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Kurt Wallander y el final de paraíso sueco

Ismael Iriarte Ramírez

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Se quedó un rato con los ojos abiertos en la oscuridad de su piso antes de dormirse. Volvió a pensar en la violencia sin sentido. La nueva era, que tal vez exigiese otro tipo de policías. «Vivimos en la era de los nudos corredizos», pensó. «La inquietud aumentará bajo el cielo.»

Esta sentencia poco alentadora, que sirve como epílogo de Asesinos sin rostro, certifica también la primera aparición de Kurt Wallander, personaje emblemático del inolvidable escritor sueco Henning Mankell, presentado a los lectores en el lejano y convulso verano europeo de 1991. En aquel momento pocas personas podían imaginar que ese anodino policía se convertiría en el detective literario más notorio de las últimas décadas y que su nombre se uniría de forma inevitable a los de Hércules Poirot, Jules Maigret, o  Endeavour Morse, solo por mencionar algunas leyendas.

Pero ¿Qué hace que Kurt Wallanader sea un detective tan admirado? La respuesta a esta pregunta parece no encontrarse en su apariencia, marcada por la llegada de los 40 y un estado físico lamentable, atribuible a sus problemas con la bebida. Aunque es innegable que se trata de un buen policía, con olfato y respetuoso del reglamento, no descollan sus capacidades de deducción ni su energía.

Su vida personal tampoco es motivo de orgullo e incluso parece estar fuera de control, pues mientras batalla para aceptar la separación de su esposa, que lo ha dejado sumido en la depresión, la relación con su hija pos adolecente se ha convertido en un infierno sin que él pueda entender las razones que motivan su rechazo y permanente hostilidad. Sin embargo los mayores problemas de Wallander corren por cuenta de la relación con su padre, un autoritario pintor acosado por la demencia senil, cuyos escasos momentos de lucidez son dedicados a desplegar fuertes críticas al curso que ha tomado la existencia de su hijo.

Lejos de mantener el control de la situación, Wallander se muestra vulnerable, presa de las pasiones humanas y en extremo sensible ante la inusitada brutalidad de algunos crímenes, lo que lo hace considerar con frecuencia la idea de abandonar el cuerpo policial, posibilidad que termina rechazando una y otra vez por su vocación de servicio, pero también por el temor de no poder enfrentarse a otro tipo de vida.

A esta dimensión humana que lo vincula con el ciudadano del común puede atribuirse buena parte de su popularidad: una persona normal enfrentada a situaciones excepcionales, tratando de hacer su trabajo de la mejor manera posible, mientras debe lidiar con sus problemas personales. El desarrollo de sus casos muestra una implacable radiografía de la sociedad sueca, aquejada por problemas como la inseguridad, el desempleo o la corrupción, pero también con evidentes muestras de intolerancia frente a los inmigrantes, lo que dista de la imagen que de este país se ha construido durante las últimas décadas, en las que se le ha considerado como uno de los destinos europeos con las mayores posibilidades de integración. A través de su personaje Mankell llama la atención  de forma reiterada sobre lo que se considera como ‘el fin del paraíso’.

Los casos de Wallander

Las vicisitudes de Kurt Wallander llegan al lector a lo largo de 10 novelas y un libro de relatos, mientras que una novela adicional lo presenta como un personaje secundario de la historia, que es protagonizada por Linda, su hija. Salvo pocas excepciones los casos a los que se enfrenta este detective tienen lugar en Ystad, un pequeño poblado costero ubicado al sur de Suecia, con una población que apenas alcanza las 20 mil personas. La tranquilidad de esta ciudad se verá con frecuencia interrumpida por impensadas circunstancias que representan las más bajas pasiones.

Para el lector interesado en decodificar la complejidad del personaje se recomiendan tres títulos cuya lectura resulta indispensable: la ya mencionada novela Asesinos sin rostro, en la que un brutal asesinato desata una ola de discriminación frente a los ciudadanos extranjeros y en la que además se plantea el desapacible universo de Wallander.

La aventura continúa con Los perros de Riga, la segunda entrega de la serie, publicada en 1992, en la que se introducen elementos que no serán habituales en las narraciones futuras, un ritmo frenético y una excursión al extranjero, que servirá como excusa para mostrar las profundas heridas aún palpables en las  naciones exsoviéticas tras la caída del comunismo.

Por último nos encontramos con La falsa pista, quinta salida del detective, publicada en 1995 que tiene como trasfondo la fase final del mundial de fútbol de 1994 en el que Suecia cumple una destacada actuación, lo que irremediablemente pasará a un segundo plano tras una serie de inexplicables acontecimientos que conducirán a Wallander a descubrir un caso de corrupción con altos funcionarios involucrados.

El legado de Wallander

La saga de Wallander dejó una profunda huella en la cultura popular sueca e influyó en el surgimiento y consolidación de un puñado de escritores nórdicos entre los que se destacan Jo Nesbo, Liza Marklund, Asa Larsson y Camilla Läckberg, esta última probablemente la más exitosa y cercana a la narrativa de Henning Mankell.

El éxito de Wallander ha trascendido la literatura para incursionar en la televisión, primero en una versión sueca y después en la impecable adaptación británica producida por la BBC y protagonizada por Kenneth Branagh.

Más allá de Wallander

A diferencia de otros autores como Arthur Conan Doyle, Henning Mankell siempre tuvo pleno control de su creación y no permitió que opacará la otra gran porción de su obra, dedicada por ejemplo a denunciar las injusticias y precariedades en varios países africanos. De esta faceta ‘mankeliana’ vale la pena destacar Zapatos italianos que narra una historia de encuentro y dolor entre un médico y un antiguo amor; y por supuesto Arenas movedizas, una emotiva crónica personal en la que el autor reflexiona sobre la enfermedad que terminaría por llevarlo a la muerte el 5 de octubre del 2015.