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México, 100 años de una frontera invisible

Mauricio Jaramillo Jassir (Profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad del Rosario)

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A cien años de la Revolución, Mexico y Estados Unidos viven una coyuntura crítica por cuenta  de la elección de Donald Trump. Con la cómoda perspectiva que otorga la historia, México se asoma a su pasado, fuertemente condicionado por la cercanía a la única superpotencia que sobrevivió al fin de la Guerra Fría. Por más decadencia que se pueda advertir en Estados Unidos, éste no será  en mucho tiempo suficientemente débil, para dejar de tener influencia desproporcionada en la política mexicana.
 
Desde el siglo XIX, la vida de México ha estado cruzada trágicamente por los eventos en su vecino del norte.

Arrebatándole más de la mitad de su territorio, México ha pasado toda su trayectoria republicana, padeciendo los efectos de semejante anexión, con réplicas en varios sentidos. Uno de esos hechos donde más se han sentido, ha sido Cuba, específicamente con la declaración del carácter socialista de esa revolución. Allí nació una enemistad entre Washington y varios regímenes. En América Latina, la mayoría de naciones, compitió por congraciarse con Estados Unidos, y preconizar con variaciones de uno a otro, la contención del comunismo.

México, representó una excepción; no sólo fue el primero en en reconocer la legitimidad del proceso cubano, sino se encargó de mantener un canal de comunicación entre Cuba y la zona. Los gobiernos del Partido Revolucionario Institucional (PRI), no dejaron que el aislamiento regional- tal como lo concibió Washington en 1962 desde la OEA- fuera absoluto. Fue pionero en distintos escenarios de Naciones Unidas, de las condenas contra el embargo a las que, poco a poco, se fueron sumando todos los latinoamericanos, incluso Colombia aliada incondicional de Washington.
 
Con la declaración de la guerra contra las drogas por parte del presidente Richard Nixon, la relevancia geopolítica de la zona cambió drásticamente, con efectos todavía visibles en México. Los gobiernos mexicanos del Partido de Acción Nacional (PAN) y del PRI no parecen haber tenido suficiente capacidad para lidiar, con la responsabilidad que injustamente Washington le ha endilgado.
 
México ha sido sinónimo de revolución en movimiento y de disidencia frente a Estados Unidos. No solo en el tema de Cuba o de la lucha global contra el fenómeno de la droga, sino en la más compleja de las amenazas que ha enfrentado Estados Unidos en la Posguerra Fría: el terrorismo global. Tras los atentados del 11 de septiembre, y la invocación del gobierno de George W. Bush del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), la administración de Vicente Fox convirtió a su país en el primero en abandonar ese bloque.

Aquello puso en evidencia la distancia infranqueable que separó a Estados Unidos de América Latina durante la delirante persecución al terrorismo del gobierno neoconservador.

La llegada de Trump, y las alusiones racistas contra los mexicanos, han convertido este momento en uno de los peores de toda la historia. No obstante, México prevalece como un referente de genuina resistencia. Ya no en el plano político, pues el régimen ha perdido legitimidad frente a la ciudadanía por la corrupción, el autoritarismo y unos niveles insólitos de impunidad. La disidencia de México hacia Estados Unidos, hoy es otra, y consiste en demostrar que se trata de dos naciones con lazos inquebrantables.

La compatibilidad cultural entre ambos es más profunda de lo que se piensa, y basta recordar la influencia notable de la literatura de escritores estadounidenses, en el fenómeno cultural más importante de América Latina a lo largo del XX, en el contexto del llamado “boom”. Carlos Fuentes fue receptor de la fértil influencia de John Dos Passos, Ernest Hemingway, y William Faulkner- a quien Gabriel García Márquez llamo en el discurso del nobel su maestro- al igual que el resto de autores del movimiento. Fuentes sugirió en vida un dialogo intergeneracional, que sobrepasa la frontera invisible que de forma grotesca Trump intenta redituar políticamente. En estos 100 años, México ha demostrado que su vocación cosmopolita, es incompatible con la imagen desfigurada que pretende proyectar el mezquino régimen que se ha implantado en Washington.