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El feo durmiente cine colombiano

Irene Galindo

El feo durmiente cine colombiano

Me encanta el cine y desde que empecé a ir sola a los teatros y luego en la universidad tuve diferentes tipos de acercamiento a las películas y directores del mundo entero, pude notar la casi inexistencia de la cinematografía colombiana.

Corría la década de los noventa y yo veía que el cine colombiano estaba en una decadencia tremenda.  Tal vez nunca fue una industria boyante y tal vez la calidad de las películas –a todo nivel- fuera cuestionable, pero sí era cierto que en las décadas de los setenta y ochenta había mucha más producción de películas que entonces.
 
A quien se le preguntara, tenía siempre varias respuestas y miles de excusas y explicaciones para tal fenómeno.  No había muchas escuelas graduando gente calificada y con el conocimiento necesario; no había apoyo suficiente del gobierno que motivara a la gente a hacer películas, que subsidiara los buenos proyectos; había un montón de carencias a nivel técnico que hacían que las pocas películas que se realizaran fueran simplemente patéticas; no había en el país laboratorios donde revelar o postproductoras donde finalizar las películas, haciendo que los costos en el exterior fueran extremadamente altos o simplemente impagables para los pequeños productores; aquellos que se habían atrevido a hacer alguna película, se encontraban todavía endeudados años después y otra infinidad de razones por las cuales, Colombia, gran productor de café y bananos era –y ha sido- incapaz de producir y exportar buenas películas.

Han pasado veinte años desde entonces. Las cosas han cambiado del cielo a la tierra.  Ahora hay estímulos cinematográficos, nueva ley de cine, pululan las facultades que gradúan directores de cine y televisión, con la llegada de la tecnología digital los procesos se hacen posibles y los costos bajan notablemente. Colombia estrenó 28 películas en 2014, cifra récord en la historia del cine nacional, lo cual claramente denota un boom y una mejora en materia de cantidad.  La pregunta entonces, sería: ¿Ha mejorado también la calidad?
 
La respuesta, para mí, es un rotundo no. Las películas colombianas, salvo muy contadas excepciones, son sosas, simplonas, aburridas, monotemáticas, carentes de buena actuación, de buena dirección, de buenas historias, de buenos guiones y de buenos desarrollos.
 
Los realizadores colombianos han sido incapaces de pensar historias universales, que puedan ser vistas y entendidas por espectadores foráneos, y con las cuales cualquier persona se pueda llegar a identificar. En la búsqueda de patrocinio, los productores se han vuelto perezosos y prefieren repetir la misma historia de narcotráfico, guerrilla, violencia, prostitución o comedia de tres pesos, porque para esas historias aparentemente sí hay presupuesto. Los directores han decidido trabajar con los mismos 15 o 20 actores porque pertenecen al hall de la fama criolla o porque están muy guapos, pero no reconocen primero, que la gente se cansa de verlos en todas las producciones nacionales y por lo tanto ya no les cree nada y segundo, que en realidad no son buenos actores.
 
A pesar de la supuesta formación que los realizadores han recibido, las historias –incluso las que en el papel no sonarían tan mal-, se deforman y pierden la fuerza desde el comienzo.  El primer enemigo de las películas son sus trailers, que en lugar de motivar a la gente a verlas funcionan como repelente de posibles espectadores.

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Si empezamos por el principio, tendríamos que preguntarnos acerca del cine.  Qué es, cuál es su razón de ser, cómo hacerlo. Probablemente como ocurre siempre con el arte, llegaríamos a una sin salida, nos encontraríamos con mil respuestas distintas, todas válidas. Y aunque bien es cierto que no existe una fórmula que garantice el éxito de una película, o de un tipo de cine, o de una corriente, y que no hay una única verdad, yo pienso que sí debe haber algunos principios, algunos parámetros, algunos (pre) requisitos que por ejemplo los franceses, los españoles, los argentinos y tantos otros han entendido y aplicado logrando un cine de calidad y nosotros, los colombianos, no.
 
Por ejemplo, algo que se aprende en la academia, y que de hecho, sin haber ido, se intuye: el cine ayuda a crear la memoria de una pueblo, es la radiografía de una sociedad, es ese espacio donde la gente se ve reconocida, reflejada, tal vez criticada, tal vez aconsejada (sin siquiera darse cuenta).

Pero el cine por un lado, no es un noticiero, como pareciera en estos tiempos en los cuales las películas colombianas abordan temas de la realidad nacional, y sin enriquecerlos dándoles ese valor agregado que debe darles el cine, los deja ahí botados en historias repetitivas  y monótonas de dos horas y media que ya nadie quiere ver (tal vez por eso los malos resultados de taquilla).
 
Y por el otro, me cuestiono seriamente si eso que intentan plasmar en esos bodrios, sí es Colombia. Porque es verdad que a este país ya se lo llevó el Putas o el Sagrado Corazón (como cada quién lo prefiera), pero yo veo en la calle millones de historias simples, bonitas, interesantes, de amor, desamor, hstorias que le pueden pasar a cualquiera, historias diferentes, y esas no las estoy viendo con frecuencia en la cartelera de cine colombiano.  Entonces ¿hasta dónde el cine está realmente reflejando lo que esta sociedad es, hasta dónde crea relamente una memoria y hasta dónde nos lleva por el mundo como colombianos?
 
Otro de los tantos enemigos es la incapacidad que se ha tenido de crear industria. En Colombia hacer cine todavía no es rentable. Mientras en otros países, miles de personas viven de esa gran empresa que es el cine, en Colombia, miles de personas intentan empeñar casa y carro para poder sacar adelante sus proyectos.

Y es que además de la falta de patrocinio o de productores ejecutivos que quieran invertir en la industria cinematográfica colombiana, las salas de cine no quieren tampoco poner las producciones colombianas en cartelera por más de ocho días, asunto entendible, si tenemos en cuenta la calidad de las películas -y no los juzgo por eso- pero con lo cual, la rentabilidad de las mismas se ve afectada seriamente.
 
En realidad, y contrario a lo que muchos piensan, siento que todavía hay un camino largo por recorrer.  Pienso que la industria cinematográfica colombiana todavía no existe, pero valoro y apoyo el intento que se está haciendo por crearla.  Creo que el primer paso se está dando, y es básicamente la producción masiva de películas, pero creo que el cine colombiano debe por fin despertar de su letargo y pegarse un duchazo con agua fría pronto. Ya con el tiempo, y a fuerza de prueba y error y si el público se atreve a ser más exigente, vendrán la depuración y el surgimiento de un cine de calidad que merezca ser reconocido, visto y por qué no, exportado, premiado y elogiado.