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Disfruto mirar de la luna, algunas cosas nunca se olvidan

Miguel Hernández

Revista Nova et vetera - Logo

Era un patio enorme, cientos de elefantes cabrían cómodamente en ese lugar sin necesidad de entrar en disputas territoriales, lleno de cuerdas elaboradas a mano, firmes como ellas solas, parecían sogas que ataban los grandes buques que llegaban al puerto, pero eran usadas para colgar sus velas blancas, miles de ellas; las paredes eran en piedra fina, lisa y áspera, en sus esquinas se encontraban agapis, berilio, y amianto, que conservaban el alma con que las piedras venían, dadas las más precisas y supersticiosas instrucciones  de las que el dueño era creyente.

La arena del suelo era absorbida y agitada por los pies de las mujeres que elegidas por su contorno y gracia colgaban las enormes velas, así, al hacerlo no solo tendían el motor que tiraba apaciblemente de los barcos, sino daban todo un espectáculo con el más emotivo baile y dedicación que erizaría a quien observase dicho solaz. El techo era identificable, unos doce, tal vez quince metros arriba, era completamente de vidrio y enredaderas que abrazaban algunos de sus dobleces, perfeccionando la fusión entre la naturaleza y el hombre; pero era de este material con un solo y único propósito, cada noche, a media noche exactamente, la luna se posaba en el centro del patio y reflejaba su malversada luz proveniente del sol en cada rincón del patio, que junto con las finas piedras y otros adornos, vitalizaban una deidad imperceptible.

Por lo que a tal hora, todas las noches, el dueño situaba músicos vestidos para la mejor de las situaciones alrededor del patio, y de este modo tocaran un do, re mi fa sol, mientras las bellas musas ejecutaban el más perfecto de los actos, su oficio, de esta manera un furor de danza, música y luces, estallaban en el más sublime evento de la cotidianidad.

Junto al enorme patio colindaba una casa maltratada por los años y el clima, era tal su deterioro, que raspada por su edad y sin ánimos de ser socorrida por alguien, contemplaba taciturna el pasar de la vida. Por su locación se hacía inservible como tienda u hostal para viajeros, eso sin mencionar las hendiduras proferidas por los golpes de marineros que sin cuidado marchaban junto a ella, su escarapelada caparazón se mostraba como una melancólica figura inerte incapaz de defenderse, su lúgubre color interior daba pie para que sus habitantes fuesen bichos pequeños, medianos y de gran tamaño. Roedores eran huéspedes por los mini festines de los que lograban regocijarse gracias a los animalejos de menor tamaño, y todos en conjunto dejaban huellas marcadas en el polvo que cubría los abandonados muebles a la espera de un cálido cuerpo que los confortase de nuevo. Por tales motivos la única función de aquella casa era otorgarle un brillo más grande al patio que rayaba a su lado y con el paso de las estaciones se transformó en el único espectador que se sabía no iba a faltar a ninguna de las funciones nocturnas. Parrandero y olvidado “hospedaje”.

Gabriel un anciano cascarrabias, calvo en la parte superior de la cabeza, pero con un afro enredado y gigante en sus costados a falta de un disgusto por los peines,  a quien también el tiempo lo había hecho polvo, no solo por su pasado tormentoso, sino por sus achaques y enfermedad del corazón, con la cual había tenido que lidiar toda su vida, acababa de llegar al pueblo, esperanzado en encontrar un acto que le trajera alegría a su vida, pues la pérdida de su compañera y de todos sus hijos por la inundación en Siam era la cusa de sus aflicciones.

Repitiéndose ésta historia una y otra vez en su cabeza, Gabriel vagaba por el mundo, de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, de circo en circo y espectáculo en espectáculo, intentando reanimar su ser, pero nada lo satisfacía plenamente. Una noche cansado de no encontrar placer, entró a un burdel llamado “COLLAGE” el mejor de todos en un ranking inexistente, con las mejores trabajadoras y se dirigió a hablar con Madame Verte, contrató a la mujer más hermosa, con las más perfectas curvas, se acostó en la habitación llena de sabanas de seda y paredes con decoraciones exóticas, con espejos para estimular la vista completa, cojines vino tinto y rojos que resaltaban en la habitación; contempló a la mujer que entraba mientras se acercaba desnuda al lecho de los muchos amores, al llegar la tomó de la mano y le susurró algo al oído, la mujer inmediatamente le cobró, salió de la habitación y se vistió. Gabriel se había dado cuenta que su disfunción era inminente y no podía ser ya un hombre completo.

Así es que tras estar un tiempo en el pueblo donde se encontraba su alma gemela, admiró el enorme puerto, la multitud de carrozas con sus corceles, presenció la bahía durante unas horas, los veleros, las olas, los enamorados, el clima, tuvo conversaciones fugaces con una que otra persona que jamás recordará, buscó un hotel de lujo con los más excéntricos adornitos, en el cual sirvieran las más inimaginables comidas y bebidas, pero a pesar de ser agradable a su paladar, no era suficiente y su inconformismo mutilaba cualquier agrado de una persona del común. Su expresión inexpresiva con los ojos bien abiertos, contadas arrugas en su frente, una boca de línea recta, cejas pobladas y blancas, nariz que al parecer no percibía olores, se hacía notar en el pueblo y en la desgracia de las almas.

Luego de varias semanas en aquel lugar se encontró consigo mismo en un espejo, y notó que la vida ya no era suficiente, entonces tomó los mejores vinos de su equipaje dándole la bienvenida a la embriaguez. Vagó dilapidado sin rumbo fijo unas horas gastando dinero en unos contados lugares hasta dar en un pórtico sucio y ruin, se recostó en la puerta, pero su desgaste era tal, que el estruendo, la caída y el dolor de espalda eran inminentes. Al adquirir fuerzas se paró con ayuda de las paredes, sacudió su ropa y se contagió de deleite en el repugnante lugar, parecía estar dentro de su cuerpo, sintió estar con un amigo de toda la vida, eran iguales, almas gemelas, inertes los dos con unos cuantos rayos nítidos de luna que dejaban resaltar el polvo que se levantaba sobre la madera y daba un color grisáceo como ambiente; sublime, pero nostálgico, nuestro hombre inspeccionó la casa, subió por las escaleras y se sentó en un sofá sucio pero cómodo, dejó la botella a medio tomar  encima de una mesa con la misma apariencia que el resto de los muebles, abandonó la ebriedad y dio paso al llanto.

Cuando contuvo su humanidad, pensó que era el mejor lugar para morir, de su saco salió una libreta, un bolígrafo y todos su pesares, iniciando una carta suicida, cuando algo de tajada lo cortó, era un sonido de existencia, algo menoscabó dentro de su corazón empujándolo a mirar a través de una ventana situada a dos metros del cómodo sofá, sus cejas se inclinaron hacia arriba arrugando aún más su frente, tenían la mirada del admirador, sus pupilas dilatadas se fijaban en una danza abajo, sus manos se apegaron a las paredes presionándolas y palpándolas extasiadas, se inclinó, tomó su libreta y su bolígrafo y al par de la ventana recostado y como cual niño impresionado, abandonó el llanto y dio paso a la escritura:

No recuerdo aquel sabor de la amargura, ni el triste placer de tener que enfurecerme, a veces siento que mi humanidad se desata y se libera de mi cuerpo, como en este instante (No tengo interés en redacción) –un polvo mágico se arma y gira en torno a un cuerpo sin brillo-, es fabuloso, no el dejar de sentir, pues siento a la par que escribo un vacío en mi cabeza y mi interior –todo es un infinito-, invade con sutileza, pero con rapidez cada cavidad de mi ser.

Huecos, diminutos huecos. ¿Alguna vez has inspeccionado incontables huequitos, pequeños huequitos?
Sé que parezco un apocalíptico melodramático, pero las palabras más hermosas que quisiera soltar desenfrenadamente en este momento no existen, también sé que simulo ser una copia y un singularista de algo que ya sucedió al citar esta frase tan renombrada desde un cuento infantil, hasta el nuevo chiste de la era moderna, prefiero llamarme en este momento cuerpo. Modestia.

¡Miércoles!, es domingo, he perdido la noción del tiempo, -nota mental: No hacer chistes de baja calidad.-  la noche es hermosa y con ella vienen innumerables memorias tomadas de la mano, en especial de mis pensamientos, pensamientos de mis pensamientos y pensamientos de los pensamientos de mis pensamiento (acabo de mutilar una ESE); pensamientos que hasta el día de hoy no he compartido con nadie, pero aun así van tomados de la mano algo sonrojados; Son solo vagas ideas que adoro construir para eliminar la noción de simpleza en mi cabeza. Simpleza, ¡ja! la nombro como si fuera un panóptico invisible a la luz de los ojos y mis neuronas omnipresentes, de hecho, creo que soy plenamente identificable, no sé si simple, pero de algo si estoy seguro, aún sigo siendo un cuerpo. (He vuelto a la nostalgia).

Escucho las olas del mar, no, en realidad no, pero sería fructíferamente relajante y agresivo, en realidad no lo sé (no he ido a escuchar al mar),  en realidad escucho una serie de instrumentillos que se combinan y crean una atmosfera de genialidad y vida. Expresión, un fenómeno sin igual, no logro identificarlos, chelos, violines, teclados, un perro, percusión, pero no sé exactamente; De repente todo se detiene y queda un solo de cuerdas de algún instrumento que nunca he visto, tin, tan (bis y doble bis), aquel instrumentillo de madera con finas cuerdas de distinguido material añejado y guardado hasta hace unas cuantas horas rosa a su compañero (también de madera) despolvándose, enervándose, es un tacto pasional, es amor entre estos cuerpos, es sublime, excita. Es calma, es pasión, soy un cuerpo; pero ahora soy un cuerpo con vida y excitación. Música.

Es como volver a nacer (sensación algo sucia, teniendo conciencia), retomarse (inutilidad), descubrirse (antropocentrismo), pensar en todas las cosas que uno piensa en el día (GLOVE SEÑALADOR), solo que esta vez se le da el aire de nitidez (trascendencia), tal vez sea el espacio y la comodidad de no ser interrumpido (privacidad), es paz, es tranquilidad, no es hostil. He recuperado todo mi ser en este momento (vitalidad), es como si el redactar me hubiese generado el corolario antípoda a una estrella a punto de estallar (si, no sé cómo mas describirlo, soy un viejo) un analgésico que no tilda al cuerpo con una secuela. Simplemente todo es positivo. Es droga.

Distracción, un vacío interminable, como una caída en cámara lenta, se acelera, mi corazón bombea a prisa, profundamente siento que algo intenta liberarse dentro de mí, golpecitos, rápidos y agiles golpecillos, generan ráfagas geniales de aire, respiro más rápido, agitación, me elevo, ¡LUZ! es un nodo en la garganta, como si fuese el guardián de que ese algo no se libere, pero es incontenible, todos se compaginan para que salga, enanitos trabajan duro allí para mantenerlo todo estable, increíble ¿También lo sientes en tu garganta? si, ese aire como si hubieses terminado de correr incontables metros, dejando atrás incontables pasos, continua la agitación, es una fuerza.

-¡agua por favor!- grita un enanito, pero ya es tarde, todo se ha vertido y ha desatado un enorme impacto en el ambiente. Es sentir. Las alarmas retumban alegres.

Ese seguramente es el motivo por cual dejaré de escribir, he sido descubierto, fue un placer disfrutar de ustedes un rato, gracias por su preciado y contado momento: irracionalidad, calma y alma. Por cierto, casi se me olvida decir que la amo.

Amor al cerrar los ojos.

Así, mientras con una sonrisa en su cara y sus cachetes amplios dejaban impresionar a la casa, se dirigió a su botella, la agarró con fuerza, transformándolo en hombre completo nuevamente, se sentó en el sofá, su agitación era alarmante, su cuerpo se contrajo hacia arriba, su mano chocó con su pecho bruscamente aferrándose a él tanto como a la botella de vino y de un momento a otro dejó de escuchar la música proveniente del otro lado de la ventana, sus pulmones dejaron de expedir las exhalaciones agitadas de hacia un momento atrás, su corazón de hacer la labor de fuente y sus ojos de ver, desertando el planeta, y envuelto en placer fue cobijado en la noche eterna, mientras la luna lo observaba a través de la ventana, dejando como único espectador de nuevo al olvidado hostal.