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Un domingo con míster Bojangles

Ismael Iriarte Ramírez

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En los últimos años hemos asistido a la aparición de un número creciente de obras literarias que reflejan el ambiente enrarecido reinante en Europa, debido a la inminencia de los ataques terroristas y al fantasma de la xenofobia y los nacionalismos. Esta tendencia se puede observar en mayor medida en países como Francia, en los que los hechos violentos han sido más cruentos y frecuentes y en los que autores como Michel Houellebecq han sabido meter el dedo en la llaga, bien sea como ventana de escape para una sociedad lacerada, o como producto de una hábil estrategia de mercadeo. Sin embargo, en medio de este panorama sombrío ha irrumpido una novela que en palabras de su autor se presenta luminosa en medio de las tinieblas.
 
Se trata de Esperando a míster Bojangles, ópera prima del joven escritor francés Olivier Bourdeaut, que en 2016 se convirtió en un auténtico fenómeno editorial, no solo en las librerías, sino también en la consideración de la crítica y el lector del común; y cuya traducción al español llegó a mis manos casi por azar y tras atraparme durante las primeras líneas, me impuso la lectura ininterrumpida de sus 149 páginas, en una típica tarde de domingo.
 
Extravagante, hermosa, sorprendente y conmovedora fueron algunos de los calificativos que llegaron a mi mente, pero ¿Cuál ha sido la clave del éxito de esta historia? La respuesta parece apartarse de la obviedad de la pregunta y para hallarla cada lector deberá buscar más allá de la aparente frivolidad de las primeras páginas, en las que se nos presenta la familia conformada, por Georges, un excéntrico hombre de acción, su esposa, que cambia nombre cada día, su pequeño hijo, que profesa una gran admiración por sus padres y por supuesto doña superflua, la grulla que funge como mascota.
 
Incapaces de tomarse la vida en serio, la familia lidia con la realidad bailando y presidiendo memorables fiestas en las que liderados por el padre pueden dar rienda suelta al mundo de fantasía que habitan y que parece ser el único lugar en el que se sienten cómodos. Hermosas mentiras que en boca del joven hijo -que durante la mayor parte de la historia oficiará como narrador- definen muy bien su carácter y se presentan como una alternativa no solo viable, sino deseable para explicar las causas y efectos de todo lo que los rodea.
 
“Cuando le contaba lo que pasaba en mi casa, la señorita no se lo creía y los demás alumnos tampoco, así que mentía al revés. Lo hacía por el bien de todos, en especial por el mío”.[1]
 
Esta cosmogonía particular los une hasta convertirlos en uno solo, pero a la vez los aleja del mundo que los rodea, representado por la maestra y los compañeros de escuela del pequeño, que incapaces de ver la vida con sus ojos, los descalifican y lo rechazan. Tampoco resulta comprensible su estilo vida para el Departamento de Hacienda, cuya implacable acción pondrá en riesgo su mundo feliz.

A pesar de este duro golpe, los problemas de la familia van mucho más allá de años de involuntarias omisiones tributarias y pronto empezaran a traslucirse en medio de la aparente armonía. Un irrefutable dictamen médico que confirma lo que se había convertido en un secreto a voces cambiará para siempre sus vidas condenará a uno de sus miembros a un hospital psiquiátrico, hasta donde trasladarán todo el glamur y la exuberancia que los caracteriza.
 
Pero ahí no terminará su historia y unidos como familia se embarcan en un último gran acto, espléndido y memorable que tendrá lugar en España. En las más difíciles circunstancias se mantendrán fieles a su dignísima y estoica forma de afrontar la realidad y aún en medio de un doloroso despertar sabrán encontrar el lado luminoso de las cosas, invaluable lección para sobrellevar a las dificultades y el peso mismo de la vida que en ocasiones puede llegar a ser agobiante.
 
“Mi madre solía contarme la historia del señor Bojangles. Era como la canción: bonita, bailable y melancólica. Por eso a mis padres les gustaba bailar agarrados con Mr. Bojangles, porque era una música para los sentimientos”.[2]
 
No puedo concluir estas líneas sin hacer mención del papel determinante que juega la música en la obra y en especial la canción Mr. Bojangles en una de sus versiones más recordadas, la de Nina Simone, que ayuda a construir la atmósfera mágica y nostálgica y que como la novela misma es triste y alegre; desoladora y llena de esperanza, e invita a bailar a la espera de un milagro.
 
Y es eso precisamente lo que ocurre en la historia, en la que los personajes llegan a nosotros bailando y se despiden de la misma forma, tratando de exorcizar sus propios demonios. No en vano “bailar y reír con Bojangles” es la invitación que de su puño y letra deja el autor tras su paso de Bogotá.

 

[1] Bourdeaut, O. (2017) Esperando a míster Bojangles. Salamandra. P 41.

[2] Bourdeaut, O. (2017) Esperando a míster Bojangles. Salamandra. P 28.