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Tito Luvrecio Caro: De Rerum Natura John Baskerville (Parte Primera)

Jaime Retrepo Z. (Archivo Histórico)

Tito Luvrecio Caro: De Rerum Natura John Baskerville (Parte Primera)

A comienzos del pasado diciembre, salió a la luz otra joya de la Biblioteca Antigua del Archivo Histórico. Se trata de una edición inglesa, de 1772, con el texto latino del poema de Tito Lucrecio Caro Sobre la Naturaleza de las cosas (De Rerum Natura).

Por diversas razones, queremos compartir el hallazgo. El autor, el contenido y la fecha ya son suficiente motivo para llamar la atención. Pero el libro se hace aún más interesante y valioso por su editor-impresor. En el pie de imprenta se lee: “Birminghamae: Typis Johannis Baskerville. MDCCLXXII.” (Birmingham. En la imprenta de John Baskerville. 1772). Además, un célebre Rector de este Colegio Mayor Monseñor José Vicente Castro Silva, escogió algunas palabras de este poema de Lucrecio como lema de uno de sus sellos; concretamente el que mandó acuñar cuando fue nombrado Protonotario Apostólico.  Son, pues, tres temas los que se tocarán en esta nota: el autor del poema y su obra; el tipógrafo-editor y el lema del sello del Rector Castro Silva.
 
PARTE I. TITO LUCRECIO CARO, SU OBRA Y EL SENTIDO DE ÉSTA[1]

LA VIDA

Es poca y muy contradictoria la información que ha llegado a nosotros sobre este poeta latino, cuya vida se desarrolla –aproximadamente- entre los años 99 y 55 a.C. Algunos atribuyen esta falta de datos sobre Lucrecio a que su obra no era muy bien vista por las clases dirigentes de Roma, que “lo condenaron al silencio”. Lo que no parece muy exacto, porque De Rerum Natura fue considerado como una obra valiosa e importante. Ver al respecto el testimonio de Cicerón: “Lucreti poemata ut scribis ita sunt, multis luminibus ingeni, multae tamen artis[2] (Como escribes, los poemas de Lucrecio [están escritos] con abundantes luces de ingenio y [con muestras] de gran técnica). El elogio es muy significativo por cuanto Cicerón discrepa de la filosofía epicúrea que el poema refleja. Algunos opinan que lo hace por condescendencia con Attico, su gran amigo, muy inclinado a esta forma de pensamiento.

Algunos piensan que Lucrecio era un liberto celta; otros dicen que era un granjero de Campania. Lo evidente es que de su misma obra se desprende que era un ciudadano muy bien formado en las lenguas griega y latina y en ambas literaturas.  Demuestra en sus versos haber leído bien a Homero, a Eurípides, a Tucídides, a Empédocles y estar familiarizado con Ennio. Se mueve con facilidad en temas relacionados con la política y el mundo jurídico de Roma, como lo demuestra el frecuente y correcto uso de términos de estas materias. También se muestra familiarizado con todos los aspectos de la vida romana y con la vida del campo, de los que hace descripciones muy exactas. No es fácil compaginar este bagaje intelectual con una modesta condición social. ¿Era un aristócrata de la Gens Lucretia?

Hablando de su vida, es muy importante mencionar el agitado y problemático contexto histórico que le tocó vivir: “…una época profundamente trágica de la historia de Roma. Todavía están recientes los ecos de la guerra social. Siendo niño presenció los horrores de las guerras civiles de Sula y Mario; en su edad madura pudo observar los tumultos precursores de hundimiento de la República y el lento decaer de las instituciones, sin que se vislumbrara todavía qué régimen iba a sustituirlas. Toda esta desventura e inquietud las sintió Lucrecio desde lo más hondo de su ser. Ningún otro poeta ha descrito con relieve más dramático la agitación del alma en el contexto civil. Esta inquietud política y social tenía su paralelo en una igual turbación espiritual: una inquietud que se revela sobre todo en la esfera de la filosofía y la religión”[3]. Tal vez en esta zozobra externa y en la tensión existencial de su mente, radique, en buena parte, la explicación de lo  que muchos critican en su poema.

Por la influencia que habría de tener en la posteridad, debe citarse el testimonio que, de Lucrecio, ofrece San Jerónimo (Chronica Eusebii, VII, 1). Éste escribe cuatro siglos después de los hechos y, sin mencionar en qué fuentes se basa, afirma del poeta latino: “Enloqueció por una pócima amorosa y, habiendo compuesto en los intervalos de su locura (per intervalla insaniae) algunos libros que Cicerón preparó para la edición (emendavit)[4], se suicidó a los cuarenta y cuatro años”[5].

¿Hay en Jerónimo una manipulación de la verdad por motivos religiosos? Así lo reconoce la mayoría de los autores. Y no sin fundamento: el racionalismo y el materialismo del poema poco se compaginan con la religión. Molestaron a la ortodoxia romana y, más tarde, se consideraron opuestos y extraños a la fe católica. La obra se derrumbará sola si es creación de un demente que, además, llegó a la locura por excesos de dudosa reputación…Ese tipo de interpretaciones, son, por lo menos, “temerarias”[6]

Lo del filtro amoroso no está sustentado. Y tampoco es seguro lo de su locura, aunque los expertos anotan que de su mismo poema puede deducirse un temperamento exaltado e inestable. Una probable fuente de la afirmación de su locura, podría encontrarse en un verso de Estacio: “…et docti furor arduus Lucreti”[7] (la difícil y experta inspiración poética de Lucrecio); en él la palabra furor sólo se entendió como delirio y locura, olvidando que también tiene el significado de inspiración de los poetas, como lo entendieron Cicerón y Ovidio:

Inest igitur in animis praesagitio extrinsecus iniecta atque inclusa divinitus. Ea, si exarsit acrius, furor appellatur, cum a corpore animus abstractus divino instinto concitatur[8]

(A veces se da en los espíritus un presentimiento [saber anticipado] que viene de fuera y que se introduce por obra de Dios. Si este poder crece con fuerza, recibe el nombre de “frenesí”, pues acontece como si el alma se separara del cuerpo y fuera sacudida por un poder divino).
“… non haec artes contenta paternas
Edidicisse fuit, fatorum arcana canebat.
Ergo ubi vaticinios concepit mentes furores
incaluitque deo, quem clausum pectore habebat…”[9]
([Cariclo[10]] no estaba contenta con las artes que había aprendido de su padre; cantaba entonces los misterios de los Hados. Cuando sintió en su espíritu los arrebatos proféticos y se vio inflamada por   el dios, a quien tenía encerrado en su pecho…).

Tampoco se considera fundada la afirmación de su suicidio. Parecen sugerirla algunos versos del Libro III del poema. Entre ellos, los siguientes:

“…sin ea quae fructus cumque es perire profusa
Vitaque in (…) cur amplius addere quaeris,
Rursum quod pereat male et ingratum occidat omne,
Non potius vitae finem facis atque laboris?” (Libro III, 940-944)[11].
(¿Por qué buscas alargar más la vida si todo va a acabar de mala manera y va a destruir todo en forma voraz? ¿No será preferible ponerle fin a la vida y a sus trabajos?)
 
 “…denique Democritum postquam matura vetustas
Admonuit memores motus languescere mentis,
Sponte sua leto caput obvius obtulit ipse” (Libro III, 1039-1041)[12].

(Y por ultimo Demócrito, cuando una avanzada vejez le advirtió que la agilidad y los recuerdos de la mente se debilitaban, libremente y con alegría, ofreció su cabeza [a la muerte])

Pero ninguno de los dos textos se puede invocar como prueba concluyente. Puede defenderse la teoría del suicidio, sin que ello signifique llegar al extremo de cometerlo. Además, debe tenerse en cuenta que el hecho del suicidio –radicalmente excluido y sancionado por la moral cristiana- era un factor de descrédito y marginación para quien lo practicara. No es extraño que fuera utilizado como argumento adicional para desacreditar al autor y a su obra. Es preferible hacer a un lado la fábula de los censores y reconocer en él  -con Virgilio- un espíritu privilegiado que enseña a los humanos a liberarse del terror de los dioses y a penetrar en el más íntimo misterio de la naturaleza.  Lo admiró, recibió su influencia y afirmó de Lucrecio:

“Felix qui potuit rerum cognoscere causas,
Atque metus omnis et inexorabile fatum
Subiecit pedibus strepitumque Acherontis avari” (Geórgicas, II. 490-492)[13].

(Dichoso aquel a quien fue dado conocer las causas de las cosas / y que puso bajo sus pies [pisoteó] todos los miedos, el Hado inexorable y el estrépito del voraz Aqueronte).
A este respecto -el vínculo Lucrecio/Virgilio- existe una tradición que se cita aquí como curiosidad: se cuenta que Lucrecio murió el mismo día que Virgilio vestía la toga; entre los pitagóricos, seguidores de la reencarnación, decían que esa coincidencia no era una simple casualidad; afirmaban que Lucrecio había reencarnado en Virgilio para producir nuevas obras maestras.
Ovidio lo reconoció entre los grandes (ver Tristia 2, 423-428) y lo llamó “sublime”:

“Carmina sublimis tunc sunt peritura Lucreti,
Exitio terras cum dabit una dies”[14].

(Los versos del sublime Lucrecio sólo morirán aquel día que sobrevenga la destrucción del mundo)
Una cosa es no estar de acuerdo con unos planteamientos filosóficos y otra –muy diferente- estigmatizar al autor como  supuesto argumento para refutar un error. Los entendidos conceptúan que “el profundo pesimismo y la inestabilidad mental” que algunos críticos encuentran en el poema, se deben a una triple equivocación. La primera, sacar citas de su contexto. La segunda, confundir realismo con pesimismo. Como se afirmó antes, mucho tiene que decir el contexto histórico y vital que experimentó el autor. Por último, confundir las teorías de los Epicúreos con lo que es propio de Lucrecio.
 
LA OBRA

GENERALIDADES

Lucrecio es autor de un extenso poema (7416 versos, en seis libros) titulado De Rerum Natura;  que suele traducirse al español como “Sobre la Naturaleza” o “Sobre la Naturaleza de las cosas”.

En su aspecto formal, es un poema compuesto en hexámetros[15] latinos; modalidad característica de los géneros épico y didáctico. A este último género pertenece el poema de Lucrecio: tratado didáctico en el que se exponen poéticamente y se elogian algunas doctrinas epicúreas sobre el origen del mundo, del hombre. Y en el que, además de proporcionar criterios a los seres humanos en su proceder ante la vida, la muerte y los dioses, se les impulsa a obrar de este modo. Si a esto se añade la composición en verso y la extensión de la obra, es evidente que el poema estaba destinado a una minoría culta y selecta.

Occidente desconoció el texto de esta obra durante muchos siglos. La avidez de algunos humanistas del Renacimiento, que se dedicó a la búsqueda de manuscritos de la Antigüedad clásica por toda Europa, tuvo aquí uno de sus grandes éxitos. Poggio Bracciolini[16] encontró (1417) el texto del poema de Lucrecio en un monasterio alemán. Desde entonces, De Rerum Natura es uno de los poemas más valorados de la tradición latina. El texto manuscrito más antiguo que hoy se conoce es del siglo IX y hoy se encuentra en la Universidad de Leyden.

El lenguaje utilizado por Lucrecio  tiene un tono  indudablemente arcaico; especialmente en su vocabulario: es aquí donde se ve una mayor intención arcaizante y la directa influencia de Ennio. Le gustan al poeta las palabras compuestas, las perífrasis, las formas antiguas; pero si su latín es poco tamizado, en modo alguno es impuro; utiliza con gran desenvoltura los adjetivos compuestos, muchos de ellos de su propia invención, tratando de evitar la simple transcripción de las palabras griegas[17]. Hablando del vocabulario de Lucrecio, hay otra razón que hace valiosa su obra: el transmitir ciencia y filosofía sirviéndose un lenguaje poético no es tarea fácil; máxime cuando aún no existe la terminología técnica exacta y apropiada:

“Nec me animi fallit Graiorum obscura reperta
Difficile illustrare Latinis versibus esse
Multa nobis verbis praesertim cum sit agendum
Propter egestatem linguae et rerum novitatem”[18]

(Sé muy bien [no se me escapa] que es difícil mostrar claramente, en versos latinos, los descubrimientos difíciles de los Griegos. Muchas veces tenemos que usar palabras nuevas, dadas las limitaciones del lenguaje y la novedad de los temas).

CONTENIDOS

El Libro I desarrolla aspectos de la teoría atomista y del vacío: nada nace de la nada y todos los seres están formados de átomos. El Libro II trata del movimiento de los átomos. El Libro II trata del alma. El IV desarrolla una teoría de las sensaciones. El Libro V habla del mundo y el VI hace referencia a diversos fenómenos atmosféricos y a las enfermedades, terminando con una descripción de los estragos de la peste en Atenas.

La religiosidad romana del siglo I se encuentra en un momento de transición. La religiosidad tradicional se desmorona, mientras surgen opciones nuevas, que oscilan entre el ateísmo abierto y el refugio en las creencias y cultos que vienen de Oriente. La pura formalidad externa  de los viejos cultos se conserva intacta. Y estos se conservan por razones políticas y sociales; aunque, desprovistos de todo contenido. No se puede olvidar que, por debajo de esta cota de la religión oficial, ya desde los primeros filósofos griegos se había iniciado una crítica demoledora contra la realidad y el actuar de los dioses. No es de extrañar, pues, un primer rechazo por parte del oficialismo romano:
 
“…una obra francamente antipagana, que con tanta energía censuraba las ideas, preocupaciones y supersticiones de la sociedad romana en aquella época, no podía ser elogiada, ni siquiera citada sin ofender los sentimientos, si no de las personas ilustradas, que sabían a qué atenerse respecto a las prácticas y misterios del paganismo, de la inmensa multitud que creía en ellos”[19]

En esa misma línea se sitúan los postulados de Lucrecio: no niega la existencia de los dioses, pero considera que no intervienen para nada en los asuntos o en el destino de los mortales. Si el universo es un conglomerado fortuito de átomos que se mueven en el vacío y si el alma no es una entidad inmaterial y diferente que pueda sobrevivir al cuerpo, todo se rige por leyes naturales. En consecuencia, el mundo no se rige por el poder divino. El temor a lo sobrenatural y al más allá carece de todo fundamento real.

Para Lucrecio, la propuesta de dioses creadores era una pura evasión, producto de la comodidad de espíritus que querían ahorrarse la molestia de investigar la verdadera causa de las cosas. Es posible -según él- entender el mundo y vivir feliz, sin dioses ni religiones[20].

El aspecto más original de Lucrecio reside, pues, en este pensamiento doloroso y en el páthos intenso que inspira su polémica contra la superstición y la religión que observa a su lado; entendida como fuente de angustias y males. Pero esta lucha contra la religión vulgar queda para siempre caracterizada, de forma inconfundible, por su auténtico espíritu romano, austero y religioso.

Se muestra como un cantor de la Naturaleza: Profunda es la sensibilidad del poeta ante la vida y ante la belleza del mundo; hondamente vivida su riqueza poética al describirla: “un poder viviente, presente hasta en los más insignificantes fenómenos; es en esta personificación donde el poeta alcanza las más notables de sus realizaciones”.

VALORACIÓN DE LA OBRA

Más allá de los rechazos y los silencios malintencionados, la obra de Lucrecio tiene valor y peso específico en sí misma. Calidad que le reconocieron, como vimos, los  grandes autores latinos de su tiempo. Razón por la cual se ha escrito, con un poco de exceso: “Acaso sea la mayor obra de la poesía de Roma y, sin duda uno de los mayores esfuerzos del alma destinados a la comprensión de la realidad, del mundo y del hombre”[21]. Desde perspectivas diferentes, se valora el poema de Lucrecio como un tratado de física: puede considerarse la obra de física más completa de la antigüedad. Un autor actual como es Michel Serres sitúa en esta obra el nacimiento de la física[22]. En la misma línea se encuentran quienes consideran el descubrimiento del poema de Lucrecio como un punto de inflexión (“Ese día (…) la historia dio un viraje a su rumbo) para el pensamiento moderno. Así opina el Profesor Stephen Greenblatt en su reciente libro “The Swerve: How the World became Modern”, presentado a los alumnos de la Universidad de Harvard:

Decía Greenblatt, que Lucrecio sostenía que "el universo no fue creado para los seres humanos, ya que estos no son únicos. La Tierra no es el centro del universo. Hay un número infinito de mundos. El alma es una cosa material, al igual que el cuerpo, por lo tanto, no hay otra vida, no hay juicio, ni recompensa ni castigo. El orden moral que tenemos existe simplemente porque tenemos que organizar la sociedad como seres que necesitan la cooperación. Y el objetivo más alto en la vida no tendría que ser el dolor ni la piedad, sino el placer, el que todas las criaturas buscan" [23].

Debe insistirse en que es una obra compleja. Compleja por los diferentes aspectos que incluye: está escrita en verso, pero no es sólo una obra literaria; trata de temas filosóficos, pero no es un tratado de filosofía; enuncia concepciones sobre la realidad, pero ya no hace metafísica;  es una obra de física, pero subraya dimensiones morales en las que se indica al ser humano nuevas formas de “hacer” y de vivir. Muy de conformidad con el pensar romano, la sabiduría no puede ser sólo una doctrina abstracta, sino un instrumento de vida y de elevación moral.

Por esto, hay autores que aluden incluso a un “celo misional”[24] que lleva a Lucrecio a aunar todas sus capacidades conceptuales y expresivas “en el empeño de librar la mente de los hombres de los terrores supersticiosos y, concretamente, del terror a la intervención de los dioses y a los males de ultratumba”. No cabe duda de que en esta complejidad se alberga un importante momento del pensamiento científico, ético y humanista, que parece poco compatible con un desequilibrado que –para unos- sufre de insania.

Este carácter de “buena nueva” que Lucrecio quiere comunicar a los hombres de su tiempo es reflejo del papel que le atribuye a Epicuro: no es sólo el autor de unas ideas interesantes; es un maestro de sabiduría espiritual. Epicuro es “líder, padre y dios; reveló los secretos del universo, elevó al ser humano hasta el cielo al liberarlo de la superstición; iluminó las tinieblas y apaciguó las tormentas del espíritu; en dichos infalibles mostró la verdad y toda la verdad”[25].

No es, pues, nada extraño que esta obra haya sido y sea utilizada por sectores radicales como bandera  y “argumento definitivo” en contra de la Creación, que sostiene la fe católica. Una de las más conocidas traducciones de Lucrecio al español se debió a D. José Marchena (1768-1821),   radical jacobino, que osciló entre el ateísmo y el deísmo, considerando la traducción de esta obra como  la “puntilla” que acabaría para siempre con  las creencias de sus compatriotas[26].

 

[1] LUCRETIUS. On the Nature of Things. With an english translation by W. H. D. Rouse. Revised by Martin Ferguson Smith. Harvard University Press. Cambridge, Massachusetts. London, England. 1992. Loeb Clasical Library, n° 181, págs. IX –LVII.

[2] CICERO. Letters to Quintus (…). Edited and translated by D. R. Shackleton Bailey. Harvard University Press. Cambridge, Massachusetts. London, England. 2002. Loeb Clasical Library, n° 462. Carta 14 (II, 10.3), pág. 118.

[4] Los expertos anotan que este verbo no se refiere a una “corrección”, como hoy la entendemos, sino a un cuidado previo a la publicación de la obra. LUCRETIUS. On the Nature of Things. Op. Cit., pág. XII.

[5] LUCRETIUS. On the Nature of Things. Op. Cit., pág. X.

[6] LUCRÈCE-VIRGILE-VALERIUS FLACCUS. Oeuvres Complètes avec la traduction en français. Publiées sous la direction de M. Nisard. Paris. J. J. Dubochet, Le Chevalier et Comp. Éditeurs, 1849. Notice sur Lucrèce. Pág. II.

[7] STATIUS. Silvae. Edited and translated by D. R. Shackleton Bailey. Harvard University Press. Cambridge, Massachusetts. London, England. 2003. (Loeb Clasical Library, n° 206): Libro II, 7.76), pág.162.              “…and the haigh frenzy of skilled Lucretius”, escribe el traductor inglés.

[8] CICERO.  On Divination.With an english translation by William Armistead Falconer. Harvard University Press. Cambridge, Massachusetts. London, England. 2003. (Loeb Clasical Library, n° 154): I, 66, pág. 296.

[9] OVID. Metamorphoses. Books 1 – 8. With an english translation by Frank Justus Miller. Revised by G. P. Goold. Harvard University Press. Cambridge, Massachusetts. London, England. 1977. (Loeb Clasical Library, n° 42): Metamorfosis, Libro II, 640, pág. 104.

[10] Una de las hijas de Apolo. Se casó con el centauro Quirón  y de esa unión nació Ocírroe.

[11] LUCRETIUS. On the Nature of Things. Op. Cit., pág. 262.

[12] LUCRETIUS. On the Nature of Things. Op. Cit., pág. 270.

[13]. Eclogues. Georgics. Aeneid I-IV. With an english translation by H. Rushton Fairclough. Revised by G. P. Goold. Harvard University Press. Cambridge, Massachusetts. London, England. 2006. (Loeb Clasical Library, n° 63). Geórgicas, II 490-492, pág. 170. Ver: VIRGILE. Les Géorgiques. Traduction Nouvelle avec le texte en regard par Henri Lantoine. París. Librairie Hachette et Cie. 1910. página 11: “Heureux qui peut pénétrer les causes des choses, qui foule aux pieds les craintes superstitieuses & la croyance à l’inexorable Destin & tous ces objets d’effroy dont on peuple l’avare Acheron!” (Biblioteca Antigua Archivo Histórico Universidad del Rosario; E 39 n° 161).

[14] OVID. Heroides. Amores. With an english translation by Grant Showerman. Revised by G. P. Goold. Harvard University Press. Cambridge, Massachusetts. London, England. 2002 (Loeb Clasical Library, n° 41). The Amores. I, XV, 23. Pág. 378.

[15] El hexámetro latino es un verso que consta de seis pies o unidades de ritmo, en los que se combinan  dáctilos (formado por una sílaba larga y dos breves) y espondeos (dos sílabas largas )

[16] Humanista toscano que llegó a ser secretario del Papa Bonifacio IX. Latinista ilustre, viajó por toda Europa, en búsqueda de textos manuscritos de los clásicos latinos que posibilitaran ediciones más correctas y mejor fundamentadas. En esa tarea, encontró el texto de obras que Occidente sólo conocía de nombre. Pueden citarse entre sus hallazgos: el poema de Lucrecio, varios discursos e Cicerón, el primer texto completo de la Institutio oratoria  de Quintiliano, un manuscrito de Vitrubio, las Silvae de Estacio y varios más.

[18] LUCRETIUS. On the Nature of Things. Libro I, VV. 136 – 139. Op. Cit. pág. 14.

[19] TITO LUCRECIO CARO. De la Naturaleza de las Cosas. Poema en seis cantos. Traducido por D. José Marchena. Madrid. Imprenta de Hernando. 1918, Introducción, I.

[24] LUCRETIUS. On the Nature of Things. Introducción. Op. Cit., págs.  XXVI ss.

[25] LUCRETIUS. On the Nature of Things. Introducción.  Op. cit. pág. XLIV

[26] TITO LUCRECIO CARO. De la Naturaleza de las Cosas. Poema en seis cantos. Op. cit. Traducción de la que me permito disentir radicalmente, por libre y poco ajustada al texto latino. En una línea similar, ver: Información aquí