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Irán, del sueño persa a la conquista de Oriente Medio

Hernán Burbano Díaz

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La Revolución islámica o iraní, que en 1979 significó el derrocamiento del sha Mohammad Reza Pahleví, fue un acontecimiento crucial para entender la geopolítica actual de Oriente Medio. Las consecuencias derivadas de este proceso de sublevaciones populares, lideradas por el ayatolá Ruhollah Jomeini, tuvieron efectos en los ámbitos interno y externo. Mientras que la Revolución, en el orden interno, representó la consolidación de un régimen político con elementos de una democracia representativa y una teocracia; en el sistema internacional repercutió en la ruptura de las relaciones entre algunos Estados, e intensificó antiguas rivalidades con otros. La combinación de estos factores es importante para entender las dinámicas de la geopolítica regional y mundial vigentes, dado que a partir de la conformación de las nuevas estructuras de poder del Estado iraní se entiende cómo cambiaron las estrechas relaciones de este país con Estados Unidos e Israel, la rivalidad frente a Arabia Saudita, y su papel actual frente a los acontecimientos regionales y globales.
 
De la fraternidad al antagonismo: las relaciones de Irán con Estados Unidos e Israel después de la Revolución
 
Una de las motivaciones que inspiraron la Revolución iraní fue su rechazo a la intromisión de Estados Unidos en los asuntos del país. Este sentimiento obedecía a dos aspectos principales: en primer lugar, la explotación de los recursos, específicamente el petróleo, por parte de empresas norteamericanas; y, segundo, la perversión de los valores tradicionales del islam, producto de lo que consideraban los clérigos chiitas una excesiva influencia de los Estados Unidos en las decisiones políticas del sha que, en efecto, repercutían sobre la vida y las costumbres del pueblo iraní y la religión islámica. Adicionalmente, la toma de la embajada de los Estados Unidos en Teherán acrecentó la crisis entre los dos Gobiernos, por lo cual, en abril de 1980, el presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter, rompió las relaciones diplomáticas con Irán.

Claramente, esta ruptura cambió el posterior escenario geopolítico de Oriente Medio. Estados Unidos ya no contaba con un aliado incondicional que lo proveía de petróleo a un buen precio y, al mismo tiempo, perdía presencia e influencia en la región. A su vez, los efectos sobre Irán fueron más notorios. El embargo y las sanciones económicas golpearon directamente la vida de las personas, incrementando así la fuerza del discurso contra Occidente promulgado por el ayatolá Jomeini. De allí en adelante, se desencadenó un estado de incertidumbre en las relaciones que, si bien no culminó en una confrontación militar directa entre los dos países, se trasladó a otros escenarios, con nuevos actores y conflictos de por medio.

Para el caso de Israel, es importante decir que este país, antes de la Revolución iraní, mantenía relaciones cordiales con el régimen del sha. La mutua cooperación en asuntos políticos y económicos, materializada en el intercambio de petróleo por formación técnica en seguridad, industria y agricultura, se vino abajo después de la llegada del ayatolá Jomeini al poder. Su afiliación a la causa palestina y la negación del Estado judío se sumaban a la aversión que le producía un Estado impuesto por Occidente en la región. Como antecedente histórico, las tensas relaciones entre Israel e Irán después de la Revolución aportan elementos muy importantes para comprender la geopolítica de Oriente Medio, dado el papel que han desempeñado actores no estatales en los intereses de cada país.  

Este es el caso de Hezbolá. Un brazo paramilitar patrocinado por el régimen iraní y entrenado por la Guardia Revolucionaria de ese país. El rol de esta organización, en el ámbito interno, responde a los intereses de Irán por establecer una república islámica de origen chiita en el Líbano. No obstante, su creación se fundamenta, principalmente, en la resistencia a la ocupación israelí del territorio libanés en 1982. Su alcance es mucho más extenso que el aspecto militar, por lo cual cuenta con un aparato político con representación, organizaciones sociales y medios de comunicación. Asimismo, esta organización cuenta con una amplia red logística en Oriente Medio y Latinoamérica, que transmuta entre la violencia política y la criminalidad.

En el contexto de la rivalidad entre Israel e Irán, Hezbolá ejecutó acciones que le han concedido una etiqueta de organización terrorista por parte de Estados Unidos y algunos países europeos. De igual manera, esto ha repercutido en denuncias contra Irán, por ser un Estado instigador y patrocinador del terrorismo. No obstante, más allá de la formación y operación de Hezbolá, es importante entender el papel de esta organización en los intereses geopolíticos de Irán en la región, puesto que lleva a cabo política y militarmente una propagación del chiismo, y la defensa de los gobiernos afines a los intereses de Teherán. 
 
De un califato al liderazgo regional: la rivalidad entre Irán y Arabia Saudita

La enemistad entre Irán y Arabia Saudita se fundamenta en aspectos históricos. Cada nación es la principal representante de las corrientes del islam: la chiita, que constituye 13% de la población musulmana; y la sunita, 87%, respectivamente. Del mismo modo, tanto iraníes como saudíes representan etnias diferentes: persas y árabes, enfrascardos en conflictos y conquistas desde el siglo VII. La antipatía, desde el punto de vista religioso, emana de la decisión por designar al sucesor del Mahoma. Mientras que para los chiitas el califa debía ser un descendiente del profeta, para los sunitas el líder del califato tenía que ser producto de una elección de la mayoría de miembros de la comunidad musulmana. Dada la importancia que tiene el islam para la formación del poder político en algunos países de Oriente Medio, es comprensible la rivalidad entre estos dos países, si se tienen en cuenta las mutuas acusaciones por la orientación de la religión que le ha dado cada rama islámica. Irán, por ejemplo, acusa a los dirigentes saudíes de su incapacidad para gestionar los lugares sagrados del islam, como la Meca y Medina. Igualmente, cuestiona su cercana relación con Estados Unidos y Occidente. Por su parte, los saudíes critican la concepción que le han dado los chiitas al islam, señalándolos de infieles y herejes.  

Es importante señalar que, después de la Revolución iraní, la geopolítica de Oriente Medio se entiende a partir del rompimiento de viejas relaciones, como la de Irán y Estados Unidos, y como resultado del fortalecimiento de nuevas amistades, como la de los estadounidenses y la Casa de Saud. El país norteamericano, al margen de los factores anteriormente mencionados, ha sido el punto de la discordia para los iraníes, dado que su presencia militar en el Golfo Pérsico no es bien vista por la teocracia chiita, lo cual la ha conducido a una carrera armamentista y militar diversificada, capaz de disuadir cualquier tipo de agresión.

Sin embargo, las relaciones entre iraníes y saudíes no explican un contexto generalizado del mundo islámico y la Región. Por el contrario, ilustran dos regímenes supremamente conservadores, altamente cuestionados desde Occidente por su violación a los derechos humanos y su patrocinio a organizaciones terroristas, quienes buscan la hegemonía regional a través de gobiernos proclives a su concepción del islam y, en consecuencia, el poder político que entrañan. No obstante, esta rivalidad nunca se ha materializado en una confrontación directa entre las dos naciones, siendo esta enemistad considerada como una Guerra Fría de Oriente Medio, donde confluyen intereses religiosos, políticos y económicos, sin olvidar la influencia y presencia de Rusia, China y Occidente.
 
Irán y su papel actual: revolución, guerra y diplomacia

Después de la Revolución, Irán ha sido un actor que produce recelo y desconfianza en Israel y Arabia Saudita. El apoyo y patrocinio al terrorismo de organizaciones como Hezbolá, o el soporte militar y económico a milicias o grupos rebeldes chiitas que buscan desestabilizar gobiernos sunitas, son factores que han intensificado el escenario político de Oriente Medio. Sumado a lo anterior, la preocupación por el desarrollo del programa nuclear iraní ha pasado a la agenda internacional, especialmente de Estados Unidos, a quien el régimen iraní nunca le ha ocultado su enemistad.   

En este sentido, en el escenario actual de Oriente Medio el papel de Irán es compatible con los pilares ideológicos de la Revolución, puesto que el Gobierno del actual ayatolá, Ali Jamenei, intenta expandir el islam con base en los principios del chiismo. Prueba de ello es el papel que desempeña actualmente Irán en los conflictos de Siria e Irak, donde a través del soporte financiero y militar a milicias chiitas busca mantener en el poder al Gobierno de Bachar el Asad. El Gobierno sirio ha sido un aliado de los iraníes en la región; por lo tanto, preservar al Gobierno de el Asad implica contrarrestar la mayoría de gobiernos sunitas y los grupos que, como el Estado Islámico, Al Qaeda, el Frente Al-Nusra y otras organizaciones insurgentes, pretenden cooptar los vacíos de poder como efecto de las guerras civiles. A su vez, el rol que juega Irán en el conflicto iraquí es a través de apoyo al ejército de ese país, que después del derrocamiento de Saddam Hussein y la intervención de Estados Unidos, a partir del 2003, quedó conformado por un Gobierno de origen chiita.

Por otra parte, el conflicto en Yemen explica la rivalidad histórica entre Irán y Arabia Saudita, y cómo se manifiestan los intereses geopolíticos de las dos potencias en la región. El apoyo de Irán a los rebeldes hutíes, para derrocar al Gobierno yemení, contrasta con la participación de las fuerzas armadas saudíes y las monarquías aliadas del Golfo en la contención de los rebeldes chiitas. El contexto yemení, en comparación con el de Siria o Irak, invierte los papeles entre quienes desean mantener el statu quo y aquellos que utilizan a actores armados no estatales para materializar sus intereses.

En el escenario global, el acuerdo nuclear pactado entre Irán, Estados Unidos y la Unión Europea prevé un menor aislamiento de la República Islámica del escenario internacional. El levantamiento de las sanciones económicas interpuestas por los países de Occidente supone, en el mediano y largo plazo, una serie de beneficios para un país muy bien dotado demográficamente y en recursos naturales. Sin embargo, las perspectivas de crecimiento, según informes de The Economist, enfrentan obstáculos importantes como la disminución considerable del precio del petróleo, el bloqueo de empresas iraníes para acceder al sistema financiero de Estados Unidos, la resistencia de algunos sectores políticos de Irán al ingreso de empresas extranjeras y la corrupción y actividades oscuras de grupos como la Guardia Revolucionaria iraní.

El escenario que se pronostica, después del levantamiento de las sanciones económicas, tiene defensores y opositores. Por ejemplo, para el presidente estadounidense, Barack Obama, este acuerdo, por la vía diplomática y sin otra guerra en Oriente Medio, permitirá mayor seguridad, debido a la suspensión del programa nuclear iraní. En contraste, Arabia Saudita e Israel se oponen a este acuerdo, argumentando que no contempla el desmantelamiento de la infraestructura nuclear, lo cual representa una amenaza a la seguridad de la región. Además, tanto Israel como los saudíes desconfían de un régimen que abiertamente ha apoyado el terrorismo y hace declaraciones constantes de guerra.

En efecto, el papel de Irán, con base en los acontecimientos que suscitaron la Revolución, presenta un proceso de relaciones antagónicas con los mayores poderes de la región. En la actualidad, tales relaciones preservan elementos como la identidad y la religión, los cuales son idóneos para incorporar en el análisis político. Igualmente, el rol que cumple Irán en los escenarios regional y global es útil para comprender cómo, en las dinámicas políticas de Oriente Medio, no se deben descartar las acciones de actores no estatales. Sin embargo, es prematuro establecer un perfil específico de Irán en el orden internacional, teniendo en cuenta los conflictos de intereses que actualmente se desarrollan en el conflicto sirio, los debates alrededor de la presencia más notable de musulmanes en los países de Occidente y la ambigüedad de un régimen que hace diplomacia con países claramente ligados al discurso antimperialista, mientras negocia su progreso con el mayor representante de ese imperio.