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De mosquitos y epidemias

Rodolfo Rodríguez Gómez, M. D.

De mosquitos y epidemias

 
Desde tiempos inmemoriales, los mosquitos han sido el azote de los pueblos. Mosquitos no hay pocos, ni en número ni en especie. Se calcula que existen cerca de 3500 especies, 200 de las cuales se alimentan de sangre. Hoy se han extendido por todo el planeta y se les puede encontrar desde el Ártico, pasando por selvas tropicales, hasta las ciudades más densamente pobladas. A los mosquitos se les considera el animal más peligroso del mundo por ser portador de enfermedades que matan cerca de un millón de personas al año. Pese a todo, los mosquitos evolucionaron para intentar dominar este planeta y, hoy más que nunca, la guerra contra ellos ha sido declarada.

Existe toda una variedad terminológica para referirse al mosquito. Para un alemán será Mücke, para un francés moustique, para un malayo muyamok y para un italiano zanzara. Algunas otras nacionalidades, como los españoles, los ingleses o los portugueses lo llamarán muy parecido, o al menos, lo escribirán igual; mosquito. Para la Real Academia Española, mosquito es un insecto con patas largas y finas y dos alas transparentes cuya hembra chupa la sangre de personas y animales produciendo inflamación y dolor[1]. En algunas partes de Latinoamérica, como Colombia, el famoso mosquito (diminutivo de mosco, del latín musca) es también conocido como zancudo, el cual deriva su nombre de la palabra zanca y esta del persa zanga, es decir, piernas. En resumen, los molestos mosquitos o zancudos, son insectos más pequeños que las moscas, cuyas alas son transparentes y sus piernas largas como zancas.

Los mosquitos ya llevaban mucho tiempo en este planeta cuando los primeros humanos hicieron su aparición. Se remontan al Devónico, un periodo geológico que comenzó hace unos 420 millones de años[2]. En aquella época, algunos insectos no eran tan pequeños como se evidencia con la libélula del Carbonífero, que vivió hace unos 300 millones de años y era un verdadero monstruo alado que alardeaba de una envergadura de unos 75 cm. Por supuesto que el ser humano no enfrentó animales de este tamaño pero, desde que el hombre es hombre, sí ha tenido que lidiar con los mosquitos. Incluso su presencia parece haber influido en diversas muestras de arte prehistórico, como las de los periodos Paleolítico y Mesolítico, que representan, según los expertos, algunos tipos de insectos, como los presentes en escenas de la cueva de Altamira o del Levante ibérico, que constituyen la ilustración más famosa de trabajos que tratan sobre entomología[3].

Los mosquitos siempre han sido vistos con malos ojos. Bien arraigada está su mala imagen en el imaginario colectivo y esto no ha sido gratis. En otras épocas, se percibieron como castigo divino y en textos bíblicos se lee: “El señor mandó entonces a Aarón que con su vara hiriese la tierra, y al punto salieron mosquitos que se pegaban a los hombres y a los animales, y lo cubrían todo; después de los mosquitos, salían unas moscas muy nocivas que llenaban las casas y atacaban a los hombres”[4]. También la Grecia antigua fue azotada por mosquitos, como en la ciudad de Miunte donde, según el historiador Pausanias, una plaga de mosquitos logró que los habitantes la abandonaran[5]. Pero no solo han sido los griegos: en épocas pasadas, los mosquitos también le atormentaron la vida a los constructores de las pirámides egipcias, a los visigodos, a los hunos, al ejército de Gengis Khan, al de Hernán Cortés, al de Napoleón, a los miembros de la expedición de Humboldt y a las tropas aliadas y alemanas durante la Segunda Guerra Mundial, entre otros.

Los mosquitos han estado relacionados con algo que aterra al ser humano: las epidemias. En la antigua Grecia, eran bien conocidas aquellas fiebres mortales descritas al detalle por Hipócrates, quien observó su asociación con áreas pantanosas y climas insalubres. Casi dos mil años de epidemias de malaria en distintas zonas de Europa hablan por sí solos. En el siglo XIX y principios del XX, la malaria arrasaba en Rusia y se extendía por el Cáucaso, Asia central y el bajo Volga. Entre 1890 y 1900, la incidencia anual fue de 5 millones de personas y, durante la Primera Guerra Mundial, fue de 3,5 millones[6]. Pero la malaria no es la única devastadora, ya que los estragos por fiebre amarilla, en distintas geografías, han sido notables. América, por ejemplo, ha padecido innumerables azotes de esa fiebre maligna, contándose entre los peores la gran mortandad durante la construcción del Canal de Panamá, donde la malaria victimizó a miles. Otras ciudades de América que conocieron la devastación del “vómito negro” -como se le conocía a la fiebre amarilla- fueron Buenos Aires, Montevideo, Nueva Orleans, Filadelfia, Nueva York, La Habana, Río de Janeiro y Cartagena, entre otras.

Los mosquitos han despertado la curiosidad de los académicos y así surgieron los estudiosos del tema. Al médico Edward Wotton (1492-1555), por ejemplo, se le debe el primer ensayo de una clasificación entomológica y su obra influyó en muchos otros como Gesner y Moufet. El encanto de Wotton por los insectos lo llevó a criar diversas especies para observar y estudiar detalles de la reproducción y la metamorfosis[7]. Asimismo, Jan Swammerdam, otro médico de oficio fascinado por los insectos, estudió de manera casi obsesiva la vida y anatomía de muchos insectos, incluidos obviamente los mosquitos. Pese a que en vida publicó poco, el trabajo de Swammerdam no fue en vano y hoy se le reconoce como uno de los pioneros de la entomología[8].

La historia y el estudio de los mosquitos cambiaron a finales del siglo XIX, cuando el médico Ronald Ross demostró que la malaria era transmitida por ellos[9]. Ya no solo se sospechaba de los mosquitos, como sucedía desde tiempos remotos, sino que se encontraron las evidencias para declararlos “culpables”. Los descubrimientos de la ciencia desencadenaron una verdadera paranoia ante los mosquitos, aunque no era para menos. Desde entonces, en el afán de eliminarlos, toneladas y toneladas de insecticida se han rociado por el planeta. En los recovecos de las casas, sobre animales, sobre cultivos y, de una u otra manera, sobre las personas. Pero los mosquitos son pequeños mas no tan ingenuos y, para 1951, sonaron las alarmas: los insecticidas habían dejado de ser mortíferos. Se había subestimado a los mosquitos sin contar que ellos llevan mucho más tiempo en este planeta y han buscado maneras para sobrevivir a condiciones hostiles. Incluso, el ser rociados con dosis mortales del famoso Dicloro Difenil Tricloroetano (DDT), la gran bandera de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en los años cincuenta y sesenta al intentar erradicar el mosquito anófeles.


Hoy en día, los mosquitos, así como las hormigas y los humanos, se han apoderado del planeta. Lo peor es que ya no es solo la malaria y la fiebre amarilla, sino también el dengue, la fiebre del Nilo, la encefalitis, la fiebre del Valle del Rift, el chicunguña y ahora, la epidemia de zika, todas ellas transmitidas por mosquitos. Sin embargo, el arsenal humano contra los mosquitos también ha tocado límites inimaginables décadas atrás. Desde los inventos simples como mosquiteros y botellas con mezclas caseras para atrapar moscos, la batería antimosquito actualmente incluye insecticidas de todo tipo, repelentes de infinitas marcas y características, sensores acústicos para detectar el vuelo de mosquitos peligrosos, bacterias que reducen la capacidad de los mosquitos para transmitir el dengue e, incluso, mosquitos transgénicos para ser resistentes a los parásitos o para generar descendencia programada para morir antes de alcanzar la edad reproductiva.

Los mosquitos son seres como sacados de una película de Hitchcock. Tan diminutos y frágiles, pero tan peligrosos. Ni ellos mismos son conscientes de lo peligrosos que son pero, de todas formas, los seres humanos no solo sentimos aversión por ellos, sino que queremos exterminarlos. Lo paradójico es que los mosquitos quizá no sean tan peligrosos como los mismos seres humanos, pues ellos no destruyen ecosistemas, no contaminan el planeta, no cometen genocidios, no explotan bombas nucleares y no extinguen otras especies con sus acciones desmedidas e irracionales. En otras palabras, para miles de especies y el mismo planeta, son los seres humanos los que representan una verdadera epidemia; y quizás en un futuro mediano o lejano, cuando la dinámica de la vida en el planeta cambie nuevamente, de seguro entre las especies sobrevivientes estarán ellos, los mosquitos.

 


[1] Real Academia Española. (Sitio en internet). Disponible aquí.

[2] Vargas, G. (2011). Botánica general. Desde los musgos hasta los árboles. EUNED.

[3] Bellés, X. (1997). Los insectos y el hombre prehistórico. Los artrópodos y el hombre. Boletín S.E.A., 20: 319-325.

[4] Martin. (1840). Historia de la tierra santa. Desde la más remota hasta el año 1839. Barcelona: Imprenta de Brusi.

[5] Salud Pública de México. (Sitio en internet). El Mosquito hipotéticamente considerado como agente de transmisión de la fiebre amarilla. Disponible aquí 

[6] Revista El Correo. (1960). Movilización Mundial Contra la Malaria. Unesco.

[7] Bellés, X. (2002). Edwar Wotton (1492-1555), primer naturalista del renacimiento. Aracnet, 31: 8.

[8] Bellés, X. (2009). Jan Swammerdam (1637-1680), o la obsesión por los insectos, 44, 596.

[9] Jaramillo, J. (2005). Historia y filosofía de la medicina. San José (Costa rica). Editorial Universidad de Costa Rica.