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Pikkety & Klein

Manuel Guzmán Hennessey

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Algunos comentaristas de la economía y el clima —virtuoso vínculo en ciernes que habrá de fortalecer la humanidad para resolver esta crisis— han señalado que la coincidencia histórica de lo que hoy escriben dos autores de especial relevancia, representa una novedosa alerta y al mismo tiempo, una nueva esperanza.

Me refiero a Thomas Pikketty y Naomi Klein, dos pensadores que hoy se preguntan desde diferentes ángulos lo que a todos nos inquieta cada vez más: ¿Para dónde vamos cuando la crisis ambiental y climática que nos asedia avance? ¿Desde dónde saldrán los cambios que necesitamos para implementar una nueva economía? ¿Desde la propia economía? ¿Desde la ciudadanía? ¿Desde el empresariado? ¿Desde la academia? ¿Desde los gobiernos centrales o desde los locales? O quizás, desde todos estos sectores, si somos capaces de construir —a tiempo y en forma— una nueva y urgente alianza entre quienes han sido excluidos de las grandes decisiones, un pacto entre ciudadanos, para la salvación común de nuestra civilización amenazada.
 
Argumentaré por qué considero que entre estos dos autores bien podría estar naciendo un perfecto coctel. O mejor, un pertinente coctel, para que podamos paliar con él, las afugias de nuestros días, pero sobre todo, las que vendrán.
 
Ambos autores coinciden en señalar que en este maravilloso invento de la libertad que hemos convenido en llamar capitalismo, algo nos quedó mal desde su origen. El economista francés lo atribuye al modelo de rendimiento financiero del capital, que en su opinión crece, por naturaleza, a un ritmo mayor que el de la economía y acaba beneficiando más a quienes tienen el capital que a quienes lo trabajan.
 
Esto lo había escrito Marx con otras palabras: “el capitalismo es rentista por naturaleza”, pero Pikketty hoy, acomodado en la matemática estadística, reelabora esta teoría a partir de información tributaria facilitada por los propios individuos, en lugar de usar las encuestas oficiales sobre los ingresos[1].
 
Su libro se ha convertido en una voz que interpreta la indignación de muchos ciudadanos frente a la creciente inequidad del mundo; y representa un cuestionamiento de fondo sobre el auge del capitalismo que aún en medio de las crisis, estimula el derroche energético y el crecimiento las economías emergentes.

N. Klein no es menos explícita en su andanada contra el capitalismo —aunque sí menos diplomática— pues cuestiona el escenario de los prometeicos que nos persuaden sobre las bondades salvadoras de la economía de mercados. Escribe que será precisamente nuestra adicción al lucro y al crecimiento las que acabarán hundiéndonos sin remedio. Se atreve a llamar al capitalismo por su apellido de crisis: un fallido sistema económico, e invita a aprovechar la crisis del cambio climático para empezar a construir una nueva economía. No lo ve muy factible pues, anota, la humanidad es demasiado codiciosa y egoísta como para estar a la altura de este reto histórico.
 
En el medio de ambos se sitúa Tony Judt, quien luego de plantear que ‘Algo va mal’ se pregunta: ¿Por qué nos hemos apresurado tanto en derribar los diques que laboriosamente levantaron nuestros predecesores? ¿Tan seguros estamos de que no se avecinan inundaciones? (Judt, 2010). Y cita a Goldsmith: “Mal le va al país, presa de inminentes males, cuando la riqueza se acumula y los hombres decaen”. Antonio Muñoz Molina, refiriéndose al libro ‘Algo va mal’, escribe:
 
            “Hay algo profundamente erróneo en la forma en que vivimos hoy. El estilo de la vida contemporánea, que hoy nos resulta ‘natural’, y también la retórica que lo acompaña (una admiración acrítica sobre los mercados no regulados, el desprecio por el sector público, la ilusión del crecimiento infinito) se remontan tan sólo a la década de los ochenta. En los últimos treinta años hemos hecho una virtud de la búsqueda del beneficio material, hasta el punto de que eso es todo lo que queda de nuestro propósito colectivo”[2].
 
Donella Meadows se adelantó a ellos cuarenta años. Invitó en sus columnas The global citizen en el New York Times de los años ochentas a una reacción de toda la ciudadanía del mundo.
 
Dijo, antes de que esta crisis empezara a parecer catástrofe, que la verdadera sostenibilidad de la sociedad solo sería posible cuando los ciudadanos se organizaran y actuaran, más allá de las decisiones de sus gobernantes, pues eran ellos los verdaderos resortes de la sociedad y de la democracia.
 
Hoy se ha llegado a un relativo consenso sobre la gravedad de la crisis, pero sobre todo sobre la necesidad de no dejar solos a los gobiernos centrales en la búsqueda de las soluciones colectivas.
 
Las ideas centrales de Piketty son:
 
1) la concentración de la riqueza pone en peligro la estabilidad democrática, tal como ocurrió hace un siglo;
2) los grandes problemas económicos, como el de la repartición de la riqueza, son también problemas éticos debido al crecimiento de la pobreza; debido a esto se entiende hoy que la economía es un asunto demasiado importante para dejarla en manos de la tecnocracia económica; y
3) hay soluciones a la vista: crear un impuesto global al capital; limitar los dineros que llegan a las campañas políticas; crear nuevas instituciones supranacionales con capacidad de controlar los capitales globalizados y mejorar los datos oficiales sobre la riqueza en el mundo.  


El cambio climático”, escribe, “no ha sido tratado nunca como una crisis por nuestros dirigentes, aun a pesar de que encierre el riesgo de destruir vidas a una escala inmensamente mayor que los derrumbes de bancos y rascacielos… Es evidente que el hecho de que algo reciba la consideración oficial de crisis depende tanto del poder y de las prioridades de quienes detentan ese poder como de los hechos y de los datos empíricos. Pero nosotros no tenemos por qué limitarnos a ser simples espectadores de todo esto… Si un número suficiente de todos nosotros dejamos de mirar para otro lado y decidimos que el cambio climático sea una crisis merecedora de niveles de respuesta equivalentes a los del Plan Marshall, entonces no hay duda de que lo será y que la clase política tendrá que responder”.

 
El verdadero problema, repite una y otra vez Klein, es el capitalismo desregulado, reforzado por la globalización, un capitalismo que se ha incardinado en elementos del tipo de “tratados de libre comercio”, que pueden convertirse en barreras insalvables para políticas locales de fomento de energías.
 
Recomiendo a los lectores leer juntos los libros de estos autores. Empezando por No Logo de Klein y acabando con Esto lo cambia todo, el capitalismo contra el clima, y a Pikketty, el que ya se ha convertido en el nuevo clásico de la economía: el capital en el siglo XXI.

 


[1] Ver página web de la Escuela de Negocios de París —World Top Incomes Database— con datos de más de 27 países.

[2] Muñoz Molina, A, contratapa de Judt, (2010).