contextual

El mito de la sobrepoblación, descubierto por el científico médico, demógrafo y bioestadístico del Instituto Karoliska de Suecia, Hans Rosling PhD (Youtube), explica lo pérfido de este mito pseudocientífico y las implicaciones vitales que tiene el mismo: Implicaciones que han permeado los distintos escenarios políticos, relacionales, simbióticos, desde luego económicos, y también culturales, persuadiendo -en forma de un prejuicioso tsunami conceptual y legalista- a una ingenua y crédula humanidad, tan globalizada como virtual, de que ella es intrínsecamente mala contra todo, incluyendo contra sí misma.

Curiosamente, el mal y la muerte masiva de las diversas poblaciones vivas es lo único que se ha acentuado tras esta “creencia” secular que ha sido el eje de la revolución industrial, el materialismo, y la ética utilitarista.
Como ejemplo de respaldo podría verse que Alemania con 81 millones de personas en 357.168 km2 no brinda la percepción de sobrepoblación que hay en megaciudades en vía de desarrollo, dada una distribución más equilibrada y sostenible de su población en sus verdes territorios rurales y de provincia.

La medida del desarrollo germánico y su calidad de vida están más allá de toda duda. Una percepción que en cambio no se tiene en Colombia y sus 48 millones de habitantes en sus 1.141.748 km2. Son estos unos pobladores que se encuentran apiñados mayoritariamente en sus centros urbanos, tras ser desplazados por distintos tipos de violencias, mientras los gobiernos han tratado negligentemente la provincia y el sector rural, donde mora un 11% de la población nacional.

Entonces, al igual que Rosling denuncia la falacia de la distribución de ingreso per capita como motor del mito de la sobrepoblación, el lector puede caer en cuenta que otra falacia técnica es la supuesta categoría “densidad poblacional de habitantes/km2. Aunque son estos índices inadecuados de interpretación de la realidad, aún estos “estándares” internacionales de la administración pública, las ciencias sociales y la economía son poco objetados pese a su distorsión intrínseca a la hora de comparar naciones. La verdad es que la población total humana podría vivir espacialmente en un área equivalente al estado de Texas, EEUU. Pero el accionar humano si debe cuidar su medio y no creer que todo lo que puede hacer por su medio es separar residuos, basuras, consumir menos o reciclar.

Orígenes: formando mitos ilustrados

La ilustración trajo indudables beneficios que son tantos y tan consabidos (libertad de expresión, reivindicación de la clase media, disminución del analfabetismo, creación del Estado-Nación, etc.) que los daremos por vistos aquí para no llover sobre mojado. Pero al componer esta una ideología de grupo, con un uso discrecional del concepto racionalidad, de seguro también podía contar con defectos.

Por ejemplo, viene a la mente en materia económica que pese a ser una ciencia ilustrada, la economía moderna descansa sobre un vigente “dogma” fundacional por demás bastante arbitrario y mitológico en sí mismo, según el cual el mercado tiene una “mano invisible” que genera su perfecta auto-regulación. 

Aunque el “mercado” en economía clásica suene entonces más a personaje de cuento de hadas que a ciencia formal, ese es el marco literal, el piso teórico, que forma la economía teórica y neoclásica (librecambista o libremercaderista) mundial, siendo un factor no tocado por la supuesta antítesis (que tampoco lo es) del marxismo, que la rebatía al criticar más el detalle que sus pilares epistemológicos sobre los cuales se erigió esa construcción intelectual, legible en la afamada obra La Riqueza de las Naciones, de Adam Smith (1776).

Pero la “mano invisible” no es el único sesgo fundacional -y si se quiere absurdo- de la economía clásica. Junto a Adam Smith y David Ricardo, otro afluente de esa manera especulativa, corrió a cargo de un panfleto anónimo que circulo desde 1798:

El “Ensayo sobre el Principio de la Población” luego de esa primera versión sería reconocido como de la autoría de Thomas Robert Malthus.

La problematización de la población (para Malthus su crecimiento geométrico reñía con la producción apenas aritmética de comida, pero además para la urbanista concepción ilustrada la población debía reubicarse, especializarse, moverse desde los campos como mano de obra barata, controlarse, etc.). Por el contrario, antes la población implicaba por si sola fertilidad, abundancia y beneficio en el marco de la ética naturalista que imperaba hasta entonces.

El paradigma económico creyó que podía calcularlo todo. Pero lo ha hecho de manera estática, incompleta, no dinámica y por tanto errónea. Eventos científicos como la Revolución Verde o el trabajo de veterinarios y zootecnistas han dado al traste con los apocalípticos pronósticos. Por ejemplo, para el paranoide Malthus el desabastecimiento total de comida se produciría en 1890. Por suerte los científicos serios no creyeron en esta idea.

Aunque hoy en día la población supera en varios miles de millones la que vio Malthus, se sabe según FAO que el problema alimentario del hambre no obedece a insuficiencia en la producción pero si a fallas en la distribución causadas en la imperfección no auto-regulable del mercado de alimentos…

Pero el panorama sombrío de Malthus fue recogido por ecólogos apocalípticos de la Universidad de Stanford en el siglo XX. Garret Hardin, escribe “La tragedia de los comunes” que es publicada en la prestigiosa revista Science en 1968. El premio Nobel de Eleanor Ostrom en mecanismos de cooperación fue la antítesis del planteamiento desesperanzado de Hardin. Pero en 1968, en Stanford, Paul R. Ehrlich escribe “La Bomba poblacional”.

Para Ehrlich, otro neomalthusiano, la batalla para alimentar la humanidad estaba perdida en 1970 y todas las especies estarían extinguiéndose hacia 1980, según la introducción de la primera edición de su libro, por lo cual la solución ofrecida para dicho problema por parte del autor era un holocausto nuclear. Garret Hardin, bajo el discurso de la muerte digna, procedió a acabar con su vida y la de su esposa en 2003.

Se les sumaría Eric Pianka un biólogo especializado en serpientes que llegó a decir que la población humana debía ser diezmada en un 95% con infecciones altamente virulentas como el ebola[1]. Ese llamado al genocidio intelectual no es nada distinto a una misantropía propia de estados mentales insanos, que debido a la credulidad de la gleba en personajes que fungen de académicos, han sido ampliamente difundidos hasta los extremos culturales aquí descritos.

Se les han adherido geógrafos como Jared Diamond en su obra “Colapso”, o filósofos como Peter Singer que abogan por practicar la eutanasia a enfermos, discapacitados o aplicar el aborto perinatal, es decir, esperar que el niño nazca para asesinarlo mientras practican diversos grados de zoolatría, o consienten la zoofilia en sus artículos “académicos”.

Richard Dawkins hace de un anti-valor, el egoísmo, una teoría biológica y todos la creen. El transhumanismo tiene que ver con estas corrientes misántropas al prometer que el ser humano debe ser superado apareándolo con otras especies animales (Julian Savulescu de Oxford), ser objeto de mejoramiento genético –eugenesia que fue el génesis ideológico del nazismo- o ser convertidos en “tecnología” mientras prometen vanamente que el planeta se puede desechar, y que eso es “evolución”.

Pero no, eso es pseudociencia pura y dura. Más considerándose que el oxigeno que hoy consumimos y almacenamos es el resultado de millones de años de fotosíntesis de otras poblaciones (algas, bacterias y plantas) y que ese gas no puede ser producido de novo por tecnología humana en el supuesto de los viajes interestelares que prometen. 
Y sin embargo, varios de estos personajes se autodenominaron “demógrafos”, humanistas, adalides de la justicia, y dadas su respetables alma mater académicas comenzaron a infundir por medio del escándalo y el miedo un venenoso -pero rentable- panorama de perdición sobre la sobrepoblación mundial.

Consecuencias

Actualmente, los imaginarios de futuro contrario a aquellos predominantes hasta hace unos 20 años, no pueden ser peores. La auto-imagen humana para los más jóvenes es extremadamente negativa, de percepción urbanista, ruptura gregaria, anti-naturalista, proclive al vicio, y como sugestión que es, se ha convertido esta negativa imagen endulzada bajo el concepto de lucha contra el antropocentrismo, en una destructiva profecía de auto-cumplimiento desde escenarios que van de lo macro a lo micro.  

Películas como TomorrowlandInterestelarTrascendenceLucyGuerra Mundial Z y muchas otras de la continua explosión en curso de películas catastrofistas, demuestran hasta donde una idea pseudocientífica puede alterar negativamente la percepción humana de la vida en general y de sí misma como población en el imaginario social.

Culturalmente, incluso, se ha llegado al exabrupto facilista y auto-replicante de pretender enseñar pedagógicamente con dichos films, suplantando el estudio juicioso y mucho más exigente de la realidad. Tal es la metodología de “vanguardia” imperante por ejemplo en la Bioética, que en distintas partes del mundo ha consagrado la asignatura “Bioética y Cine” al equiparar falsamente la realidad con la ficción, y luego –por si fuera poco- pasar a construir legislación emotivista bajo el “sofisma de la innovación” según el cual todo lo nuevo es bueno. Pero, ¿Lo es?

Pues no. Por suerte, las disciplinas clásicas siguen centradas en la evidencia y la verdad fáctica. El siempre citado paradigma de Julio Verne como visionario desde el arte es pseudocientífico como se ve en Viaje al centro de la Tierra, si se cae en cuenta que según la evidencia científica, el centro de la tierra es hierro fundido a miles de grados centígrados de temperatura.

Se ha negativizado al ser humano, pero también a especies de la fauna que se ha pasado a matar por política pública como los elefantes (Fastcoexist), lobos, pumas, o a las vacas al tomarlas de chivo expiatorio -falsos culpables con millones de años sobre la faz de la tierra- de procesos como el cambio climático que empezó con la Revolución Industrial hace apenas un par de siglos. Los argumentos, no obstante, de estas barbaries aniquilatorias han sido “ecológicos”.

¿Pero que puede esperarse de una especie fácilmente engañable, acrítica sobre ideas de moda, que bajo el pánico económico de expectativas truculentas, mata a sus propias crías estando en su vientre para no sentirse fracasad@?
La racionalidad y la inteligencia debe imponerse de nuevo ante la falsa compasión y un pérfido emotivismo que según sus hechos lo único que siembra es muerte poblacional.

De fondo, el miedo y desconocimiento cultural de la vida puede estar determinando estas respuestas falsamente científicas y anti-biológicas.

En la ciudad porque se caen unos árboles al año y estos hieren, o matan, a una o dos personas en una ciudad, se emite una orden institucional para talar miles de árboles[2] con excusas pseudocientíficas que encubren un problema mental de citadinos llamado dendrofobia. La calidad del aire se afecta a nivel local, la dinámica del cambio climático se catapulta a nivel global. Eso no es racional.

Sin estudios serios se determina su exterminio poblacional, como ocurrió en Africa con los elefantes citados, o como esa anti-propaganda contra los ganados. Al no encontrarse superhéroes de capa, o mascaras, o bazuca en mano, la desesperanza de ese panorama negativo invade los tuétanos y las acciones son equivocadas.

El escenario expuesto es tan perjudicial y desahuciado que la gente simplemente desconecta de estas temáticas. El problema es que así se garantiza que siga la inercia que da origen a mayores complicaciones.

La perdida de camino puede re-encausarse todavía pues el apogeo de la opinión o de la subjetividad en vez de unir para solucionar, está destruyendo las simbiosis biológicas al promover toda clase de odios entre generaciones, clases sociales, especies, tradiciones, sexos, razas, o “géneros” (cuando el único genero científico del ser humano es el Homo y el feminicidio no es más que otra charlatanería discriminatoria del homicidio). Todo esto puede corregirse pero cuan hondo ha ido este paradigma necroético en la estructuración cultural contemporánea.

El panorama desesperanzado de un cambio climático que se recalca es antrópico en vez de industrial le echa más leña al fuego. En épocas más sensatas la incapacidad de diferenciar realidad con imaginación era llamada esquizofrenia, o locura en términos más comunes. Hay que detoxificarse de tanta contaminación mental, crear y defender la vida.

El ecologismo apocalíptico y el animalismo misántropo nos venden en la caverna virtual conjuntamente la idea de que el ser humano es una plaga. Se omiten todas las buenas obras de los humanos para sí y para las demás especies. Es sucia esa misantropía con cara de falsa buena causa. Estas ideologías están envenenando y desesperando a la juventud con la tergiversación de una biología que la población humana recluida en ciudades no alcanza a vivenciar o comprender.

En el ojo de la tormenta se encuentra una problemática artificial incrustada desde la auto-entronizada Ilustración: La población -que antes era sinónimo de bendición, fortuna, milagro, bondad, éxito biológico-. Recordemos que puede haber y que podemos construir un futuro mejor. (Youtube)


[1] URL: Fastcoexithttp & The Pearce y Report (19-06-2015).

[2] URL: Caracol/noticias19-06-2015).