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Nelson Pinedo, abanderado del folclor

Elkin Saboyá R.

Revista Nova et vetera - Logo

De locutor a cantante.

Nelson Pinedo (1928-2016) no nació llamándose así, sino Napoleón. Nombre que llevó veinte años, cuando Miguel Ruiz, propietario de la Emisora Variedades –cuyo programa de aficionados llevaba el llamativo título de El Palacio del Aire– le sugirió tomar el artístico con que lo conoció Latinoamérica.

Mas Nelson no había principiado como cantante, sino como locutor de radio. El estilo para el canto se lo sugirió Clemente Vasallo, dueño de La Voz de la Patria, quien le dijo, luego de oírlo, que no debía gritar, sino cantar como crooner. Concepto que el Merriam-Webster define como “a male singer who sings slow, romantic songs in a soft, smooth voice”. Para encarnar dicha definición, piensen nada más en Frank Sinatra.

Con la orquesta de Lucho Rodríguez Moreno, sale por primera vez de gira. En la emisora Ondas de Maracaibo graba su primer bolero, Mucho, mucho, mucho, de Andy Russell. Estamos rondando 1949, y Nelson ya había trabajado con Pacho Galán y Antonio María Peñaloza. Le faltaba, sin embargo, conquistar el interior del país.

A eso vino con Peñaloza, en 1951. Aquí conoce a Américo Belloto, con quien graba dos números: ¿Qué es la cosa?, un porro, y Cumbia del Caribe, composiciones del maestro Álex Tovar, más conocido por su clásico Pachito Eché.

Aquí también compartió tarima con los españoles de la Orquesta Casino de Sevilla, sin sospechar que meses después lo llamarían a que se les reuniera en Cuba. En enero del 53, entonces, debuta en La Habana con la Orquesta Serenata Española, pues habían cambiado de razón social. En la Isla, pegan un tema y alcanzan a grabar para la Panart. Los españoles siguen rumbo a casa, pero Nelson decide quedarse en “la esquina del movimiento” de la música tropical. Vuelve a los estudios de la Panart, esta vez con el conjunto de Luis Santí, para registrar Entre palmeras, un porro del colombiano Rafael Campo Miranda y De ti no quiero nada, un bolero de su autoría.

Almirante del Ritmo y embajador del folclor.

Ojo al anterior detalle, porque Nelson Pinedo podía simplemente integrarse a una agrupación cubana, vocalizando el repertorio local. Mas el barranquillero tuvo la inquietud de llevar en sus baúles partituras colombianas, pronto a usarlas a la primera oportunidad.

Hablando de oportunidades, esta vez es Daniel Santos quien la propicia. El Jefe trabajaba con la Sonora Matancera y, de repente, escapa a Méjico a cumplir un contrato propio. El empresario Tito Garrote relaciona a Pinedo con la gente de Radio Progreso, en principio para la suplencia.

El éxito inmediato, sin embargo, vinculó la carrera del Pollo barranquillero con el decano de los conjuntos cubanos, por una temporada más larga. Los frutos de esa feliz unión no tardaron: El ermitaño, de Rafael EscalonaMomposinaEl vaquero y Estás delirando, de José Barros. Luego: Me voy pa La Habana (pa Cataca, en el original de J. M. Peñaranda), donde se luce Lino Frías, y el garabato Te olvidé, de Peñaloza y San Ildefonso; El gavilán, de Crescencio Salcedo; Mujer celosa, de Pacho Galán; El mochilón, de Efraín Orozco; Trópico, de Luis Carlos Meyer. Un pregón, no tan famoso como el de Simons, autoría de Antonio Saladén: El pregón del enyucao.

No solo música costeña: también versionó Bésame morenita, un bambuco de Álvaro Dalmar.
Los arreglos, en fin, de Severino Ramos y el resto del repertorio que le escogió Rogelio Martínez sellaron la suerte del hombre de Rebolo. Hubo asimismo temas que no se registraron en disco, sino que se ejecutaron en programas radiales, como el ya citado Entre palmeras. Del lustro habanero de Nelson Pinedo quedó, pues la criatura que unos llaman porro aguarachado y otros, simplemente, porro “a la manera matancera.

Me voy de La Habana.

Luego vienen los premios, las películas, las giras… Pero esta parte de la carrera de El Almirante del Ritmo es muy conocida. Resumiendo: Graba con Cortijo (coros de Ismael Rivera), con la orquesta de Tito Rodríguez (quien lo admiraba). Prueba de ello es el elepé, donde Pinedo vuelve a poner la cuota nacional con Kalamarí, de Lucho Bermúdez, y el bolero Corazón, de Rafael Roncallo Vilar.

Muchos viajes: Venezuela, Argentina, Perú, Nueva York, etc. En Puerto Rico, con Tommy Olivencia intenta algo que pocas veces ha funcionado: convertir paseos vallenatos en salsa. Se trata de Mi salvación, de Poncho Zuleta, y Déjenme quererla, de Marcos Díaz. Mejor le fue, sin embargo, como cantante de salsa: el elepé trae un número que hizo también la Sonora Ponceña, Yaré. En esa misma línea, pero mucho antes, cantó nada menos que con Cortijo la plena Micaela.

Un caso curioso es el del cóver Enamorada de un amigo mío. Canción original de Roberto Carlos, cuya versión bailable salió con la Sonora Magtancera (Perú, 1967); mas al parecer no pegó, sino décadas después, a propósito de una gira del cantante por el Perú.

En fin, bastaría el capítulo matancero (13 números nacionales, de un total de 49 grabados más 5 en vivo) para considerar a Nelson Pinedo el cantante más trascendental que hemos tenido. Mas su nombre se unió al de otros artistas, a su vez imprescindibles en el ámbito de la música latina.