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Editorial: Sobre el peligro de lo políticamente correcto

Alberto José Campillo Pardo. Editor de la Revista Nova et Vetera

Editorial: Sobre el peligro de lo políticamente correcto

Existe un valor de la cultura occidental moderna, que permea el actuar de los individuos en todas sus dimensiones, condicionando muchas veces los comportamientos del mismo y limitando su libertad. Este valor, que a primera vista podría parecer benigno, está llevando a la sociedad occidental a un grado de ridiculez que raya en lo absurdo. Me refiero, por supuesto, a la tolerancia.

El diccionario de la Real Academia de la Lengua define la tolerancia como el “respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferenteso contrarias a las propias”[1], lo cual, en principio, no está mal. Sin embargo, en el mundo moderno, ese “respeto” del que habla la definición, se ha convertido en una prohibición a contravenir ideas, bajo el argumento de que toda posición es válida.

Lo anterior ha tenido como consecuencia que, al momento de expresar una idea en el mundo moderno, se debe tener mucho cuidado de que esta no hiera las sensibilidades de quien piensa diferente, so pena de ser acusado de “intolerante”, “fascista” o cualquier otro adjetivo descalificativo que venga al caso. Esto sucede, sobre todo, cuando se está argumentando en contra de ideas que han calado profundamente dentro de la sociedad, y que han adquirido el carácter de dogmas laicos, como la democracia, la igualdad, el laicismo, la perspectiva de género, entre otros.  

Debido a lo anterior, ha surgido un concepto que ha causado más daño al conocimiento que las prácticas de censura, a saber, “lo políticamente correcto”. ¿Por qué, se preguntarán algunos, lo políticamente correcto causa un daño irreversible al conocimiento? La respuesta es sencilla, sin discusión no hay conocimiento. Me explico. Todo conocimiento surge del contraste de elementos en una discusión, por ejemplo, en el método científico, se produce conocimiento contrastando una hipótesis nueva, con aquella que se encuentra formulada en el momento de la investigación, produciendo una serie de nuevos resultados, es decir nuevos conocimientos.

En el caso de la filosofía, pasa lo mismo. Sin importar qué escuela o pensador se escoja, siempre nos encontraremos con que es el contraste y la posibilidad de refutar ideas, lo que permite generar nuevos conocimientos. Así, la dialéctica hegeliana nos muestra cómo de la relación tesis-antítesis se produce un nuevo conocimiento en forma de síntesis. Por su parte, la dialéctica platónica no acepta como verdadera ninguna premisa que no haya sido cuestionada, pues busca el sentido último de las cosas, su esencia. De igual forma, Descartes decía que la única forma de conocer era dudar de todo, es decir, la utilización de la duda como método de conocimiento.

Lo anterior se puede aplicar a cualquier disciplina, ciencia o actividad epistemológica. En este sentido, lo políticamente correcto castra la posibilidad de conocer pues, si toda posición o idea es igualmente válida, entonces no existe la posibilidad de controvertirla, pues sería un irrespeto con la persona que esgrime dicha idea, lo cual impide que el conocimiento evolucione. Así pues, lo políticamente correcto ha imbuido a la sociedad occidental en un ciclo de letargo mental, en el cual cualquier argumento es válido pues termina con la frase “mi posición es tan válida cómo la suya”.

Y no hay nada más falso y peligroso que esto. No todas las posiciones son igualmente válidas, en todas las situaciones.
Hay posiciones e ideas que adquieren mayor relevancia en un contexto específico y que por ello deben primar sobre las demás. No es posible dejar que, en aras de ser políticamente correcto, se cometan barbaridades que afectan a muchas personas, como dejar de enseñar historia en los colegios y reemplazarla por “ciudadanía y democracia”, como si de adoctrinamiento se tratara. Porque esta enfermedad va mucho más allá de discusiones entre individuos, es una enfermedad que afecta gobiernos, universidades, colegios, empresas, coartando la única habilidad que hace al hombre diferente de los animales: la habilidad de razonar, de pensar.

Así que, querido lector, lo invito a que la próxima vez que alguien rebata sus argumentos no se ofenda, no grite “fascismo” o “intolerancia”, no se ponga furioso. Por el contrario, alégrese, pues el hecho de que alguien se tome el tiempo de contradecirlo implica que sus ideas tienen impacto y que se le está dando la posibilidad de pulir dicho conocimiento, de mejorarlo y, en ocasiones, de caer en cuenta de que usted también se puede equivocar. Porque, muy a pesar de nuestros egos, nuestras posiciones no siempre son igual de válidas que las de los demás.


[1] Ver aquí