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De buenas intenciones…

Ismael Iriarte Ramírez

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Como miembro de una familia que durante generaciones ha encontrado su sustento en el ejercicio de la agricultura y la ganadería no tengo más que agradecimiento y admiración por los prodigios de la naturaleza y un profundo respeto por quienes se han comprometido de forma entusiasta con su defensa, entre los que se encuentran varios de mis más cercanos amigos y colegas. Sin embargo no todas las personas tienen una conducta responsable o incluso racional frente a sus mascotas y es a este reducto al que están dedicadas estas líneas, motivadas por algunos comportamientos que bien podrían ser calificados como ‘caligulescos’.

Es innegable que muchos de estos animales domésticos y en especial algunos perros reciben un trato digno del mismísimo Incitatus, caballo predilecto del emperador de la dinastía Julio-Claudia. En nuestros días los establos de mármol y el séquito de sirvientes son reemplazados por inimaginables lujos a los que pocos humanos tienen acceso, mientras que el nombramiento como Cónsul del que fue objeto el afortunado equino, es hoy equiparable con el lugar predominante que muchas mascotas ocupan en las familias.

Y si en este momento el lector juicioso y no menos agudo se pregunta si al no haber maltrato evidente no está en todo su derecho de llevar las riendas de su hogar y sus finanzas como mejor le parezca, debo confesar que le asiste la razón. Sin embargo, no podemos escapar al asunto moral que representa, a pesar de las atenciones y comodidades, el hecho de despojar a los animales de su instinto e incluso de su propia naturaleza, para conferirle una condición humana con características como la pereza, la ansiedad o la vanidad.

De esta forma algunas mascotas son sometidas a un estado similar al descrito en Maldito karma y Más maldito karma, fábulas modernas del escritor alemán David Safier, en las que los protagonistas deben superar el mal karma convertidos en animales. Solo que en este caso el periplo de purificación parece funcionar en la dirección contraria.

¿Pero qué motiva este tipo de comportamiento? En muchos casos parece tratarse de una imposición de las tendencias sociales y por esta causa el excesivo afecto por las mascotas se acaba tan pronto como llegan las primeras dificultades o implicaciones económicas, tal es el caso de las imposiciones del nuevo Código Nacional de Policía frente a los perros de razas consideradas como peligrosas, que han hecho que muchos abandonen el barco.

En otros casos este comportamiento puede atribuirse a la soledad y en general a carencias de afecto no resueltas, o a una vocación animalista mal interpretada, que  a menudo suele ir acompañada de un escaso o inexistente interés por el bienestar del prójimo (humano).

Aunque es cierto que estas razones no entrañan por definición una mala intención y hasta podrían considerarse nobles por el beneficio que aparentemente conllevan, también lo es que en no pocas ocasiones llevan a los extremos y parecen legitimar la constante transgresión de reglamentos y leyes e incluso de las normas básicas de urbanidad, convivencia y sentido común, lo que se evidencia en pasillos, ascensores, centros comerciales, restaurantes, buses, bancos e incluso en iglesias. Ante este panorama es irresistible caer la tentación de pensar en el adagio popular que no exento de pecaminosa satisfacción sentencia que “el camino al infierno está lleno de buenas intenciones”.

De buenas intenciones también están llenas las consignas de algunos grupos que pese a proclamarse como animalistas, están lejos de honrar el espíritu de este movimiento y cuyas manifestaciones violentas hasta rayar en lo vergonzoso, desconocen la tolerancia ante la diversidad y despojan de cualquier valor a las causas que defienden, ubicándolas en el mismo renglón de los comportamientos contra los que se movilizan.

Concluyo esta reflexión mencionando dos situaciones dignas de imitar provenientes de Turquía, la primera tuvo lugar en la etapa más cruda del invierno, en la que en los centros comerciales se permitió la entrada a los perros callejeros durante las noches y se les proporcionaron mantas y alimentos. Mientras que la segunda hace referencia a una serie de estaciones dispensadoras de alimentos para los perros de la calle, en una muestra de las acciones concretas que apuntan hacia la dirección en la que deberían orientarse nuestros esfuerzos frente a la protección de los animales.