Pasar al contenido principal

La Historia y Martin Heidegger

Alexander Luna Nieto

la-historia-y-martin-heidegger.jpg

La experiencia absoluta no es develamiento, sino revelación: coincidencia de lo expresado y de aquel que expresa, manifestación, por eso mismo, privilegiada del Otro, manifestación de un rostro más allá de la forma. La forma que traiciona incesantemente su manifestación aliena la exterioridad del Otro. El rostro habla. La manifestación del rostro es ya discurso[1]

Historia. Existencia. Ser. Tiempo. Dasein.

Este texto mostrará algunos aportes realizados por Heidegger en su reflexión filosófica sobre la historia. Texto que se basará, entre otros, en el trabajo realizado por el filósofo alemán en su obra: Ser y tiempo: Heidegger. 2003. Ser y Tiempo. (Traducción de Eduardo Rivera). Madrid. Editorial Trotta.

Heidegger muestra la necesidad de pensar radicalmente la utilidad y perjuicios de la historia para nuestra existencia. Al respecto, en reacción a tal planteamiento, el filósofo judío Emanuel Levinas afirmará que: “No es la finitud del ser la que hace la esencia del tiempo, como piensa Heidegger, sino su infinito.

col1im3der

Foto: Heidegger

La detención de la muerte no se aproxima como un fin de ser, sino como un desconocido que, como tal, suspende el poder. La constitución del intervalo que libera el ser de la limitación del destino se llama la muerte. La nada del intervalo - un tiempo muerto - es la producción de lo infinito. La resurrección constituye el acontecimiento principal del tiempo. No hay pues continuidad en el ser. El tiempo es discontinuo. Un instante no sale de otro sin interrupción, por un éxtasis. El instante, en su continuación, encuentra una muerte y resucita. Muerte y Resurrección constituyen el tiempo. Pero tal estructura formal supone la relación del Yo con el Otro y, en su base, la fecundidad a través de lo discontinuo que constituye el tiempo”[2]. Se observa que pensar la historia implica necesariamente transitar gran parte del camino recorrido por el pensar occidental.

Levinas reacciona frente a semejante noción de historia y tiempo. No obstante, hay que reconocer que Heidegger propone un cambio muy significativo tanto en la manera como en la historia, esto es, la descripción hermenéutica de la tradición del trasegar del pensar occidental, venía, desde diferentes perspectivas ocultando, es decir, haciendo caer en el olvido la pregunta que interroga por sentido del ser. Y cómo semejante pregunta se encuentra estrechamente vinculada con la posibilidad y la necesidad de pensar radicalmente la existencia. Para una mejor a la comprensión, debe aclararse que Levinas está reaccionando a la noción Heideggeriana del tiempo finitud. Ya que, según Levinas, lo característico del tiempo es precisamente su infinitud. Resulta bellamente paradójico que, según éste autor, Muerte y Resurrección constituyan el tiempo. Tal parece que Levinas, no sólo reacciona a la noción de tiempo asumida por Heidegger como finitud, sino que además muestra el tiempo como discontinuidad.

En orden a ubicarnos en la perspectiva de Martin Heidegger, en cuanto a los aportes realizados en su reflexión filosófica sobre la historia, es necesario reiterar que, a grosso modo, su propuesta se remite a la necesidad de realizar una destrucción de la historia de la ontología. Con ello muestra un cambio en la manera como venía indagándose por la manera en que opera la historia en el ser humano (Dasein). Concepto que se remite en la lengua alemana a la existencia y que, en la versión que estamos utilizando de Eduardo Rivera no fue traducida, porque, según Rivera, el sentido de Dasein no es otro que existencia. Así que, cuando habla de Dasein, Heidegger se refiere a aquél ente que existe porque tiene por característica preguntarse por el sentido de su ser. Característica por la que Heidegger lo ubica como ente ejemplar y sobre el cual muestra la necesidad de realizar una analítica y una descripción hermenéutica de su historia. Es decir, que muestra por qué la historia llegó a tener la capacidad de encubrirle, de ocultarle, de no permitirle al Dasein ver la necesidad de preguntarse por el sentido de su ser, y menos aún, ver la necesidad de preguntarse por la importancia de la historia para su existencia. Lo que conduce a entrever que el problema de fondo es que no pensamos. Se considera que no pensar constituye el problema central que persigue Heidegger en todo Ser y tiempo. Porque no pensamos, ni siquiera llegamos a ver la necesidad de preguntar por el sentido del ser, ni mucho menos se observa la necesidad de preguntar por la historia. Por lo que, se considera que al contemplar la utilidad y los perjuicios de la tradición para la existencia, el mencionado cambio de perspectiva que consigue Heidegger resulta fundamental. Entre otros aspectos, porque permite ver que en dicho cambio de perspectiva Heidegger realiza una descripción hermenéutica y se ubica al margen de la historia. Desde tal margen, es decir, ubicándose a la orilla de la historia, Heidegger muestra la necesidad de realizar una descripción hermenéutica que muestre en su integridad la importancia de la historia para la existencia. Porque descubre la labor fundamental que la historia tiene para la existencia.

Tal descubrimiento lo realiza mediante una serie de descripciones de aquello que se asume como el trasegar del pensar occidental y que, en la descripción hermenéutica de la tradición permite ver algunos aspectos característicos de la historia para la existencia. Aspectos como: verdad, realidad, mundo, existencia, (incluso la pregunta que interroga por el sentido del ser), hacen parte de tales características que evidencian la necesidad de pensar en la historia. ¿En dónde reside tal necesidad? Nuevo es el lugar desde el cual se ubica Heidegger a observar su tradición, como nueva es la perspectiva que alcanza sobre la utilidad y los perjuicios de la historia para la existencia. Cambio de perspectiva que se le atribuye a Heidegger, basados en la orilla o en el “lugar marginal” en el que se ubica para observar la historia; y en virtud a dicha marginalidad, se requiere, según Heidegger, una nueva fundamentación ontológica. Fundamentación que radica, a grandes rasgos en que, la historia del pensar occidental ha concentrado gran parte de sus esfuerzos en regiones o fracciones del ser, es decir, ha particularizado, ha dividido el ser y con ello ha olvidado el sentido del ser en general. Por lo que, resulta comprensible la necesidad de realizar una destrucción de la historia de la ontología. Destrucción que conduce a descubrir la labor que desempeña la historia en el Dasein, en tanto que le oculta la necesidad de preguntarse por el sentido de su ser. Lo que conduce al Dasein a observar la necesidad de realizar una descripción hermenéutica de su tradición, y a descubrir los posibles modos en que se caracteriza su ser. A grandes rasgos, se observa que es necesario ubicarse frente a la historia desde otra perspectiva que posibilite detenerse a pensar en la historia como aquello que muestra algunos modos en los que occidente ha asumido la pregunta por el ser y por la existencia. Modos que muestran cómo en ese asumir se ha ocultado, es decir, se ha llevado a que el Dasein olvide la necesidad de preguntarse por el sentido de su ser. Por ello, se pretende mostrar la necesidad de pensar cómo la perspectiva tradicional de la existencia asume el ser del Dasein como realidad y cómo ello encubre que éste vea la necesidad de preguntarse por el sentido de su ser. Según Heidegger:

Ser de lo inmediatamente a la mano se pasa por alto, y el ente es concebido primero como un conjunto de cosas (res) que están ahí. El ser cobra el sentido de realidad. La sustancialidad se convierte en la determinación fundamental del ser. Correspondiendo a este desplazamiento de la comprensión del ser, también la comprensión ontológica del Dasein entra en el horizonte de este concepto de ser. El Dasein, al igual que cualquier otro ente, también está realmente ahí. De esta manera, el ser en general adquiere el sentido de realidad. El concepto de realidad tiene, pues, una peculiar primacía en la problemática ontológica. Ésta primacía obstruye el camino hacia una genuina analítica existencial del Dasein e impide incluso dirigir la mirada hacia el ser de lo inmediatamente a la mano dentro del mundo. Finalmente, ella fuerza a la problemática del ser en general a orientarse en una falsa dirección.[3]

col1im3der

 

La anterior cita permite ver cómo la tradición ha hecho que se olvide el ser de lo inmediatamente a la mano. El ser que la historia ha hecho caer en el olvido es el nuestro. La historia, es decir, la descripción hermenéutica de tradición ha hecho creer que el ente es un conjunto de cosas (res) que están ahí. Por ello, gran parte de la historia de la ontología asume el ser como real. Perspectiva en la que también está inmerso el Dasein, porque la comprensión que se asume del ser influye en la comprensión que se tiene del Dasein. Al asumir el ser como realidad, se toma el Dasein como un ente que está realmente ahí y por ello adquiere la forma de real. Problemática que no sólo ha ocupado, según Heidegger, una parte muy representativa de la historia occidental, sino que también, dicha problemática ontológica involucra al Dasein. Lo que permite confirmar que el Dasein se encuentra inserto en la manera tradicional de concebir el ser como realidad. El pensar que, desde la perspectiva de la historia del ser, es decir, desde una reflexión ontológica, asume el ser como realidad, actúa impidiendo que llegue a verse en perspectiva la necesidad de preguntar por el sentido del ser, porque la realidad hace creer que todo, incluso tal pregunta, ya está dada. Es decir, que no es necesario pensar en ello. O al menos a eso es lo que conduce concebir el ser como realidad, porque si el ser es, ¿para qué pensarlo?, ¿para qué indagar sobre lo real? Precisamente por ello, se afirma que la historia oculta al Dasein como un problema, es decir, como un aquello que requiere ser pensado porque desempeña una labor específica y fundamental en la existencia. Labor que empieza a adquirir el carácter de lo necesario. Es decir, resulta necesario pensar la historia porque ella empieza a mostrarse como un fenómeno, es decir, como un aspecto característico del Dasein que necesita ser pensado porque desempeña una labor en la existencia. En última instancia, y como consecuencia de lo anterior, se observa que concebir al ser como realidad permite que la problemática ontológica tome otro rumbo, porque, pensar el ser como real, como realidad, entraña la posibilidad de observar los distintos modos de manifestarse lo real. El peligro que ello conlleva es, en parte, que el ser se pierda en la manifestación de la realidad y haga creer que no es necesario preguntar por el sentido del ser, porque ello ya está dado de antemano, entre otros aspectos, porque se asume que el ser es real.

He aquí nuevamente un prejuicio que recae sobre la posibilidad y necesidad de preguntar por la importancia de la tradición en la existencia. Se asume que la historia otorga un lugar en el mundo e indica un determinado modo de acceso a lo real. Entre otros aspectos porque pensar la importancia de la historia para la existencia permite descubrir que el Dasein se encuentra inserto y arrojado en una cadena de tradiciones, que lo intiman a la más angustiante de las posibilidades, porque lo enfrenta a la necesidad de tener que existir. Historia y existencia son dos partes de una misma estructura. Se percibe a ambas como un todo integrado, porque se advierte una relación recíproca y complementaria entre ambas. Se interpreta que elegir una remite necesariamente a la otra. Puede observarse que pensar la historia implica necesariamente (haber elegido) existir. Esa es nuestra dulce condena: tener que existir. De ahí la necesidad de tener que pensar en aquello que es dado, en aquello que se tiene más a la mano y quizá por eso se tiende a olvidar, esto es: la propia existencia. Aquel que piensa y decide asumir radicalmente su propia existencia, se descubre inmerso en un mar de posibilidades, pero al mismo tiempo se descubre arrojado, se descubre como náufrago de su propia historia y descubre que aquello que se asumía por tradicionalmente dado, es decir, lo que se asumía como: real, verdadero, existente, se desvanece ante su mirada, descubre que lo que tenía por fundamento para su existencia se encuentra ausente y busca algo de qué aferrarse. Lo que lo conduce a sentirse sin fundamentos y esto, a su vez, lo lleva a escuchar la voz de su conciencia, conciencia que lo llama a la culpa, a sentirse culpable, culpa que lo remite al cuidado y en última instancia, después de ese largo naufragio que lo condujo a descubrir la necesidad de preguntarse por el sentido de su ser, descubre la necesidad de asumir el sentido de su ser, es decir, de pensar su historia y con ella, asumir su existencia como cuidado. Descubrimiento éste que lo conduce simultáneamente a asumirse como proyecto arrojado, es decir, como un ente que se pierde en sus posibilidades, porque se descubre inmerso en sus ocupaciones cotidianas. Descubre que éstas lo absorben y observa cómo ellas hacen que se disuelva y se pierda en el uno, es decir, se descubre perdido en la totalidad del mundo y ve cómo ella lo absorbe, porque se observa inmerso en un mar de posibilidades, pero perdido, aislado en la inmensa soledad de su propia existencia. Precisamente ese estado de aislamiento, ese naufragio permite que frente al Dasein, frente a su mirada se desnude el sentido de su propia existencia. En este sentido, pensando en la propia existencia, puede observarse que: si bien es cierto, no hemos decidido existir, es decir, no hemos pedido la existencia, también es cierto que, ésta nos ha sido otorgada y con ella una gran responsabilidad: tener que existir. Pero no se trata de existir de cualquier manera, sino de existir asumiéndonos como proyecto arrojado, es decir, existir asumiendo que estamos inmersos dentro de las posibilidades, pero arrojados, esto es, descubriendo nuestra única gran responsabilidad: tener que existir.

[1] LÉVINAS. Totalidad e infinito. Salamanca, Ed. Sígueme, 1977. Pág. 89.

[2] E, LEVINAS. TOTALIDAD E INFITO. Salamanca. 1997. Editorial Sígueme. Pág. 291.

[3] Heidegger. ser y tiempo, §43. P. 218.