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Botero y Jaramillo: Dos visiones del sueño en la pintura contemporánea Colombiana

Felipe Cardona

Botero y Jaramillo: Dos visiones del sueño en la pintura contemporánea Colombiana

I

El durmiente se enfrenta a los espectros que se amontonan para engullirlo. No hay bocado más agradecido: la inconciencia, celestina desvergonzada, entrega su mando a los invasores y les procura carta abierta para el desfogue de su depredación. Este episodio que reivindica las imágenes marginales del sueño se presenta como una posibilidad para el hecho artístico, el arte es equiparable al hombre que duerme, es un desprendimiento, una marcha contra la vigilia y su ejército de certezas.

Si queremos aterrizar nuestra premisa a un caso particular, sólo basta dar una mirada al surrealismo, esa pandemia del siglo XX que se extendió desde  los cafetines de París hasta los lupanares caribeños. Nunca tuvo el sueño tal vigencia en el arte, su apuesta llegó incluso a los niveles de la consagración religiosa, por eso la proclamación de Andre Breton como “Sumo Pontífice del Surrealismo” no suena descabellada a nuestros oídos.

Sin embargo y sin considerarlo del todo un infortunio, la oleada surrealista no enturbió la pincelada de los artistas colombianos, es cierto que hubo ecos y balbuceos, pero nada más allá a las imitaciones de rigor. Ahora bien, haber desestimado el cortejo surrealista no privó al arte colombiano de tener una estética particular en torno al sueño. Podemos arriesgarnos a decir que nuestros pintores abordaron el tema  con mucha más sutileza y menos ingenuidad que los surrealistas, exceptuando de este último grupo a  Rene Magritte, que alcanzó una profundidad psicológica difícil de desatender.

Esto se debe a que el arte colombiano dilucida un tratamiento mucho más reflexivo de lo onírico, condición que deviene quizá de la tendencia fabuladora en el modo de ser latinoamericano.  Ya Carpentier había referido este contrapunto radical al referir la pobreza imaginativa de Tanguy ante el desenfreno tropical de Wilfredo Lam[1].  Y es que el arte latinoamericano está ligado a la promiscuidad del relato;  por eso no es ajena esa sentencia que parece sobrevivir a las incursiones de nuestros artistas en los meandros de la inconciencia: Detrás de todo sueño hay una historia que contar.

II

Sueño: emisario de la ironía. Los durmientes pintados por Fernando Botero han sido vencidos por el cansancio.  Después de haber saciado sus instintos se entregan a los brazos de Morfeo para zafarse de la realidad que los circunda. Nada puede atarlos al mundo,  no hay atisbos de remordimiento y por tanto ningún compromiso moral los restringe. El sueño para el pintor antioqueño es la expresión más alta del cinismo: la negación de la existencia del otro.

Botero parece referirse a esa moral parasitaria tan particular inherente a toda relación humana y se sirve de los juegos del volumen para develarla.  El durmiente está encogido, es un parásito atiborrado que ha extraído los jugos vitales a su víctima. El dictamen del pintor es que no hay reciprocidad, las formas infladas hasta el gigantismo son la fuente de la vida para las formas más pequeñas.

Cabe además fijarnos en otro axioma recurrente en la obra del pintor antioqueño en lo que concierne a la estética del sueño. Sus durmientes casi siempre son hombres diminutos, indicio  claro que manifiesta su vulnerabilidad ante la mujer, figurada casi siempre en dimensiones megalíticas.  Sin embargo el hombre no se siente amenazado de ser aplastado por su amante. Al contrario, duerme confiado de que nada puede pasarle. Otro guiño de Botero y este referido a los roles de género en la sociedad: La mujer asume su rol de huésped, de cuerpo permisivo a ser exprimido y profanado. Se siente cómoda con la indiferencia del hombre y no piensa en rebelarse. 

No hay mayor franqueza en el arte colombiano, Botero demuestra con este rasgo  que pudo adentrarse como ningún otro en moral latinoamericana desde la perspectiva del sueño. No importa lo que se sueña sino como se sueña, lo que importa es lo que rodea al durmiente y todo lo diciente de su posición ante la realidad.
El pintor Lorenzo Jaramillo asume otra posición muy opuesta a la de Botero, lo que le preocupa no es pintar al durmiente sino lo que sucede en su interior. Por eso su pintura es mucho más intimista y menos discursiva. Si Botero presenta la paradoja moral, Jaramillo apuesta por el absurdo psicológico: la lucha de las fuerzas  más entrañables que se codean en los recodos de la inconciencia.

 

El sueño es la comarca del drama, de eso da cuenta el nerviosismo del color y el trazo cercano al expresionismo evidente en gran parte de su obra. En homenaje a Pessoa,  uno de los lienzos que  hacen parte de las últimas series en las que trabajó,  Jaramillo declara su estremecimiento ante una presencia desconocida que se afianza en sus sueños.  Esta figura lunar que delata una reserva aterradora en la expresión es premonitoria: el joven prodigio de la pintura se acercaba peligrosamente al final de sus días.

Jaramillo se inspiró en uno de los apartes del libro del Desasosiego para pintar este lienzo y los otros que acompañaron la serie: “Dormir, ser lejano sin saberlo, estar echado, olvidar con el propio cuerpo, tener la libertad de ser inconsciente, un refugio del lago olvidado, estancando entre frondas verdes, en los vastos alejamientos de las florestas (…) un ceder de los tejidos del alma al ropaje del olvido” [5]

En otros lienzos posteriores Jaramillo lleva el trazo hacia límites inconcebibles, sufre una regresión infantil. El sueño se presenta como un arrobamiento monstruoso: Toda una procesión de criaturas anómalas que lo van cercando cada vez más. En la antesala de la muerte el sueño se convierte en convulsión. Lorenzo no puede descansar, pero ha medida que su fuerza vital se extingue su obra adquiere una fuerza inusitada, la decadencia lo lleva al éxtasis. 

Dos artistas tan disímiles dificultan la capitulación. Pero si hay un ápice de coincidencia está en su capacidad de transgresión. Son artistas obsesionados por lo marginal, por eso su constante preocupación por el sueño. Mientras uno apuesta por la mesura el otro apuesta por el grito, son el contrapunto del que emerge un híbrido, el testimonio claro de los mestizajes estéticos en el arte colombiano contemporáneo.

BIBLIOGRAFÍA:
-BANCO DE LA REPÚBLICA, Exposición Retrospectiva, 1995 Bogotá Colombia
-PESSOA FERNANDO, Libro del Desasosiego, Seix Barral, Barcelona 1984.
-CARPENTIER, ALEJO. El reino de este mundo. Compañía general de ediciones, México 1973.
-LONDOÑO VELEZ SANTIAGO, Botero la Invención de una estética
-www.banrepcultural.org
- www.marisolroman.blogspot.com

 

[1] Carpentier, Alejo. El reino de este mundo. Compañía general de ediciones, México 1973, p. 4

[2] Imagen extraída de www.marisolroman.blogspot.com

[3] Imagen extraída de www.banrepcultural.org

[4] Imagen extraída de www.banrepcultural.org

[5] Pessoa Fernando, Libro del Desasosiego, Seix Barral, Barcelona 1984.

[6] Banco de la República, Exposición Retrospectiva, 1995 Bogotá Colombia