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¿“Chemtrails” o gases subestimados para el agravamiento del cambio climático? Pseudociencia versus Ciencia

Ricardo Andrés Roa-Castellanos

chemtrails.jpg

El aliento que somos
 
Son varios los gases atmosféricos que contribuyen al llamado Efecto Invernadero. Huelga decir que el Efecto Invernadero, producto de los gases que forman la atmósfera, en su justa medida natural, ha mantenido unos niveles de temperatura que han permitido el desarrollo de la Biosfera, entendida como la suma de los componentes vivos sobre el planeta Tierra. El exceso de dicho mecanismo, empero, es el causante de la desestabilización climática que se está viendo globalmente.
 
El clima terráqueo venía siendo estable durante los últimos 12.000 años desde la Última glaciación (El Dryas Reciente o Younger Dryas fue una breve fase -en términos geológicos- de enfriamiento climático a finales del Pleistoceno, entre 12 700 y 11 500 años atrás; aunque las fuentes científicas datan que ese fenómeno de cambio climático abrupto empezó 14.500 años atrás[1]). Pero el equilibrio climático que nos venía antecediendo, de cualquier forma, comienza a perderse con un proceso que ha visto cambiar las proporciones meteorológicas y empezó a dejar evidencia como actual Cambio Climático, desde hace unos 180 años tras el inicio de la Revolución Industrial (Abram et al., 2016).
 
No deja de ser curioso que el icono de inicio de dicha Revolución fuese precisamente la Máquina de Vapor cuya estructura básica representa los componentes fisicoquímicos y humanos que nutren el problema del Cambio Climático, de manera no compensada, en dinámicas replicadas minuto a minuto.

Figura 1. La máquina de vapor (Gif).

Con la máquina de vapor (Figura 1) como modelo de una red causal que se auto-replica y magnifica como efecto, vemos que por medio de un aparato con componentes de metal se consume la naturaleza (árboles, madera, leña, carbón, petróleo) para producir además de rapidez, transporte, eficiencia, confort, riqueza, industria, y mayores desarrollos tecnológicos, también -en su aspecto negativo- mayor ambición, contaminación, expansión de ciudades sobre terrenos fértiles, filosofías anti-naturales, muerte en masa, y desprecio humanístico/académico a las normas de la ecología (Como por ejemplo con los conceptos “reduccionismo biológico”, “falacia naturalista”, o normas dietarias que ignoran las cadenas alimentarias como lo hace el “veganismo”, y la instauración del “artificio” como norma de desarrollo social, que en sí mismo -como cadena conceptual y conductual- supone la “artificialidad” como base de la cultura actual basada en la “imagen proyectada”, la exterioridad, el uso descartable, y una continua demanda de “artefactos” [en inglés gadgetry, devices, appliances] para poder cumplir con el imaginario ideológico del “buen vivir”). La  diseminación de la muerte intrínseca a este último periodo, amenaza ahora como nunca desde la existencia no-racional humana incluso a la Biodiversidad ecológica (Pimm et al., 2014).
 
En el olvido o ignorancia de la naturaleza biológica que somos, los sistemas de retribución o compensación sobre los cuales opera la naturaleza (ciclos) para su sostenibilidad, han sido rechazados, omitidos y desconocidos. Las consecuencias las estamos recogiendo ya:
 
Zonas desertificadas, erosionadas, con mayor aridez y esterilidad, simplemente crecen y se amplían como resultado en una época que ve como problema cultural la fertilidad (léase cultura contra/anti conceptiva y abortista) y la población (véase a Thomas Malthus o la tragedia de los comunes de Garret Hardin rebatida por la Nobel de Economía Ellinor Ostrom [Basurto & Ostrom, 2009]).
 
La situación que retroalimenta esta fuente de muerte y paradójicos discursos de desprecio a la vida, sin duda, es entonces sistémica, pero ha partido de una irracionalidad vendida como modelos reiterativos de “innovación” intelectual, ética y técnica anti-naturalista.
 
Con esto pasa a ser evidente que hay un problema de fondo. Este es, la incomprensión sobre las dinámicas retributivas de la vida que abarcan las mecánicas de la naturaleza.
 
Con la Revolución Industrial las urbes han crecido pues la estructura productiva, económica y de empleo cambió. Al verter mayores contingentes poblacionales en ciudades a nivel global, los endurecimientos de las superficies se han ampliado. La ignorancia sobre la naturaleza prolifera y como tal la naturaleza es distorsionada por desarrollos culturales (cine, literatura, televisión, medios virtuales). La problemática no es sólo cultural; la expansión de esos intrínsecos hábitats urbanos como focos geográficos endurecidos en sus suelos con cemento, ladrillo, hormigón y asfalto/pavimento, han modificado per se mecanismos del ciclo del agua como el re-abastecimiento de aguas profundas (acuíferos del subsuelo) y es así como los niveles freáticos y los agujeros cada vez se están notando con mayor frecuencia en los diversos continentes[2].
 
En la menoscabada reciprocidad que actualmente se tiene con los servicios ecosistémicos por el acto de respirar, entonces, se debería en agradecimiento tener plantas y sembrarlas pues al fomentar esta biota se compensa en realidad las ventajas gaseosas que de estas recibimos para poder vivir.
 
Pero al no reponer bajo ningún sistema estandarizado culturalmente estas acciones extractivas y viéndolas amplificadas, tras generaciones, la suma de acciones personales y colectivas han empezado a desestabilizar esa fina capa planetaria de gases que se venía formando y auto-sosteniendo por medio de los ciclos biogeoquímicos del carbón, el nitrógeno, oxigeno, el agua y varios de sus compuestos asociados propulsados hacia lo positivo o lo negativo por los seres vivos.
 
Gases y jerarquizaciones
 
El conocido Protocolo de Kioto enfatizó la importancia de 6 gases como los mayores puntos a reducir en la emanación de gases de efecto invernadero. Dentro de esta “canasta” los más conocidos y priorizados fueron CO2 (Dióxido de carbono), CH 4 (Metano), N20 (Óxido nitroso), SF6 (hexafluoruro de azufre) y un número de carburos halogenados industriales (Wigley, 1998).
 
No obstante, el impacto en los cielos es causado en cerca de un 60% (en otras cuentas más del 70%) a causa del frecuentemente ignorado pero catalítico (acelerador de reacciones) Vapor de Agua, más aproximadamente en un 8% por la hiper-producción del Ozono troposférico y un 25% por el CO2, mientras el resto se debe a cantidades traza (menores) de los restantes gases (Karl & Trenberth, 2003). Si se nota, la publicitada jerarquía de Kioto no se corresponde a la importancia Geoquímica de la generación del fenómeno. Pero la importancia geopolítica que igual convenientemente ha cobrado Kioto, suele alterar la lectura, interpretación y respuesta social efectiva ante el problema.
 
Es importante anotar que los demás gases genéricos como los restantes óxidos de Nitrógeno (NOx) y de Carbono (COx) también desempeñan un efecto importante en esta dinámica de elevación atmosférica de temperatura.
 
Ello es fundamental a la hora de re-formular la comprensión del problema pues, por ejemplo, causas –que precaria o nulamente- son tenidas en consideración en la dinámica del Cambio Climático, como el creciente consumo de cigarrillo en los países en vías de desarrollo expelen diariamente volúmenes muy grandes de Monóxido de Carbono (CO) hacia el sistema atmosférico. Los incendios de bosques en las zonas rurales y naturales como los presentados recientemente en Chile con una superficie afectada de 585.990 hectáreas[3], son masivas fuentes emisoras de COx (Óxidos de Carbono) y NOx (Óxidos de Nitrógeno) cuya secuencia química se relaciona, como en el caso de la polución emitida por vehículos a motor (coches, motos, aviones, etc), con mayor producción subsecuente de Ozono troposférico.
 
Sobre estas causas poco analizadas, y descomunalmente crecientes, analicemos otros indicios de porque las vacas, cuya co-evolución acompaña al ser humano desde hace unos 10.000-8.000 años, no son precisamente las culpables del cambio climático y seguir insistiendo en ello nos distrae para dar en el blanco de las soluciones efectivas.
 
Factor omitido: el consumo de tabaco
 
El cigarrillo es un vicio, es decir, un hábito inconveniente para quien lo practica y que acerca más a la muerte que a la vida. Suele adquirirse dicho hábito de consumo en la juventud determinado por un contexto social negativo que impulsa a adquirirlo (Chassin et al., 2000). Se puede entender que el acto de fumar es un suicidio a largo plazo pues es indudablemente carcinogénico. Pero muchos consumidores no logran entender plenamente esta característica, o si realmente la entienden, quizás necesitan ayuda psicológica ante lo que sería una ideación volitiva y hasta el concurrente cometimiento de lesiones auto-infligidas o tendencia suicida a consciencia (Haavisto et al., 2005). A largo plazo, la adicción no renunciable a la nicotina implica una auto-lesión fatal, entonces cumplida en cómodas cuotas diarias expelidas en bocanadas. Fumadores compulsivos comparados con no fumadores se ha visto que presentan una conducta suicida dos veces mayor (Iwasaki et al., 2005)
 
Pero este no es el único daño que hace el cigarrillo, el consumo de humo de segunda mano derivado del consumo de cigarrillo, es conocido para quienes no fuman, pero al absorber los subproductos del vicio de dichas personas con las que se comparten ambientes, también se generan riesgos de desarrollar cáncer pulmonar o enfermedades pulmonares crónicas. En los niños, este vicio de un tercero próximo, induce mayor probabilidad de infecciones respiratorias a repetición, asma y ha sido asociado a mayor frecuencia de cáncer pulmonar (Öberg et al., 2011).
 
Poco de esto importa a los fumadores –así se trate de que sean los propios hijos quienes estén en riesgo-. En el fondo, lo cierto es que los fumadores están produciendo diariamente una afectación poco racional, no sólo personal y sistémica, sino también global y ecosistémica la cual debe excusarse en la falta de internalización de estos conocimientos.
 
Pero de fondo, he aquí el tránsito de la Toxicología a la Ecotoxicología.
 
¿Después de todo son importantes las cortinas de humo?
 
Si bien en países desarrollados el consumo de tabaco ha bajado un poco, en paralelo al ascenso en el consumo de otras sustancias químicas generadoras de dependencia psicotrópica, lo cierto es que el consumo global de esta poética “venganza indígena” también contribuye al CC (fumar tabaco era una costumbre no viciosa de los nativos americanos para el tiempo del descubrimiento). Fumar se hizo moda europea a la par que crecía el genocidio del cual fueron víctimas los indígenas en territorio americano, al convertirse en hábito impulsado por la presión social. Ahora, el hábito está produciendo cuantiosas emanaciones gaseosas que agravan la formación del Cambio Climático.
 
Sea de mencionar antes que la planta del tabaco es originaria del altiplano andino suramericano. Los conquistadores, como ahora hacen con la marihuana, en 1565 argumentaron las propiedades “terapéuticas” del fumar tabaco. El médico sevillano Nicolás Monardes publicó para el año citado, el libro Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales en el que describe la planta del tabaco, el uso que hacían de la misma los indígenas americanos y los empleos terapéuticos del mismo. De España pronto llegaría a la cultura Anglosajona y el vicio es sabido se ha hecho mundial[4].
 
La regla de tres en nuestro tema de Ecotoxicología y Cambio Climático es sencilla:

La composición de gases derivada de un (1) cigarrillo consumido significa la emanación de 42.000 partes por millón (ppm) de Monóxido de Carbono y 92.000 (ppm) de Dióxido de carbono. Produce 250 ppm de dióxido de Nitrógeno (que tiene 30 veces más potencia de generación de efecto invernadero que el CO2) cuando sus niveles permisibles a industrial son de 5 ppm, por ejemplo (US Public Health Service, 1964).  

Si eso lo triangulamos con el incremento poblacional del consumo de unidades de tabaco visto en la Figura 2 a continuación, podemos notar la magnificación del fenómeno a nivel mundial en registros a 2009, donde no sólo entra en riesgo de muerte la población fumadora sino en el largo plazo contribuye a la desestabilización del sistema biótico completo. La producción de óxidos de carbono es muy alta. Sea de anotar a nivel etimológico que el opuesto de la noción vicio es virtud, fundamento de la ética clásica y cristiana que en esta época ha sido tan pisoteada en aras a un irresponsable (¿Quién responde ante esto?) “libre desarrollo de la personalidad” que pretende justificar varios hábitos perjudiciales.

 

Figura 2. En 2009 a nivel mundial se consumieron ~5,9 Trillones de cigarrillos.
(Fuente: business in sider)

Desde luego al ser el tabaco apenas un factor contribuyente, sólo tengamos en cuenta que esta creciente proporción ocurre en paralelo con el desatado crecimiento en la concentración del gas a nivel atmosférico. Para tener un punto de comparación, la concentración atmosférica de CO2 en los tiempos pre-industriales eran 280 ppm (Karl and Trenberth, 2003). Una cifra en la que se había permanecido estable atmosféricamente por varios miles de años.
 
En la actualidad, según la última medición de Diciembre de 2016 recogida por la NASA, la concentración de CO2 ha llegado a 405 ppm (Figura 3):

 

Figura 3. Concentración de CO2 Histórica cuya última medición en Diciembre de 2016 alcanza las 405, 25 ppm. En el eje X las unidades representan miles de años con cero en 1950 (Fuente: NASA).

Factor subestimado: tráfico aéreo -No hay “chemtrails” pero si otras cifras y orígenes que despegan-
 
Los llamados “Chemtrails” o Teoría Pseudo-científica de las estelas químicas (del inglés chemical trail) implican que las bandas blancas (Figura 4) que en ocasiones se ven en el cielo emanadas por los aviones son “fumigaciones intencionales de químicos” para acabar con la humanidad, eso claro, según teorías paranoides o “conspirativas” infundadas.

 

Figura 4. Rastro aéreo gaseoso inadecuadamente interpretado como proceso conspirativo de intención homicida bajo el nombre de Chemtrail.

Muchos sitios virtuales ofrecen interpretaciones toxicológicas equivocadas de fotos en este sentido dando a entender que se vierten venenos o químicos para dañar directamente a la población ocasionando su enfermedad y muerte. En la realidad, las aspersiones aéreas en agricultura que buscan alcanzar la superficie terrestre no pueden tener distancias de tiro muy alejadas, por lo que los sobrevuelos son muy cercanos a la tierra, so pena de jamás hacer llegar los agroquímicos a la superficie[5].
 
Lo que es cierto es que estas estelas visibles al haber cielos despejados y circunstancias específicas: alturas de vuelo superiores a los 8000 metros, -40º Celsius y humedad específica, compuestas de vapor de agua congelado producto de la combustión, lo que si permiten rastrear de manera indirecta son los cuantiosos rastros químicos que dejan la combustión contaminante de los aviones. Estas emisiones alcanzan las cifras de Toneladas (Ton) de CO2 por vuelo internacional al ser vertidas a la atmosfera en desplazamientos largos como se observa en la Figura 5.

 

Figura 5. Estimativo de contaminación de vuelos aéreos comerciales de acuerdo con distancias recorridas en viajes de ida y vuelta (Fuente: Community carbon trees)

Encontramos con este hecho, eso sí, otra causa poco ponderada en la información popular que se tiene sobre el cambio climático. Esta se traduce en el peso que tienen los viajes aéreos para los análisis de producción diaria de gases globales.
 
En un lapso de 45 años (1970-2015) la cantidad de viajes aéreos se ha catapultado. En el caso Alemán, los viajeros pasaron de 6.498.000 a 115.540.886. En el caso español, de 6.347.400 a 60.809.228. Estados Unidos de 163.448.992 a 798.230.000. Colombia, de 3.010.200 a 30.742.928 según la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI).
 
La serie de tiempo que ha construido (Figura 6) a nivel mundial el Banco Mundial, con todos los viajes contabilizando los diversos países, año por año, refleja una curva disparada que como indicador indirecto de contaminación habla claro.
 
Estamos contaminando la atmósfera con unos deseos no refrenados que se niegan a pensar en el futuro. Tenemos que compensar el daño hecho fomentando la construcción de estructura ecológica como nuevo norte de una Biocracia que debe construir institucionalidad de alcance práctico y que compense esta clase de daños con urgencia.

 

 

Figura 6. Crecimiento en número de viajes aéreos globales en miles de Millones al año periodo 1970-2015 (Fuente: Banco mundial)

Conclusión
 
En el tema del Cambio Climático es evidente que se menosprecian factores de producción gaseosa que contribuyen al Efecto invernadero. Es importante anotar que las cuantificaciones pueden conducir al establecimiento de medidas de compensación de la contaminación aérea por medio de árboles, junto a restricción voluntaria en mecanismos de emisión que en suma pueden impactar favorablemente la salud, personal, colectiva y ambiental.
 
Referencias
 

  1. Abram, N. J., McGregor, H. V., Tierney, J. E., Evans, M. N., McKay, N. P., Kaufman, D. S., & Pages 2k Consortium. (2016). Early onset of industrial-era warming across the oceans and continents. Nature, 536(7617), 411-418.
  2. Basurto, X., & Ostrom, E. (2009). Beyond the Tragedy of the Commons. Economia delle fonti di energia e dell’ambiente.
  3. Chassin, L., Presson, C. C., Pitts, S. C., & Sherman, S. J. (2000). The natural history of cigarette smoking from adolescence to adulthood in a midwestern community sample: multiple trajectories and their psychosocial correlates. Health Psychology19(3), 223.
  4. Haavisto, A., Sourander, A., Multimäki, P., Parkkola, K., Santalahti, P., Helenius, H., & Aronen, E. (2005). Factors associated with ideation and acts of deliberate self-harm among 18-year-old boys. Social psychiatry and psychiatric epidemiology40(11), 912-921.
  5. Iwasaki, M., Akechi, T., Uchitomi, Y., & Tsugane, S. (2005). Cigarette smoking and completed suicide among middle-aged men: a population-based cohort study in Japan. Annals of epidemiology15(4), 286-292.
  6. Karl, T. R., & Trenberth, K. E. (2003). Modern global climate change. science302(5651), 1719-1723.
  7. Öberg, M., Jaakkola, M. S., Woodward, A., Peruga, A., & Prüss-Ustün, A. (2011). Worldwide burden of disease from exposure to second-hand smoke: a retrospective analysis of data from 192 countries. The Lancet377(9760), 139-146.
  8. Pimm, S. L., Jenkins, C. N., Abell, R., Brooks, T. M., Gittleman, J. L., Joppa, L. N., ... & Sexton, J. O. (2014). The biodiversity of species and their rates of extinction, distribution, and protection. Science344(6187), 1246752.
  9. US Public Health Service. (1964). Smoking and health. Report of the advisory committee to the Surgeon General. DHEW publication (PHS)1103.
  10. Wigley, T. M. (1998). The Kyoto Protocol: CO2 CH4 and climate implications. Geophysical research letters25(13), 2285-2288.